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Garcilaso de la Vega
(1503-1536)
Nació este eminente poeta, gran señor por su familia como por
su ingenio, en la imperial ciudad de Toledo, en 1503, correspondiéndole por la elevada
alcurnia de su casa el hábito de la orden de Alcántara.
Desde muy joven siguió las banderas del Emperador Carlos
Quinto, mostrando tales bríos y arrestos, que pronto se distinguió entre todos sus
compañeros. Estuvo en casi todos los grandes hechos de armas de aquel glorioso reinado,
habiéndose particularmente lucido en la defensa de Viena y en el sitio de Túnez, donde
fue herido.
Entonces se volvió a Nápoles, donde a pesar de sus
eminentes servicios incurrió en la desgracia del Emperador, por haber protegido los
amores de un sobrino suyo, que aspiraba a la mano de una dama que le era muy superior en
jerarquía, por lo cual fue desterrado a una de las islas del Danubio, que con tanto
donaire había de cantar.
Mas no tardó en volver a la gracia del Emperador, dado que
poco después le acompañaba en su expedición al Piamonte, en cuyo ejército tenía bajo
su mando once banderas de infantería.
Una vez derrotados los franceses y cuando ya se veían en
retirada forzosa, el Emperador perseguía y daba caza; en esta operación ordenó la toma
de una torre que se hallaba en un lugar cerca de Frejus, donde desesperadamente se
defendían unos cincuenta franceses; Garcilaso fue de los primeros en subir, mas fue
herido de una pedrada en la cabeza, y cayó. Lleváronle de allí a Niza, pero no
sobrevivió sino veinte días a sus heridas, pues murió en dicho lugar a los treinta y
tres años de edad. Era en 1536.
El Emperador, indignado por la pérdida de uno de sus
primeros oficiales, que tan joven era y tanto prometía, hizo pasar a cuchillo a todos
aquellos franceses que le habían muerto.
Pero si lo corto de su vida le impidió dar de sí todo lo
que para la gloria de las armas habría podido, no fue ella tan corta para las letras,
pues que ya en vida suya había recibido el título, que la posteridad le ha confirmado,
de príncipe de los poetas castellanos.
Sus obras eran conocidas de todo el mundo, y su autoridad
tal, que el mismo Cervantes, que no tenía sobrada propensión al elogio, le consideraba
como una de las más indiscutibles glorias de las letras patrias. Así, cuando el
Licenciado Vidriera se partió para Italia, «los muchos libros que tenía los redujo a
unas Horas de Nuestra Señora y un Garcilaso sin comento, que en las dos
faldriqueras llevaba». Es decir, que al ingenioso licenciado le era imposible separarse
de su gran poeta favorito.
Otros autores han sido más o menos discutidos, y hasta se
!es ha negado que fuesen verdaderos poetas, y sólo versificadores hábiles; pero la fama
y renombre de Garcilaso han sido siempre y son de los más puros e indiscutidos.
Es el primero de los poetas líricos castellanos, sin duda
alguna, y representa por sí mismo uno de los géneros más en boga en nuestra literatura:
el género bucólico, en el cultivo del cual llegó a tal altura que por nadie ha sido
alcanzado.
(Antología de los mejores poetas castellanos,
Rafael Mesa y López.
Londres: T. Nelson, 1912.)
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