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Lluvia La canción de Berisso
Grillo y cuna Pobreza a los diez años
Como un cántaro Esta lluvia, el perdón y mis rosales
Salvados Mínimamente y esencial
Mañana es siempre Sueño que llueve
Crónica de mi misma Este día de lluvia
 


LLUVIA

Lluvia, hoy no te siento.
Hoy no eres nada
mas que agua vertical.
Apenas si te escucho
golpear el pavimento
y llamar con tu clave 
sobre mi ventanal

Lluvia, hoy no eres nada
para mi desaliento
nocturno y abismal.

Cuando era niña hallaba 
en tu cancion un cuento,
y ya en mi adolescencia 
me diste un madrigal.
Ahora lluvia tengo
tanta tristeza adentro,
que no me dices nada
solo te oigo golpear.

CRÓNICA DE MI MISMA

Y querer merecerme; de veras merecerme. 
Revisar mis dispersas escrituras, 
mi palabra, revisarme el sollozo, 
la garganta, 
auscultarme el latido, desollarme, 
revisarme las venas, las arterias. 
todo el complejo existencial 
que asumo.

Revisar mi conducta, mis proyectos, 
lo soñado, ensoñado, 
lo vivido, 
conformarme de nuevo, aun no inscripta, 
sin visión, sin recuerdo, sin mentiras, 
sin verdades ocultas, temerosas, 
sin impulsos, 
sin deserción, sin este yo 
impreciso.

Revisarme hasta el fondo, descifrarme, 
prenderme, saberme, perdonarme, 
tanto pude y no hice, 
tanto hice febril
a manotazos, 
en apremio suicida, lograr algo, dejar
algo, quedarme allí incrustada, 
en la trama inicial, impenetrable, 
indestructible, quedar, estar, 
ser siempre, 
y vencer de la muerte, 
y de la vida.

Permanecer y ser, por solo acto 
de ingerencia en un sino 
de criatura.

Despedacé mi carne, carne mía, fatigada 
de esfuerzo y sinsabores, me derramé, me di, 
me hice guiñapo; al costado de holgura, 
fui miseria.
Quise tanto y a tantos, y la tierra, 
ese soplo de polvo que me aguarda, 
y mi aventura batalladora hecha 
de timidez, de inermidad
y miedo.
Estos árboles rudos que me vencen 
la mirada, cada vez menos útil, y esta noche
que circunda mis noches y me azuza y me manda 
no dormir, y pensar, y sentir frío, 
y volver al dolor que hice a un costado. 
Yo debo revisarme desde el antes, 
descubrir el motivo, causa, impulso, la razón, 
el por qué, y el hacia adónde, y el por qué 
del por qué de la pregunta.
Ascender la montaña hacia la cima, 
y mirarme, un abismo, 
en el abismo, y elevarme al azul 
por propio esfuerzo apoyándome en mí, 
envolviéndome en mí, 
desde mí misma, 
tirar de mí hacia arriba; tocar siquiera 
una sola estrella, una sola, o su fulgor 
siquiera, o siquiera seguirla 
desnudando
mi vergüenza a su luz. Esta corteza, 
que resquebraja
cada vez que pienso, 
y estas raíces que me petrifican
bajo la inercia de un planeta 
muerto.
Quiero salir maleza a herir caminos, 
y punzarme de heridas, ser, de pronto, 
este mundo y un próximo intuido, 
y recordar, de pronto, un otro antiguo 
mundo en seres golpeados que lloraron 
mucho antes de mí, y que derramaron 
en mi llanto de hoy, su sal y acíbar.

Ser el ánfora quieta de una ignota,
milenaria mansión
sin nada dentro, 
y esperando.

Un océano en peces y vitrales, y en suicidas 
y barcos milenarios; ser la orilla, el camino 
sobre el agua, ser la brújula, el sol rojo 
de noche y el marinero que perdió la novia, 
la llegada y el puerto, abigarradas 
multitudes ruidosas, 
y en mí, nadie.

Asomarme a la ardiente boca ígnea 
de un volcán que despierta en el incendio, 
y saber que soy fuego y quemadura, 
que la lava soy yo, 
descascarando;
desnudada, sentirme leña al rojo, derramado 
mineral, 
embistiendo la ladera, burbujeante y hervida.

Merecerme, de veras merecerme; 
en cuclillas orar, sin darme cuenta, 
porque quiera la entraña de mi madre, 
exhalarme a la luz, y ser pequeña, 
respirar, prometer, ser la esperanza 
para alguien, sin nada más que el hilo, 
que amenaza romper de una esperanza.

Merecerme de veras; ya retorno 
del altar y del lodo, del sollozo, 
del gemido y del canto, de mi propio 
funeral, y me escucho como corro 
anhelante y jadeante
a mi bautismo.

LA CANCION DE BERISSO

Ya te canto Berisso, caserío de latas,
portentoso latido de petrolera y fábricas.
Le canto a tu canal de sangre verdinegra
corriendo por tu cuerpo su endurecida arteria,
y canto a tu horizonte frustrado en chimeneas.

Yo le canto a tus hombres cauce de fibra y carne
para un proceloso océano de riquezas.
Y canto a tus mujeres afluentes sensitivas
con su aporte de sangre, desvelo y fatiga,
corriendo en jornadas por senderos de piedra.
Les canto por recias, valientes y tiernas
cumpliendo su excelso destino de hembra
florecidas en hijos, marchitas de espera.
Le canto a tus muchachos dejando la tarea
veneno en sus pulmones y plomo en las arterias,
en un alucinado girar de poleas .
Y canto a tus muchachas amapolas enhiestas
deshojando sus pétalos en la sección "conservas".
Le canto a tus niños al borde del camino
lanzando en barrilete sus mensajes al sol.
Le canto a sus harapos, y a su lecho de piso,
a su soledad de padres en horas de labor.
Yo le canto a tus niñas saliendo de la escuela:
alemanas, rusitas, italianas, armenias,
distintas lenguas todas e idéntico candor;
y canto a las pequeñas hijas de mi tierra
"made in argentina" levadura extrajera,
raíces que se prenden a un destino mejor.

Le canto al influjo de tus academias
alimentando el sueño de tu adolescencia
por salir del hollín;
y canto a tus escuelas nocturnas para adultos
donde padres y abuelos aprenden a escribir.
Le canto a tu optimismo, cuando a la calle estrecha
de casa de madera y techumbre de cinc, 
aquella que conduce derecho al matadero
salpicada de barro, le llamas PORVENIR...

Le canto a tu puerto de aguas hondas y quietas
con calor de regazo para vidas que llegan
en parición fecunda de una clase tercera.
Le canto a tus noches y le canto a tu almohada
con olor a petróleo y a res sacrificada.
La canto a tus bares de congojas que saltan
al aire en estridencias, guitarras, balalaikas ,
violines, bandoneón...
Marineros borrachos que cambian por monedas
honesto contrabando cigarrillos y alcohol.
La canto a tu cantina frente al embarcadero
Con lumbre de luciérnaga, paz de sauce llorón;
pescadores que vuelcan de sus redes repletas
hondas reminiscencias de una isla de amor.

Yo se que hay en mi tierra ciudades portentosas
de altivos rascacielos y riente población,
pero yo no podría transponer tus fronteras
sin pasar mi caricia sobre tu miseria,
sin hundirme en tu barro, sin morder tu pobreza,
sin sentir la tragedia de tu resignación,
a no ser otra cosa que lo que eres, colmena
desangrándote en mieles para gulas ajenas,

Y AQUÍ ESTA MI CANCION

Yo te canto colmena, por eso, por colmena,
y mi canto que quiso ser un grito de guerra,
un clarín de protesta, una arenga viril,
Después de conocerte Berisso bien de cerca
se repliega y comprende, que te haría feliz
alguna canción dulce de amor que te conmueva,
una canción de cuna sutil que te adormezca
bajo un cielo que el humo camufló de gris. 


POBREZA A LOS DIEZ AÑOS

Toda mi angustia tuvo la forma de un zapato.
de un zapatito roto, opaco, desclavado.
El patio de la escuela... Apenas tercer grado...
Qué largo fue el recreo, el más largo el año.
Yo sentía vergüenza de mostrar mi pobreza.
Hubiera preferido tener rotas las piernas
y entero mi calzado. Y allí contra una puerta 
recostada, mirando, me invadía el cansancio 
de ver cómo corrían los otros por el patio.

Zapatos con cordones, zapatos con tirillas, 
todos zapatos sanos. Me sentía en pecado 
vencida y diminuta, mi corazón sangrando...
Si supieran los hombres cuánto a los diez años 
puede sufrir un niño por no tener zapatos...
Que anticipo de angustia. Todavía perdura 
doliéndome el pasado. El patio de la escuela
y aquel recreo largo...

Mi piecesito trémulo, miedoso, acurrucado.
Mi infancia entristecida, mi mundo derrumbado.
Un pájaro sin alas, tendido al pie de un árbol.
La pobreza no tiene perdón a los diez años.




COMO UN CÁNTARO

Desde mi ángulo diurno de cordura, 
no recordaba cómo, 
llegué flecha, a disparar del arco. 
Fue la herida de penetrar la noche, 
que me llamó a encontrarme. 
Se miraba mi boca
en un roto cristal crecido a espejo. 
Con voluptuosa, medida muerte lenta, comencé, 
como un junco, vergonzoso de luz bajo la brisa, 
a declinar, y hallé hermoso contarme, derramando.
Fue el oído subiendo hasta la nota, 
fue una danza de ninfas sobre el lienzo, 
fue un murmullo de cuerdas arriesgadas, 
fue el silencio total, dando en el fondo 
del lugar de doler, y fue el estruendo 
de cien locas gargantas, borbotones, 
presurosos, urgidos
borbotones.
En el espejo, dos orillas curvadas de verano. 
Estabas a mis márgenes, con el agua mía 
riéndose a tus carnes, 
escasamente, mi nivel no alcanzaba 
siquiera al cáliz de tu cuerpo, cuerpo. 
Hubieras, sí, jugado con mi espuma, inclinada 
tu cabeza triste, y un poco sorprendida. 
Hubieras tal vez puesto tu paladar 
a escuchar mi voz de tempestad y azúcar, 
y a medio claudicar, como quien oye 
un lejano temblor
de cascos vueltos, vacilabas
la inminencia, mezcla de miedo que huye y regocijo, 
que alza en danza de grito
hasta las nubes.
Yo volcaba, siempre rítmica cuerda, grave, grave, 
y un sabor y un aroma discordantes, 
como pájaros nuevos que se esquivan, atreviste 
tus manos, hasta el borde mojado de mi cántaro. 
Se miraban mis labios, 
y eran, 
viva síntesis flúida, hembra, hembra, y de pronto, 
solamente agua, y de pronto, 
ni siquiera. 
El cristal sobre azogue de palabras, devolvía 
la presencia, 
de una boca en sabor desconocido. 
Desde mi ángulo diurno de cordura, me miraba brillar 
bajo la lámpara. 
Después, vuelta de aquella elevación desnuda, 
me descubrí tirada como un perro, 
con la lengua volcada a las estrellas 
y los dientes en polvo, y arañada 
toda el agua de patas 
imposibles; ya no estuve. 
Sólo tu ausencia, fue la verdad real, 
con gusto a sangre. 
Quise inclinar de nuevo, y era un ancho arenal 
seco, sediento, 
puro sol fatigado de mis brasas, 
era un cántaro hueco, 
sin oquedad siquiera, una idea de cántaro 
olvidada, 
era un nombre cabal de inexistencia. 
Y aquí, en la maraña, que quiso dejar a modo de
testimonio el viento, estoy;
mis dos brazos cubriéndome la cara, 
así me encuentras.


GRILLO Y CUNA

De un bosque donde crecen 
nomás
cunas, mi madre 
cortó un columpio dulce, 
maduro para el tiempo primero 
de mi infancia. 

Juntó flores de luna dormidas 
en el agua, mi madre 
y me las trajo, 
con un azul silencio 
robado de algún sueño de río 
a ser mi canto.

El viento entonces iba 
silbando 
como un hombre 
que vuelve del trabajo, 
mi padre, como un ala de viento 
sacudía
las ramas a su paso,
y a veces su latido temprano, 
más temprano 
que el bronce aún, despertaba
tañendo 
campanarios.

El sol 
como un abuelo de incendio 
nos decía 
su cuento cada día , de luz,
en la ventana,
y el techo, y las paredes, y el huerto
y la paloma y el patio, 
y la mañana,cabrían en el puño dorado 
de un durazno.

Mi padre
sembró grillos
de suerte en los rincones,
más pobres de la casa.

De noche nos cantaban 
perdón 
por todo el hambre del día 
y prometían
espigas y racimos 
que acaso maduraron después, 
cuando fue tarde.

Así crecí, los seres
de lluvia me llevaron consigo 
a todas partes
Fui lagrima en el llanto del sauce,
fui diamante
quebrado en las raíces frustradas 
de algun barco.

De tarde descifraba señales en el cielo
mi madre, 
por las noches,
mi padre me alcanzaba la voz 
de mis abuelos, en una 
remembranza ternura 
con los ojos 
callados, 
y las manos dormidas 
junto al fuego; 
así crecí.

ESTA LLUVIA, EL PERDON, Y MIS ROSALES


Y la lluvia sonríe, canta dentro 
del cristal que me habita
y repercute
sobre un suelo ya antiguo
en otras lluvias, y otras tardes miradas 
desde lejos.
Mi ventana de ver el mundo, abierta, 
y mi puerta a algún náufrago, 
descubro
que no hay puertas, 
que nunca hubo ninguna
para abrir, ni cerrar; que estuve afuera.
Y esta lluvia...
La tarde me habla quedo 
como un hombre, cansado ya de días, 
que repite y repite la aventura 
no vivida, 
y es su única aventura.
Que no sea la noche aún, imploro; 
que esta penumbra se prolongue 
y siga.
Que no llegue la sombra, que no arribe 
la hora parda, 
y el agua me columpia; recién nazco, 
es temprano, necesito 
de la gracia de un pétalo de tiempo, 
del milagro de dar 
mi voz exacta.
Un rocío ya apenas, esta lluvia 
se ha quedado fulgiendo
en las corolas 
amarillas y rojas de mi patio.
En cada gota –yo te absuelvo– escucho, 
de la espina y la herida
que causaste.
Esta lluvia, el perdón, y mis rosales. 
Emplumada de gris, vuela la tarde.



SALVADOS

Necesito entonces, 
adherirme a la tierra, 
prematuramente, descalza por el campo, 
sentándome en los troncos quebrados y caldos, 
ya casi horizontales al sitio 
de sembrarme.

Me duele esa piel ruda, vegetal, mal herida, 
y deslizo despacio por ella
hasta la hierba.

Mojo mis pies calientes en el polvo 
cansado, 
inevitablemente, me espero y me reclamo.

Desmenuzo los fríos terrones 
que me aguardan, los quiebro, los deshago 
con fuerza, 
con lujuria, tal vez, hasta con saña; 
seremos una misma sustancia, 
antes lo fuimos.

Siento a veces que llego
ya a ser la anticipada molécula, y el barro 
latido que respira, me impulsa y me apresura; 
me entrego y me apodero del frío, 
y del silencio;
ya somos una sola vital e inerte estancia.

Sucede que ahora llueve, 
y el agua golpetea la cúpula del mundo, 
me amparo y me descubro creyendo 
estar a salvo, y estoy a salvo.

Al cabo
de siglos, me descifro:
mi suelo conmovido, presiente una angustiada 
semilla
hacia un estío de nadas, germinando.


MÍNIMAMENTE Y ESENCIAL

Mínimamente y esencial, quería 
su hora de amor.
Como Dios la suya de creación, 
como Luzbel la suya 
de maldad.
Unica, que le configuraría, recién, 
definitivo. Terminar de hacerse, 
clausurar ese estar abierto, 
y arriesgado a cualquier 
final.
Todavía inmaduro, todavía 
mera línea de puntos en proyecto, 
todavía
con la indecisa sustancia del origen, 
con su boca y sus ojos
sin timón de gustar, y sin imagen, 
su hora de amor.
Actual, tardío ya, casi, necesitaba 
de esa clara razón contra su absurdo, 
ese color de: sí, para saberse, 
ese tono de sí, para escucharse, 
ese dolor de si, para sentirse. 
Más que a su sangre, en hondo 
ser y gesto, dentro y fuera de carne, 
precisaba
inscribirse con su señal de hombre 
inextinguible en la memoria 
larga del transcurso. 
Desatado a total, alto y rebelde, 
cada molécula suya de sentido,
cada aurora de anuncio y de presagio, 
eran su hambre y su sed, y eran su aliento 
de probarse latiendo en el espejo.

Imprescindible, ningún paso a confín 
sería trazado, ni el sonido transmitiría 
su presencia, 
ni la caricia movería sus alas 
sobre la piel caliente, ni lograría sin ella, 
desprendido, el aroma maduro de verano;
su hora de amor.
Mínimamente y esencial, que unan 
agua y cántaro exacto.
Anda implacable de negación, su barca 
encallada, inconmoviblemente.
Porque si era suya, 
si con esa promesa lo empujaron a latir, 
a crecer y a perpetuarse.
Si fue esa su primera visión indescifrada 
y, resignadamente, indescifrable.
Si con esa luminaria lejana deslumbraron 
su pupila, todavía de pez.
Si tras ella fue que adivino y hundió a vida 
hasta lucha y derrota, y hasta credos 
y puños, inservibles.
Si en su alforja, sobre la crin caliente 
del chasquido, junto a pan de nutrir, 
fue él de mareo, 
el de estallido a muerte, sin morirse, 
y el amuleto breve, de gozar.
Desde germen informe a exuberancia, 
todo en él era selva, ya impaciente de fieras 
y de nidos, y de garras y cantos, 
y de muertes.
Se sentía, rudo atleta de cumbres, engañado, 
en un tren de juguete, y seducido
con un cuento de hadas, 
increíble.
Lima viva gastando su costado, 
polvo propio mordiéndole la boca, y asfixiado
su grito, como un ave, aterida y sepulta 
bajo miedos.
Todavía inconcluso y ya en regreso, su calculado 
declinar previsto, en el total 
derrumbamiento grande.
Epicentro y montaña sacudida, tierra roja 
de cráteres, inescrutable corazón del fuego, 
su estallada, fundamental angustia, 
voz de volcán y llanto,
que le cumplan.
Trunco mástil sin ala, paso ciego de andar 
inencontrado, y un borroso contorno 
ese paisaje, vano de hombres, panorama de pájaros
Y piedras, y de árboles muertos, 
y su tumba.
Densa atmósfera inerte, dibujada, de impotencias 
y añicos. Tentativa de asir, y la imposible 
elusión de presencias permanentes, 
tenaces, como guardias.
Híbrida estancia, 
carne, sueño, mortajas, apetitos, 
hora nutrida a saciedad y hartazgo, y todavía, 
sin conducta de muerte bajo el beso, 
y sin labios, sin dientes 
sin saliva, sin la azarosa alternativa; luces, 
sombra y luces, y sombra, y luz de nuevo. 
Única suya de clamor, la hora 
no de gulas ni triunfos, no del arca, ni el mando, 
no el poder, no la gloria. 
Imperioso, piramidal y ya sobre el bramido, 
su exigencia de pie, jugado a todo,
todo a cambio, memorias y futuro,
y su grito:
que deshaga, derrumbe y desmenuce, la fantasmal 
hechicería de mundos, y que borre y apague, 
asfixie y muera, la esotérica alquimia de cerebro, 
y disperse a preantes, rancio caos de orden, 
y libere ese enclaustrado ser, de hacer en hombre 
en la sola, omnipotente hasta deidad y única,
hora de amor, su hora.



MAÑANA ES SIEMPRE

Cómo quisiera despertar cantando. 
Pero amanezco, en cambio, 
dolorida
de no haberme quedado en ese espacio, 
en ese tiempo de morir prestada.
Una isla no inscripta en ningún mapa, 
una célula enferma de ignorancia, 
un asfixiado mundo en miniatura, 
una avanzada humanidad triunfante, 
en clarines y hogueras 
homicidas.
Tabla sola, sin náufrago siquiera,
y luchando,
relincho hacia la costa,
y animada nomás por el recuerdo
de un aliento mordido a sus astillas. 
Cómo quisiera despertar cantando, 
y me muero de sed y hambre 
de canto
mientras desborda la preñada aurora 
en promisorio bermellón de vinos, 
y expandida, 
hoguera en panes, horneándose a lo alto. 
Yo estoy abajo,
debajo de la historia, 
sepultada en antorchas apagadas 
y estandartes marchitos. 
Sumergida en humores subterráneos 
y en cenizas de huesos 
de bandido,
Soy el ser que no fue, lo que no pudo,
la olvidada, desdeñada semilla,
pero existo.
Dentro
tengo un sauce inclinado que me llora. 
Un niño triste me llama, sin nombrarme. 
Me doy cuenta, 
me doy cuenta, yo existo. 
Mañana espero despertar, cantando.



SUEÑO QUE LLUEVE

Sueño que llueve y que me estás queriendo. 
Cielo en congoja, mi corazón deshace, 
y deshaces con él; lluvia tú mismo 
me transcurres lento;
yo me dejo llevar por los canales 
inundados de hojas
y de pasos
y un crujido me llora desde el hueso. 
El mundo en selva
de colores 
viene
a espejarme en nosotros, y a impregnarnos 
de misterio, de aroma y de raíces.
A la vera de esta 
irrealidad, palpita, un niño tibio 
que indeciso arrima 
con su barco de papel y quiere 
navegar nuestra sangre. 
Sueño que llueve; acaso estés soñando 
a mi ritmo, y amándome, 
y en tanto, 
esta lluvia silente, tal vez sueñe 
ser mujer, y sufrir. 
Avido el suelo que la bebe sueña, quizás, 
ser hombre y consumirla; ruedo 
como una gota entre tus brazos, vuelco 
sollozando tu nombre.
Tu deslizas, compactado llanto, por mi cielo 
y rompes; un deshacer unidos, 
ya no somos, y despierto.
Sin nosotros, y sin sí mismo, el sueño 
se ha quedado soñando
ser la muerte.



EN ESTE DÍA DE LLUVIA

Un gris limpio, monótono, inasible, 
en este día de lluvia
y cielo enfermo, 
el corazón del agua está soñando 
con bandadas de pájaros 
de vidrio, 
y en la rama otoñal, junta la ausencia, 
luces mojadas, y voces 
de aluminio.
Hay como un gato gris 
rondando en torno, 
así de blando, 
así
de ojo amarillo.
Es casi tarde, mi niñez descalza, 
viene a buscarme por un largo río,
bajo un mar vertical 
deshilachado, 
y un silencio de océano dormido.
Salgo a su encuentro, quedo de su mano, 
me desnudo en su piel, líquida cuna, 
vuelvo a mi antiguo manantial, 
deshago, 
gota a gota, pausada, mansa, 
muerta.
Bajo un llanto de techos castigados,
somnolientos, reencarno,
soy de lluvia.



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