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AMADO NERVO
(1870-1919)

Los mejores datos sobre los orígenes y formación cultural de
Amado Nervo, se encuentran en dos de sus breves autobiografías
escritas en España. Dice en una de ellas: "Nací en Tepic,
pequeña ciudad de la costa del Pacífico, el 27 de agosto de 1870.
Mi apellido es Ruiz de Nervo; mi padre lo modíficó, encogiéndolo.
Se llamaba Amado y me dio su nombre. Resulté, pues, Amado Nervo,
y, esto que parecía seudónimo -así lo creyeron muchos en América-,
y que en todo caso era raro, me valió quizá no poco para mi fortuna
literaria. ¡Quién sabe cuál habría sido mi suerte con el Ruiz de
Nervo ancestral, o si me hubiera llamado Pérez y Pérez".
En su otra confesión autobiográfica, casi desconocida, dice más
aún: "Soy descendiente de una vieja familia española que se
estableció en San Blas a principios del siglo pasado. Hice mi
instrucción primaria en las modestas escuelas de mi ciudad natal;
muerto mi padre cuando yo tenía nueve años, mi madre me envió a
un Colegio de Padres Romanos, al de Jacona, en Michoacán, que
entonces gozaba de cierta fama. En este colegio y después en
el seminario de Zamora, Michoacán, hice mis estudios preparatorios,
empezando, naturalmente, por el latín. Quise seguir la carrera de
abogado y estudié dos años, pero el quebrantamiento rápido de la
herencia paterna me obligó a volver a Tepic a ponerme al frente
de lo poco que nos quedaba y a trabajar para ayudar a mi
familia, que era numerosa. Después, buscando mejor destino,
marché a Mazatlán, donde escribí en el Correo de la Tarde
mis primeros artículos. Más tarde me dirigí a la Capital (en 1894)
y ahí con los esfuerzos y penalidades consiguientes, logré abrirme
camino".
Con frecuencia se refieren sus biógrafos a estas penalidades, entre
las que mencionan que tuvo que lucrar el pan de "estanquillero" y
hasta de "tablajero" en el Rastro, y quizás a ello alude el mismo
Nervo cuando asegura que el escritor "vive regularmente o de un
empleo, o de algo más prosaico; a veces es tendero, a veces
carnicero, a veces "coyote" y a veces, muy raras... negociante
en grande". Mayores aún fueron sus penas morales, como la pérdida
de su hermano Luis -comerciante ocasional y asimismo poeta-,
quien, sin la fortaleza de Amado, desertó de la vida en plena lucha.
Años después consignará en sus Apuntes para un libro que no escribiré
nunca, estas palabras: "Yo he visto el rayo verde, que
trae ventura. Lo vimos en una playa mazatleca mi hermano
y yo, una tarde de julio. Mi hermano se suicidó y yo... etcétera".
Escribió en EL Mundo Ilustrado, El Nacional, El Mundo, EL Imparcial
y en las mejores revistas literarias. Fue copiosa su producción
y variada: cuentos, semblanzas, artículos humorísticos, reseñas
teatrales, crítica de libros, artículos dialogados, crónicas, etc.
Y, además, muchos versos. Los que leyó ante el sepulcro de Manuel
Gutiérrez Nájera, en el primer aniversario de su muerte,
merecieron el aplauso unánime de los poetas y señalaron el punto
de partida de su ascensión lírica.
Pero, en realidad, su nombre comenzó a difundirse en 1895 con la
publicación de su primer libro, que no fue una colección poética,
sino una novela corta: El Bachiller. "Por lo audaz e imprevisto de
su forma -dice Nervo-, y especialmente de su desenlace, ocasionó
en América tal escándalo, que me sirvió grandemente para que me
conocieran". Juzgada a la distancia de los años, queda como una
buena obra inicial que refleja mucho del ambiente zamorano y de
sus propias vivencias de seminarista.
Místicas fue su primer libro de versos publicado (1898), si bien
no el primero que escribió, pues tal prioridad corresponde a
Perlas Negras -obra de adolescencia- que salió a luz en el mismo
año. Místicas le situó desde luego entre los poetas jóvenes de
más claro porvenir: allí aparecía diferente a los demás y sin
competidores en la poesía religiosa, que en este libro sonaba de
una manera insólita y refinada.
Después de El Bachiller publicó su atrayente narración fantasista
titulada El Donador de Almas. Ambas novelitas, juntas con Pascual
Aguilera -obra primeriza- formaron el volumen impreso en Barcelona
con el título de Otras Vidas. En esta época comienza a manifestar
sus conocimientos astronómicos en que fue iniciado por Luis G. León.
En 1899 se representó en el Teatro Principal una zarzuela
suya, Consuelo, con la que pretendía ensayarse en otro género
literario y trabajar por al advenimiento de un arte racional.
No insistió en estos propósitos.
Como todos los poetas finiseculares, amaba a París y pudo conocerlo
en 1900. Fue enviado como corresponsal de El Mundo; pero, no obstante
que Nervo cumplía eficazmente con su encargo y de que a los lectores
les parecían muy bellas sus correspondencias –"de México me dicen
que dicen que se ha desàrrollado mucho mi talento en París"-, pronto
fue despedido en forma inopinada por el gerente de la empresa.
Y volvió a encontrarse con la pobreza, pero también se encontró
con el amor; con el grande amor "para toda la vida"; es decir,
con Ana Cecilia Luisa Dailliez, la dulce mujer que fue su compañera
durante más de diez años- "encontrada en el camino de la vida el 31
de agosto de 1901. Perdida (¿para siempre?), el 7 de enero de 1912"-
y cuya muerte le causó "la amputación más dolorosa de sí mismo".
Fruto de este dolor fue un libro de versos muy leído: La Amada Inmóvil.

En París conoció a Verlaine, a Moreas, a Wilde, etc., y fue amigo de
los escritores y poetas hispanoamericanos que residían o pasaban por
aquella Lutecia que tanto encandiló a la generación de los modernistas.
Allí selló su amistad con Rubén Darío; amistad sin quebrantos ni
recelos, excepcional entre los grandes artistas y justamente calificada
de ejemplar. En París publicó la versión francesa de El Bachiller
-con el título de Orígene- y una obra poética, Poemas, que había de
extender su celebridad en los países de habla española. Uno de estos
poemas, La Hermana Agua, cuenta entre sus mayores aciertos.
Ya de regreso en México (1902), publicó su bello libro de prosa y
verso llamado El Exodo y Las Flores del Camino y colaboró asiduamente
en la Revista Moderna, compartiendo después su dirección con Jesús
E. Valenzuela. En el mismo año publicó Lira Heroica. Merced a los
sufragios del grupo modernista, en 1903 alcanzó el triunfo de
primacía entre los poetas mexicanos. De 1902 a 1905 trabajó
nuevamente en El Mundo, El Imparcial y El Mundo Ilustrado.
Sacó a luz otro libro de versos: Los Jardines Interiores,
que es el mismo que había comenzado a preparar con el título de
Savia Enferma. En esa misma época obtuvo, por oposición, el cargo
de profesor de lengua castellana en la Escuela Nacional Preparatoria.
En 1905 ingresó en el servicio diplomático con la categoría de segundo
secretario adscrito a la Legación de México en Madrid. De allá enviaba
sus correspondencias a su periódico, El Mando, y a la vez escribía
jugosos informes sobre lengua y literatura para el Boletín de la
Secretaría de Instrucción Pública. Más tarde colaboró en periódicos
de Buenos Aires y La Habana. En España escribió muchos de sus mejores
libros, entre los cuales descuellan En Voz Baja, Juana de Asbaje,
Serenidad, La Amada Inmóvil, Elevación y Plenitud.
En I9I4, con motivo de los sucesos políticos de nuestro país, cesó
en su cargo de primer secretario y volvió una vez más a su bien amada
pobreza. El cariño que había sembrado inspiró a sus amigos españoles
la idea de solicitar de las Cortes una pensión para el poeta; pero
éste, con el decoro propio de su carácter, se apresuró a declinarla
gentilmente. Más tarde fue restituido en su puesto por el Gobierno
de México y, en I918, llamado para conferirle un nuevo cargo. Con
credenciales de Ministro Plenipotenciario y Enviado Plenipotenciario
ante los Gobiernos de Argentina y Uruguay, partió de México a
principios de 1919. Fue recibido en ambos países con insólitas
muestras de admiración y afecto.

Minado por sus males, tuvo fuerzas, sin embargo, para amar una vez
más; en Buenos Aires encontró -dice Alfonso Méndez Plancarte-
"su último amor humano, todo cándida limpidez y hecho por partes
iguales de admiración, piedad y ternura". Murió en Montevideo el
24 de mayo de 1919. Su retorno a la patria y sus funerales
constituyeron una verdadera apoteosis. Yacen sus restos en la
Rotonda de los Hombres Ilustres.

Tópico muy repetido por Amado Nervo en sus diversas páginas
autobiográficas, fue el de que carecía de historia. En 1895
escribía: "Semejante al rey del cuento de Juan de Dios Peza,
soy un hombre a quien jamás le sucedió cosa alguna". En su
breve autobiografía de 1906, insistía: "Mi vida ha sido muy
poco interesante: como los pueblos felices y las mujeres
honradas, yo no tengo historia", palabras que después puso
en sílabas contadas: ¿Versos autobiográficos? Ahí están mis
canciones, allí están mis poemas: yo, como las naciones
venturosas, y a ejemplo de la mujer honrada, no tengo
historia: nunca me ha sucedido nada.

No obstante la afirmación, en su vida se entretejieron armoniosamente
los sucesos dignos de mención, ya adversos, ya venturosos. Escribió
muchos libros; fue combatido, pero a la vez amado y ensalzado;
fue afortunado capitán en las filas del movimiento literario más
importante que ha tenido América. Por el camino de la sinceridad,
de la sencillez y del trabajo silencioso, llegó a situaciones
brillantes. Justo es lo que dijo en su momento de plenitud:

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!


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