Los Parques Abandonados

de  Julio Herrra y Reissig
WEBMASTER: Justo S. Alarcón

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ÍNDICE
VUELTA A LA PÁGINA PRINCIPAL

Color de Sueño El Banco del Suplicio
La Estrella del Destino El Camino de las Lágrimas
La Gota Amarga La Sombra Dolorosa
Luna de Miel La Reconciliación
Decoración Heráldica La Violeta
La Novicia El Suspiro
Consagración El Enojo
La Última Carta Rendición
Anima Clemens El Sauce
La Fuga Expiación
Sepelio Amor Sádico
Las Campanas Solariegas


LOS PARQUES ABANDONADOS

Eufocordias

El banco del suplicio


... et puis je suis parti, pleurant comme un enfant!
Musset


A punto de dormirte bajo el ledo
suspiro del arcángel que te guía,
hirióme el corazón tu analogía
con una ingrata que olvidar no puedo.

Reclinada en el banco del viñedo,
junto al tilo de exánime apatía,
al iluso terror de que eras mía
me arrodillé con tembloroso miedo.

Partido por antiguo sufrimiento,
sobre tu frente agonicé un momento...
y cuando el sueño te aquietó en el blando

tul irreal de los deliquios suyos,
uniéronse mis labios a los tuyos,
y como un niño me alejé llorando.

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La estrella del destino

La tumba, que ensañáse con mi suerte,
me vio acercar a vacilante paso,
como un ebrio de horrores, que al acaso
gustase la ilusión de sustraerte.

En una larga extenuación inerte,
pude medir la infinidad del caso,
mientras que se pintaba en el ocaso
la dulce primavera de tu muerte.

La estrella que amparónos tantas veces,
y que arrojara, en medio de las preces,
un puñado de luz en tus despojos,

hablóme al alma, saboreando llanto:
«¡Oh hermano, cuánta vida en esos ojos
que se apagaron de alumbrarnos tanto!»

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E
l camino de las lágrimas


Citándonos, después de oscura ausencia,
tu alma se derretía en largo lloro,
a causa de quién sabe qué tesoro
perdido para siempre en tu existencia.

Junto a los surtidores, la presencia
semidormida de la tarde de oro,
decíate lo mucho que te adoro
y cómo era de sorda mi dolencia.

Pesando nuestra angustia y tu reproche,
toda mi alma se pobló de noche...
Y al estrecharte murmurando aquellas

remembranzas de dicha a que me amparo,
hallé un sendero matinal de estrellas,
en tu falda ilusión de rosa claro.

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La gota amarga

Soñaban con la Escocia de tus ojos
verdes, los grandes lagos amarillos;
y engarzó un nimbo de esplendores rojos
la sangre de la tarde en tus anillos.

En la bíblica paz de los rastrojos
gorjearon los ingenuos caramillos,
un cántico de arpegios tan sencillos
que hablaban de romeros y de hinojos.

¡Y dimos en sufrir! Ante aquel canto
crepuscular, escintiló tu llanto...
Viendo nacer una ilusión remota,

callaron nuestras almas hasta el fondo...
y como un cáliz angustioso y hondo
mi boca recogió la última gota.

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La sombra dolorosa

Gemían los rebaños. Los caminos
llenábanse de lúgubres cortejos;
una congoja de holocaustos viejos
ahogaba los silencios campesinos.

Bajo el misterio de los velos finos,
evocabas los símbolos perplejos,
hierática, perdiéndote a lo lejos
con tus húmedos ojos mortecinos.

Mientras unidos por un mal hermano,
me hablaban con suprema confidencia
los mudos apretones de tu mano,

manchó la soñadora transparencia
de la tarde infinita el tren lejano,
aullando de dolor hacia la ausencia.

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Luna de miel

Huyó, bajo sus velos soñadores,
la tarde. Y en los torvos carrizales
zumbaba con dulzuras patriarcales
el cuerno de los últimos pastores.

Entre columnas, ánforas y flores
y cúpulas de vivas catedrales,
gemí en tu casta desnudez rituales
artísticos de eróticos fervores.

Luego de aquella voluptuosa angustia
que dio a tu faz una belleza mustia,
surgiendo entre la gasa cristalina

tu seno apareció como la luna
de nuestra dicha y su reflejo en una
linfa sutil de suavidad felina.

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La reconciliación

Alucinando los silencios míos,
al asombro de un cielo de extrañeza;
la flébil devoción de tu cabeza
aletargó los últimos desvíos.

Con violetas antiguas, los tardíos
perdones de tus ojos mi aspereza
mitigaron. Y entonces la tristeza
se alegró como un llanto de rocíos.

Una profética efluxión de miedos,
entre el menudo aprisco de tus dedos,
como un David, el piano interpretaba.

En tanto, desde el místico occidente,
la media luna, al ver que te besaba,
entró al jardín y se durmió en tu frente.

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Decoración heráldica

Señora de mis pobres homenajes,
débote amar aunque me ultrajes.

Góngora

Soñé que te encontrabas junto al muro
glacial donde termina la existencia,
paseando tu magnífica opulencia
de doloroso terciopelo oscuro.

Tu pie, decoro del marfil más puro,
hería, con satánica inclemencia,
las pobres almas, llenas de paciencia,
que aún se brindaban a tu amor perjuro.

Mi dulce amor que sigue sin sosiego,
igual que un triste corderito ciego,
la huella perfumada de tu sombra,

buscó el suplicio de tu regio yugo,
y bajo el raso de tu pie verdugo
puse mi esclavo corazón de alfombra.

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La violeta

Y una violeta llenó
el alma de la tarde.

Morían llenos de clamor los sotos,
y érase en aquel rincón exiguo,
un misterioso malestar ambiguo
de dichas y de ayes muy remotos.

¡Oh, cartas!..., en el cenador contiguo
las dalias recordaron nuestros votos
cual si se condolieran de los rotos
castillos blancos de papel antiguo...

La tarde saturóse en la glorieta,
de tu pañuelo suave de violeta;
al par que sugiriendo tus agravios,

veló el cielo, como alma de reproche,
la violeta cordial que aquella noche
suspendí de la gracia de tus labios.

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La novicia

Surgiste, emperatriz de los altares,
esposa de tu dulce Nazareno,
con tu atavío vaporoso, lleno
de piedras, brazaletes y collares.

Celoso de tus júbilos albares,
el ataúd te recogió en su seno,
y hubo en tu místico perfil un pleno
desmayo de crepúsculos lunares.

Al contemplar tu cabellera muerta,
avivóse en tu espíritu una incierta
huella de amor. Y mientras que los bronces

se alegraban, brotaron tus pupilas
lágrimas que ignoraran hasta entonces
la senda en flor de tus ojeras lilas.

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El suspiro

Quimérico a mi vera concertaba
tu busto albar su delgadez de ondina,
con mística quietud de ave marina
en una acuñación escandinava...

Era mi pena de tu dicha esclava;
y en una loca nervazón divina,
el tropel de una justa bizantina
en nuestro corazón tamborilaba...

Strauss soñó desde el atril del piano
con la sabia epilepsia de tu mano...
¡Mendigo del azul que me avasalla

-en el hosco trasluz de aquel retiro-
de la noche oriental de tu pantalla
bajó en silencio mi primer suspiro!...

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Consagración

Surgió tu blanca majestad de raso,
toda sueño y fulgor, en la espesura;
y era en vez de mi mano -atenta al caso
mi alma quien oprimía tu cintura...

De procaces sulfatos, una impura
fragancia conspiraba a nuestro paso,
en tanto que propicio a tu aventura
llenóse de amapolas el ocaso.

Pálida de inquietud y casto asombro,
tu frente declinó sobre mi hombro...
Uniéndome a tu ser, con suave impulso,

al fin de mi especioso simulacro,
de un largo beso te apuré convulso,
¡hasta las heces, como un vino sacro!

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El enojo

Todo fue así: Sahumábase de lilas
y de heliotropo el viento en tu ventana;
la noche sonreía a tus pupilas,
como si fuera su mejor hermana...

Mi labio trémulo y tu rostro grana
tomaban apariencias intranquilas,
fingiendo tú mirar por la persiana,
y yo, soñar al son de las esquilas.

¡Vibró el chasquido de un adiós violento!...
Cimbraste a modo de una espada al viento;
y al punto en que iba a desflorar mi tema,

gallardamente, en ritmo soberano,
desenvainada de su guante crema,
como una daga, me afrentó tu mano.

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La última carta

Con la quietud de un sincope furtivo,
desangróse la tarde en la vertiente,
cual si la hiriera repentinamente
un aneurisma determinativo...

Hurló en el bosque un pájaro cautivo
de la fascinación de una serpiente;
y una cabra enigmática, en la fuente,
describió como un signo negativo.

En su vuelo espectral de alas hurañas,
la noche se acordó de tus pestañas...
¡Y en tanto que atiplaban mi vahído

las gracias de un billete perfumado,
ofició la veleta del tejado
el áspero responso de tu olvido!

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Rendición

Evidenciaban en moderna gracia
tu fina adolescencia de capullo,
el corpiño y la falda con orgullo
ceñidos a tu esbelta aristocracia.

Henchíase tu alma de la audacia
de la Naturaleza y del murmullo
erótico del mar, y era un arrullo
el vago encanto de tu idiosincracia...

Lució la tarde, ufana de tu moño,
ojeras lilas, en toilette de otoño...
Ante el crespo Neptuno de la fuente,

en el cielo y tu faz brotaron rosas
mientras, como dos palmas fervorosas,
rindiéronse tus manos, dulcemente...

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Anima clemens

Palomas lilas entre los alcores,
gemían tus nostalgias inspiradas;
y en las ciénagas, de astro ensangrentadas,
corearon su maitín roncos tenores.

En los castillos y en los miradores,
encendía el ocaso cuentos de hadas;
y aparecía, al son de agrias tonadas,
el gesto oscuro de los leñadores.

Como una buena muerte, sin angustia
durmióse el día, violeta mustia...
En tan propicia media luz de olvido,

naufragaron tus últimos lamentos,
mientras, en los cortijos soñolientos,
rebotaba de pronto algún ladrido...

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El sauce

A mitad de mi fausto galanteo,
su paraguas de sedas cautelosas
la noche desplegó, y un lagrimeo
de estrellas, hizo hablar todas las cosas...

Erraban las Walkirias vaporosas
de la bruma, y en cósmico mareo
parecían bajar las nebulosas
al cercano redil del pastoreo...

En un abrazo de postrero arranque,
caímos en el ángulo del bote...
Y luego que llorando ante el estanque

tu invicta castidad se arrepentía,
¡el sauce, como un viejo sacerdote,
gravemente inclinado nos unía...

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La fuga

Temblábamos al par... En el austero
desorden que realzaba tu hermosura,
acentuó tu peinado su negrura
inquietante de pájaro agorero...

¡Nadie en tus ojos vio el enigma, empero
calló hasta el mar en su presencia oscura!
Inaccesible y ebria de aventura,
entre mis brazos te besó el lucero.

Apenas subrayó el esquife vago
su escuálida silueta sobre el lago,
te sublimaron trágicos sonrojos...

Sacramentó dos lágrimas postreras
mi beso al consagrar sobre tus ojos.
¡Y se durmió la tarde en tus ojeras!...

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Expiación

Errando en la heredad yerma y desnuda,
donde añoramos horas tan distintas,
bajo el ciprés, nos remordió una aguda
crisis de cosas para siempre extintas...

Vistió la tarde soñadoras tintas,
a modo de romántica viuda;
¡y al grito de un -piano entre las quintas,
rompimos a llorar, ebrios de duda!

Llorábamos los íntimos y aciagos
muertos, que han sido nuestros sueños vagos...
Por fin, a trueque de glacial reproche,

sembramos de ilusión aquel retiro;
¡y graves, con el último suspiro,
salimos de la noche, hacia la noche!...

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Sepelio

Mirándote en lectura sugerente,
llegué al epílogo de mis quimeras;
tus ojos de palomas mensajeras
volvían de los astros, dulcemente...

Tenía que decirte las postreras
palabras, y callé espantosamente;
tenía que llorar mis primaveras,
y sonreí, feroz... indiferente...

La luna, que también calla su pena,
me comprendió como una hermana buena...
Ni una inquietud, ni un ademán, ni un modo;

un beso helado... una palabra helada.
Un beso, una palabra, eso fue todo:
¡todo pasó sin que pasase nada!...

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Amor sádico

Ya no te amaba, sin dejar por eso
de amar la sombra de tu amor distante.
Ya no te amaba, y sin embargo el beso
de la repulsa nos unió un instante...

Agrio placer y bárbaro embeleso
crispó mi faz, me demudó el semblante.
Ya no te amaba, y me turbé, no obstante,
como una virgen en un bosque espeso.

Y ya perdida para siempre, al verte
anochecer en el eterno luto,
-mudo el amor, el corazón inerte-,

huraño, atroz, inexorable, hirsuto...
¡Jamás viví como en aquella muerte,
nunca te amé como en aquel minuto!

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Color de sueño

Anoche vino a mí, de terciopelo;
sangraba fuego de su herida abierta;
era su palidez de pobre muerta
y sus náufragos ojos sin consuelo...

Sobre su mustia frente descubierta
languidecía un fúnebre asfodelo.
Y un perro aullaba, en la amplitud de hielo,
al doble cuerno de una luna incierta...

Yacía el índice en su labio, fijo
como por gracia de hechicero encanto,
y luego que, movido por su llanto,

quién era, al fin, la interrogué, me dijo:
-Ya ni siquiera me conoces, hijo:
¡si soy tu alma que ha sufrido tanto!..

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LAS CAMPANAS SOLARIEGAS

La muerte del pastor

Balada eglógica

Infelix o semper, oves, pecus...
Virgilio


I

Se lo dijo a la fontana
el llanto de una aldeana;
ya el carrizal no lo duda,
que oyó gemir al Poeta.
Todo, todo lo trasuda:
el sauce y la mejorana...
Es bien cierto: ¡Pobre nieta!...

Lo cuenta en su lengua ruda
la Soledad rusticana;
lo deplora la campana
desde la Ermita desnuda,
la zampoña que está muda,
la flauta y la pandereta,
y hasta el cielo que interpreta
una gran tristeza humana...
¡Pobre nieta!...
¡Pobre abuelo!...

Hay un gran beso de duelo
en la quietud del ambiente,
Murió el pastor: ¡quién lo duda!
Desde la Ermita hasta el Huerto,
la montaña lentamente
se está vistiendo de viuda...

¡Es cierto, es cierto!
Ya todos saben que ha muerto
el mozo de la carreta...
Por el camino violeta
su corazón va llorando
como un cordero inexperto:
¡Armando! ¡Armando!...

El alma de las montañas
de sugestiones tranquilas,
mira con penas hurañas,
aquellas claras pupilas
que en el camino violeta
lloran con lágrimas lilas.
Muda está la pandereta,
mudas están las esquilas,
ya nadie emboca las cañas
desde que Armando está ausente,
en tanto que las montañas
miran pasar lentamente
aquellas vagas pupilas
que, tarde a tarde, intranquilas
van a llorar a la fuente...

¡Cuánto tarda la carretal
¡Armando! ¡Armando!...
Van sus ojos escrutando
por el camino violeta...

Por el camino violeta
va la pastora llorando,
sin rumbo, no tiene mando
su voluntad incompleta...
-¿Llora acaso por Armando,
el mozo de la carreta?
¿Adónde van sus pupilas?

Por el camino violeta
va la pastora dejando
su alma en lágrimas lilas.
¡Armando! ¡Armando!...

¿Murió su pastor? ¿Es cierto?
Ella interroga a la vieja
choza y al campo desierto,
a la distancia bermeja
y hasta al porfiado pedrisco...
A la retama, al lentisco,
a la vaguedad perpleja
del horizonte incierto,
al palomar, al aprisco,
al buey y al cardal arisco,
al asno, a la comadreja,
a la congoja del Huerto,
al búho rapaz que bizco
un mito burlón semeja...
Y todo lo grita: ¡ha muerto!...

¡Armando! ¡Armando!
Su corazón va llorando
como un cordero inexperto...


II

Cruza junto al Adivino,
junto al Sabio y al Poeta,
no se fija en el pollino
del anciano Anacoreta,
y atraviesa la meseta,
bajo el misterio opalino
de aquella tarde secreta...
-¿Adónde va? ¿Qué la inquieta?
Ya la perdieron de vista
las cabañas lugareñas,
el pañuelo de batista
que de lejos le hizo señas,
el sonámbulo molino
y hasta el estanque amatista
donde termina el camino...

Va sin rumbo, soñadora,
por el camino violeta,
la pastora...;
¿Por qué llora?
¿Desde cuándo?
¿Adónde va? ¿Qué la inquieta?
Hoy se tarda más que nunca la carreta.
¡Armando! ¡Armando!...

El aire es de terciopelo.
Por el camino violeta,
cual a través de una grieta
se ve cómo piensa el cielo.
En el umbral el abuelo
está esperando a su nieta,
tiene en la mano un pañuelo
y en los ojos el consuelo
de una lágrima secreta...
Desde que partió la nieta,
llora a menudo el abuelo,
y por un ceño de hielo
se encuentra ¡ay Dios! obsedido.
Él hace, con su pañuelo,
señas al Sabio, al Poeta,
a la inválida carreta
de andar penoso y dolido,
a la corneja, al mochuelo
y al misterioso cometa
que, hace noches, desde el cielo
le está diciendo: ¿Y tu nieta?
¡Mal año tienes, abuelo!...

No es esa, no, la carreta
que tú esperabas, ni el vuelo
de aquellas cornejas grises
te traerá de los países
tenebrosos a tu nieta...
¡Pobre abuelo!... ¡Pobre nieta!...
Ya no verás la carreta
por el atajo vecino,
ya no oirás la pandereta,
ni comerás del tocino
que te brindara tu nieta...
Ya ni el Sabio ni el Poeta
podrán darte algún consuelo,
ya no tendrás otro abrigo
que la lámpara del cielo,
ni tendrás más fiel amigo
que el pobre perro mendigo
que fue en un tiempo de Armando,
y que ha de venir llorando
a consolarse contigo.
¡Armando! ¡Armando!...


III

El aire es de terciopelo...
Por el sendero vecino
llega el eco mortecino
de voces graves; el cielo
tiene un ensueño opalino...
A la vera del camino,
el Sabio y el Adivino
conversan con el Poeta
sobre el Amor y el Destino...

De repente, el Adivino,
después de invocar al Cielo,
solemnizó: -¡Pobre Armando!...
¡Es un secreto divino!...
Dios sabe... -y sobre el pañuelo
se inclinó un rato llorando...
Dice el Sabio: -¡Qué saeta
tuvo el ingrato destino!...
-¡Cierto! -reza el Adivino-
¡era virtuoso, era blando!...
Dice a su turno al Poeta:
-¡Hemos perdido un amigo!...
Mientras el perro mendigo
se acerca al grupo ladrando,
¡Armando! ¡Armando!

Hoy no viene la carreta...
¡Qué desolación secreta
tiene la tarde en el Huerto!
¡Adónde irá la pastora!
¿Se habrá extraviado, que llora
como un cordero inexperto?...

IV
A la orilla de un camino
que frecuentó por su infancia,
oye el rumor campesino
de una antigua resonancia...
Es el pino, el viejo pino,
que le murmura temblando:
-¿Qué es de la vida de Armando?
¿Cuál ha de ser tu destino?
¡Armando! ¡Armando!

En una de esas mañanas,
de esas mañanas muy blancas,
que parecen tener francas
ingenuidades de hermanas...
En una de esas mañanas,
al pie de ese mismo pino,
se dieron el primer beso
y partieron su destino
con una sola palabra,
¡mientras partieron el queso,
el pan, la leche de cabra,
la miel y las avellanas!...
En una de esas mañanas...

El perejil y el hinojo,
el romero y el tomillo,
lamen el ruedo sencillo
de su trajecito rojo;
y por el vago rastrojo
y el carrizal amarillo,
llega Lux, el perro cojo
que perdió a su pastorcillo.
¡Armando! ¡Armando!...

¿Cómo lo ha perdido y cuándo,
de qué suerte? Lux lo ignora,
pero aúlla y lo deplora
y al presentir la pastora,
brizna a brizna rastreando,
corre a su encuentro, la implora,
pregúntale por Armando,
si es que murió, cómo y cuándo,
y se arrodilla y lo llora.
¡Armando! ¡Armando!...

-¿Adónde fue el pastorcillo?
-¿Adónde irá la pastora?
-¿Qué será del perro cojo?
El Adivino lo ignora,
y también el ruedo rojo,
¡y el perejil y el tomillo!


V

Nunca vendrá la carreta...
Ya no se oyen las tranquilas
dulzuras del caramillo;
y el crepúsculo amarillo
cuenta una historia secreta...
Muertas están las esquilas,
colgada la pandereta...

¡Sólo gime la campana
desde la Ermita desnuda,
bajo el cielo que concreta
una gran tristeza hermana!...
Mas, ciertas noches, no hay duda,
cuenta la grey rusticana,
suele verse una carreta
y detrás una serrana
tocando la pandereta,
por el camino violeta
que conduce a la fontana...

-¡Adiós, mañanas tranquilas!
¡Oh, qué destino nefando!
-Dizque Hora la silueta,
siempre andando, siempre andando.

-¿Qué ven sus glaucas pupilas?
¿Adónde marcha sin mando
su voluntad incompleta?...

Por el camino violeta
va la pastora dejando
su alma en lágrimas lilas,
¡Armando!... ¡Armando!...


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