El Abencerraje y la hermosa Jarifa
WEBMASTER: Justo Alarcón

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EL ABENCERRAJE Y LA HERMOSA JARIFA

AUTOR ANÓNIMO

Flor de romances, escogida entre los de Abindarráez, Jarifa y Rodrigo de Narváez


ROMANCES


1

Rodrigo de Narváez guarda la frontera

En el tiempo que reinaba
el Infante don Fernando,
que del reino de Aragón
fue después Rey coronado,

en España residía
un caballero esforzado,
que Rodrigo de Narváez
fue de su nombre llamado,

que a todos los de su tiempo
en valor se ha aventajado;
y entre las cosas que hizo
adonde más le ha mostrado,

fue cuando ganó a Antequera
el Infante ya nombrado;
y ansí, de Alora y de ella
por alcaide le han dejado,

donde estuvo mucho tiempo
con algunos hijosdalgo,
muy valerosas empresas
contra moros acabando.

Pues como la ociosidad
nunca en ellos ha reinado,
saliéronse nueve juntos
una noche del verano,

del murmurar de los vientos
apacible convidados,
y de la luz de la luna
a la salida incitando,

por ver si tienen descuido
los de su bando contrario,
o si sale alguno de ellos
en la noche confiado [...]


2

Cabalgata nocturna, bajo la luna, de Rodrigo de Narváez y los suyos

Al campo sale Narváez,
vasallo del Rey de España
y alcaide de Antequera,
con ilustre cabalgada;

todos a punto de guerra,
de gran nombradía y fama,
salen por topar los moros
haciendo alguna emboscada:

La media noche sería
y la tierra en silencio estaba.
Narváez se sube al otero,
de allí la luna miraba;

tan clara estaba y serena,
que de vella se admiraba.
La noche parece día,
según el cielo mostraba;

el camino por do iban
en dos caminos se aparta
[...]


3

Abindarráez, vistosamente ataviado y con ricas armas, sale por la noche en busca de Jarifa. Los caballeros cristianos de Rodrigo de Narváez, al acecho, contemplan admirados la bella estampa del moro cantando los amores con su dama


[...] Métense en una arboleda
muy hermosa, que allí había.

Desde a poco rato vieron
venir con gran osadía
un valiente y gentil moro
de hermosa filosomía,

en un caballo ruano,
poderoso a maravilla,
amenazando los vientos
con la furia que traía;

que la silla con el freno
eran de grande valía,
con muchas borlas de grana,
demostrando el alegría

que llevaba el fuerte moro,
y en lo demás que traía:
las cabezadas, de plata,
labradas a la Turquía;

un caparazón bordado
de aljófar, que relucía,
y los estribos dorados,
aciones de seda fina.

El moro venia vestido
con estrema galanía,
marlota de carmesín,
muy llena de pedrería;

un albornoz de damasco
cortado de fantasía;
una fuerte cimitarra
a su costado ceñía;

el puño, de una esmeralda;
pomo, de piedra zafira;
la guarnición es de oro;
la vaina, de perlería.

Una adarga ante sus pechos,
de fuerte piel granadina,
a la morisca labrada;
una luna por divisa;

lleva el brazo arremangado
que muy fuerte parescía;
una lanza con dos hierros,
que veinte palmos tenía;

con aquel brazo herculeo
fuertemente la blandía.
Rica toca en su cabeza,
que tunecí se decía;

con las vueltas que le daba,
de armadura le servía,
con rapacejos colgando,
de oro de Alejandría.

Parecía el moro fuerte
un Héctor en valentía;
iba en todo tan lozano,
y tan lleno de alegría,
que con una voz graciosa
aqueste cantar decía:

En Granada fui nacido
de una mora de valía,
y en Cartama fui criado
por triste ventura mía.

Tengo dentro de Coín
las cosas que más quería,
que es mi bien y mi señora,
la muy graciosa jarifa.

Hora voy por su mandado,
do muy presto la vería,
si le placiere a Mahoma,
antes que amanezca el día.

Con tanta gracia cantaba,
porque en todo la tenía,
que a un triste corazón
bastaba a dar alegría
[...]


4

En este romance se trata de la desgracia en que cayeron los Abencerrajes como consecuencia de las habladurías propaladas por sus enemigos en la Corte de Granada, causa del destierro de Abindarráez a la frontera, cuando era niño

Caballeros granadinos,
aunque moros, hijos dalgo,
con envidiosos intentos
al rey moro van hablando,

viendo que los favorece
todo el granadino estado,
hombres, niños y mujeres,
caballeros y villanos;

dicen que los Bencerrajes,
linaje noble, afamado,
procuran dalle la muerte
para gozar su reinado.


5

Otro romance sobre la desgracia de la familia de los Abencerrajes

En las torres del Alhambra
sonaba gran vocería
y en la ciudad de Granada
grande llanto se hacía,
porque sin razón el Rey
hizo degollar un día
treinta y seis Abencerrajes
nobles y de gran valía,
a quien Cegrís y Gomeles
acusan de alevosía.

Granada los llora más,
con gran dolor que sentía,
que en perder tales varones
es mucho lo que perdía:
hombres, niños y mujeres
lloran tan grande perdida,
lloraban todas las damas,
cuantas en Granada había.

Por las calles y ventanas
mucho luto parecía;
no había dama principal
que luto no se ponía
ni caballero ninguno
que de negro no vestía,
sino fueran los Gomeles,
do salió el alevosía;
y con ellos los Cegrís
que les tienen compañía.

Y si alguno luto lleva,
es por los que muerto habían
los Gazules y Alabeces,
por vengar la villanía,
en el cuarto de los Leones,
con gran valor y osadía.
Y si hallaran al rey
le privaran de la vida,
por consentir la maldad
que allí consentido había.


6

En este romance se trata de los amores primeros de Abindarráez y Jarifa, y la separación de los enamorados por irse ella con su padre a otro lugar de la frontera

Crióse el Abindarráez
en Cartama, esa alcaidía,
hasta que fue de quince años
con la hermosa Jarifa.
Padre llamaba al alcaide
que él en guarda lo tenía,
y Jarifa como hermana
le regalaba y servía.

Y solos por los jardines
se andaban de noche y día,
cogiendo de entre las flores
la que mejor parecía.
Si Abindarráez cantaba,
Jarifa le respondía,
y si acaso estaba triste,
Jarifa se entristecía.

Y estando una madrugada,
ya que la aurora salía,
sentados junto a una fuente
que el agua dulce corría,
Jarifa de Abindarráez
muchas veces se retira,
y aunque muestra rostro alegre,
no burla como solía;
antes de muy congojada
en mirándole sospira,
y el valiente Abindarráez
mucha tristeza sentía.

Y con la voz amorosa
le pregunta qué tenía.
Jarifa como discreta
sospirando respondía:
?¡Ay, Abindarráez querido,
ay, alma del alma mía!
¡Cómo se nos va apartando
el contento y alegría!

Que a mi padre oí anoche,
fingiendo estar yo dormida,
que hermandad ni parentesco
entre nosotros no había;
y que de aquesta frontera
el rey, alcaide os hacía,
y que mi padre en Coín
quiere el rey que asista y viva;
y pues oí el desengaño
en que engañada vivía,
siendo mi gloria tan breve
¿cómo podré tener vida?

Y estando los dos amantes
en su triste despedida,
llega a Abindarráez un paje
a pedille las albricias.


7

Romance de la carta de amor que escribe el Abencerraje a Jarifa instándole a que le mande llamar

A ti, la hermosa Jarifa,
Abindarráez salud envía,
el cual sin ella y sin ti
esta carta te escribía.

Mil veces dejé la pluma
y dejada la tenía;
el esfuerzo me animaba,
el temor me combatía.

En esto el atrevimiento
que te escribiese, decía;
el temor, ya despedido,
el amor me dio osadía.

Lo que te escribo, señora,
corazón y vida mía,
es que te acuerdes de mí,
cual salí de gallardía
en la vega de Granada
vestido de tu divisa;

y lo que más te agradezco,
Jarifa, en cuanto podía,
de saber cuán bien celaste
con Fátima, tu querida,
nuestros secretos amores,
como discreta entendida.

Lo que al presente suplico
con amor y cortesía
es que cumplas tu palabra
como de ti se confía,
que es de enviarme a llamar;
di: ¿cuándo será este día?

Y si error hay en la carta,
culpe a quien lo merecía.
Al amor primeramente
porque me favorecía;
después al atrevimiento,
y a la mano que escribía.


8

Romance de la carta de amor que escribe Jarifa a Abindarráez avisándole de la ausencia de su padre, para que vaya a encontrarse con ella

La pluma toma Jarifa,
y en un papel escribía
una carta a Abindarráez,
quien más que a sí le quería:

"Bien sabes, Abindarráez,
que soy tu menor cautiva,
tu vasalla y servidora
hasta el fin de mi vida.

Bien sabes que con tu ausencia,
por ser tú mi compañía,
vivo la más triste mora
de toda la morería.

Con esperanzas de verte
tengo esperanza de vida.
Ha querido el gran Mahoma
dar hoy fin a mi porfía,

que mi padre es ido a Ronda,
a Ronda, aquesa villa,
diciendo que ha de volver
dentro de tercero día.

Luego, vista la presente,
te parte[s], por vida mía,
que la tierra está segura
y tu fuerza está rendida."


9

Romance de los temores del Abencerraje esperando la carta de Jarifa y la llegada del mensajero con la misiva de amor

El postrero Abencerraje
que Abindarráez se llamaba,
teniendo por el rey Chico
la alcaidía de Cartama,

ninguna noche duerme
ni de día sosegaba
viéndose tan apartado
del contento de su alma,

porque su amada Jarifa
allá en Coín, donde estaba,
témese que no le olvide,
siendo de otro festejada;

que aunque estaba bien fiado,
siempre teme su mudanza,
porque mudanza en mujer
es cosa muy ordinaria,

cuantimás que en larga ausencia
ninguna paciencia abasta.

Y con este pensamiento
grandes congojas pasaba,
mas todo es bien empleado.

Pues tan bien se le pasaba,
que estando el Abencerraje
asomado a una ventana,
mirando hacia aquella parte
donde su señora estaba,

que este era el mayor regalo
que para su mal hallaba,
diciendo: "¡Dichosa tierra,
pues que deseo alabada,

que tienes la flor del mundo,
y la más hermosa dama
de todas cuantas han sido
ni serán según su fama!";

vio venir un escudero
que a gran priesa caminaba,
con una carta en la mano,
y hacia él enderezaba.

El moro cuando le vido
su corazón se alteraba,
porque no sabe quién fuese
ni para qué le buscaba,
y en llegando el escudero
de rodillas se hincaba,
y la carta que traía
en su mano se le daba;

y aunque no vio sobre escripto
no quiso preguntar nada,
mas en habiéndola abierto
la color se le mudaba,

porque vio en la cortesía
que era letra de su dama,
que a dar fin a sus amores
le envía a decir que vaya.


10

Lope de Vega cuenta, por medio de un romance en boca de Abindarráez, cómo Don Rodrigo rindió al moro cuando este iba camino de sus bodas Abindarráez a Jarifa


Llegó a Cartama Celindo
con tu carta cuando estaba
el sol inclinado al Sur,
pardo y triste, y no sin causa.

Leíla, beséla y dile
albricias de mi esperanza,
que se perdió en el ausencia
después de llena de canas.

Vestíme, hermosa señora,
colores, plumas y galas,
que un alegre pensamiento
con todas tres se declara.

Bajé a nuestra huerta antigua,
y despedíme en voz alta
de los árboles y flores,
de las fuentes y las aguas.

Diles mil abrazos tiernos,
y ellos también se inclinaban
a darme para ti muchos,
que aun tienen alma las plantas.

Puse al estribo las mías
sin el arzón, y a la casa
le dije volviendo el rostro:
?Piedras, Jarifa me aguarda.

No sé si me respondieron,
pero sentí que sonaban
por largo trecho las fuentes:
o era envidia o tu alabanza.

Esta, por todo el camino,
jornada, aunque breve, larga,
iban alternando a veces
entre la lengua y el alma,

cuando de unos robles verdes
entre pálidas retamas
oigo relinchos y voces,
y alzo la lanza y la adarga.

Pero al punto estoy en medio
de cinco lanzas cristianas,
mas sin soberbia te digo
que eran pocas otras tantas;

y quizá porque eran pocas,
trajo luego mi desgracia
otras tantas de refresco,
y una, la mejor de España:

Este fue el alcaide fuerte,
si sabes su nombre y fama,
que es de Alora y Antequera,
y estaba puesto en celada.

Apartó sus caballeros
desafióme a batalla
como caballero fuerte,
cuerpo a cuerpo en la campaña.

Como era fuerza, acetéle
y ansí con la luna clara
comenzamos nuestra guerra
jugando las fuertes lanzas.

Y pues al fin me venció.
No me alabo; decir basta
que tenía tres heridas
en brazo, muslo y espaldas.

No me las dieron huyendo
pero quien con diez batalla,
también sospecho que tiene
en las espaldas la cara.

Don Rodrigo de Narváez,
que así el alcaide se llama,
me prendió, y llevaba a Alora
de sus diez hombres en guarda,

cuando, viendo mi tristeza,
si le contaba la causa,
me prometió dar remedio
y ansí fue justo contarla:

Que hizo el cristiano conmigo
esta gentileza extraña,
con sólo mi juramento,
porque le di la palabra

que dentro el día tercero
volvería a Alora sin falta
a ser su preso y cautivo.
Mira si es justo quebrarla.

Y mira, mi bien, si debo
llorar mi suerte contraria,
pues le he de llevar el cuerpo
de quien tú tienes el alma.


11

El Abencerraje cuenta a don Rodrigo, camino de la prisión, después de la derrota, sus amores con Jarifa; en este fragmento de romance le refiere su juventud hasta que supo que la mora no era su hermana

Cuando yo nascí, cuitado,
luego mi padre me envía
para que criado fuese
en Cartama aquesa villa.

Encargárame al Alcaide,
que mi padre lo tenía
por grande amigo, y lo era,
y en las obras parecía,
pues con una hija sola
me criaba y le servía.

Ella me llamaba hermano,
yo a ella hermana mía;
como hermanos muy amados
pasábamos nuestra vida.

El amor entre los dos
diferencia no hacía;
como su hermano me amaba,
yo por hermana tenía.

Tanto cresció en hermosura,
que par a ella no había.
Vila una vez en la fuente
que en nuestro jardín corría,

peinándose los cabellos
como oro de Alejandría.
A la hermosa Salmasis
en belleza parescía.

Dije: ?¡Oh, quién fuese Troco
para estar cabe esta ninfa,
sin jamás quitarme de ella,
ni de noche ni de día!

Con su gracia y hermosura
corriendo a mí se venía,
y abrazándome me dijo:
?Ay, hermano de mi vida,
decidme, ¿dónde venís,
que yo buscado os había?

?Yo también a vos, hermana,
que sin vos no hay alegría.
Pero vos ¿cómo sabéis
que seáis hermana mía?

?Yo no más del grande amor
que como hermano os tenía,
y ver también que mi padre
como sus hijos nos cría.

Otras mil cosas pasamos
que el amor nos insistía.

Y como el tiempo descubre
las cosas, yo supe un día
como no era mi hermana,
y holguéme en demasía [...]


12

Otro romance que cuenta el mismo episodio de la libertad del moro

Mal herido Abindarráez
se sale de una batalla,
y preso, que es lo peor;
y lo que más estimaba,

no por verse de un cristiano
sobrado lanza por lanza,
mas por no poder cumplir
a Jarifa su palabra.

Solo va en medio de todos
los que el alcalde llevaba,
muy triste y muy pensativo,
y la cabeza abajada.

Suspira de rato en rato,
y entre sí él se quejaba:
?¿Hasta cuándo, di, fortuna,
has de estar conmigo airada?

Acaba ya, si quisieres;
mira que no ganas nada,
que no es honra en cuerpo muerto,
como dicen, dar lanzada.

Jarifa, señora mía,
mal nos fue en esta batalla,
pues tú pierdes tu cautivo,
yo mi gloria deseada.

No esperes, porque si esperas
estarás desesperada,
esperando a quien no espera,
que se acabó su esperanza.

¡Ay de mí, triste cautivo,
ay, que el alma se me arranca!
Diciendo esto dio un suspiro,
y los ojos se alimpiaba.

El alcaide, que es discreto,
y la noche hacía clara,
iba notando del moro
la tristeza que llevaba,

y apartándole a una parte,
supo de él toda la causa;
y al punto le dio licencia
con que le diese palabra

de volver a su prisión,
esta ventura acabada;
y el moro se fue contento
adonde Jarifa estaba.


13

En el curso de la novela de los amores de Geminandro y Laura, un personaje canta el romance de la soledad de Jarifa mientras espera a su enamorado; sigue otro en el que se canta el gozo del encuentro entre los enamorados moros; y otro más sobre la vuelta de Abindarráez y Jarifa al castillo de Rodrigo de Narváez

[...] y después de ya el suntuoso y rico banquete acabado, pidió Laura a Pinela tocase el instrumento y cantase alguna historia de cristiano o moro. A quien Pinela respondió diciendo que de cristiano no tenía cosa al presente de gusto, pero que sí tenía de moro enamorado, cuya historia, aunque antigua, la tenía sacada a lo nuevo; así, veniendo en ello Geminandro, y templando el instrumento, comenzó a requebrar la soledad de Jarifa en suave canto:


Triste, pensativa y sola
está la bella Jarifa,
temerosa de perder
al Bencerraje, su vida.

Debajo está de un jazmín,
en un jardín retraída,
de celos y pensamientos
el alma y fe combatida.

Siente que el plazo se pasa
y teme que se retira
el Abindarráez de verla
por mudanza o por desdicha.

Aflígela su sospecha
y el esperar la fatiga,
porque el firme amor, si espera,
siente cualquier niñería.

Con la memoria y los ojos
un solo camino mira,
y por corazón y boca
al Abindarráez suspira.

Teme la lanza cristiana
que don Fernando tenía
en el castillo de Alora,
por el Narváez regida.

Y con estas tristes olas
la llama de amor batida,
respirando por la boca
resuelve en llanto estas liras:

Si de la cruda ausencia,
le nasce al alma desastrada suerte,
no espere otra sentencia
el que espera la muerte
padesciendo este trago duro y fuerte.

Ausencia tiene el alma
rendida al celo sospechoso y duro,
el pensamiento en calma;
y el amor firme y puro,
si pasa mal de ausencia, no es seguro.

¡Ay, dulce Abindarráez,
si extraño amor y ausencia te han mudado,
o el cristiano Narváez
te tiene aprisionado,
no pierdas de Jarifa tu cuidado!

Cesó porque el moro vino
herido de dos heridas:
el fiel cuerpo, de Narváez,
y el corazón, de Jarifa.


Fue el discantar de Pinela tan gustoso a Geminandro y Laura que a mucha instancia le pidieron proseguiese si tenía acabada la historia por conoscer el gozo de presencia en los amantes, que ausencia fue tan penosa. Así proseguiendo Pinela, mudó el tono en la cítara y dijo:


14

Holgando está con Jarifa
el Abindarráez gallardo,
y contemplando en la gloria
que meresció su cuidado.

"Mi alma y mi bien", le dice;
ella: "mi ser y regalo";
él la llama: "mi señora";
ella: "mi señor y amado".

Que cuando es amor de tempre,
es con los suyos tan franco,
que con placeres de un día,
paga pesares de un año.

Pero como viene herido,
y cautivo de un cristiano,
no sabe si lo descubra
o si lo tenga callado.

Al "sí" le fuerza el se ver
de su palabra obligado,
mas el dar pena en Jarifa,
al "no" le está convidando.

Pero descúbrelo el rostro,
que ya le tiene turbado,
porque están juntos en él
amor y fe batallando.

Habla en Jarifa su celo
y pide el por qué celado
vive, suspenso y cuidoso,
triste, presente y mudado.

Rompen silencio en el moro
amor, temor y mandado,
y responde con suspiro
refiriendo el qué del caso:

"Ajeno de imaginar
insistiera mi contrario,
en resistir mi penar
a talle de batallar,
partí anoche solitario.

Intención sólo guiaba
a ver tu dulce presencia
pero fortuna que agrava
me ofreció batalla brava
cristiana, mas con clemencia.

De Alora ciertos guerreros
con Rodrigo de Narváez
en granadinos ligeros
salieron [a] Abindarráez,
armados de caballeros.

La sobrevista mirando,
vieron en mí que era moro,
y cinco que eran de bando
me acometieron volando
agraviando su decoro.

Señaláronse en rencuentro
con la fuerza de su langa,
pero no hicieron mudanza
en el corazón, que dentro
gozaba de tu esperanza.

Ora la suerte quisiese,
ora su corta ventura,
o el sitio de la espesura,
no hubo alguno que me hiriese,
ni falsease la armadura.

Doblóseles fuerza en verme
en la cruel liga metido,
y pretendiendo prenderme,
vieron tan bien defenderme
que temieron su partido.

Nascióles de este temor
corazón para llamar
al alcaide, su tutor,
de cuya fuerza y valor
te puedes asegurar.

León se mostró en la guerra
hasta que me vio rendido,
pero rendido y en tierra,
fue tan noble y comedido,
que su término me atierra.

Orgulloso y de guerrero
por armas quiso rendirme,
pero como caballero
sabiendo mi amor tan vero,
dio licencia de partirme.

Déjele palabra y fe
de volver a su prisión,
cumplida tu petición.
Esto, pues, es el por qué,
Jarifa, de mi pasión.

Arto siento en despedirme,
Jarifa, de tu presencia,
no por el temor de ausencia,
pues mal podrán ya rendirme
su mudanza y empaciencia.

Y cuanto quiera llegar
a destrozar mi constancia,
no hallarán tiempo y lugar;
para sólo imaginar
sacará de mí ganancia.

Ágalo posible en ello,
que aunque en hacer se deshaga
no podrá dejar la llaga
que tiene en el alma sello
de pagar lo que te paga."

Cuando Jarifa entendió
el por qué del triste caso,
y conosció ser cautivo
el Bencerraje su amado,

determina de partirse
a cumplir con él el plazo,
por no se quedar sin alma
con su ausencia y sin su amparo.



¿Ha sido, hermana Pinela ?dijo Silabia?, tan grata a mi gusto la letra y el concierto de tu música, que si competidores y premios hubiera, a mi juicio merescieras la corona.

?Bien es verdad ?dijo Laura?, pero parésceme que ha favorescido en la letra menos a Jarifa, no siendo ella en amar al moro menos aventajada.

?Harto a mi juicio ?dijo Geminandro? ha dicho de ella, señora, y si gustáis, pues no tiene competidor que la contradiga, prosiga la historia que a mi parescer lo más gracioso resta.

Y viniendo en ello Laura, templando a talle la cítara, prosiguió Pinela la historia en diversas tonadas de esta manera (prosigue en el romance XV)


15

Holgándose está con Jarifa
el Abindarráez gallardo,
y contemplando la gloria
que mereció su cuidado.

"Mi alma y mi bien", le decía;
ella: "Mi rey y regalo";
él: "Mi contento y señora";
ella: "Mi señor y amado".

Que el amor, si está de temple,
es con los suyos tan franco,
que por el placer de una hora
quita pesares de un año.

Mas como él viene herido
y cautivo de un cristiano,
de la villa de Antequera,
alcaide del rey don Sancho,

no pudo con el dolor
llevar su contento al cabo;
mas, con sobrada ocasión,
un triste suspiro ha dado.

Armas verdes y cautivo,
preso de amor sin batalla,
rendido el pecho a Jarifa
el Bencerraje cabalga.

No le dejan partir solo
los amores de quien ama,
porque ella gusta de ir presa
donde lleva presa el alma.

Parten los dos mano a mano
a cumplir la fe y palabra
que Abindarráez dio a Rodrigo
de volver preso a su casa.

Pasando por el jaral
adonde fue la batalla,
dice con un ¡ay! el moro
que del corazón arranca:

?Dulce Jarifa, aquí fue
donde tu amante perdió
la victoria que ganó
cuando te vendió su fe,
y tu cautivo quedó.

Aquí cayó Abindarráez
queriendo la suerte dura,
y ofresció en esta espesura
a Rodrigo de Narváez
tiempo, lugar y ventura.

Visto el sentimiento que hace,
tuerce Jarifa la habla
por restaurar el dolor
que le renueva la llaga.

Y con alegre semblante
mueven cuestión delicada
del hacer comedimiento
a don Rodrigo en su casa.

?Porque la gente cristiana
no nos condene en lenguaje,
quiero saber, Bencerraje,
qué salva será más llana
para tan llano hospedaje.

Pues donde hay vencimiento
es como esclavo el vencido,
si el vencedor es servido,
y este duro tratamiento
muchos hay que le han tenido.

No le puede dar respuesta
porque acabó la palabra
a la vista del castillo
donde don Rodrigo aguarda.


En lo último iba Pinela de su gustoso canto cuando por un camino que algo encima la fuente caía, sintieron venir agramente llorando una dama...


16

Romance con las quejas de la espera de Jarifa y la llegada del Abencerraje

Cercada de mil sospechas
la hermosa Jarifa estaba,
temiendo que Abindarráez
le faltase la palabra,
porque ve pasar la noche
y que a Coín no llegaba.

Con la congoja que siente
muchas veces sospiraba,
y sus ojos hechos fuentes
estas palabras hablaba:

?¿Dónde estáis, Abindarráez?
¡Qué es de ti, bien de mi alma!
¿Por qué has querido engañarme,
sabiendo que soy tu esclava?

Si no pensabas venir,
respondiérades a la carta,
y no hacerme esperar
para estar desesperada,

que aunque quiera no lo estar
no es tan larga la jornada,
que pueda pensar que en ella
gastaras noche tan larga.

Mas si acaso la fortuna
me quiso ser tan contraria,
que te encontrasen cristianos
para vencerte en batalla,

ruego [a] Alá que esto no sea,
antes que quede burlada
que, por no verte cautivo,
daré por rescate el alma.

Tanto lloraba Jarifa
que las piedras ablandaba,
pero vínole el remedio
cuando más penada estaba,

porque lo oyó, que en el jardín,
que sonaba un cuento de lanza,
y bajó corriendo [a] abrille
de placer alborotada;

y con la gran turbación
casi abrille no acertaba,
mas después que le hubo abierto,
un recio abrazo le daba.

Con el brazo echado al hombro,
al castillo lo llevaba,
adonde le hizo señor
de su hermosura y gracia.



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