Poemas de Gertrudis Gómez de Avellanada
WEBMASTER: Justo S. Alarcón


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ÍNDICE

VUELTA A LA PÁGINA PRINCIPAL

A UN COCUYO LA VUELTA A LA PATRIA
A UNA ACACIA AL PARTIR
SONETO A ÉL
PASEO POR EL BETIS AL SOL EN UN DÍA DE DICIEMBRE
A LA MUERTE DE JOSÉ MARÍA HEREDIA AMOR Y ORGULLO


A UN COCUYO

Dime, luz misteriosa,
Que ante mis ojos vagas,
Y mi interés despiertas,
Y mi vigilia encantas,

¿Eres quizás del cielo
Lumbrera destronada,
Que por la tierra mísera
Peregrinando pasas?

¿Eres un genio o silfo
De nuestra virgen patria,
Que de su joven vida
Contienes la ígnea savia?

¿Eres de un ser querido
Quizás errante ánima,
Que a demandarme vienes
Recuerdos y plegarias;

O bien fulgente chispa
De las brillantes alas
Con que sostiene al triste
La célica esperanza?

No sé; más cuando luces
Hermosa a mis miradas,
De tropicales noches
En la solemne calma

-Ya exhalación perdida
Cruces la esfera diáfana,
Ya cual la brisa juegues
Meciéndote en las cañas;

Ya cual diamante puro
Te engastes en las palmas,
Cuyo susurro imitas,
Cuyo verdor esmaltas-;

Paréceme que siento
Revelación extraña
De místicos amores
Entre tu brillo y mi alma.

Paréceme que existen
Secretas concordancias
Entre el afán que oculto
Y entre el fulgor que exhalas.

¡Oh, pues, lucero o silfo,
Ánima o genio, lanza
Más vívidos destellos
Mientras mi voz te canta!

Los sones de mi lira,
Las chispas de tu llama,
Confúndanse y circulen
Por montes y sabanas,

Y suban hasta el cielo
Del campo en la fragancia,
Allá do las estrellas
Simpáticas los llaman...

¡Allá do el trono asienta
El que comprende y tasa
De toda luz la esencia,
De todo afán la causa!

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LA VUELTA A LA PATRIA

¡Perla del mar! ¡Cuba hermosa!
Después de ausencia tan larga
Que por más de cuatro lustros
Conté sus horas infaustas,
Torno al fin, torno a pisar
Tus siempre queridas playas,
De júbilo henchido el pecho,
De entusiasmo ardiendo el alma.
¡Salud, oh, tierra bendita,
Tranquilo edén de mi infancia,
Que encierras tantos recuerdos
De mis sueños de esperanza!
¡Salud, salud, nobles hijos
De aquesta mi dulce patria!...
¡Hermanos, que hacéis su gloria!
¡Hermanas, que sois su gala!
¡Salud!... Si afectos profundos
Traducir pueden palabras,
Por los ámbitos queridos
Llevad -¡brisas perfumadas
Que habéis mecido mi cuna
Entre plátanos y palmas!-,
Llevad los tiernos saludos
Que a Cuba mi amor consagra.
Llevadlos por esos campos
Que vuestro soplo embalsama,
Y en cuyo ambiente de vida
Mi corazón se restaura:
Por esos campos felices,
Que nunca el cierzo maltrata,
Y cuya pompa perenne
Melifluos sinsontes cantan
Esos campos do la ceiba
Hasta las nubes levanta
De su copa el verde toldo
Que grato frescor derrama:
Donde el cedro y la caoba
Confunden sus grandes ramas
Y el yarey y el cocotero
Sus lindas pencas enlazan...
Donde el naranjo y la piña
Vierten al par su fragancia;
Donde responde sonora
A vuestros besos la caña;
Donde ostentan los cafetos
Sus flores de filigrana,
Y sus granos de rubíes
Y sus hojas de esmeraldas.
Llevadlos por esos bosques
Que jamás el sol traspasa,
Y a cuya sombra poética,
Do refrescáis vuestras alas,
Se escucha en la siesta ardiente
-Cual vago concento de hadas-
La misteriosa armonía
De árboles, pájaros, aguas,
Que en soledades secretas,
Con ignotas concordancias,
Susurran, trinan, murmuran,
Entre el silencio y la calma.
Llevadlos por esos montes,
De cuyas vírgenes faldas
Se desprenden mil arroyos
En limpias ondas de plata.
Llevadlos por los vergeles,
Llevadlos por las sabanas
En cuyo inmenso horizonte
Quiero perder mis miradas.
¡Llevadlos férvidos, puros,
Cual de mi seno se exhalan
-Aunque del labio el acento
A formularlos no alcanza-,
Desde la punta Maisí
Hasta la orilla del Mantua;
Desde el pico de Turquino
A las costas de Guanaja!
Doquier los oiga ese cielo,
Al que otro ninguno iguala,
Y a cuya luz, de mi mente
Revivir siento la llama:
Doquier los oiga esta tierra
De juventud coronada,
Y a la que el sol de los trópicos
Con rayos de amor abrasa:
Doquier los hijos de Cuba
La voz oigan de esta hermana,
Que vuelve al seno materno
-Después de ausencia tan larga-
Con el semblante marchito
Por el tiempo y la desgracia,
Mas de gozo henchido el pecho,
De entusiasmo ardiendo el alma.
Pero, ¡ah!, decidles que en vano
Sus ecos le pido a mi arpa;
Pues sólo del corazón
Los gritos de amor se arrancan.

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A UNA ACACIA

¡Árbol que amé! Te reconozco: en vano
el ábrego inclemente, el bóreas ronco,
con empeño tirano
contra tu pompa y majestad conspiran,
y en torno hacinan de tu mustio tronco
tus hojas, ¡ay! que murmurando giran.

Te reconozco, sí; que tu mudanza
no es mayor, no, que la mudanza mía.
Marchita, cual tus ramas, mi esperanza;
perdida, cual tus hojas mi alegría;
más que te quiso en tu verdor florido,
-cuando, cual tú, lozano se sentía -
hora te quiere el corazón herido,
contemplando tu duelo
bajo ese opaco y macilento cielo.

¡Ay! que también sus bóvedas etéreas
a mudanza cruel condena el hado...
Hoy luce un sol nublado
entre sombras aéreas,
que dudoso color visten al día;
y en el blando sosiego de la noche,
- bajo tu copa umbría -
en otro tiempo he visto placentera
surcar la luna, en esmaltado coche,
el campo azul de la tranquila esfera.

Entre tus ramas trémulas, su rayo
filtraba puro a iluminar mi frente;
mientras que el aura del risueño Mayo,
en gratos sones de mi lira ardiente,
rápida difundía
un nombre dulce, de inefable encanto...
Que sorda murmuró la fuente fría,
que el ave insomne repitió en su canto,
y allá distante - en el herboso hueco
de la gruta sombría -
volvió a mi oído melodioso el eco.

¡Liras del corazón! ¡Voces internas!
¡Divinos ecos del celeste coro
en que glorias sin fin, dichas eternas
e inagotable amor, en arpas de oro
cantan los serafines abrasados,
en alfombra de soles reclinados!
¡Oh, cómo entonces en el alma mía
resonar os sentí! Del pecho hirviente,
cual rápido torrente,
brotaba sin cesar la poesía...
Y un santo juramento
- que el labio apenas pronunciar osaba -

en alas del amor al firmamento
desde el fogoso corazón volaba,
allá en el infinito
su inmenso porvenir buscando escrito.

¿ Y de esta suerte pudo
mentir el alma y engañar el cielo?
¿Una efímera flor - lujo del suelo -
es de la dicha el triste simulacro,
y en un alma inmortal el fuego sacro
del sentimiento vívido y profundo,
existe y muere sin dejar señales,
cual árbol infecundo
o como planta en yermos arenales?...

¿Do llevaron los vientos
tantos de amor dulcísimos acentos,
tantos delirios de esperanza bella?
Aquellas dulces horas
que fueron ¡ay! cual deliciosas, breves,
¿adónde huyeron sin dejar ni huella?...
Al sacudir sus alas bramadoras
entre tus hojas. leves,
¡árbol querido! el aquilón sañudo
- que envuelto en nieblas por los aires zumba -
cual tu tronco, desnudo
dejó mi corazón, y mis amores
con tus marchitas flores
hundió a la par en ignorada tumba.

Igual hado nos cabe:
por eso te amo y a buscarte vuelvo
cuando te deja tu verdor suave;
que pasajero fue, cual la esperanza
de mi ya mustio corazón. La suerte
de tu pompa fugaz también alcanza
a mis dichas mezquinas;
y el astro sin calor, que alumbra inerte
tus míseras ruinas,
la imagen es del pálido recuerdo
de aquel amor que para siempre pierdo.

Mas volverá, con Mayo,
la alegre primavera,
y tu beldad primera
tornará a darte el sol...

Sucederán las auras
a vientos bramadores,
y a lívidos vapores
las nubes de arrebol.

De la africana costa,
do vaga peregrina,
veloz la golondrina
te volverá a buscar;

que en tus pobladas ramas,
bajo dosel florido,
vendrá a labrar su nido,
atravesando el mar.

Y en torno revolando
de tu frondosa copa,
verás alegre tropa
de pajarillos mil...

Y con aromas puros,
- que al florecer exhalas -
perfumarás las alas
del céfiro gentil.

¿Por qué llorar tu suerte?
¿Por qué gemir tu duelo?
Que te marchite el hielo,
te azote el aquilón...

Tus gérmenes de vida
no agotan sus rigores;
cual tus perdidas flores
las que recobras son.

De un verdor te desnudas,
y otro verdor te cubre;
lo que te quita Octubre,
te restituye Abril.

Hoy eres a mis ojos
vestigio abandonado,
mañana honor del prado
y orgullo del pensil.

¡Mas nunca reverdecen
marchitas ilusiones!
¡No tienen estaciones
los yermos del dolor!

¡A revivir ni un día
ningún poder alcanza
de efímera esperanza,
la deshojada flor!

¿Qué sol habrá que venza
al desengaño esquivo,
y su calor nativo
a un alma yerta dé?

El fuego que a natura
de vida ardiente inflama,
¡no enciende, no, la llama
de la extinguida fe!

¡Sufre los aquilones,
oh árbol afortunado,
que a restaurarte - tras su soplo helado -
el dulce aliento del Favonio esperas!
Cuando esa, que depones,
pompa gentil te restituya Mayo,
y tus flores primeras
broten del sol al fecundante rayo,
la triste lira mía
no templaré para cantar tu gloria,
ni una insana memoria
vendré a abrigar bajo tu copa umbría...

Mas pueda entonces, pueda,
rica de aromas, de verdor y flores,
(¡esta esperanza a mi dolor le queda!)
sombra prestar a mi sepulcro frío...
Y cuando torne el aquilón impío
a marchitar tus plácidos colores,
las ramas melancólicas inclina
sobre mi humilde losa;
y en hora silenciosa,
- cuando la noche lóbrega domina
las lánguidas esferas,
y esparce su narcótico beleño -
que tus hojas postreras
giren en torno, y a mi eterno sueño
con lúgubre murmullo
benignas den el postrimer arrullo!

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AL PARTIR


¡Perla del mar! ¡Estrella de occidente!
¡Hermosa Cuba! Tu brillante cielo
La noche cubre con su opaco velo,
Como cubre el dolor mi triste frente.

¡Voy a partir!... La chusma diligente,
Para arrancarme del nativo suelo
Las velas iza, y pronta a su desvelo
La brisa acude de tu zona ardiente.

¡Adiós!, ¡patria feliz, edén querido!
¡Doquier que el hado en su furor me impela,
Tu dulce nombre halagará mi oído!

¡Adiós!... Ya cruje la turgente vela...
¡El ancla se alza... El buque, estremecido,
Las olas corta y silencioso vuela!

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SONETO IMITANDO UNA ODA DE SAFO

¡Feliz quien junto a ti por ti suspira,
quien oye el eco de tu voz sonora,
quien el halago de tu risa adora,
y el blando aroma de tu aliento aspira!

Ventura tanta, que envidioso admira
el querubín que en el empíreo mora,
el alma turba, al corazón devora,
y el torpe acento, al expresarla, espira.

Ante mis ojos desaparece el mundo,
y por mis venas circular ligero
el fuego siento del amor profundo.

Trémula, en vano resistirte quiero...
de ardiente llanto mi mejilla inundo...
¡delirio, gozo, te bendigo y muero!

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A ÉL

No existe lazo ya; todo está roto:
plúgole al Cielo así; ¡bendito sea!
Amargo cáliz con placer agoto;
mi alma reposa al fin; nada desea.

Te amé, no te amo ya; piénsolo, al menos.
¡Nunca, si fuere error, la verdad mire!
Que tantos años de amarguras llenos
trague el olvido; el corazón respire.

Lo has destrozado sin piedad; mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano...
mas nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.

De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión; ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que, irresistible,
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

Quísolo Dios, y fue. ¡Gloria a su nombre!
Todo se terminó; recobro aliento.
¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre...
Ni amor ni miedo al contemplarte siento.

Cayó tu cetro, se embotó tu espada...
mas, ¡ay, cuán triste libertad respiro!

Hice un mundo de ti, que hoy se anonada,
y en honda y vasta soledad me miro.

¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.

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PASEO POR EL BETIS

Ya del Betis
Por la orilla
Mi barquilla
Libre va,

Y las auras
Dulcemente
Por mi frente
Soplan ya.

¡Boga, boga,
Buen remero,
Que el lucero
Va a salir,
Y a occidente
Ledo sube
En su nube
De zafir!

De la tarde,
Que ya expira,
Se retira
Lento el sol,
Y a medida
Que se aleja,
Huellas deja
De arrebol.

Ya a ocultarse
Va sereno
En el seno
De la mar,
Y del cielo
Cae en tanto
Leve llanto
Sin cesar.

Con su riego
Mil olores
Dan las flores
Del pensil,
Halagadas
Por la brisa,
Blanda risa
Del abril.

Busca el nido
Do se mece,
Y adormece
Luego al fin,
En las ramas
Del granado
El pintado
Colorín;

Y allá -lejos
De la orilla-
Ve a Sevilla
Reposar,
De cien torres
Coronada,
Perfumada
De azahar.

¡Sorprendente
Panorama,
Do derrama
Su fulgor,
De la noche
Mensajero,
El lucero
Brillador!

¡Oh!, no esperes
A que muera
La postrera
Claridad;
Boga, boga,
Buen remero
Más ligero,
¡Por piedad!

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AL SOL, EN UN DÍA DE DICIEMBRE

Reina en el cielo, ¡Sol!, reina, e inflama
Con tu almo fuego mi cansado pecho:
Sin luz, sin brío, comprimido, estrecho,
Un rayo anhela de tu ardiente llama.
A tu influjo feliz brote la grama;
El hielo caiga a tu fulgor deshecho:
¡Sal, del invierno rígido a despecho,
Rey de la esfera, sal; mi voz te llama!
De los dichosos campos do mi cuna
Recibió de tus rayos el tesoro,
Me aleja para siempre la fortuna:
Bajo otro cielo, en otra tierra lloro,
Donde la niebla abrúmame importuna...
¡Sal rompiéndola, Sol; que yo te imploro!

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A LA MUERTE DE DON JOSÉ MARÍA DE HEREDIA

Le poète est semblable aux oiseaux
de passage,
Qui ne batissent point leur nid
sur le rivage.
Lamartine


Voz pavorosa en funeral lamento,
Desde los mares de mi patria vuela
A las playas de Iberia; tristemente
En son confuso la dilata el viento;
El dulce canto en mi garganta hiela,
Y sombras de dolor viste a mi mente.
¡Ay!, que esa voz doliente,
Con que su pena América denota
Y en estas playas lanza el océano,
«Murió -pronuncia- el férvido patriota...»
«Murió -repite- el trovador cubano»;
Y un eco triste en lontananza gime,
«¡Murió el cantor del Niágara sublime!»

¿Y es verdad? ¿Y es verdad?... ¿La muerte impía
Apagar pudo con su soplo helado
El generoso corazón del vate,
Do tanto fuego de entusiasmo ardía?
¿No ya en amor se enciende, ni agitado
De la santa virtud al nombre late?...
Bien cual cede al embate
Del aquilón el roble erguido,
Así en la fuerza de su edad lozana
Fue por el fallo del destino herido...
Astro eclipsado en su primer mañana,
Sepúltanle las sombras de la muerte,
Y en luto Cuba su placer convierte.

¡Patria! ¡Numen feliz! ¡Nombre divino!
¡Ídolo puro de las nobles almas!
¡Objeto dulce de su eterno anhelo!
Ya enmudeció tu cisne peregrino...
¿Quién cantará tus brisas y tus palmas,
Tu sol de fuego, tu brillante cielo?...
Ostenta, sí, tu duelo;
Que en ti rodó su venturosa cuna,
Por ti clamaba en el destierro impío,
Y hoy condena la pérfida fortuna
A suelo extraño su cadáver frío,
Do tus arroyos, ¡ay!, con su murmullo
No darán a su sueño blando arrullo.

¡Silencio!, de sus hados la fiereza
No recordemos en la tumba helada
Que lo defiende de la injusta suerte.
Ya reclinó su lánguida cabeza
-De genio y desventuras abrumada-
En el inmóvil seno de la muerte.
¿Qué importa al polvo inerte,
Que torna a su elemento primitivo,
Ser en este lugar o en otro hollado?
¿Yace con él el pensamiento altivo?...
Que el vulgo de los hombres, asombrado
Tiemble al alzar la eternidad su velo;
Mas la patria del genio está en el cielo.

Allí jamás las tempestades braman,
Ni roba al sol su luz la noche oscura,
Ni se conoce de la tierra el lloro...
Allí el amor y la virtud proclaman
Espíritus vestidos de luz pura,
Que cantan el hosanna en arpas de oro.
Allí el raudal sonoro
Sin cesar corre de aguas misteriosas,
Para apagar la sed que enciende al alma
-Sed que en sus fuentes pobres, cenagosas,
Nunca este mundo satisface o calma.-
Allí jamás la gloria se mancilla,
Y eterno el sol de la justicia brilla.

¿Y qué, al dejar la vida, deja el hombre?
El amor inconstante; la esperanza,
Engañosa visión que lo extravía;
Tal vez los vanos ecos de un renombre
Que con desvelos y dolor alcanza;
El mentido poder; la amistad fría;
Y el venidero día
-Cual el que expira breve y pasajero-
Al abismo corriendo del olvido...
Y el placer, cual relámpago ligero,
De tempestades y pavor seguido...
Y mil proyectos que medita a solas,
Fundados, ¡ay!, sobre agitadas olas.

De verte ufano, en el umbral del mundo
El ángel de la hermosa poesía
Te alzó en sus brazos y encendió tu mente,
Y ora lanzas, Heredia, el barro inmundo
Que tu sublime espíritu oprimía,
Y en alas vuelas de tu genio ardiente.
No más, no más lamente
Destino tal nuestra ternura ciega,
Ni la importuna queja al cielo suba...
¡Murió!... A la tierra su despojo entrega,
Su espíritu al Señor, su gloria a Cuba;
¡Que el genio, como el sol, llega a su ocaso,
Dejando un rastro fúlgido su paso!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

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AMOR Y ORGULLO

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Un tiempo hollaba por alfombras rosas,
Y nobles vates, de mentidas diosas
Prodigábanme nombres;
Mas yo, altanera, con orgullo vano,
Cual águila real al vil gusano,
Contemplaba a los hombres.

Mi pensamiento -en temerario vuelo-
Ardiente osaba demandar al cielo
Objeto a mis amores:
Y si a la tierra con desdén volvía
Triste mirada, mi soberbia impía
Marchitaba sus flores.

Tal vez por un momento caprichosa
Entre ellas revolé, cual mariposa,
Sin fijarme en ninguna;
Pues de místico bien siempre anhelante,
Clamaba en vano, como tierno infante
Quiere abrazar la luna.

Hoy, despeñada de la excelsa cumbre,
Do osé mirar del sol la ardiente lumbre
Que fascinó mis ojos,
Cual hoja seca al raudo torbellino,
Cedo al poder del áspero destino...
¡Me entrego a sus antojos!

Cobarde corazón, que el nudo estrecho
Gimiendo sufres, dime: ¿qué se ha hecho
Tu presunción altiva?
¿Qué mágico poder, en tal bajeza
Trocando ya tu indómita fiereza,
De libertad te priva?

¡Mísero esclavo de tirano dueño,
Tu gloria fue cual mentiroso sueño,
Que con las sombras huye!
Di, ¿qué se hicieron ilusiones tantas
De necia vanidad, débiles plantas
Que el aquilón destruye?

En hora infausta a mi feliz reposo,
¿No dijiste, soberbio y orgulloso:
-¿Quién domará mi brío?
¡Con mi solo poder haré, si quiero,
Mudar de rumbo al céfiro ligero
Y arder al mármol frío!

¡Funesta ceguedad! ¡Delirio insano!
Te gritó la razón... Mas ¡cuán en vano
Te advirtió tu locura!...
Tú mismo te forjaste la cadena,
Que a servidumbre eterna te condena,
Y a duelo y amargura!

Los lazos caprichosos que otros días
-Por pasatiempo- a tu placer tejías,
Fueron de seda y oro:
Los que ahora rinden tu valor primero,
Son eslabones de pesado acero,
Templados con tu lloro.

¿Qué esperaste, ¡ay de ti!, de un pecho helado,
De inmenso orgullo y presunción hinchado,
De víboras nutrido?
Tú -que anhelabas tan sublime objeto-
¿Cómo al capricho de un mortal sujeto
Te arrastras abatido?

¿Con qué velo tu amor cubrió mis ojos,
Que por flores tomé duros abrojos
Y por oro la arcilla?...
¡Del torpe engaño mis rivales ríen,
Y mis amantes, ¡ay!, tal vez se engríen
Del yugo que me humilla!

¿Y tú lo sufres, corazón cobarde?
¿Y de tu servidumbre haciendo alarde,
Quieres ver en mi frente
El sello del amor que te devora?...
¡Ah!, velo, pues, y búrlese en buen hora
De mi baldón la gente.

¡Salga del pecho -requemando el labio-
El caro nombre, de mi orgullo agravio,
De mi dolor sustento!...
¿Escrito no le ves en las estrellas
Y en la luna apacible, que con ellas
Alumbra el firmamento?

¿No le oyes, de las auras al murmullo?
¿No le pronuncia -en gemidor arrullo-
La tórtola amorosa?
¿No resuena en los árboles, que el viento
Halaga con pausado movimiento
En esa selva hojosa?
De aquella fuente entre las claras linfas,
¿No le articulan invisibles ninfas
Con eco lisonjero?...
¿Por qué callar el nombre que te inflama,
Si aún el silencio tiene voz, que aclama
Ese nombre que quiero?...

Nombre que un alma lleva por despojo;
Nombre que excita con placer enojo,
Y con ira ternura;
Nombre más dulce que el primer cariño
De joven madre al inocente niño,
Copia de su hermosura:

Y más amargo que el adiós postrero
Que al suelo damos donde el sol primero
Alumbró nuestra vida.
Nombre que halaga, y halagando mata;
Nombre que hiere -como sierpe ingrata-
Al pecho que le anida...
¡No, no lo envíes, corazón, al labio!...
¡Guarda tu mengua con silencio sabio!
¡Guarda, guarda tu mengua!
¡Callad también vosotras, auras, fuente,
Trémulas hojas, tórtola doliente,
Como calla mi lengua!


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