Romances viejos anónimos
WEBMASTER: Justo Alarcón

WWW.LOS-POETAS.COM

Para ver el índice completo de autores

LA VENGANZA DE MUDARRA ROMANCE DE ABENÁMAR
ROMANCE XIII EN QUE DOÑA URRACA BUEN CONDE FERNÁN GONZÁLEZ
ENTREVISTA DE BERNARDO CON EL REY ROMANCE DE ANTEQUERA
ROMANCE DEL MORO DE ANTEQUERA DE FRANCIA PARTIÓ LA NIÑA
ROMANCE X DE LA MUERTE DEL REY DON FERNANDO EL INFANTE ARNALDOS
ROMANCE III EN QUE DOÑA JIMENA PIDE DE NUEVO JUSTICIA AL REY ROMANCE DE ROSAFLORIDA
ROMANCE VIII CARTA DE DOÑA JIMENA AL REY ROMANCE DE DOÑA ALDA
ROMANCE DEL JURAMENTO QUE TOMÓ EL CID AL REY DON ALONSO ROMANCE DE FONTEFRIDA
ENTREVISTA DE BERNARDO CON EL REY ROMANCE II DE CÓMO JIMENA PIDE AL REY VENGANZA


LA VENGANZA DE MUDARRA

A cazar va don Rodrigo,  y aun don Rodrigo de Lara:
con la grande siesta que hace  arrimádose ha a una haya,
maldiciendo a Mudarrillo,  hijo de la renegada,
que si a las manos le hubiese,  que le sacaría el alma.
El señor estando en esto,  Mudarrillo que asomaba.
-Dios te salve, caballero,  debajo la verde haya.
-Así haga a ti, escudero,  buena sea tu llegada.
-Dígasme tú, el caballero,  ¿cómo era la tu gracia?
-A mí dicen don Rodrigo,  y aun don Rodrigo de Lara,
cuñado de Gonzalo Gustos,  hermano de doña Sancha;
por sobrinos me los hube  los siete infantes de Salas;
espero aquí a Mudarrillo,  hijo de la renegada;
si delante lo tuviese,  yo le sacaría el alma.
-Si a ti te dicen don Rodrigo,  y aun don Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra González,  hijo de la renegada;
de Gonzalo Gustos hijo  y anado de doña Sancha;
por hermanos me los hube  los siete infantes de Salas.
Tú los vendiste, traidor,  en el val de Arabiana,
mas si Dios a mí me ayuda,  aquí dejarás el alma.
-Espéresme, don Gonzalo,  iré a tomar las mis armas.
-El espera que tú diste  a los infantes de Lara,
aquí morirás, traidor,  enemigo de doña Sancha.



ROMANCE DE ABENÁMAR

-¡Abenámar, Abenámar,  moro de la morería,
el día que tú naciste  grandes señales había!
Estaba la mar en calma,  la luna estaba crecida,
moro que en tal signo nace  no debe decir mentira.

Allí respondiera el moro,  bien oiréis lo que diría:
-Yo te lo diré, señor,  aunque me cueste la vida,
porque soy hijo de un moro  y una cristiana cautiva;
siendo yo niño y muchacho  mi madre me lo decía
que mentira no dijese,  que era grande villanía:
por tanto, pregunta, rey,  que la verdad te diría.
-Yo te agradezco, Abenámar,  aquesa tu cortesía.
¿Qué castillos son aquéllos?  ¡Altos son y relucían!

-El Alhambra era, señor,  y la otra la mezquita,
los otros los Alixares,  labrados a maravilla.
El moro que los labraba  cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra,  otras tantas se perdía.
El otro es Generalife,  huerta que par no tenía;
el otro Torres Bermejas,  castillo de gran valía.
Allí habló el rey don Juan,  bien oiréis lo que decía:
-Si tú quisieses, Granada,  contigo me casaría;
daréte en arras y dote  a Córdoba y a Sevilla.
-Casada soy, rey don Juan,  casada soy, que no viuda;
el moro que a mí me tiene  muy grande bien me quería.



ROMANCE XIII EN QUE DOÑA URRACA

-¡Afuera, afuera, Rodrigo,  el soberbio castellano!
Acordársete debría  de aquel buen tiempo pasado
que te armaron caballero  en el altar de Santiago,
cuando el rey fue tu padrino,  tú, Rodrigo, el ahijado;
mi padre te dio las armas,  mi madre te dio el caballo,
yo te calcé espuela de oro  porque fueses más honrado;
pensando casar contigo,  ¡no lo quiso mi pecado!,
casástete con Jimena,  hija del conde Lozano;
con ella hubiste dineros,  conmigo hubieras estados;
dejaste hija de rey  por tomar la de un vasallo.
En oír esto Rodrigo  volvióse mal angustiado:
-¡Afuera, afuera, los míos,  los de a pie y los de a caballo,
pues de aquella torre mocha  una vira me han tirado!,
no traía el asta hierro,  el corazón me ha pasado;
¡ya ningún remedio siento,  sino vivir más penado!



BUEN CONDE FERNÁN GONZÁLEZ

-Buen conde Fernán González,  el rey envía por vos,
que vayades a las cortes  que se hacen en León,
que si vos allá vais, conde,  daros han buen galardón:
daros han a Palenzuela  y a Palencia la mayor,
daros han las nueve villas,  con ellas a Carrión;
daros han a Torquemada,  la torre de Mormojón;
buen conde, si allá no ides,  daros hían por traidor.
Allí respondiera el conde  y dijera esta razón:
-Mensajero eres, amigo;  no mereces culpa, no;
que yo no he miedo al rey,  ni a cuantos con él son;
Villas y castillos tengo,  todos a mi mandar son:
de ellos me dejó mi padre,  de ellos me ganara yo;
las que me dejó el mi padre  poblélas de ricos hombres,
las que me ganara yo  poblélas de labradores;
quien no tenía más que un buey,  dábale otro, que eran dos;
al que casaba su hija  doile yo muy rico don;
cada día que amanece  por mí hacen oración,
no la hacían por el rey,  que no lo merece, no,
él les puso muchos pechos  y quitáraselos yo.



ENTREVISTA DE BERNARDO CON EL REY

Con cartas sus mensajeros  el rey al Carpio envió:
Bernardo, como es discreto,  de traición se receló:
las cartas echó en el suelo  y al mensajero habló:
-Mensajero eres, amigo,  no mereces culpa, no,
mas al rey que acá te envía  dígasle tú esta razón:
que no le estimo yo a él  ni aun a cuantos con él son;
mas por ver lo que me quiere  todavía allá iré yo.
Y mandó juntar los suyos,  de esta suerte les habló:
-Cuatrocientos sois, los míos,  los que comedes mi pan:
los ciento irán al Carpio  para el Carpio guardar,
los ciento por los caminos,  que a nadie dejen pasar;
doscientos iréis conmigo  para con el rey hablar;
si mala me la dijere,  peor se la he de tornar.
Por sus jornadas contadas  a la corte fue a llegar:
-Dios os mantenga, buen rey,  y a cuantos con vos están.
-Mal vengades vos, Bernardo,  traidor, hijo de mal padre,
dite yo el Carpio en tenencia,  tú tómaslo en heredad.
-Mentides, el rey, mentides,  que no dices la verdad,
que si yo fuese traidor,  a vos os cabría en parte;
acordáseos debía  de aquella del Encinal,
cuando gentes extranjeras  allí os trataron tan mal,
que os mataron el caballo  y aun a vos querían matar;
Bernardo, como traidor,  de entre ellos os fue a sacar.
Allí me diste el Carpio  de juro y de heredad,
prometísteme a mi padre,  no me guardaste verdad.
-Prendedlo, mis caballeros,  que igualado se me ha.
-Aquí, aquí los mis doscientos,  los que comedes mi pan,
que hoy era venido el día  que honra habemos de ganar.
El rey, de que aquesto viera,  de esta suerte fue a hablar:
-¿Qué ha sido aquesto, Bernardo;  que así enojado te has?
¿Lo que hombre dice de burla  de veras vas a tomar?
Yo te dó el Carpio, Bernardo,  de juro y de heredad.
-Aquestas burlas, el rey  no son burlas de burlar;
llamásteme de traidor,  traidor, hijo de mal padre:
el Carpio yo no lo quiero,  bien lo podéis vos guardar,
que cuando yo lo quisiere,  muy bien lo sabré ganar.



ROMANCE DE ANTEQUERA

De Antequera partió el moro  tres horas antes del día,
con cartas en la su mano  en que socorro pedía.
Escritas iban con sangre,  más no por falta de tinta.
El moro que las llevaba  ciento y veinte años había,
la barba tenía blanca,  la calva le relucía;
toca llevaba tocada,  muy grande precio valía.
La mora que la labrara  por su amiga la tenía;
alhaleme en su cabeza  con borlas de seda fina;
caballero en una yegua,  que caballo no quería.
Solo con un pajecico  que le tenga compañía,
no por falta de escuderos,  que en su casa hartos había.
Siete celadas le ponen  de mucha caballería,
mas la yegua era ligera,  de entre todos se salía;
por los campos de Archidona  a grandes voces decía:
-¡Oh buen rey, si tú supieses  mi triste mensajería,
mesarías tus cabellos  y la tu barba vellida!
El rey, que venir lo vido,  a recebirlo salía
con trescientos de caballo,  la flor de la morería.
-Bien seas venido, el moro,  buena sea tu venida.
-Alá te mantenga, el rey,  con toda tu compañía.
-Dime, ¿qué nuevas me traes  de Antequera, esa mi villa
-Yo te las diré, buen rey,  si tú me otorgas la vida.
-La vida te es otorgada,  si traición en ti no había.
-¡Nunca Alá lo permitiese  hacer tan gran villanía!,
mas sepa tu real alteza  lo que ya saber debría,
que esa villa de Antequera  en grande aprieto se vía,
que el infante don Fernando  cercada te la tenía.
Fuertemente la combate  sin cesar noche ni día;
manjar que tus moros comen,  cueros de vaca cocida.
Buen rey, si no la socorres,  muy presto se perdería.
El rey, cuando aquesto oyera,  de pesar se amortecía;
haciendo gran sentimiento,  muchas lágrimas vertía;
rasgaba sus vestidudas,  con gran dolor que tenía,
ninguno le consolaba,  porque no lo permitía;
mas después, en sí tornando,  a grandes voces decía:
-Tóquense mi añafiles,  trompetas de plata fina;
júntense mis caballeros  cuantos en mi reino había,
vayan con mis dos hermanos  a Archidona, esa mi villa,
en socorro de Antequera,  llave de mi señoría.
Y ansí, con este mandado  se junto gran morería;
ochenta mil peones fueron  el socorro que venía,
con cinco mil de caballo,  los mejores que tenía.
Ansí en la Boca del Asna  este real sentado había
a la vista del infante,  el cual ya se apercebía,
confiando en la gran victoria  que de ellos Dios le daría,
sus gentes bien ordenadas;  de San Juan era aquel día
cuando se dió la batalla  de los nuestros tan herida,
que por ciento y veinte muertos  quince mil moros había.
Después de aquesta batalla  fue la villa combatida
con lombardas y pertrechos  y con una gran bastida
conque le ganan las torres  de donde era defendida.
Después dieron el castillo  los moros a pleitesía,
que libres con sus haciendas  el infante los pornía
en la villa de Archidona,  lo cual todo se cumplía;
y ansí se ganó Antequera  a loor de Santa María.



ROMANCE DEL MORO DE ANTEQUERA

De Antequera sale un moro,  de Antequera, aquesa villa,
cartas llevaba en su mano,  cartas de mensajería,
escritas iban con sangre,  y no por falta de tinta,
el moro que las llevaba  ciento y veinte años había.
Ciento y veinte años el moro,  de doscientos parecía,
la barba llevaba blanca  muy larga hasta la cinta,
con la cabeza pelada  la calva le relucía;
toca llevaba tocada,  muy grande precio valía,
la mora que la labrara  por su amiga la tenía.
Caballero en una yegua  que grande precio valía,
no por falta de caballos,  que hartos él se tenía;
alhareme en su cabeza  con borlas de seda fina.

Siete celadas le echaron,  de todas se escabullía;
por los cabos de Archidona  a grandes voces decía:
-Si supieres, el rey moro,  mi triste mensajería
mesarías tus cabellos  y la tu barba vellida.
Tales lástimas haciendo  llega a la puerta de Elvira;
vase para los palacios  donde el rey moro vivía.
Encontrado ha con el rey  que del Alhambra salía
con doscientos de a caballo,  los mejores que tenía.
Ante el rey, cuando le halla,  tales palabras decía:
-Mantenga Dios a tu alteza,  salve Dios tu señoría.
-Bien vengas, el moro viejo,  días ha que te atendía.
-¿Qué nuevas me traes, el moro,  de Antequera esa mi villa?
-No te las diré, el buen rey,  si no me otorgas la vida.
-Dímelas, el moro viejo,  que otorgada te sería.
-Las nuevas que, rey, sabrás  no son nuevas de alegría:
que ese infante don Fernando  cercada tiene tu villa.
Muchos caballeros suyos  la combaten cada día:
aquese Juan de Velasco  y el que Henríquez se decía,
el de Rojas y Narváez,  caballeros de valía.
De día le dan combate,  de noche hacen la mina;
los moros que estaban dentro  cueros de vaca comían,
si no socorres, el rey,  tu villa se perdería.



DE FRANCIA PARTIÓ LA NIÑA

De Francia partió la niña,  de Francia la bien guarnida,
íbase para París,  do padre y madre tenía.
Errado lleva el camino,  errada lleva la guía,
arrimárase a un roble  por esperar compañía.
Vio venir un caballero  que a París lleva la guía.
La niña, desque lo vido,  de esta suerte le decía:
-Si te place, caballero,  llévesme en tu compañía.
-Pláceme, dijo, señora,  pláceme, dijo, mi vida.
Apeóse del caballo  por hacerle cortesía;
puso la niña en las ancas  y él subiérase en la silla.
En el medio del camino  de amores la requería.
La niña, desque lo oyera,  díjole con osadía:
-Tate, tate, caballero,  no hagáis tal villanía,
hija soy de un malato  y de una malatía,
el hombre que a mi llegase  malato se tornaría.
El caballero, con temor,  palabra no respondía.
A la entrada de París  la niña se sonreía.
-¿De qué vos reís, señora?  ¿De qué vos reís, mi vida?
-Ríome del caballero  y de su gran cobardía:
¡tener la niña en el campo  y catarle cortesía!
Caballero, con vergüenza ,  estas palabras decía:
-Vuelta, vuelta, mi señora,  que una cosa se me olvida.
La niña, como discreta,  dijo: -Yo no volvería,
ni persona, aunque volviese,  en mi cuerpo tocaría:
hija soy del rey de Francia  y la reina Constantina,
el hombre que a mí llegase  muy caro le costaría.



ROMANCE X DE LA MUERTE DEL REY DON FERNANDO

Doliente estaba, doliente, ese buen rey don Fernando;
los pies tiene cara oriente y la candela en la mano.
A su cabecera tiene arzobispos y perlados;
a su man derecha tiene los sus hijos todos cuatro:
los tres eran de la reina y el uno era bastardo.
Ese que bastardo era quedaba mejor librado:
abad era de Sahagund, arzobispo de Santiago,
y del Papa cardenal, en las Españas legado.
-Si yo no muriera, hijo, vos fuérades Padre Santo,
mas con la renta que os queda, bien podréis, hijo, alcanzarlo



EL INFANTE ARNALDOS

¡Quien hubiera tal ventura  sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos  la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza  para su falcón cebar,
vio venir una galera  que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,  la ejarcia de oro terzal,
áncoras tiene de plata,  tablas de fino coral.
Marinero que la guía,  diciendo viene un cantar,
que la mar ponía en calma,  los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,  arriba los hace andar;
las aves que van volando,  al mástil vienen posar.
Allí hablo el infante Arnaldos,  bien oiréis lo que dirá:
-Por tu vida, el marinero,  dígasme ora ese cantar.
Respondióle el marinero,  tal respuesta le fue a dar:
-Yo no canto mi canción  sino a quién conmigo va.



ROMANCE III EN QUE DOÑA JIMENA PIDE DE NUEVO JUSTICIA AL REY

En Burgos está el buen rey  asentado a su yantar,
cuando la Jimena Gómez  se le vino a querellar;
cubierta paños de luto,  tocas de negro cendal;
las rodillas por el suelo,  comenzara de fablar;
-Con mancilla vivo, rey;  con ella vive mi madre;
cada día que amanece  veo quien mató a mi padre
caballero en un caballo  y en su mano un gavilán;
por hacerme más enojo  cébalo en mi palomar;
con sangre de mis palomas  ensangentó mi brial.
¡Hacedme, buen rey justicia,  no me la queráis negar!
Rey que non face justicia  non debía de reinar,
ni comer pan a manteles,  ni con la reina folgar.
El rey cuando aquesto oyera  comenzara de pensar:
"Si yo prendo o mato al Cid,  mis cortes revolverse han;
pues, si lo dejo de hacer,  Dios me lo demandará."
Allí habló doña Jimena  palabras bien de notar:
-Yo te lo diría, rey,  como lo has de remediar.
Mantén tú bien las tus cortes,  no te las revuelva nadie,
y al que mi padre mató  dámelo para casar,
que quien tanto mal me hizo  sé que algún bien me fará.
-Siempre lo he oído decir,  y ahora veo que es verdad,
que el seso de las mujeres  no era cosa natural:
hasta aquí pidió justicia,  ya quiere con él casar.
Mandaré una carta al Cid,  mandarle quiero llamar.
Las palabras no son dichas,  la carta camino va;
mensajero que la lleva  dado la había a su padre.



ROMANCE DE ROSAFLORIDA

En Castilla está un castillo,  que se llama Rocafrida;
al castillo llaman Roca,  y a la fonte llaman Frida.
El pie tenía de oro  y almenas de plata fina;
entre almena y almena  está una piedra zafira;
tanto relumbra de noche  como el sol a mediodía.
Dentro estaba una doncella  que llaman Rosaflorida;
siete condes la demandan,  tres duques de Lombardía;
a todos les desdeñaba,  tanta es su lozanía.
Enamoróse de Montesinos  de oídas, que no de vista.
Una noche estando así,  gritos da Rosaflorida;
oyérala un camarero,  que en su cámara dormía.
-"¿Qu'es aquesto, mi señora?  ¿Qu'es esto, Rosaflorida?
"O tenedes mal de amores,  o estáis loca sandía."
-"Ni yo tengo mal de amores,  ni estoy loca sandía,
"mas llevásesme estas cartas  a Francia la bien guarnida;
"diéseslas a Montesinos,  la cosa que yo más quería;
"dile que me venga a ver  para la Pascua Florida;
"darle he siete castillos  los mejores que hay en Castilla;
"y si de mí más quisiere  yo mucho más le daría:
"darle he yo este mi cuerpo,  el más lindo que hay en Castilla,
"si no es el de mi hermana,  que de fuego sea ardida."



ROMANCE VIII CARTA DE DOÑA JIMENA AL REY

En los solares de Burgos  a su Rodrigo aguardando,
tan encinta está Jimena,  que muy cedo aguarda el parto;
cuando demás dolorida  una mañana en disanto,
bañada en lágrimas tiernas,  escribe al rey don Fernando:
"A vos, el mi señor rey,  el bueno, el aventurado,
el magno, el conquistador,  el agradecido, el sabio,
la vuestra sierva Jimena,  fija del conde Lozano,
desde Burgos os saluda,  donde vive lacerando.
Perdonédesme señor,  que no tengo pecho falso,
y si mal talante os tengo,  no puedo disimulallo.
¿Qué ley de Dios vos otorga  que podáis, por tiempo tanto
como ha que fincáis en lides,  descasar a los casados?
¿Qué buena razón consiente  que a mi marido velado
no le soltéis para mí  sino una vez en el año?
Y esa vez que lo soltáis,  fasta los pies del caballo
tan teñido en sangre viene,  que pone pavor mirallo;
y no bien mis brazos toca  cuando se duerme en mis brazos,
y en sueños gime y forcejea,  que cuida que está lidiando,
y apenas el alba rompe,  cuando lo están acuciando
las esculcas y adalides  para que se vuelva al campo.
Llorando vos lo pedí  y en mi soledad cuidando
de cobrar padre y marido,  ni uno tengo, ni otro alcanzo.
Y como otro bien no tengo  y me lo habedes quitado,
en guisa lo lloro vivo  cual si estuviese enterrado.
Si lo facéis por honralle,  asaz Rodrigo es honrado,
pues no tiene barba, y tiene  reyes moros por vasallos.
Yo finco, señor, encinta,  que en nueve meses he entrado
y me pueden empecer  las lágrimas que derramo.
Dad este escrito a las llamas,  non se fega de él palacio,
que en malos barruntadores  no me será bien contado."



ROMANCE DE DOÑA ALDA

En París está doña Alda,  la esposa de don Roldán,
trescientas damas con ella  para la acompañar:
todas visten un vestido,  todas calzan un calzar,
todas comen a una mesa,  todas comían de un pan,
si no era doña Alda,  que era la mayoral;
las ciento hilaban oro,  las ciento tejen cendal,
las ciento tañen instrumentos  para doña Alda holgar.
Al son de los instrumentos  doña Alda dormido se ha;
ensoñando había un sueño,  un sueño de gran pesar.
Recordó despavorida  y con un pavor muy grande;
los gritos daba tan grandes  que se oían en la ciudad.
Allí hablaron sus doncellas,  bien oiréis lo que dirán:
-¿Qué es aquesto, mi señora?  ¿quién es el que os hizo mal?
-Un sueño soñé, doncellas,  que me ha dado gran pesar:
que me veía en un monte  en un desierto lugar:
do so los montes muy altos  un azor vide volar,
tras dél viene una aguililla  que lo ahínca muy mal.
El azor, con grande cuita,  metióse so mi brial,
el aguililla, con gran ira,  de allí lo iba a sacar;
con las uñas lo despluma,  con el pico lo deshace.
Allí habló su camarera,  bien oiréis lo que dirá:
-Aquese sueño, señora,  bien os lo entiendo soltar:
el azor es vuestro esposo  que viene de allén la mar,
el águila sedes vos,  con la cual ha de casar,
y aquel monte es la iglesia,  donde os han de velar.
-Si así es, mi camarera,  bien te lo entiendo pagar.
Otro día de mañana  cartas de fuera le traen:
tintas venían por dentro,  de fuera escritas con sangre,
que su Roldán era muerto  en caza de Roncesvalles.



ROMANCE DEL JURAMENTO QUE TOMÓ EL CID AL REY DON ALONSO

En santa Águeda de Burgos,  do juran los hijosdalgo,
le toman jura a Alfonso  por la muerte de su hermano;
tomábasela el buen Cid,  ese buen Cid castellano,
sobre un cerrojo de hierro  y una ballesta de palo
y con unos evangelios  y un crucifijo en la mano.
Las palabras son tan fuertes  que al buen rey ponen espanto;
-Villanos te maten, Alonso,  villanos, que no hidalgos,
de las Asturias de Oviedo,  que no sean castellanos;
mátente con aguijadas,  no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,  no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,  que no zapatos con lazo;
capas traigan aguaderas,  no de contray ni frisado;
con camisones de estopa,  no de holanda ni labrados;
caballeros vengan en burras,  que no en mulas ni en caballos;
frenos traigan de cordel,  que no cueros fogueados.
Mátente por las aradas,  que no en villas ni en poblado,
sáquente el corazón  por el siniestro costado;
si no dijeres la verdad  de lo que te fuere preguntando,
si fuiste, o consentiste  en la muerte de tu hermano.
Las juras eran tan fuertes  que el rey no las ha otorgado.
Allí habló un caballero  que del rey es más privado:
-Haced la jura, buen rey,  no tengáis de eso cuidado,
que nunca fue rey traidor,  ni papa descomulgado.
Jurado había el rey  que en tal nunca se ha hallado;
pero allí hablara el rey  malamente y enojado:
-Muy mal me conjuras, Cid,  Cid, muy mal me has conjurado,
mas hoy me tomas la jura,  mañana me besarás la mano.
-Por besar mano de rey  no me tengo por honrado,
porque la besó mi padre  me tengo por afrentado.
-Vete de mis tierras, Cid,  mal caballero probado,
y no vengas más a ellas  dende este día en un año.
-Pláceme, dijo el buen Cid,  pláceme, dijo, de grado,
por ser la primera cosa  que mandas en tu reinado.
Tú me destierras por uno,  yo me destierro por cuatro.
Ya se parte el buen Cid,  sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,  todos eran hijosdalgo;
todos son hombres mancebos,  ninguno no había cano;
todos llevan lanza en puño  y el hierro acicalado,
y llevan sendas adargas  con borlas de colorado.
Mas no le faltó al buen Cid  adonde asentar su campo.



ENTREVISTA DE BERNARDO CON EL REY

Con cartas sus mensajeros  el rey al Carpio envió:
Bernardo, como es discreto,  de traición se receló:
las cartas echó en el suelo  y al mensajero habló:
-Mensajero eres, amigo,  no mereces culpa, no,
mas al rey que acá te envía  dígasle tú esta razón:
que no le estimo yo a él  ni aun a cuantos con él son;
mas por ver lo que me quiere  todavía allá iré yo.
Y mandó juntar los suyos,  de esta suerte les habló:
-Cuatrocientos sois, los míos,  los que comedes mi pan:
los ciento irán al Carpio  para el Carpio guardar,
los ciento por los caminos,  que a nadie dejen pasar;
doscientos iréis conmigo  para con el rey hablar;
si mala me la dijere,  peor se la he de tornar.
Por sus jornadas contadas  a la corte fue a llegar:
-Dios os mantenga, buen rey,  y a cuantos con vos están.
-Mal vengades vos, Bernardo,  traidor, hijo de mal padre,
dite yo el Carpio en tenencia,  tú tómaslo en heredad.
-Mentides, el rey, mentides,  que no dices la verdad,
que si yo fuese traidor,  a vos os cabría en parte;
acordáseos debía  de aquella del Encinal,
cuando gentes extranjeras  allí os trataron tan mal,
que os mataron el caballo  y aun a vos querían matar;
Bernardo, como traidor,  de entre ellos os fue a sacar.
Allí me diste el Carpio  de juro y de heredad,
prometísteme a mi padre,  no me guardaste verdad.
-Prendedlo, mis caballeros,  que igualado se me ha.
-Aquí, aquí los mis doscientos,  los que comedes mi pan,
que hoy era venido el día  que honra habemos de ganar.
El rey, de que aquesto viera,  de esta suerte fue a hablar:
-¿Qué ha sido aquesto, Bernardo;  que así enojado te has?
¿Lo que hombre dice de burla  de veras vas a tomar?
Yo te dó el Carpio, Bernardo,  de juro y de heredad.
-Aquestas burlas, el rey  no son burlas de burlar;
llamásteme de traidor,  traidor, hijo de mal padre:
el Carpio yo no lo quiero,  bien lo podéis vos guardar,
que cuando yo lo quisiere,  muy bien lo sabré ganar.



ROMANCE DE FONTEFRIDA

Fontefrida, Fontefrida,  Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas  van tomar consolación,
si no es la tortolica  que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar  el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía  llenas son de traición;
-Si tu quisieses, señora,  yo sería tu servidor.
-Vete de ahí, enemigo,  malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde,  ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara,  turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido,  porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos,  ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo,  malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga  ni casar contigo, no.



ROMANCE II DE CÓMO JIMENA PIDE AL REY VENGANZA

Grande rumor se levanta de gritos, armas y voces
en el palacio de Burgos, donde son los ricoshombres.
Bajó el rey de su aposento y con él toda la corte,
y a las puertas del palacio hallan a Jimena Gómez,
desmelenado el cabello, llorando a su padre el conde;
y a Rodrigo de Vivar ensangrentado el estoque.
Vieron al soberbio mozo el rostro airado se pone,
de doña Jimena oyendo lo que dicen sus clamores:
-¡Justicia, buen rey, te pido y venganza de traidores;
así se logren tus hijos y de tus hazañas goces,
que aquel que no la mantiene de rey no merece el nombre!
Y tú, matador cruel, no por mujer me perdones:
la muerte, traidor, te pido, no me la niegues ni estorbes,
pues mataste un caballero, el mejor de los mejores.
En esto, viendo Jimena que Rodrigo no responde,
y que tomando las riendas en su caballo se pone,
el rostro volviendo a todos, por obligalles da voces,
y viendo que no le siguen grita: -¡Venganza, señores!


WWW.LOS-POETAS.COM