Poemas de Manuel Acuña

Entrevista de Carlos German Amézaga con Rosario


Rosario de la Peña y Llerena
Índice

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Nocturno a Rosario Historia del Pensamiento
Adiós El Ruiseñor Mexicano
La Brisa Ya sé por que es.
La Ausencia Ya verás
Mentiras de la existencia La felicidad
A una flor A Rosario

 

Nocturno a Rosario

I

¡Pues bien! yo necesito
decirte que te adoro
decirte que te quiero
con todo el corazón;
que es mucho lo que sufro,
que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto
al grito que te imploro,
te imploro y te hablo en nombre
de mi última ilusión.

        II

Yo quiero que tu sepas
que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido
de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas
las esperanzas mías,
que están mis noches negras,
tan negras y sombrías,
que ya no sé ni dónde
se alzaba el porvenir.

        III

De noche, cuando pongo
mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero
mi espíritu volver,
camino mucho, mucho,
y al fin de la jornada
las formas de mi madre
se pierden en la nada
y tú de nuevo vuelves
en mi alma a aparecer.

        IV

Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás,
y te amo y en mis locos
y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos,
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

        V

A veces pienso en darte
mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión
mas si es en vano todo
y el alma no te olvida,
¿Qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida?
¿Qué quieres tu que yo haga
con este corazón?

        VI

Y luego que ya estaba
concluído tu santuario,
tu lámpara encendida,
tu velo en el altar;
el sol de la mañana
detrás del campanario,
chispeando las antorchas,
humeando el incensario,
y abierta alla a lo lejos
la puerta del hogar...

        VII

¡Qué hermoso hubiera sido
vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre
y amándonos los dos;
tú siempre enamorada,
yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma,
los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros
mi madre como un Dios!

        VIII

¡Figúrate qué hermosas
las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje
por una tierra así!
Y yo soñaba en eso,
mi santa prometida;
y al delirar en ello
con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno
por tí, no mas por ti.

        IX

¡Bien sabe Dios que ese era
mi mas hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza,
mi dicha y mi placer;
bien sabe Dios que en nada
cifraba yo mi empeño,
sino en amarte mucho
bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos
cuando me vio nacer!

        X

Esa era mi esperanza...
mas ya que a sus fulgores
se opone el hondo abismo
que existe entre los dos,
¡Adiós por la vez última,
amor de mis amores;
la luz de mis tinieblas,
la esencia de mis flores;
mi lira de poeta,
mi juventud, adiós!

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Historia del Pensamiento

Cuando a su nido vuela el ave pasajera
a quien amparo disteis, abrigo y amistad
es justo que os dirija su cántiga postrera,
antes que triste deje, vuestra natal ciudad.

Al pájaro viajero que abandonó su nido
le disteis un abrigo, calmando su inquietud;
¡oh! Tantos beneficios, jamás daré al olvido
durable cual mi vida será mi gratitud.

En prueba de ella os dejo lo que dejaros puedo,
mis versos, siempre tristes, pero los dejo asi;
porque pienso, a veces que entre sus letras quedo,
porque al leerlos creo que os acordais de mí.

Voy, pues, a referiros una sencilla historia.
Que en mi alma desolada, honda impresión dejó;
me la contaron... ¿Dónde?... es frágil mi memoria...
Acaso el héroe de ella... o bien, la soñé yo.

Era una linda rosa, brillante enredadera,
tan pura, tan graciosa, espléndida y gentil.
Que era el mejor adorno de la feliz pradera,
la joya más valiosa del floreciente abril.

Al pie de ella crecía un pobre pensamiento,
pequeño, solitario, sin gracia ni color;
pero miró a la rosa y respiro su aliento
y concibió por ella el más profundo amor.

Mirando a su querida pasaba noche y día.
Mil veces ¡ay! Le quiso su pena declarar;
pero tan lejos siempre, tan lejos la veía,
que devoraba a solas su pena y su pesar.

A veces le mandaba sus tímidos olores,
pensando que llegaba hasta su amada flor;
pero la brisa, al columpiar las flores,
llevábase muy lejos la pena de su amor.

El pobre pensamiento mil lágrimas vertía,
desoladoras lágrimas, de acíbar y de hiel,
mientras la joven rosa, sin ver a otras crecía,
y mientras más crecía, más se alejaba de él.

Llega un jazmín en tanto a la pradera bella,
también él a la rosa al punto que la vio;
pero él fue más dichoso, pudo llegar hasta ella,
le declaró su pena, y al fin la rosa amó...

¿Comprenderéis ahora al pobre pensamiento,
al ver correspondido a su feliz rival?
¿No comprendéis su horrible, su bárbaro tormento
al verse condenado a suerte tan fatal?

Después lo transplantaron; vivió en otras praderas
indiferiencia, olvido y hasta placer fingió:
miraba flores lindas, brillantes y hechiceras,
pero su amor constante y fiel compareció.

Por fin una mañana, estando muy distante,
el céfiro contóle las bodas del jazmín;
él escuchó sonriente, y ciego y delirante,
loco placer fingiendo, creyó olvidar al fin.

Pero al siguiente día con lágrimas le vieron
las flores, e ignorando su oculto padecer;
"Tú lloras, pensamiento, tú lloras", le dijeron:
"No es nada, contestóles, es llanto de placer".

...................................................

Ved la sencilla historia que os ofrecí contaros,
acaso os entristezca pero la dejo así;
adiós, adiós, ya parto; me atrevo a suplicaros
que la leáis a solas y os acordéis de mí.

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Adiós

A...

Después de que el destino
me ha hundido en las congojas
del árbol que se muere
crujiendo de dolor,
truncando una por una
las flores y las hojas
que al beso de los cielos
brotaron de mi amor.

Después de que mis ramas
se han roto bajo el peso
de tanta y tanta nieve
cayendo sin cesar,
y que mi ardiente savia
se ha helado con el beso
que el ángel del invierno
me dio al atravesar.

Después... es necesario
que tú también te alejes
en pos de otras florestas
y de otro cielo en pos;
que te alces de tu nido,
que te alces y me dejes
sin escuchar mis ruegos
y sin decirme adiós.

Yo estaba solo y triste
cuando la noche te hizo
plegar las blancas alas
para acogerte a mi,
entonces mi ramaje
doliente y enfermizo
brotó sus flores todas
tan sólo para ti.

En ellas te hice el nido
risueño en que dormías
de amor y de ventura
temblando en su vaivén,
y en él te hallaban siempre
las noches y los días
feliz con mi cariño
y amándote también...

¡Ah! nunca en mis delirios
creí que fuera eterno
el sol de aquellas horas
de encanto y frenesí;
pero jamás tampoco
que el soplo del invierno
llegara entre tus cantos,
y hallándote tú aquí...

Es fuerza que te alejes...
rompiéndome en astillas;
ya siento entre mis ramas
crujir el huracán,
y heladas y temblando
mis hojas amarillas
se arrancan y vacilan
y vuelan y se van...

Adiós, paloma blanca
que huyendo de la nieve
te vas a otras regiones
y dejas tu árbol fiel;
mañana que termine
mi vida oscura y breve
ya sólo tus recuerdos
palpitarán sobre él.

Es fuerza que te alejes
del cántico y del nido
tú sabes bien la historia
paloma que te vas...
El nido es el recuerdo
y el cántico el olvido,
el árbol es el siempre
y el ave es el jamás.

Adiós mientras que puedes
oír bajo este cielo
el último ¡ay! del himno
cantado por los dos...
Te vas y ya levantas
el ímpetu y el vuelo,
te vas y ya me dejas,
¡paloma, adiós, adiós!

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Al Ruiseñor Mexicano

(Á ngela Peralta)

Hubo una selva y un nido
y en ese nido un jilguero
que alegre y estremecido,
tras de un ensueño querido
cruzó por el mundo entero.

Que de su paso en las huellas
sembró sus notas mejores,
y que recogió con ellas
al ir por el cielo, estrellas,
y al ir por el mundo; flores.

Del nido y de la enramada
ninguno la historia sabe;
porque la tierra admirada
dejó esa historia olvidada
por escribir la del ave.

La historia de la que un día
al remontarse en su vuelo,
fue para la patria mía
la estrella de mas valía
de todas las de su cielo.

La de aquella a quien el hombre
robara el nombre galano
que no hay a quien no le asombre
para cambiarlo en el nombre
de Ruiseñor Mexicano.

Y de la que al ver perdido
su nido de flores hecho,
halló en su suelo querido
en vez de las de su nido
las flores de nuestro pecho.

Su historia... que el pueblo ardiente
en su homenaje mas justo
viene a adorar reverente
con el laurel esplendente
que hoy ciñe sobre su busto.

Sobre esa piedra bendita
que grande entre las primeras
es la página en que escrita
leerán tu gloria infinita
las edades venideras.

Y que unida a la memoria
de tus hechos soberanos,
se alzará como una historia
hablándoles de tu gloria
a todos los mexicanos.

Hoy al mirar tus destellos
resplandecer de ese modo
bien puede decirse de ellos
que el nombre tuyo es de aquellos,
que nunca muere del todo.

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La Brisa

(Imitación)

A mi querido amigo J.C. Fernandez.

Aliento de la mañana
que vas robando en tu vuelo
la esencia pura y temprana
que la violeta lozana
despide en vapor al cielo:

Dime, soplo de la aurora,
brisa inconstante y ligera,
¿vas por ventura a esta hora
al valle que te enamora
y que gimiendo te espera?

¿O vas acaso a los nidos
de los jilgueros cantores
que en la espesura escondidos
te aguardan medio adormidos
sobre sus lechos de flores?

¿O vas anunciando acaso,
sopla del alba naciente,
al murmurar de tu paso,
que el muerto sol del ocaso
se alza un niño en oriente?

Recoge tus leves alas,
brisa pura del estío,
que los perfumes que exhalas
vas robando entre las galas
de las violetas del río.

Detén tu fugaz carrera
sobre las risueñas flores
de la loma y la pradera,
y ve a despertar ligera
al ángel de mis amores.

Y dile, brisa aromada,
con tu murmullo sonoro,
que ella es mi ilusión dorada,
y que en mi pecho grabada
como a mi vida la adoro.

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Ya sé por qué es

Dolora a Elmira

Era muy niña María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
-Oye, ¿por qué se sonríen
las flores tan dulcemente,
cuando las besa el ambiente
sobre su aromada tez?
-Ya lo sabrás mas delante
niña amante,
le contesté yo, y una mañana,
la niña pura y hermosa,
al entreabrir una rosa
me dijo: ¡Ya sé por qué es!

Y la graciosa criatura
blanca y pura
se ruborizó y después,
ligera como las aves
que cruzan por la campiña,
corrió hacia el bosque la niña
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
y yo la seguí jadeante,
palpitante
de ternura y de interés,
y... oí un beso dulce y blando,
que fue a perderse en lo espeso,
diciendo: ¡Ya sé por qué es!

Era muy joven María,
todavía
cuando me dijo una vez;
-Oye ¿por qué la azucena
se abate y llora marchita
cuando el aura no la agita
ni besa su blanca tez?
¡Ya los sabrás más delante,
niña amante,
le contesté yo... después!
Y mas tarde ¡ay! una noche,
la joven de angustia llena,
al ver triste a una azucena,
me dijo: ¡Ya sé por qué es!

Y ahogando un suspiro ardiente,
la inocente
me vio llorando... y después,
corrió al bosque y en el bosque
esperó mucho la bella,
y al fin... se oyó una querella
diciendo: ¡Ya sé por qué es!
Era muy linda María,
todavía,
cuando me dijo una vez:
-Oye, ¿Por qué se sonríe
el niño en la sepultura,
con una risa tan pura,
con tan dulce sencillez?
Ya lo sabrás mas delante
niña amante,
le contesté yo... después!

Y... murió la pobre niña,
y en vez de llorar, sonriendo,
voló hacia el azul diciendo,
¡Ya sé por qué es!

Ya lo ves mi hermosa Elmira,
quien delira
sufre mucho, ya lo ves!
Y así, ilusiones y encanto,
ni acaricies ni mantengas,
para que, al llorar, no tengas
que decir:
¡Ya sé por qué es!

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Ya verás

Dolora (imitación)

Goza, goza, niña pura,
mientras en la infancia estás;
goza, goza esa ventura
que dura lo que una rosa.
-Qué, ¿tan poco es lo que dura?
-Ya verás niña graciosa,
ya verás.

Hoy es un vergel risueño
la senda por donde vas;
pero mañana, mi dueño,
verás abrojos en ella.
-Pues qué, ¿sus flores son sueño?
-Sueño nada mas, mi bella,
ya verás.

Hoy el carmín y la grana
coloran tu linda faz;
pero ya verás mañana
que el llanto sobre ella corra...
-Qué, ¿los borra cuando mana?
-Ya verás cómo los borra,
ya verás.

Y goza mi tierna Elmira,
mientras disfruta de paz;
delira, niña, delira
con un amor que no existe
pues qué, ¿el amor es mentira?
-Y una mentira muy triste,
ya verás.

Hoy ves la dicha delante
y ves la dicha detrás;
pero esa estrella brillante
vive y dura lo que el viento.
-Qué, ¿nada mas dura un instante?
-Sí, nada mas un momento,
ya verás.

Y así, no llores mi encanto,
que mas tarde llorarás;
mira que el pesar es tanto,
que hasta el llanto dura poco.
-¿Tampoco es eterno el llanto?
-Tampoco, niña, tampoco,
ya verás!

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La Ausencia del Olvido

Dolora a Lola

Iba llorando la Ausencia
con el semblante abatido
cuando se encontró en presencia
del Olvido,
que al ver su faz marchitada,
le dijo con voz turbada:
sin colores,
-"Ya no llores niña bella,
ya no llores."

Que si tu contraria estrella
te oprime incansable y ruda
yo te prometo mi ayuda
contra tu mal y contra ella".
oyó la Ausencia llorando
la propuesta cariñosa,
y los ojos enjugando
ruborosa,
-"Admito desde el momento
buen anciano".
Le dijo con dulce acento.
"Admito lo que me ofreces
y que en vano
he buscado tantas veces,
yo que triste y sin ventura,
la copa de la amargura
he apurado hasta las heces"
Desde entonces, Lola bella,
cariñosa y anhelante
vive el Olvido con ella,
siempre amante;
y la Ausencia ya no gime,
ni doliente
recuerda el mal que la oprime;
que un amor ha concebido
tan ardiente
por el anciano querido,
que si sus penas resiste,
suspira y llora muy triste
cuando la deja el Olvido.

 

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Mentiras de la Existencia

Dolora

¡Qué triste es vivir soñando
en un mundo que no existe!
Y qué triste
ir viviendo y caminando,
sin fe en nuestros delirios,
de la razón con los ojos,
que si hay en la vida lirios,
son muchos mas los abrojos.

Nace el hombre, y al momento
se lanza tras la esperanza,
que no alcanza
porque no se alcanza el viento;
y corrre, corre, y no mira
al ir en pos de la gloria
que es la gloria una mentira
tan bella como ilusoria.

¡No ve al correr como loco
tras la dicha y los amores,
que son flores
que duran poco, muy poco!
¡No ve cuando se entusiasma
con la fortuna que anhela,
que es la fortuna un fantasma
que cuando se toca vuela!

Y que la vida es un sueño
del que, si al fin despertamos,
encontramos
el mayor placer pequeño;
pues son tan fuertes los males
de la existencia en la senda,
que corren allí a raudales
las lágrimas en ofrenda.

Los goces nacen y mueren
como puras azucenas,
mas las penas
viven siempre y siempre hieren;
y cuando vuelve la calma
con las ilusiones bellas,
su lugar dentro del alma
queda ocupado por ellas.

Porque al volar los amores
dejan una herida abierta
que es la puerta
por donde entran los dolores;
sucediendo en la jornada
de nuestra azarosa vida
que es para el pesar "entrada"
lo que para el bien "salida".

Y todos sufren y lloran
sin que una queja profieran,
porque esperan
¡hallar la ilusión que adoran!...
Y no mira el hombre triste
cuando tras la dicha corre,
que sólo el dolor existe
sin que haya bien que lo borre.

No ve que es un fatuo fuego
la pasión en que se abrasa,
luz que pasa
como relámpago, luego:
y no ve que los deseos
de su mente acalorada
no son sino devaneos,
no son más que sombra, nada.

Que es el amor tan ligero
cual la amistad que mancilla
porque brilla
sólo a la luz del dinero;
y no ve cuando se lanza
loco tras de su creencia,
que son la fe y la esperanza,
mentiras de la existencia.


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La Felicidad

Un cielo azul de estrellas
brillando en la inmensidad;
un pájaro enamorado
cantando en el florestal;
por ambiente los aromas
del jardín y el azahar;
junto a nosotros el agua
brotando del manantial
nuestros corazones cerca,
nuestros labios mucho más,
tú levantándote al cielo
y yo siguiéndote allá,
ese es el amor mi vida,
¡Esa es la felicidad!...

Cruza con las mismas alas
los mundos de lo ideal;
apurar todos los goces,
y todo el bien apurar;
de lo sueños y la dicha
volver a la realidad,
despertando entre las flores
de un césped primaveral;
los dos mirándonos mucho,
los dos besándonos más,
ese es el amor, mi vida,
¡Esa es la felicidad...!


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A una Flor

Cuando tu broche apenas se entreabría
para aspirar la dicha y el contento
¿te doblas ya y cansada y sin aliento,
te entregas al dolor y a la agonía?

¿No ves, acaso, que esa sombra impía
que ennegrece el azul del firmamento
nube es tan sólo que al soplar el viento,
te dejará de nuevo ver el día?...

¡Resucita y levántate!... Aún no llega
la hora de que en el fondo de tu broche
des cabida al pesar que te doblega.

Injusto para el sol es tu reproche,
que esa sombra que pasa y que te ciega,
es una sombra, pero aún no es la noche.

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A Rosario

Esta hoja arrebatada a una corona
que la fortuna colocó en mi frente
entre el aplauso fácil e indulgente
con que el primer ensayo se perdona.

Esta hoja de un laurel que aún me emociona
como en aquella noche, dulcemente,
por más que mi razón comprende y siente
que es un laurel que el mérito no abona.

Tú la viste nacer, y dulce y buena
te estremeciste como yo al encanto
que produjo al rodar sobre la escena;

Guárdala y de la ausencia en el quebranto,
que te recuerde de mis besos, llena,
al buen amigo que te quiere tanto.


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ENTREVISTA 

A todos los que de buena fe maldicen todavía á una criatura inocente del daño que se hizo Acuña. La Rosario que inmortalizó el poeta, existe en México y es mi amiga. ¿Qué hombre de pluma no la conoce allá? —Rosario de la Peña es un monumento histórico, — me decía una tarde Manuel José Othón, el dramaturgo mexicano á quien el invicto Echegaray ha batido palmas. Manifesté vivos deseos de conocerla, y Othón me prometió anunciarla mi visita, agregando que desde algún tiempo atrás habitaba Rosario en el pueblo de Guadalupe, situado á algunos kilómetros de la capital y segregada por propia voluntad, casi completamente, del mundo social en que antes viviera. Pocos días después, José María Bustillos, uno de los poetas más jóvenes y aprovechados de México, me presentó á Rosario por encargo de Othón, que se dirigió precipitadamente á San Luis, cumpliendo antes con anunciarme á esta dama que nunca celebraré lo bastante haber conocido. Guadalupe es á México lo que Lourdes á Francia: el lugar de un santuario donde no deja un día de ofrecerse á la Virgen el más reverente culto por los católicos. En Guadalupe, como en Lourdes, tuvo la madre de Dios el capricho de presentarse á un pastor sencillote y no menos ignorante que Bernardita. El santuario mexicano no cede en esplendor al francés, y creí natural cuando me dirigía allí, que Rosario viviese prosternada ante el altar de la Virgen, doliéndose todavía de su homicida crueldad para con Acuña. ¡Qué desengaño el que me esperaba! En una casita modesta de la villa, no muy distante del Santuario famoso, vivía nuestra heroína, acompañada de su señora madre, una joven hermana y varios sobrinos. La madre de Rosario y su hija menor, Margarita, fueron las primeras personas á quien hablé. A juzgar por el aspecto de la anciana y de Margarita, la hija mayor ausente no debía desdecir la singular hermosura patrimonio de aquella raza. Bien pronto me hice cargo de que estaba en el seno de una familia hospitalaria y cordial. Respiré esa atmósfera del hogar decente no desvirtuado por la pobreza, y comprendí á las primeras razones cambiadas con los dueños de la casa, el secreto amargor que deja en los corazones más fuertes toda declinación muy rápida de fortuna. Abriendo y cerrando con estrépito una mampara, adelantó hacia mí, de pronto, Rosario, la mujer á quien buscaba yo en mi peregrinación literaria con un fervor no menos digno de respeto que el de los fieles cristianos en Guadalupe. Era una mujer de sangre española, bastante morena y de cuarenta años. Alta y erguida, tenía la majestad de una princesa reinante. Su cabello negrísimo blanqueaba en algunos puntos; sus ojos, de un pardo obscuro, centelleaban en la cavidad de sus órbitas con la inequívoca luz de la inteligencia. Una nariz correcta, unos labios muy rojos, apretados y finos completaban esta fisonomía que debió ser soberanamente hermosa diez años antes, y que produce todavía una impresión agradable por su conjunto armónico, lleno de animación y de vida, profundamente simpático. 

Hablamos, y desde el principio me expliqué la fascinación .que ejerció esta Rosario sobre los poetas que allá en su mocedad habíanla cantado como á una diosa. No presume de literata ; jamás ha compuesto un verso, pero recita admirablemente los versos de sus amigos y de otros notables bardos. Tiene un timbre de voz melodioso, una manera de decir que subyuga, porque da á cada palabra y sin aparente esfuerzo, el tono más apropiado para su eíecto, cual si estuviera sintiendo idénticamente con el autor. El resumen de mis conversaciones con Rosario, respecto á Acuña, lo daré aquí en forma de diálogo para conservar en lo posible su exactitud. Debo sí, advertir, que estas conversaciones las tuve algún tiempo después de mi presentación á ella, y cuando en el seno de la confianza amistosa, comprendió que no me guíaba, al hablarla sobre ciertos asuntos, por una impertinente curiosidad. 

ENTREVISTA...

—¿Cómo hizo Vd. conocimiento con Acuña?

—Me fué presentado en casa con motivo de sus primeros triunfos poéticos. Mi casa, no lo atribuya Vd. á pretensión mía, era un centro de reunión preterido por los más distinguidos literatos de entonces. Yo recibí á Acuña lo mismo que mis padres y mis hermanos, como á un buen amigo, sin que él hubiese en el resto de su vida manifestádose de otro modo.

—La fama cuenta, y Vd. no debe ignorarlo, que Acuña se dio la muerte por los desdenes de la Rosario aquella á quien dedicó su Nocturno...

—Sí señor, así aparece á primera vista ; pero nada es más falso que aquello de que Acuña se haya suicidado por mí.

—Vd. no le desdeñaba?

—Muy lejos de eso, yo lo quería como se puede querer á los hombres de la naturaleza de Acuña : con admiración y cierto respeto. Ahora, si mi corazón perteneció á otro...

—Luego es cierto que él vivía celoso y que la desesperación le arrastró al suicidio.

—¿ Cómo podía yo darme cuenta de ese cariño en un hombre que me trataba como á su hermana, que siempre estaba alegre en presencia mía, que jamás me habló de terribles pasiones ni de violencias? Para que mejor comprenda Vd. el carácter de Acuña, bástele saber que sus amigos todos le creían escéptico en el amor hasta el punto de conceptuar imposible que se apasionase exclusivamente de una mujer. Cuando vino á casa, ya sostenía relaciones estrechas con una poetisa notable. Yo no podía ignorarlo, y si de broma aludía alguna vez á estas relaciones, Acuña se manifestaba un buen muchacho contento de su felicidad y nada exigente.

—Muy extraño es lo que Vd. dice, y más extraño aún, que un poeta sincero y de la talla de Acuña haya querido engañar al mundo en su último trance...

—¿Vd. no comprende que yo no tengo tampoco por qué mentir? Si fuese una de tantas vanidosas mujeres, me empeñaría por el contrario, con fingidas muestras de pena, en dar pábulo á esa novela de la que resulto heroína. Yo sé que para los corazones románticos no existe mayor atractivo que una pasión de trágicos electos cual la que atribuyen muchos á Acuña; yo sé que renuncio, incondicionalmente, con mi franqueza, á la admiración de los tontos, pero no puedo ser cómplice de un engaño que lleva trazas de perpetuarse en México y otros puntos. Es verdad que Acuña me dedicó su Nocturno antes de matarse, es verdad que conservo el original de esa composición como un tesoro inapreciable, pero es verdad también, que ese Nocturno ha sido un pretesto y nada más que un pretesto de Acuña, para justificar su muerte; uno de tantos caprichos que tienen al final de su vida algunos artistas... ¿Sería yo en su última noche una fantasía de poeta, una de esas idealidades que en algo participan de lo cierto, pero que más tienen del sueño arrebatado y delos vagos humores de aquel delirio ? Tal vez esa Rosario de Acuña, no tenga nada mío fuera del nombre!

—Perdone Vd. que no dispense entero crédito á sus palabras. ¿Quésignifican entonces las expresiones amargas y tan concretas de ese Nocturno? ¿Cómo fingir tan admirablemente bien lo que no es verdadero en el corazón de un hombre que va á matarse? Recuerde Vd. los siguientes alejandrinos :

Comprendo que tus besos
jamás han de ser míos, 
comprendo que en tus ojos
no me he de ver jamás: 
y te amo, y en mis locos
y ardientes desvarios, 
bendigo tus desdenes,
adoro tus desvíos, 
y en vez de amarte menos
te quiero mucho más.

Á veces pienso en darte
mi eterna despedida, 
borrarte en mis recuerdos
y hundirte en mi pasión: 
mas, si es en vano todo
y el alma no te olvida, 
qué quieres tú que yo haga,
pedazo de mi vida, 
qué quieres tú que yo haga
con este corazón?

Y luego que ya estaba
concluido tu santuario, 
la lámpara encendida,
tu velo en el altar ; 
el sol de la mañana
detrás del campanario, 
chispeando las antorchas,
humeando el incensario, 
y abierta allá á lo lejos
la puerta del hogar...

—Todo eso es fantasía pura. Yo amaba es cierto, á otro hombre, al único á quien me he sentido obligada por el cariño toda la vida; á Manuel María Flores, á quien Vd. seguramente ha conocido de fama... pero, ese pacta no menos desgraciado que Acuña, y que ha muerto posteriormente en mis brazos, ese hombre que no sospechaba tener un rival en su amigo Acuña, se encontraba en aquellas circunstancias fuera de México. Le repito á Vd. que Acuña no pudo estar quejoso de mí porque siempre fui amable con él y no usé de ese rigor á que alude en sus versos, porque ni lugar siquiera me dió para tal rigor... Es bien difícil, amigo mio, la causa que yo defiendo, pero tengo todavía en mi apoyo una prueba que es concluyente...

—Veamos aquella prueba.

—Acuña nació tan inclinado al suicidio, que debía matarse más temprano ó más tarde, conociendo ó no conociendo á esta Rosario á quien condenan las apariencias. Pertenecía el poeta á una familia desequilibrada, no cabe ya duda alguna.

—Cuidado con esa afirmación que es muy grave y puede parecer calumniosa por lo difícil que es dar las pruebas...

-¡Las pruebas! Todos hoy en México las conocen : dos hermanos de Acuña se han suicidado con posterioridad á él. Ya Vd. ve que eso no puede ser una casualidad sino una degeneración morbosa de que existen por desgracia muchos ejemplos... 

***
Las razones últimas de Rosario dejáronme convencido. Familias hay de suicidas, como las hay de tísicos y cardíacos. Acuña, con poseer una inteligencia de primer orden, con ser tan gran poeta, llevaba escondida en lo más íntimo de su sér aquella desesperación muda, aquel profundo disgusto de la vida que precipita ordinariamente al suicidio, cuando se ponen determinados sentimientos en conjunción. No le acusemos de loco, porque aquello también es una injusticia. Sentir con mayor viveza que otros el dolor, no resistir á la pena que algunos sobrellevan con estoicismo, sera una debilidad puramente animal, pero no un total eclipse de la razón. Hiperestesia no quiere decir locura. Ella, por el contrario, es á las veces, generadora de muchas obras sublimes de arte que significan para su autor angustia horrible, llantos é insomnio, tensión nerviosa que enferma, incubadora fiebre que mata.Después de visitar á Rosario he reflexionado mucho en si era ó no conveniente trasmitir al público las noticias que recibí de sus labios. Como esas noticias acrecen en interés á la distancia que se halla México de nosotros, no he vacilado al fin en hacerlo. Perdóneme, pues, Rosario, que por complacer á mis lectores de Sud-América, donde tiene tantos admiradores Acuña, haya trazado las anteriores líneas que aclaran un punto obscuro en la historia del infortunado poeta. 

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