Poemas de Salvador Rueda
WEBMASTER: Justo Alarcón

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Índice
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SONETOS LA BACANAL
LO QUE NO MUERE COPLAS


SONETOS

1

La lámpara de la poesía

Desde la frente, que es lámpara lírica, desborda su acento
como un aceite de aroma y de gracia la ardiente poesía,
y a los ensalmos exhala cantando su fresca armonía,
vase llenando de luz inefable la esponja del viento.

Rozan los versos como alas ungidas de lírico ungüento
sobre las frentes, que se abren cual rosas de blanca alegría;
y un abanico de ritmos celestes el aire deslía,
cual si moviera sus plumas de magia de Dios el aliento.

Vierte en el aire la lámpara noble sus sones divinos,
que goteantes de sílabas puras derraman sus trinos
desde el tazón del cerebro de lumbre que canta sonoro.

Y revolando las almas acuden de sed abrasadas
como palomas que beben rocío y ondulan bañadas
en el temblor de la fuente sube del verso de oro.

2

La copla

Tiene la mariposa cuatro alas;
tú tienes cuatro versos voladores;
ella, al girar, resbala por las flores;
tú por los labios, al girar, resbalas.

Como luces su túnica, tú exhalas
de tu forma divinos resplandores,
y fingen ocho vuelos tembladores
tus cuatro remos y sus cuatro palas.

Ya te enredas del alma en una queja,
ya en la azul campanilla de una reja,
ya de un mantón en el airoso fleco.

En el pueblo, andaluz, copla, has nacido,
y tienes --¡ave musical!-- tu nido
de la guitarra en el sonoro hueco.

3

El ave del paraíso

Ved el ave inmortal, es su figura;
la antigüedad un silfo la creía,
y la vio su extasiada fantasía
cual hada, genio, flor o llama pura.

Su plumaje es la luz hecha locura,
un brillante hervidero de alegría
donde tiembla 1a ardiente sinfonía
de cuantos tonos casa la hermosura.

Su cola real, colgando en catarata;
y dirigida al sol, haz que desata
vivo penacho de arcos cimbradores.

Curvas suelta la cola sorprende,
y al aire lanza cual tazón de fuente
un surtidor de palmas de colores.

4

La cigarra

Silencio; es la cigarra, la doctora,
la que enseñó a Virgilio la poesía
y dio a las viñas griegas su armonía
cual bordón inmortal de luz cantora.

Aun pasa con su lira triunfadora
ardiendo en entusiasmo y energía;
encerrado en sus élitros va el día,
escuchad su canción abrasadora.

Ser en la roja siesta enardecido,
es un ascua del sol hecha alarido
que a su propio calor fundirse quiere.

Quema al cantar su real naturaleza,
canta por el amor a la belleza,
canta a las almas, y cantando muere.

5

Hora de fuego

Quietud, pereza, languidez, sosiego...;
un sol desencajado el suelo dora,
y a su valiente luz deslumbradora
queda el que a fascinado y ciego.

El mar latino, y andaluz, y griego,
suspira dejos de cadencia mora,
y la jarra gentil que perlas llora
se columpia en la siesta de oro y fuego.

Al rojo blanco la ciudad llamea;
ni una brisa los árboles cimbrea,
arrancándoles lentas melodías.

Y sobre el tono de ascuas del ambiente,
frescas cubren su carmín rïente
en sus rasgadas bocas las sandías.

6

Las bodas del mar

Ya acudes a tu cita misteriosa
con el inquieto mar, luna constante,
y asoma las playas de Levante,
hostia de luz, tu cara milagrosa.

En la onda azul, cual nacarada rosa,
se abre tu seno con pasión de amante
y dibuja un reguero rutilante
tu pie sobre la espuma en que se posa.

El agua, como un tálamo amoroso,
te ofrece sus cristales movedizos
donde tiendes tu cuerpo luminoso.

Y al ostentar desnuda tus hechizos,
el mar, con un abrazo tembloroso,
te envuelve en haz de onduladores rizos...

7

El «copo»

Tíñese el mar de azul y de escarlata;
el sol alumbra su cristal sereno,
y circulan los peces por su seno
como ligeras góndolas de plata.

La multitud que alegre se desata
corre a la playa de las ondas freno,
y el musculoso pescador moreno
la malla coge que cautiva y mata.

En torno de él la muchedumbre grita,
que alborozada sin cesar se agita
doquier fijando la insegura huella.

Y son portento de belleza suma:
la red, que sale de la blanca espuma:
y el pez, que tiembla prisionero en ella.

8

La sandía

Cual si de pronto se entreabriera el día
despidiendo una intensa llamarada,
por el acero fúlgido rasgada
mostró su carne roja la sandía.

Carmín incandescente parecía
la larga y deslumbrante cuchillada,
como boca encendida y desatada
en frescos borbotones de alegría.

Tajada tras tajada, señalando
las fue el hábil cuchillo separando,
vivas a la ilusión como ningunas.

Las separó la mano de repente,
y de improviso decoró la fuente
un círculo de rojas medias lunas.

9

Ramo de lirios

Porque de ti se vieron adorados,
tengo un vaso de lirios juveniles:
unos visten pureza de marfiles;
los otros terciopelos afelpados.

Flores que sienten, cálices alados
que semejan tener sueños sutiles,
son los lirios, ya blancos y gentiles,
ya como cardenales coagulados.

Cuando la muerte vuelva un ámbar de oro
tus largas manos de ilusión que adoro,
iré lirios en ellas a tejerte.

Y mezclarán sus tallos quebradizos
con sus dedos cruzados y pajizos,
¡que fingirán los lirios de la muerte!

10

Afrodita

Venus, la de los senos adorados
que nutren de vigor savias y rosas;
la que al mirar derrama mariposas
y al sonreír florecen los collados;

la que en almas y cuerpos congelados
fecunda vierte llamas generosas,
de Eros a las caricias amorosas
ostenta sus ropajes cincelados.

Ella es la fuerza viva, el soplo ardiente
de cuanto sueña y goza, piensa y siente;
de cuanto canta y ríe, vibra y ama.

En el niño es candor, eco en la risa;
en el agua canción, beso en la brisa,
ascua en corazón, flor en la rama.

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LA BACANAL

1

Está de fiesta la triunfante Roma;
desierto y mudo su elocuente Foro;
con estallar de estrépito sonoro
la delirante bacanal asoma.

No importa que minando la carcoma
esté su base de sillares de oro,
ni que entre mares de imborrable lloro
caiga como la impúdica Sodoma.

El festival con su esplendor la baña,
y sus noches magnificas recrea,
y con báquicos bailes le acompaña.

Y Roma, entre el festín que la rodea,
vacila como tronco en la montaña
que, antes de herirlo, el viento bambolea.


2

Abren la marcha grupos numerosos
de Silenos con pieles revestidos,
que adelantan el paso confundidos
con grupos de bacantes bulliciosos.

Agitando los tirsos primorosos
de cien lazos espléndidos ceñidos,
excitan y enardecen los sentidos
con sus bailes de ritmos cadenciosos.

De la noche rompiendo las tristezas,
van antorchas de rayos penetrantes
que del cuadro destacan las bellezas.

Y un escuadrón de sátiros saltantes
conduce en las cornígeras cabezas
hojas de hiedra en círculos triunfantes.


3

Mujeres con figura de victoria
siguen vestidas de lujosas galas,
y abren en sus omóplatos las alas,
símbolo de su triunfo y de su gloria.

Vivas luces ardiendo a la memoria
del gran Dionisos brillan cual bengalas,
y de sus tonos tienden las escalas
sobre el festín de la romana escoria.

Un bello altar de perlas coronado,
que irradia como asiático tesoro,
va de frondosas pámpanas orlado.

Y en pos de cien niños a compás sonoro,
llevan como presente delicado
el azafrán en páteras de oro.


4

Tras de un tropel que rompe y desbarata,
libre de toda ley, lazos y frenos,
llegan en el tumulto dos Silenos
en cuya piel la luz rayos desata.

Uno que e1 vivo júbilo retrata
va dando brincos de destreza llenos,
y el otro lanza vibradores truenos
de una trompeta de maciza plata.

Entre los dos, de trágico vestido,
un hombre va colérico accionando
y el rostro tras la máscara escondido.

Es el actor que avanza declamando,
y viene con acento enardecido
dáctilos y espondeos recitando.


5

Esparciendo, prolíficas, los dones
con que la madre tierra las dotara,
entre pompas que un rey ambicionara
avanzan las diversas estaciones.

Resuenan encomiásticas canciones
en las que va la perfección más rara,
y en copa enorme que de hervir no para
hacen sátiros mil sus libaciones.

Trípodes al de Delfos semejantes
y piedras erizadas de facetas,
van mezclados con copas deslumbrantes.

Y ensalzan en su lira los poetas,
con ditirambos bellos y brillantes,
el premio destinado a los atletas.


6

Baco, encima de un carro reluciente,
va por torvas panteras arrastrado,
y en un vaso de plata cincelado
bebe la espuma del licor hirviente.

Un tazón de Laconia transparente,
bajo el dosel de pámpanas formado,
luce su primoroso modelado
junto a jarros y perlas del Oriente.

Muestran las cabelleras destrenzadas
en el carro triunfal nobles matronas
con las sacerdotisas inspiradas.

Y cubiertas de pieles de leonas,
van al pagano rito encadenadas
mujeres con laureles y coronas.


7

Cien brutos de otro carro van tirando:
es un lagar de áureos racimos lleno,
que están, al son de un canto de Sileno,
enardecidos sátiros pisando.

Al brusco ritmo con que van bailando,
la uva derrama su jugoso seno,
y fingen sordo resonar de trueno
los duros pies el suelo golpeando.

Copas de plata el chorro desprendido
reciben en sus fondos deslumbrantes,
cual si el nácar hubiéralos bruñido.

Trasiéganlas las turbas delirantes,
y el carro lleva a su espaldar uncido
un reguero de lúbricas bacantes.


8

De la profusa bacanal liviana
avanza otro vehículo asombroso
bajo un odre gigante y portentoso
que de leopardas pieles se engalana.

Sobre su inmensa cima soberana,
como en hombros de homérico coloso,
en montón hacinado y prodigioso
junta sus artes la ciudad romana.

Jarros, trípodes, vasos a porfía,
bajo relieves de cincel divino,
asombran la exaltada fantasía.

Y a lo largo llevadas del camino,
al par que derramando la alegría,
van vertiendo las cráteras el vino.


9

Sigue un cuadro de gracia y de belleza:
niños vestidos de ideal blancura
muestran ceñidas en la frente pura
coronas que tejió Naturaleza.

Sobre un carro cargado de riqueza
vierte una gruta esencias y frescura,
y hay un coro de ninfas que asegura
verde laurel a la gentil cabeza.

Dos fuentes de las peñas se desmandan
entre ramajes y aromadas pomas,
y leche y vino en sus raudales mandan.

Ungen el aire asiáticos aromas,
y por cima del carro se desbandan
espirales de espléndidas palomas.


10

Dos cazadores con venablos de oro,
de numerosos perros circundados,
que Hircania regaló en sus collados
para ornamento del festín sonoro,

van escuchando el encendido coro
de entusiásticos himnos, dedicados
al dios que lleva a su poder atados
tanto regio esplendor, tanto tesoro.

Arboles de magnífico follaje
ponen dosel de agreste poesía
al cuadro halagador con su ramaje.

Y en sus hojas estalla la armonía
de cien aves de espléndido plumaje
que en bellas jaulas regaló Etiopía.


11

Siguen el lento paso torvas fieras
de hirsuta piel en tintas salpicadas,
elefantes de trompas enroscadas,
las de diente voraz rubias panteras.

Con lanas como blondas cabelleras
van las llamas de formas delicadas,
y las alas de armiño inmaculadas
abren los cisnes como dos banderas.

Aguilas de pupila rutilante,
de duras garras y de corvo pico,
nobleza prestan al festín brillante.

Y el pavo real, de tornasoles rico,
desata la baraja deslumbrante
de las plumas sin fin de su abanico.


12

Cierra la marcha, espléndido y grandioso,
un grupo de cien carros resonantes,
donde avestruces, ciervos y elefantes,
pasan en un desfile esplendoroso.

Baco, en medio, deslumbra victorioso
coronado de pámpanas flotantes,
entre sabias ciudades que triunfantes
simbolizó el artista prodigioso.

El vino en copas cinceladas prueban
sátiros que, beodos, van saltando
y a las bacantes lúbricas sublevan.

Y esclavos rudos a compás danzando,
ébano en troncos colosales llevan
sobre los recios hombros descansando.


13

Y entre esa orgía de placer profundo,
pasmo y asombro del cerebro humano,
que atraviesa en desfile soberano
con su tropel de carros rubicundo;

entre ese delirar vivo y jocundo
río que corre al lóbrego Océano
donde revueltas en su estruendo vano
van a morir las glorias de este mundo,

la antigua sociedad, roto su cielo,
siente que en su espaldas se desploma,
y herida pliega el vacilante vuelo.

Borra el festín su embriagador aroma,
se apagan las antorchas, tiembla el suelo,
¡se abre el abismo y se sepulta Roma!

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LO QUE NO MUERE

Cayó en tierra la lira
y estallaron sus cuerdas armoniosas;
las que en el arte admira
de Grecia y Roma nuestra ansiosa mente
bellezas ideales,
como granos de efímera simiente
cayeron en desiertos arenales.

«¡Profanación, profanación!», resuena
por donde el alma, ansiosa de armonías,
tiende la vista de terrores llena.

Los antiguos altares,
por angulosas manos sacudidos
desgranaron sus muros y sillares;
y ya en vez de las arpas elocuentes
llenas de fe de los pasados días,
dilatando su bárbaro estampido
en la fragua que informe se levanta,
golpeando en el hierro enrojecido
el tremendo martillo es el que canta.

¿Labra engendros o dioses? ¡Quién lo sabe!
De las tinieblas de la noche fría
a veces sale preludiando el ave;
pero está, ruiseñor la poesía,
mejor que junto al yunque que ennegrece
bebiendo luz en la región del día.

Cuando osado a la piedra arrebataba
el heleno cincel rayos brillantes
arrancando a lo informe la escultura,
de sus golpes el coro acompañaba,
como a tremenda lid himnos guerreros,
la lira que sublime resonaba
tocada por los Píndaros y Homeros.

Hoy que la estatua del moderno culto
labra el martillo sobre el yunque fuerte
y los clásicos moldes se quebrantan,
en el concierto que el horror entona,
¿quién coloca a la estatua su corona?,
¿qué Homeros y qué Píndaros la cantan?

La culta estrofa, de lo antiguo pasmo;
la elaborada con buril de fuego;
la que provoca el vívido entusiasmo
y de la patria el sentimiento ciego;
la que narra las fiestas regaladas
de los dioses helénicos vencidos,
y halaga los oídos
en las noches de Roma bulliciosa,
cuando el festín, sus risas desatadas,
cantando libre y delirante coro,
brilla al estruendo de las copas de oro,
bajo el techo de bóvedas doradas;
la estrofa añeja como rancio vino
de gotas por la luz hechas colores,
en que Horacio divino
como en gallardo búcaro de flores
hace brillar su ingenio peregrino;
la que de Mantua gime en los vergeles
cantada por las fuentes rumorosas
y repite el pastor enamorado
que congrega el ganado
en el idilio con dosel de rosas;
la que espléndida y bella se desliza
como a los hombros túnica sujeta,
es músculo y es nervio en que analiza
el sutil microscopio del poeta.

¿Qué se han hecho los dioses de otros días,
los dioses que las selvas custodiaron
y en las fuentes alzaron
palacios de cristal y melodías?

Ya no mira Narciso su belleza
en los espejos trémulos del lago,
ni atraviesa la gran naturaleza
Diana al recorrer los horizontes
que el mar azul abraza,
despertando los ecos en los montes
con sus trompas magníficas de caza.

Ya la flauta de Pan no se estremece
al dulce soplo de la blanda siesta,
ni la ninfa del bosque se recuesta
en el lecho del agua en que se mece...

En su concha de nácar irisada,
no piensa en el amor, adormecida,
Venus como una estatua cincelada,
ni le sigue la escolta divertida
de tritones cercando a las nereidas
de la playa sin fin entre la bruma,
cuando la ondina aparta los cristales
para sacar el pecho de la espuma.

Todo lo hermoso, lo que el pecho llena
de nobles resplandores,
roto o volcado lo contempla el alma
por espíritus torpes en su vuelo,
que ambicionan tirar, porque son bellas,
del pabellón espléndido del cielo
para arrojar al suelo las estrellas.

Pero no basta a la razón ignara
su vil encono y superior destreza
para los dioses derribar del ara;
¡les sostiene la ley de la belleza!

No importan los discursos esplendentes
de frase como el número precisa;
a compás de sus sones elocuentes,
muertas de risa correrán las fuentes
y los vergeles morirán de risa.

Escuchando las cláusulas hermosas,
estará con el vuelo recogido
parado el aire en las abiertas rosas;
pero enojado del discurso vano
reprobará los párrafos ardientes
y apóstrofes de llamas,
levantando silbidos estridentes
en las hojas flotantes de las ramas.

-«¡Muere el ritmo!» -dirá la voz tronante
del orador, mostrando su entereza;
y el ritmo palpitante
seguirá la canción de las canciones;
¡la del amor, a coro levantada
por todos los ardientes corazones!

-«¡Muere el color!» -y desde el rosa leve
de la flor del almendro, flor primera
que tímida corona
la dulce primavera,
hasta la rosa de matiz brillante
y oscuro terciopelo,
la escala de las tintas y colores
vibrará como canto sin sonidos,
y formará explosiones ideales
de tonos verdes, rojos y encendidos.

-«¡Muere la nota!» -en el feraz ramaje
que rodea las cunas de los nidos
de verde cortinaje,
ora sonando el canto que en la siesta
de los gárrulos pájaros se exhala;
ora en la tarde al comenzar su fiesta
formando el ruiseñor plácida escala
que es dulce voz de la nocturna orquesta,
ya imitando el canario en los hechizos
de su reír sonoro
rumores de granizos
en cálices de oro;
cuanto insecto a la luz zumba su nota
lanzando breve y prolongado grito,
y cuanto dice el céfiro a las flores,
llenarán el pentagrama infinito
de preludios, arpegios y rumores.

¡No muere, no, la santa poësía!

Mientras conserven lágrimas los ojos
y el humano cerebro fantasía;
mientras la cuna que columpia al niño
como al nido de pájaros la rama,
se corone de besos y cariño
como de chispas la radiante llama;
mientras haya unos ojos que nos miren
con promesas de amor puras y hermosas,
y en los blancos capullos donde giren
las crisálidas tiemblen y suspiren
por volverse doradas mariposas;
mientras forjando nubes de colores
el crepúsculo triste y angustiado
haga entreabrir los labios al suspiro,
y el resplandor que en los espacios arde
dibuje entre las nieblas de la tarde
rotondas de oro y templos de zafiro;
mientras haya una flor que guarde el beso
de las luces del sol, y un niño cante,
y un ósculo nos dé madre querida,
y haga el dolor de la existencia mofa,
entonará, como al surgir la vida,
el Universo su inmortal estrofa.

¡Mirad la cuesta del esfuerzo humano!
Por las agrias veredas que conducen
a su cima inmortal, del hondo llano,
sobre cráneos y lúgubres escombros
de anteriores ejércitos señales,
buscando ansiosas las triunfantes palmas,
con su mundo de anhelos en los hombros
Sísifos del dolor suben las almas.

En la cima elevada, genios, reyes,
celebrados poetas y pintores,
sabios artistas y apiñadas greyes,
la si en ceñida de inmortales flores,
os guardan la victoria
y el puesto merecido y señalado
que alcanza el fatigado
paso que lleva a la brillante gloria.
¡Sísifos de lo bello!, nada arredra
la fe que al triunfo aspira:
¡arriba con la piedra!,
¡arriba con la lira!

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COPLAS

1

Como el almendro florido
has de ser con los rigores,
si un rudo golpe recibes
suelta una lluvia de flores.

2

Antes que el sepulturero
haya cerrado mi caja,
echa sobre el cuerpo mío
tu mantilla sevillana.

3

Tiro un cristal contra el suelo
y se rompe en mil cristales,
quiero borrarte del pecho
y te miro en todas partes.

4

Sobre su negro ataúd
daban las gotas del agua,
¡qué lejos el cementerio
y qué noche tan amarga!

5

A las puertas de la muerte
sentado habré de aguardarte;
no faltarás a la cita,
allí te espero, ya sabes.

6

Allá en el fondo del río
cuando nada turba el agua,
palpita de las estrellas
el hormiguero de plata.

7

Aprovecha tus abriles
y ama al hombre que te quiera,
mira que el invierno es largo
y corta la primavera.

8

Para alcanzar las estrellas
sonda el cisne la laguna;
en el mar de los amores
yo soy cisne y tú eres luna.

9

A la luz de tu mirada
despido mis penas todas,
como a la luz de los astros
la hoja despide la sombra.

10

No soy dueño de mí mismo
ni voy donde a mí me agrada,
atado llevo el deseo
al hilo de tu mirada.

11

Parecía la amapola
que ayer vi en el cementerio,
sus rojos labios que ansiaban
darme los últimos besos.

12

Cuando eche mi cuerpo flores
sólo una cosa te pido,
que las pongas en el pecho
donde no pude estar vivo.

13

Mira qué triste está el cielo,
mira qué sendas tan solas,
mira con cuánta amargura
se van quejando las hojas.

14

Para mirar qué es la vida,
cuando estoy en mi aposento
con un fósforo señalo
la forma de un esqueleto.

15
La campiña cuando sales
se inunda de luz alegre,
y las hojas de las ramas
baten las palmas al verte.

16

De dos montañas distintas
corren al mar dos arroyos,
y en el camino se juntan
para no caminar solos.

17

Tengo los ojos rendidos
de tanto mirar tu cara,
si los cierro, no es que duermen,
es tan sólo que descansan.

18

Tus ojos son un delito
negro como las tinieblas,
y tienes para ocultarlo
bosque de pestañas negras.

19

De aquella peña más dura
sale el manantial alegre,
de un pecho con ser humano
no sale el cariño siempre.

20

Dentro de una calavera
dejó la lluvia un espejo,
¡y en él a la media noche
se contemplaba un lucero!

21

Para formarle un collar
a tu pecho, dueño mío,
voy buscando por las ramas
los diamantes del rocío.

22

Fuera entre todas las cosas
por abrazarte temblando,
enredadera florida
de tu cuerpo de alabastro.

23

Rayito fuera de luna
para entrar por tu ventana,
subir después por tu lecho
y platearte la cara.

24

Cuando me esté retratando
en tus pupilas de fuego,
cierra de pronto los ojos
por ver si me coges dentro.

25

Dos velas tengo encendidas
en el altar de mi alma,
y en él adoro a una virgen
que tiene tu misma cara.

26

Cuando me envuelvo en el rayo
de tus pupilas siniestras,
como terrible martillo
toda mi sangre golpea.

27

Creyendo darlo en tu boca
he dado en el aire un beso,
y el beso ha culebreado
como una chispa de fuego.

28

Divididas en manojos
están tus negras pestañas,
y cuando la luz las besa
no he visto sombras más largas.

29

Si quieres darme la muerte
tira donde más te agrade,
pero no en el corazón
porque allí llevo tu imagen.

30

Viviendo como tú vives
enfrente del cementerio,
qué te importa ver pasar
un cadáver más o menos.

31

Una lápida en su pecho
pone al amar la mujer,
que en letras de luto dice:
«muerta, menos para él».

32

A saludar a su amada
voló un dulce ruiseñor,
vio otro pájaro en su nido
y de repente murió.

33

El día de conocerte,
mira qué casualidad,
tu nombre estuve escribiendo
en la escarcha de un cristal.

34

En el altar de tu reja
digo una misa de amor,
tú eres la virgen divina
y el sacerdote soy yo.

35

Yo no sé qué me sucede
desde que te di mi alma,
que cualquier senda que tomo
me ha de llevar a tu casa.

36

Sobre la almohada
donde duermo a solas,
¡cuántas cosas te he dicho al oído
sin que tú las oigas!

37

Cuando el claro día
llama a mis cristales,
desvelado me encuentra en la sombra
trazando tu imagen.

38

Hay en tu mirada
yo no sé qué cosa,
que en mis fibras penetra y penetra
como espada sorda.

39

Creyendo en mis sueños
poder abrazarte,
¡qué de veces, mi bien, he oprimido
las ondas del aire!

40

Jugara la vida
gozando en perderla,
si a las cartas les dieran su sombra
tus pestañas negras.

41

El acento dulce
de tu voz amada,
me parece una ola de llanto
que besa las playas.

42

Cada vez que a verte voy
en tu puerta me detengo,
pues temo que la alegría
me trastorne el pensamiento.

43

Sólo le pido al Eterno
que al despuntar cada día,
las sombras de nuestros cuerpos
sorprenda la luz unidas.

44

Si fuera rayo de luna
por tus ojos penetrara,
y en silencio alumbraría
el sagrario de tu alma.

45

Quisiera tener un rizo
de tu oscura cabellera,
para gastarme los ojos
en sólo mirar sus hebras.

46

Ya viene la primavera,
ya los pájaros se hermanan,
¡cuánto espacio entre nosotros
y cuán cerca nuestras almas!

47

Tu desaire más ligero
pone mi pecho vibrando
como un granillo de arena
hace temblar todo un lago.

48

Antes de yo conocerte
soñaba que me amarías;
¡quién presta oído a los sueños,
quién de los sueños se fía!

49

Cuando muerto esté en la tumba
toca en ella la guitarra,
y verás a mi esqueleto
alzarse para escucharla.

50

Cuando a media noche
los ramajes tiemblan,
el silencio interrumpen y pasan
las almas en pena.

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