Poemas de Francisco Villaespesa
WEBMASTER: Jesús Herrera Peña

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La Canción del Recuerdo Fantasía Morisca
Lucha Morena Mía
Drama Eterno Misa del Alba
A Rogelio Buendía Manzano Balada de Amor
La Dama Vestida de Blanco Galantería
El Caimán


LA CANCIÓN DEL RECUERDO

I

Igual que en un sepulcro me he encerrado
en tu eterno recuerdo, y en él vivo,
la frente entre las manos, pensativo,
evocando las glorias del pasado.

¿Será posible que un amor tan fuerte
se haya para mi amor desvanecido?
¡El amor es más fuerte que la Muerte,
y la Muerte más fuerte que el olvido!

Largas horas de espera... Eternidades
que llenan de ansiedad mis soledades.
Solo y soñando con tu amor me tienes;

solo y soñando con tu vuelta muero...
Si nunca has de venir, ¿por qué te espero?
Y si te espero aún, ¿por qué no vienes?

II

El alba iluminó la vidriera,
y a su luz angustiosa y azulada,
yerto, sobre el blancor de la almohada,
Se destacaba su perfil de cera.

Abrió los ojos, y la vida entera
palpitó en la inquietud de su mirada,
y en mis manos su frágil mano helada
temblaba como un ave prisionera...

Balbució su voz: -¡Te adoro tanto!
¡Pídele al Cielo que mañana viva!
Y mis venas heláronse de espanto

al contemplar sobre su faz inerte,
como el vuelo de un ave fugitiva,
aletear las sombras de Ia Muerte.

III

Y su voz se esparció, como un aroma
de eternidad: -Cuando mañana, muerta,
córtame de raíz la cabellera...,
¡no quiero que la tierra se la coma!

Y como último don de mis cuidados
para que cuide de tu pobre vida,
colócala en la mano bendecida
la Virgen de los Desamparados

¡Yo no quiero morir, Señor, no quiero!
¿Qué va a ser de mi amor si yo me muero?
Clamó de pronto, pálida y sombría,

y se abrazó a mi cuello sollozando...
¡Y en su trémulo acento se sentía
que hasta la voz estaba agonizando!

IV

Ante la Virgen que adorabas tanto
rezaba con tan ciega idolatría,
que entre mis labios la oración moría
estrangulada por mi propio llanto.

La imagen, impasible a mi quebranto,
con sus labios pintados sonreía
a un Niño que en los brazos sosteía
medio oculto en los pliegues de su manto.

- ¡Mi vida en cambio de la suya!-dije.
Ciego de pena y de terror, maldije;
y al salir de la brusca pesadailla,

vi en la faz de la imagen, con espanto,
algunas gotas trémulas de llanto
rodar sobre el carmín de su mejilla.

V

La gente de la casa sollozaba
detrás de la empañada vidriera,
y un acre olor a derretida cera
en el fúnebre ambiente se aspiraba.

El carpintero, impávido, clavaba
aquella negra caja de madera,
y cada golpe de martillo era
puñal que el corazón me traspasaba.

- ¡Señor, Señor! ¿Por qué me la has quitado?
- al pie de Crucifijo, arrodillado
y dando suelta a mi dolor, clamaba...

¡Y hasta el Cristo, impasible, parecía
que mi futura soledad sentía
y de dolor sobre la cruz lloraba!

VI

- ¿Eres tú el Justo que a los justos premia?
- clamó mi labio, y de dolor maldijo,
y ante la sorda voz de mi blasfemia
palideció la faz del Crucifijo.

Cegó mis ojos un raudal de llanto...
Quise luchar aún contra la suerte,
¡y sentí entre mis brazos, con espanto,
crujir el esqueleto de la Muerte!

- ¡Nadie la toque!-dije. Y abrazado
como loco a su cuerpo inanimado,
intenté con mis besos darle vida.

- ¡Despierta-le grité-, mi amor despierta!
¡Y era mi voz tan honda y dolorida,
que vi llorar los ojos de la muerta!

VII

Al cortar sus cabellos, agitados
por el rudo estertor de la agonía,
por el amor mis ojos engañados,
aún creyeron notar que sonreía.

Sorbre su corazón puse el oído,
y juro que sentí cual si quisiera,
de mi inmenso corazón compadecido,
palpitar otra vez, y no pudiera.

Cuando pasó aquel vértigo de espanto,
en el lecho me hallé... Surcaba el llanto
en copioso raudal mi rostro inerte...

Contra el pecho apretaba sus cabellos,
temiendo que la mano de la Muerte
también quisiera apoderarse de ellos.

VIII

Yo te he deshecho, ¡oh muerta cabellera,
para que recatases, destrenzada,
el pudor de una virgen desposada
que desnuda se vio por vez primera!

La ágil caricia de tus sedas era
como una primavera perfumada...
Serviste a mis ensueños de almohada,
y serás mi sudario cuando muera.

Sueltos tus rizos, en el aire ondean;
mis manos con amor por ellos vagan
temblorosas de afán, llenas de miedos,

pues teme mi ilusión que acaso sean
telarañas de sol, y se deshagan
al menor movimiento de mis dedos.

IX

Aquí el sillón donde bordar solía,
de las noches de invierno en la velada...
La frente entre las manos apoyada,
yo, a la luz de la lámpara, leía.

Cansado, la lectura interrumpía,
y, sonriendo, alzaba la mirada...
Ella, a veces, mirándome extasiada
-la aguja entre los dedos-, sonreía.

Ahora también parece que la espera
el vacío sillón, allá en la sombra.
La lectura interrumpo... El alma entera

palpita de avidez en mis oídos,
esperando sentir sobre la alfombra
el ligero rumor de sus vestidos.

X

En la penumbra se destaca el lecho
donde la luz solar la sorprendía,
apoyada la sien sobre mi pecho
y dormida su mano entre la mía.

Brillan las trenzas largas y castañas...
Vela sus formas el ropaje blanco...
Duermen los ojos bajo sus pestañas,
y descansa su mano sobre el flanco...

"Duerme y sueña conmigo...No está ...muerta.
Ya la alondra cantó... ¡Mi amor, despierta!
¡Alza tu frente sobre la almohada!"

Ahoga el silencio el ansia de mi ruego...
Y palpo entre las sombras, como un ciego
que abre los ojos y no mira nada.

XI

Visión que cruzas por mis sueños, dime:
¿qué profundas tristezas te devoran?
¿Por qué tus ojos, si me miran, lloran?
¿Por qué tu labio, si me nombra, gime?

Sólo tus manos pálidas e inciertas
las antiguas ternuras conservaron,
y, cual vivas, ayer, me acariciaron,
vienen ahora a acariciarme muertas.

Descorren las cortinas de mi lecho;
penetran, sin dolor, hasta mi pecho,
a acariciar mi corazón herido...

Su caricia es tan tímida y suave,
cual si viniesen a curar un ave
que herida llega a desangrarse al nido.

XII

¿Qué encanto tiene esa lejana estrella,
qué mágico poder en ella existe,
cuando tan pronto de mi amor partiste
sin dejar el recuerdo de una huella?

La vieja casa, tan alegre y bella,
desde que tú con tu alegría huiste,
está tan muda, desolada y triste,
que da espanto y terror entrar en ella.

¿Por qué, por qué nos has abandonado?
El fuego del hogar está apagado;
las ventanas cerradas, y si alguna

mano las abre, hasta la luz parece
que, llorando el rigor de mi fortuna,
al entrar en la casa se entristece!

XIII

Todas las noches a la cita vienes,
no sé de dónde, lívido el semblante
los cabellos pegados a las sienes,
cual los cabellos de un agonizante.

Descorres las cortinas, y te paras
en el umbral, inmóvil, silenciosa,
llena de tierra, como si acabaras
de alzarte de las piedras de tu fosa.

Ni a respirar ante tu faz me atrevo,
y en tan profundos éxtasis me sumo,
que ni siquiera las pestañas muevo...

Mi ilusión se conforma con mirarte
temiendo que, cual ráfaga de humo,
pudiera con mi aliento disiparte.

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FANTASÍA MORISCA

El reloj encantado
retumba la una.

Bajo el plateado
temblor de la Luna,
la fuente sonora
del patio, entre tanto,
nos cuenta el encanto
de la reina mora.

Un dragón vigila
su lóbrego encierro.
La feroz pupila
se revuelve inquieta.

A quien mira, mata.
La mano de hierro
crispada aún, sujeta
la llave de plata.

Lenta el agua llora;
y la reina mora,
sola con su llanto,
espera el acero
del joven guerrero
que rompa el encanto.

Pálida y sumisa,
bajo una palmera,
con su peine de oro
y marfil, alisa
el negro tesoro
de su cabellera!

El reloj encantado
retumba la una.
Bajo el plateado
temblor de la Luna,
la fuente sonora
del patio, entre tanto,
nos cuenta el encanto
de la reina mora!


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LUCHA

De la vida me lanzo en el combate
sin que me selle filiación alguna,
y atrás no he de volver, hasta que ate
a mi triunfante carro la Fortuna.

Contra mis enemigos, terco y rudo,
esgrimiré en la lid, que no me apoca,
por lanza mi razón y como escudo
mi carácter más firme que una roca.

Ni el desengaño pertinaz me arredra,
ni ante los golpes del dolor me humillo:
¡la estatua surge de la tosca piedra
a fuerza de cincel y de martillo!

¡Combatir es vivir!... La luz sublime
entre las sombras de la noche crece:
¡espada que en la lucha no se esgrime,
colgada en la panoplia se enmohece!

Mi razón en peligros no repara.
O subir a la cúspide consigo,
o muero, sin volver atrás la cara,
despreciando, al caer, a mi enemigo.

Ni la derrota en mi valor rehuyo...
Mas, antes de rendirme fatigado,
me encerraré en la torre de mi orgullo,
y en sus escombros moriré aplastado...

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MORENA MÍA

I

Bajo el fulgor lunar el mar es plata;
entreabre tú, mi bien, tu mirador,
y asómate a escuchar la serenata
que, mientras duermes tú, vela el amor.

Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.

II

La brisa de jazmines perfumada
despierta la pasión que duerme en mí;
la noche está para el amor creada
y todo vive, como yo, por ti.
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.

III

Sal a darle consuelo a mi tormento;
que si no sales del balcón al pie,
como esas rosas que deshoja el viento,
sin la luz de tus ojos moriré.
Asómate al balcón, morena mía,
las sombras de mis noches a alumbrar,
que, como un ciego, sin bordón ni guía,
así voy sin la luz de tu mirar.

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DRAMA ETERNO

¡La tragedia es vulgar por lo sencilla!
Una breve disputa acalorada:
la sangre que se agolpa a la mejilla
y que de pronto nubla la mirada.

Un grito: un arma que en el aire brilla;
y una mujer que rueda ensangrentada,
partido el corazón por la cuchilla,
por una tremebunda puñalada.

Yo miré al criminal enloquecido
de rodillas, besando el rostro ciego
donde la muerte su pavor retrata...

Siempre así es el amor, será y ha sido:
mata de celos y de un golpe, y luego
besa y besa, llorando lo que mata.

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MISA DEL ALBA

En el dulce silencio campesino,
y en copas de cristal, el labio bebe
la frescura del alba, como un vino
de rosas rojas conservado en nieve.

La geórgica blancura de un molino
como en una oración sus aspas mueve...
Se apaga el astro y se despierta el trino,
y una paz celestial de todo llueve.

¡Oh, sentir, entre sueños, el sonoro
clamor de la campana cristalina
llamando a misa con su voz de oro..!

¡Y mirar florecer en tu ventana,
en el pico de alguna golondrina,
la campanilla azul de la mañana!

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A ROGELIO BUENDÍA MANZANO

POETA JOVEN

¿El Bien y el Mal? ¿Quién sabe su camino...?
El crimen de la abeja se transforma
en miel. En tu anhelar sigue la norma
del instinto, lo único divino

que resta al barro humano. Peregrino
del Ensueño y creyente de la Forma,
comulga con tu espíritu y conforma
el ritmo de tu paso a tu destino.

Armoniza en tu voz, grave y sonora,
los ecos más remotos y diversos,
y al resplandor glorioso de tu aurora,

del aislamiento en la fecunda calma,
talla en la carne viva de tus versos
todo el lírico Olimpo de tu alma.

*

Un "¡espera!", un "¡recuerda!" es cuanto queda
de tu voz en mi oído... ¡todo es eso!
¡Nunca en tus labios floreció mi beso!
¡Jamás mis sueños perfumó la seda

de tus cabellos..! Bajo la arboleda
nos dijimos ¡adiós...! Y en un exceso
de orgullo y de rencor, se quitó el preso
sus cadenas de rosas... ¡Dios conceda

a tu alma la dicha ambicionada!
Yo, en las frías tinieblas de la nada
con pasos de sonámbulo me pierdo...

¡Y aullando de dolor, sobre la arena
del pasado, mi vida es una hiena
devorando el cadáver de un recuerdo!

*

Si yo fuese un orfebre florentino,
sobre el cristal de una esmeralda clara
con unción religiosa, cincelara
la línea audaz de tu perfil latino.

Y en el más puro oro, en el más fino,
después, como una lágrima engarzara
la verde gema, para que brillara
en medio de tu seno alabastrino.

Y si fuera pintor, ¡con qué cuidado,
con mi pincel, por el amor guiado,
diluiría en la cándida vitela

de un abanico tu sutil figura,
entre el rosa fragante y la frescura
de un florido paisaje de acuarela!

*

No volveré a gozar en tu mirada
la luz del Paraíso, ni el fragante
reposo de tu seno palpitante
servirá a mis cansancios de almohada,

que un ángel silencioso, con su espada
de fuego, en los umbrales vigilante,
guarda la estrecha puerta de diamante
de mi perdido Edén única entrada.

Jamás mi alma renacer espera
en la paz de tu eterna Primavera.
Para siempre tus rosas he perdido...

¡Oh Paraíso de mi amor postrero,
cuya entrada defiende con su acero
el ángel silencioso del Olvido!

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BALADA DE AMOR

-Llaman a la puerta, madre. ¿Quién será?
-Es el viento, hija mía, que gime al pasar.
-No es el viento, madre. ¿No oyes suspirar?
-Es el viento que al paso deshoja un rosal.
-No es viento, madre. ¿No escuchas hablar?
-El viento que agita las olas del mar.
-No es el viento. ¿Oíste una voz gritar?
-El viento que al paso rompió algún cristal.
-Soy el amor -dicen-, que aquí quiere entrar...
-Duérmete, hija mía..., es el viento no más.

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LA DAMA VESTIDA DE BLANCO

Jardín blanco de luna, misterioso
jardín a toda indagación cerrado,
¿qué palabra fragante ha perfumado
de jazmines la paz de tu reposo?

Es un desgranamiento prodigioso
de perlas, sobre el mármol ovalado
de la fontana clásica: un callado
suspirar;... un arrullo tembloroso...

Es el amor, la vida... ¡Todo eso
hecho canción! La noche se ilumina;
florecen astros sobre la laguna...
¿Es la luna que canta al darte un beso,
o el ruiseñor que estremecido trina
al recibir los besos de la luna?

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GALANTERÍA

Por ver quién recogía tu pañuelo,
que dejaste caer a unos truhanes,
con el más bravo de los capitanes
al pie de tus balcones tuve un duelo.

Me hirió su espada bajo el ferreruelo,
y para contener nuevos desmanes
le hundí el acero hasta los gavilanes
y cayó, desangrándose, en el suelo.

Y tu pañuelo recogí galante
con ademán del que recoge un guante.
Y envainando la espada enrojecida,

me alejé sonriente y satisfecho,
apretando el pañuelo contra el pecho
para enjugar la sangre de mi herida.

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EL CAIMÁN

En la paz celestial de las alturas,
cual velos de quiméricas huríes,
nubes blancas, doradas, carmesíes,
despliegan sus eternas vestiduras.

Garzas de epitalámicas blancuras,
guacamayos, centzontles, colibríes,
enjoyan la floresta de rubíes,
topacios, perlas y amatistas puras.

En la ilusión de la corriente brilla
un zafiro de mística pureza...
Cruzan nubes moradas, rojas, gualdas...

Y en la arena de oro de la orilla,
al sol, la incuria de un caimán, bosteza
resplandores de vivas esmeraldas.

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