Poemas de Pedro Espinosa
WEBMASTER: Justo Alarcón

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INDICE
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SONETOS HUMANOS SONETOS ESPIRITUALES
MADRIGALES POESÍA A UNA MUJER GORDA
ROMANCILLOS EPIGRAMA
CANCIÓN


SONETOS HUMANOS

1

Al Guadalhorce y su pastorcilla

Honra del mar de España, ilustre río
que con cintas de azándar y verbena
ciñes tu margen, de claveles llena,
haciendo alegre ultraje al cierzo frío,

si ya con tierna planta y dulce brío
vieres la ingrata, causa de mi pena,
hurtar tus perlas y pisar tu arena,
baña sus huellas con el llanto mío.

Así la Aurora vierta por tu orilla
canastillos de aljófar y esmeraldas,
olor las auras, flores el verano.

Y, si esto es poco, así mi pastorcilla,
cuando tus lirios ponga en sus guirnaldas,
te dé licencia de besar su mano.


2

Soneto a la salida de su dama al campo en el mes de diciembre

Llegó diciembre sobre el cierzo helado
y de flores el campo vio vestido,
y la redonda llama del sol vido
sin luz, y el cielo de otra luz honrado.

Paróse el mes en felpas aforrado,
por mirar el milagro nunca oído,
cuando a mi Sol de lumbre vio ceñido,
que el cielo alumbra, que enriquece el prado.

La admiración de maravillas tantas
obligó al mes, y el caso, sin segundo,
a contemplar la luz del claro rayo,

mas huyó luego con veloces plantas,
porque, mudando el natural del mundo,
se iba ya convirtiendo en mes de mayo.


3

Soneto a la mirada rigurosa de su señora

Levantaba, gigante en pensamiento,
soberbios montes de inmortal memoria
para escalar el cielo, en cuya gloria
procuraba descanso mi tormento,

cuando bajaron rayos por el viento,
vestidos de venganza y de vitoria,
y, renovando de Tifeo la historia,
la máquina abrasaron de mi intento.

Y ya Paquino, Lilibeo y Peloro
me oprimen con pesada valentía,
y mi pecho es ardiente Mongibelo.

Perdón, señora, pues mi culpa lloro;
no mostréis más, que son, a costa mía,
vuestros ojos los rayos, vos el cielo.


4

Soneto a la boca y ojos de su dama implorando piedad

El Sol a noble furia se provoca
cuando sin luz lo dejas descontento,
y, por gozarte, enfrena el movimiento
el aura, que de gloria se retoca;

tus bellos ojos y tu dulce boca,
de luz divina y de oloroso aliento,
envidia el claro sol y adora el viento,
por lo que el uno ve y el otro toca.

Ojos y boca, que tenéis costumbre
de darme vida, honraos con más despojos;
mi ardiente amor vuestra piedad invoca.

Fáltame aliento y fáltame la lumbre.
Prestadme vuestra luz, divinos ojos.
Beba yo vuestro aliento, dulce boca.


5

Soneto a Antonio Mohedano pidiéndole que pinte a su dama

Pues son vuestros pinceles, Mohedano,
ministro del más vivo entendimiento,
almas que le dan vida al pensamiento
y lenguas con que habla vuestra mano,

copiad divino un ángel a lo humano
de aquella que se alegra en mi tormento,
porque tenga a quien dar del mal que siento
las quejas que se lleva el aire vano.

Cuando el original me diere enojos,
quejaréme al retrato, que esto medra
quien trata amor con quien crueldades usa.

Mas temo que quedéis, viendo sus ojos,
como quien vio a Campestre, o a Medusa:
enamorado, o convertido en piedra.


6

Soneto, imitación del Tasso, a las rosas

Estas purpúreas rosas que a la Aurora
se le cayeron hoy del blanco seno,
y un vaso de pintadas flores lleno,
oh dulces auras, os ofrezco agora,

si defendéis de mi divina Flora
con vuestras alas el color moreno,
del sol, que, ardiente y de piedad ajeno,
su rostro ofende porque el campo dora.

Oh hijas de la Tierra, peregrinas:
mirad si tiene mayo en sus guirnaldas
más frescas rosas, más bizarras flores.

Llorando les dio el alba perlas finas;
el sol, colores; mi afición, la falda
de mi hermosa Flora, y ella, olores.


7

Soneto sobre la belleza frágil y perecedera

Con planta incierta y paso peregrino,
Lesbia, muerta la luz de tus centellas,
llegaste a la ciudad de las querellas,
sin dejar ni aun señal de tu camino.

Ya el día, primavera y sol divino,
de tus ojos, tu labio y trenzas bellas,
dieron al agua, al campo, a las estrellas,
luz clara, flores bellas, oro fino.

Ya de la edad tocaste tristemente
la meta, y pinta tu vitoria ingrata
con pálida color el tiempo airado.

Ya obscurece, da al viento, vuelve en plata,
de los ojos, del labio, de la frente,
el resplandor, las flores, el brocado.


8

Soneto en burla de quiméricos argumentos caballerescos

Rompe la niebla de una gruta escura
un monstruo lleno de culebras pardas,
y, entre sangrientas puntas de alabardas,
morir matando con furor procura.

Mas de la escura, horrenda sepultura
salen rabiando bramadoras guardas,
de la Noche y Plutón hijas bastardas,
que le quitan la vida y la locura.

De este vestiglo nacen tres gigantes,
y de estos tres gigantes, Doralice;
y de esta Doralice nace un Bendo.

Tú, mirón, que esto miras, no te espantes
si no lo entiendes; que, aunque yo lo hice,
así me ayude Dios que no lo entiendo.


9

A un nuestro amigo, músico malo.

Dicen que Orfeo piedras, animales,
y aguas trujo con voces soberanas;
también, cantando tú, quitas mil canas,
y anoche en ti se vieron sus señales;

que un mojón te tiraron las canales
a la parroquia de las almorranas,
y sobre ti llovieron las ventanas
lo que ya fue alimento de orinales.

Diste a huir, y al fin de unas callejas
te sacaron las márgenes redondas
de tu capa dos perros, a maitines.

Cantando haces derretir las tejas,
tañendo llamas las saladas ondas,
huyendo te acompañan los mastines.


10

Soneto burlesco a una dama

Cantar que nacen perlas y granates
si estampas los toribios de tus patas,
llamar coturnos breves tus zapatas,
escrebir que eres ninfa del Eufrates,

decir, siendo tus codos acicates,
que son tus brazos tiernos como natas,
cuyas canillas te vendió baratas
la ninfa de que hacen los chizgates,

es un cierto mentir a fuego lento,
para que se derrita un pecho moro,
si nace a ser verdugo de poetas.

Mas tú misma echarás de ver que miento;
que las ninfas bordaban paños de oro:
tú no sabes echarme unas soletas.

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SONETOS ESPIRITUALES

1

Al Santísimo Sacramento

Guardan a un señor preso con preceptos
rigurosas los guardas diligentes;
mas en el pan le esconden los parientes
un papel y le avisan los secretos.

Tal guardan los sentidos indiscretos,
examinando cosas diferentes;
mas, escondido Dios en acidentes,
avisa al alma presa sus conceptos.

Bien que a Cristo no vemos ni sentimos,
mas la fee certifica con su sello
que en Pan se pasa al alma por la boca.

Creer manda otras cosas que no vemos,
y aquí creer nos mandó contra aquello
que ven los ojos y la lengua toca.


2

Soneto a Jesucristo en la Cruz

Desplegar como un velo en los coluros
el que, sin cabo, cielo se dilata,
y de llama, hermosamente ingrata,
armar sus campos de cristales puros,

cimientos a la tierra abrir siguros
donde el viento sus plumas desbarata,
hacer al mar, que en perlas se desata,
de floja arena inacesibles muros,

pequeña gloria fue de tu potencia;
mas que, de puro amor, te hagas hombre,
Dios mío, por morir por tu criatura,

no es mucho que a los ángeles asombre,
ni los hombres, que ignoran tu clemencia,
lo tengan por escándalo y locura.


3

Soneto a la Ascensión del Señor

Jesús, mi amor, que en una nube de oro,
engendrada del llanto de tu ausencia,
al Cielo te trasladas en presencia
del, si alegre, dichoso, santo coro,

mi corazón se va tras su tesoro;
tras Ti se va con alta diligencia,
y yo te sigo en dulce competencia,
con cudiciosa vista y triste lloro.

¿Cómo oirás, oh mi bien, el llanto mío,
si vas adonde nunca entró la pena?
¡Bien que en tus manos llevas mi memoria!

Lejos yo, cual mis ojos, hechos río,
el fuego templan que en mi pecho suena,
templaré mis querellas con tu gloria.


4

Soneto a la Virgen Nuestra Señora, caminando a Egipto

Mira desde una laja de la roca
el águila ondear el fuego claro;
y el nido con piadoso desamparo
deja, sus hijos salva, el cielo toca.

También do el sol se ignora, en tierra poca
hunde el tesoro el mal seguro avaro,
que teme de la cueva, aunque es su amparo,
no suenen sus secretos en su boca.

Así guardas el Hijo y el tesoro,
Ave María, Virgen cudiciosa,
con presta mano y peregrina planta.

Así del dulce nido, así del oro
te obliga, oh sabiamente recelosa,
piedad divina y avaricia santa.


5

Soneto por el llanto de Nuestra Señora y de San José al niño perdido

Pastor a cuya gloria me levanto,
zagala, honor de aquestas selvas bellas,
en lágrimas bañáis las nobles huellas:
¿que un cordero perdido lloráis tanto?

Lloras, María, y tu precioso llanto
suben para su lumbre las estrellas;
y lloras tú, Joseph, cuyas querellas
son de los aires ornamento santo.

Más de una voz el aire desordena
del uno y otro pecho atribulado,
que a Jesús llama entre mortal gemido.

Mas de aqueste dolor nace otra pena,
viendo que, cuando más hayáis llorado,
no igualará el dolor al bien perdido.


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MADRIGALES

1

A los cabellos de su dama

En una red prendiste tu cabello,
por salteador de triunfos y despojos,
y, siendo él delincuente,
lo sueltas, y me haces de él cadena.

No fíes de él, oh lumbre de mis ojos,
que es lazo, y mucho se te llega al cuello;
llégalo al mío, y pagaré la pena,
porque diga el Amor, siendo testigo,
que mi premio nació de su castigo.


2

A un arroyo

Pobre viste, perdiendo tu decoro,
arroyuelo gentil, con noble pena,
lecho y margen sin oro ni verbena,
agua sin lustre, arena sin tesoro.

Mas ya miras riquezas al trasfloro
después que el nombre de mi Laura suena,
en lecho, en agua, en margen, en arena,
de perlas, de cristal, de flores, de oro.


3

Al sol sobre su dama

Vuela más que otras veces,
sol, desenlaza libre tu presteza,
y mira no tropieces
en tu misma furiosa ligereza.

No alcancen a tus postas voladoras
con pies de viento las sucintas horas;
que con más honra volarás rogado
que de mi sol vencido y afrentado.

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POESÍA A UNA MUJER GORDA

Porque sois para mucho,
y mujer tan de hecho
y de tan grande pecho,
os quiero grandemente;
y aquesto, muy sin artes,
que sois de grandes partes,
y de cuatro costados,
con nueva maravilla,
sois grande de los grandes de Castilla.

Y, aunque os hacéis tan grave,
que a muchos sois pesada,
como os ven bien tratada
y es tal vuestra grandeza,
no se atreve ninguno
a seros importuno;
que sois más mujer que otra,
y así, cualquiera siente
que lo podréis moler muy fácilmente.

Mas si os tenéis en mucho,
con grande fundamento
y con mayor asiento
estima en mucho a todos;
porque si sois grosera,
en ser terrible y fiera
sudar os hará alguno,
y con tan sucio ultraje
no es mucho que manchéis vuestro linaje.

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ROMANCILLOS

1

Al vulgo de Antequera sobre Nuestra Señora de Monteagudo

Vulgo de mil cabezas,
justamente te espantas
de ver en Antequera
la dama de la Infanta.

Cudicioso preguntas,
malicioso reparas,
inconstante en las obras,
novel en las palabras.

Con llave de oro puro
abriré a tu ignorancia
las bien cerradas puertas,
con desiguales guardas.

Donde el Norte espacioso
prende en cristal las aguas
y el Orión valiente
cala yelmo de escarcha.

Entre desnudos juncos,
corre el flamenco Escalda,
cinta de Monteagudo,
guarnición de sus faldas.

Aquí un dórico templo
altas puntas levanta,
tropiezo de los bueyes
de la luna de plata.

En este venció el fuego
al oro con la llama,
con la luz al piropo,
y con el humo al ámbar.

Aquí, honradas de dones,
las virginales aras
mostraron que ha quedado
piedad en Alemaña.

Cuantos en corvas naves
los fríos mares rasgan,
libres de la tormenta
vieron esta montaña.

A ti, gloriosa Virgen,
cortésmente serrana,
cumplieron nobles votos,
cantaron alabanzas.

De naves y cadenas,
de cera rubia y blanca,
dio el agradecimiento
cortinas a su alcázar.

En tanto el belga hereje,
para abrasar su casa,
hería el pedernal,
que es cárcel de las llamas,

cuanto, atenta a sus golpes
la que pasó de España,
la nobleza en la sangre,
la piedad en el alma,

hurtó sagradamente
de un árbol la manzana
que sanó a todo el mundo
y aquel de Adán restaura.

Cubierto de una nube
puso el sol en su patria,
do el que nace en Oriente
dentro del mar descansa.

Es la Reina, que viene
con su gente de guardia,
de la casa del campo
a morar en su casa.

Recíbela la gente
contenta, si admirada,
quemando sacro incienso,
blandiendo tiernas palmas.

En honra de los vientos,
versos los cisnes cantan,
de vanidad devota
ostentaciones sanetas.

Mas hurtaos, versos míos,
a los saraos y danzas,
y honrad la que a la Virgen,
cual Joseph, acompaña.

Y aquel que dignamente
viste la cruz de grana,
que ilustre solicita
gloriosas alabanzas.

Mas a tan alto vuelo
no se atreven mis alas,
si ya mi monumento
no pretendo en las aguas.

Ves aquí, vulgo necio,
el debujo en estampa;
que para tu torpeza
torpes rasguños bastan.


2

A Nuestra Señora de Archidona

Farol de esta comarca,
luz de Archidona,
Virgen madre de Gracia
Virgen toda graciosa,

tu nido en alto tienes,
blanca paloma,
tan alto, que parece
escala de la gloria.

Tú del Sol eres madre,
rosada Aurora,
previlegiado Oriente
no ultrajado de sombras.

Países estranjeros
tu gracia invocan
y tu amor solicitan
lejas palmas devotas,

donde en saraos y justas
almas gloriosas
enristran blancas palmas,
calan yelmos de rosas.

Allí oyes que te llama
gente remota,
despachas sus gemidos;
su llanto en risa tornas.

Luego, por ver tu casa,
ya sin congoja,
deslindan los caminos
agradecidas tropas,

y allá do el Euro bravo
vuelca las ondas,
le arrebata al piloto
tu nombre de la boca;

y mientras corajoso
los pinos troncha:
¡Virgen de Gracia! suena,
y el peregrino votan,

respeta el viento el nombre,
y en aura sopla,
y tus paredes visten
tablas y húmida ropa.

También cuando con saña
hierve Belona,
bebe la arena sangre,
hacen las flechas sombra,

entre rayos de plomo,
al trueno de trompas,
quien se arma de tu nombre
desprecia las pelotas.

Por ti los pies atados
sus pasos cobran,
y a los ojos sin día
concedes ver las cosas.

Defraudas a la muerte
varias victorias,
y a los demonios quitas
las, que hurtaron, joyas.

Por eso tu alabanza
las lenguas brotan
y en tu casa agradecen
los que de gozo lloran.

Cuando rubias aristas
quiebran en ondas,
el labrador te escoge
las más lucida copia.

Para tu humilde casa
Nápoles borda,
teje damasco el chino,
y el mauritano alfombras.

¡Oh Virgen, reina mía,
que de mi roca
me llamaste a tu casa,
a dignidad de escoba!

Fiesta harán mis versos
para memoria,
porque no estimo en tanto
triunfo y laurel de Roma.

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EPIGRAMA A SAN JOSÉ

De Egipto venís, gitano;
no hay alma con Vos segura,
mientras su buena ventura
le mostráis en vuestra mano.

Delante de Dios se ve
que venís, y yo no sé,
si ya no es por el consejo,
José, por qué os pintan viejo,
pues que sois mozo de a pie.

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CANCIÓN A LAS LÁGRIMAS DE SAN PEDRO

Planta que vence al cedro,
a cuya sombra medro,
no por tanto regar te seques, planta;
lloroso Pedro santo,
no des licencia al llanto
que anegue cimbra y planta
de nuestra Iglesia Santa.
Oh noble viejo triste,
piedra en quien se quebranta
la onda que te embiste,
templa el alto consejo;
que es el dolor valiente, y tú eres viejo.

Ya confiesas gimiendo,
si negaste temiendo;
la lengua satisfaces con los ojos;
lloras virtiendo el daño
del no mirado engaño,
con mirados enojos
o bien claros antojos
que aumentan el delito;
mas no ven los despojos
que con tu llanto ha escripto
el dolor tristemente,
por estar en el alma y en la frente.

¿A ti, barba de nieve,
el coraje se atreve?
¡Oh piadosa crueldad!, limita el fuego,
porque no en breve abrase
a l'alma, el furor tase
con el piadoso riego.
Mas, ¡oh turbia corriente,
que con violento ruego
fuerzas la llama ardiente!,
niégate a aquesa fragua,
que ya crecen los fuegos con el agua.

¡Oh bien pintado ejemplo,
al fresco, en nuestro templo,
de amor, de penitencia y valentía!
En ti contemplo un viejo
de sañudo entrecejo,
que en sangre anciana y fría
ardientes iras cría,
y en l'alma enamorada,
-cual lo fuese la mía-,
de saeta dorada
traspasado y de hinojos,
virtiendo los dolores por los ojos.

Cueva erizada de ovas,
que en tus hondas alcobas
se quiebran altamente sus gemidos
en pardas tobas frías,
pues con su llanto crías
tus húmidos vestidos,
esas, que pierdes, quejas
guarda, y los alaridos
que despreciados dejas;
que una alma arrepentida
te comprará su precio con su vida.


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