Poemas de José Gorostiza
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ÍNDICE
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ELEGÍA PAUSAS I
SE ALEGRA EL MAR DIBUJOS SOBRE UN PUERTO
LA ORILLA DEL MAR QUIEN ME COMPRA UNA NARANJA
PRELUDIO EPODO
DEL POEMA FRUSTRADO MUERTE SIN FIN (fragmentos)


ELEGÍA

A veces me dan ganas de llorar,
pero las suple el mar.

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PAUSAS I

¡El mar, el mar!
Dentro de mí lo siento.
Ya sólo de pensar
en él, tan mío,
tiene un sabor de sal mi pensamiento.

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SE ALEGRA EL MAR
(A Carlos Pellicer)

Iremos a buscar
hojas de plátano al platanar.

Se alegra el mar

Iremos a buscarlas en el camino,
padre de las madejas de lino.

Se alegra el mar

Porque la luna (cumple quince años a pena)
se pone blanca, azul, roja, morena.

Se alegra el mar.

Siete varas de nardo desprenderé
para mi novia de lindo pie.

Se alegra el mar.

Siete varas de nardo; sólo un aroma,
una sola blancura de pluma de paloma.

Se alegra el mar.

Vida -le digo- blancas las desprendí, yo bien lo sé,
para mi novia de lindo pie.

Se alegra el mar.

Vida -le digo- blancas las desprendí.
¡No se vuelvan oscuras por ser de mí!

Se alegra el mar.

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DIBUJOS SOBRE UN PUERTO


1. El alba

El paisaje marino
en pesados colores se dibuja.
Duermen las cosas. Al salir, el alba
parece sobre el mar una burbuja.
Y la vida es apenas
un milagroso reposar de barcas
en la blanda quietud de las arenas.


2. La tarde

Ruedan las olas frágiles
de los atardeceres
como limpias canciones de mujeres.


3. Nocturno

El silencio por nadie se quebranta,
y nadie lo deplora.
Sólo se canta
a la puesta del sol, desde la aurora.
Mas la luna, con ser
de luz a nuestro simple parecer,
nos parece sonora
cuando derraman sus manos ligeras
las ágiles sombras de las palmeras.


4. Elegía

A veces me dan ganas de llorar,
pero las suple el mar.


5. Cantarcillo

Salen las barcas al amanecer.
No se dejan amar
pues suelen no volver
o sólo regresan a descansar.


6. El faro

Rubio pastor de barcas pescadoras.


7. Oración

La barca morena de un pescador
cansada de bogar
sobre la playa se puso a rezar:
Hazme, Señor,
un puerto en las orillas de este mar!

(De "Canciones para cantar en las barcas", 1925).

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LA ORILLA DEL MAR

No es agua ni arena la orilla del mar.

El agua sonora de espuma sencilla,
el agua no puede formarse la orilla.

Y porque descanse en muelle lugar,
no es agua ni arena la orilla del mar.

Las cosas discretas, amables, sencillas;
las cosas se juntan como las orillas.

Lo mismo los labios, si quieren besar.
No es agua ni arena la orilla del mar.

Yo sólo me miro por cosa de muerto;
solo, desolado, como en un desierto.

A mí venga el lloro, pues debo penar.
No es agua ni arena la orilla del mar.

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QUIEN ME COMPRA UNA NARANJA

¿Quién me compra una naranja
para mi consolación?
Una naranja madura
en forma de corazón.

La sal del mar en los labios
¡ay de mí!
la sal del mar en las venas
y en los labios recogí.

Nadie me diera los suyos
para besar.
La blanda espiga de un beso
yo no la puedo segar.

Nadie pidiera mi sangre
para beber.
Yo mismo no sé si corre
o si deja de correr.

Como se pierden las barcas
¡ay de mí!
como se pierden las nubes
y las barcas, me perdí.

Y pues nadie me lo pide,
ya no tengo corazón.
¿Quién me compra una naranja
para mi consolación?

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PRELUDIO

Esa palabra que jamás asoma
a tu idioma cantado de preguntas,
esa, desfalleciente,
que se hiela en el aire de tu voz,
sí, como una respiración de flautas
contra un aire de vidrio evaporada,
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
en esta exangüe bruma de magnolias,
en esta nimia floración de vaho
que ensombrecido en luz el ojo agónico
y a funestos pestillos
anclado el tenue ruido de las alas
guarda un ángel de sueño en la ventana.

¡Qué muros de cristal, amor, qué muros!
¡Ay! ¿para qué silencios de agua?

Esa palabra, sí, esa palabra
que se coagula en la garganta
como un grito de ámbar,
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!

Mira que, noche a noche, decantada
en el filtro de un áspero silencio,
quedóse a tanto enmudecer desnuda,
hiriente e inequívoca
- así en la entraña de un reloj la muerte,
así la claridad en una cifra -
para gestar este lenguaje nuestro
inaudible, que se abre al tacto insomne
en la arena, en el pájaro, en la nube,
cuando negro de oráculos retruena
el panorama de la profecía.

¿Quién, si ella no,
pudo fraguar este universo insigne
que nace como un héroe en tu boca?
¡Mírala, ay, tocata,
mírala ahora,
incendiada en un eco de nenúfares!
¿No aquí su angustia asume la inocencia
de una hueca retórica de lianas?
Aquí, entre líquenes de orfebrería
que arrancan de minúsculos canales
¿no echó a tañer al aire
sus cándidas mariposas de escarcha?

Qué, en lugar de esa fe que la consume
hasta la transparencia del destino
¿no aquí - escapada al dardo tenaz de la estatura-
se remonta insensata una palmera
para estallar en su ficción de cielo,
maestra en fuegos no,
mas en puros deleites de artificio?

Esa palabra, sí, esa palabra,
ésa, desfalleciente,
que se ahoga en el humo de una sombra,
ésa que gira - como un soplo- cauta
sobre bisagras de secreta lama,
esa en que el aura de la voz se astilla,
desalentada,
como si rebotara
en una bella úlcera de plata,
ésa que baña sus vocales ácidas
en la espuma de las palomas sacrificadas,
ésa que se congela hasta la fiebre
cuando no, ensimismada, se calcina
en la brusca intemperie de una lágrima,
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
¡mírala, ausente toda de palabra,
sin voz, sin eco, sin idioma, exacta,
mírala cómo traza
en muros de cristal amores de agua!

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EPODO

Esa palabra que jamás asoma
a tu idioma cantado de preguntas,
ésa, desfalleciente,
que se hiela en el aire de tu voz,
sí, como una respiración de flautas
contra un aire de vidrio evaporada,
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
¡mírala, ausente toda palabra,
sin voz, sin eco, sin idioma, exacta,
mírala cómo traza
en muros de cristal amores de agua!

(De «Del Poema Frustrado,» en "Poesía", 1964).

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DEL POEMA FRUSTRADO

[...]

IV

¡Agua, no huyas de la sed, detente!

Detente, oh claro insomnio, en la llanura
de este sueño sin párpados que apura
el idioma febril de la corriente.

No el tierno simulacro que re miente,
entre rumores, viva; no madura,
ama la sed esa tensión de hondura
con que saltó tu flecha de la fuente.

Detén, agua, tu prisa, porque en tanto
te ciegue el ojo y te estrangule el canto,
dictar debieras a la muerte zonas;
que por tu propia muerte concebida,
sólo me das la piel endurecida
¡oh movimiento, sierpe! que abandonas.

(Del "Poema frustrado")

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MUERTE SIN FIN

(fragmentos)

I
Lleno de mí, sitiado en mi epidermis
por un dios inasible que me ahoga,
mentido acaso
por su radiante atmósfera de luces
que oculta mi conciencia derramada,
mis alas rotas en esquirlas de aire,
mi torpe andar a tientas por el lodo;
lleno de mí -ahíto--me descubro
en la imagen atónita del agua,
que tan sólo es un tumbo inmarcesible,
un desplome de ángeles caídos
a la delicia intacta de su peso,
que nada tiene
sino la cara en blanco
hundida a medias, ya, como una risa agónica,
en las tenues holandas de la nube
y en los funestos cánticos del mar
--más resabio de sal o albor de cúmulo
que sola prisa de acosada espuma.

No obstante --oh paradoja-- constreñida
por el rigor del vaso que la aclara,
el agua toma forma.

En él se asienta, ahonda y edifica,
cumple una edad amarga de silencios
y un reposo gentil de muerte niña,
sonriente, que desflora
un más allá de pájaros
en desbandada.

En la red de cristal que la estrangula,
allí, como en el agua de un espejo,
se reconoce;
atada allí, gota a gota,
marchito el tropo de espuma en la garganta,
¡qué desnudez de agua tan intensa,
qué agua tan agua,
está en su orbe tornasol soñando,
cantando ya una sed de hielo justo!

¡Mas qué vaso -también-- más providente
éste que así se hinche
como una estrella en grano,
que así, en heroica promisión, se enciende
como un seno habitado por la dicha,
y rinda así, puntual,
una rotunda flor
de transparencia al agua,
un ojo proyectil que cobra alturas
y una ventana a gritos luminosos
sobre esa libertad enardecida
que se agobia de cándidas prisiones!

[...]


IV

¡Oh inteligencia, soledad en llamas,
que todo lo concibe sin crearlo!

Finge el calor del lodo,
su emoción de sustancia adolorida,
el iracundo amor que lo embellece
y lo encumbra más allá de las alas
a donde sólo el ritmo
de los luceros llora,
mas no le infunde el soplo que lo pone en pie
y permanece recreándose en sí misma,
única en Él, inmaculada, sola en Él,
reticencia indecible,
amoroso temor de la materia,
angélico egoísmo que se escapa
como un grito de júbilo sobre la muerte
--¡oh inteligencia, páramo de espejos!
helada emanación de rosas pétreas
en la cumbre de un tiempo paralítico;
pulso sellado;
como una red de arterias temblorosas,
hermético sistema de eslabones
que apenas se apresura o se retarda
según la intensidad de su deleite;
abstinencia angustiosa
que presume el dolor y no lo crea,
que escucha ya en la estepa de sus tímpanos
retumbar el gemido del lenguaje
y no lo emite;
que nada más absorbe las esencias
y se mantiene así, rencor sañudo,
una, exquisita, con su dios estéril,
sin alzar entre ambos
la sorda pesadumbre de la carne,
sin admitir en su unidad perfecta
el escarnio brutal de esa discordia
que nutren vida y muerte inconciliables,
siguiéndose una a otra
como el día y la noche,
una y otra acampadas en la célula
como en un tardo tiempo de crepúsculo,
ay, una nada más, estéril, agria,
con Él, conmigo, con nosotros tres;
como el vaso y el agua, sólo una
que reconcentra su silencio blanco
en la orilla letal de la palabra
y en la inminencia misma de la sangre.
¡Aleluya, aleluya!

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