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 Manuel Gutiérrez Nájera
(1859-1895)
Hace algunos meses se cumplieron cien años del fallecimiento de Manuel Gutiérrez Nájera, quien, como Mozart, murió a los 36 años de edad. Este gran hombre de letras fue originario de la Ciudad de México en la que transcurrió la totalidad de su existencia ya que, como afirma José Emilio Pacheco, tan sólo se ausentó de ella para realizar cortas visitas a Querétaro y a Veracruz, si bien habrá ido ocasionalmente a la hacienda que unos familiares suyos tenían en el estado de Puebla. Hacienda en la sitúa la dramática acción de uno de sus cuentos, La Mañanita de San Juan.

Escritor desde temprana edad, Gutiérrez Nájera cultivó diversos géneros literarios en prosa y en verso. Entre los primeros destaca su multifacética labor periodística en varias publicaciones dedicada, casi toda, a información y comentarios sobre sucesos, costumbres y personajes de la Ciudad de México que en conjunto constituye, al igual que la que habían cultivado antes Altamirano y contemporáneamente Sierra, una vívida crónica mundana y finisecular de la capital.

Esta ciudad se había afrancesado marcadamente en el primer cuadro tanto en su arquitectura., comercio, modas y gastronomía como en el pensamiento, la literatura. el empleo de términos en la lengua de Descartes y las corrientes artísticas que, no sin cierto snobismo, guiaban a su élite social e intelectual.

En este medio se desenvolvió la creatividad literaria de Gutiérrez Nájera que en su poesía siguió inicialmente modelos de Gautier y Musset para inclinarse, en su madurez, por los parnasianos v por algunos asomos al simbolismo y al modernismo, al que le abrió las puertas en su revista Azul .

De su poesía de intención cercana a la crónica destaca por su amable y elegante frivolidad La Duquesa Job., la cual en sus cuatro quintetos y catorce sextetos decasílabos elabora un simpático recorrido de un extremo a otro de las calles de Plateros y de San Francisco, las que desde 1915 son una sola: Madero, y que hasta los años cincuenta fueron las más refinadas y las más transitadas por la gran sociedad citadina.

De todos es sabido que Gutiérrez Nájera se sirvió de varios seudónimos, pero de ellos el más popular fue el de “Duque Job”. La Duquesa Job (1884) es, consecuentemente, el nombre que el poeta le dio a una joven mujer de la que estaba enamorado, cuya vida se desenvolvía a lo largo de Plateros y San Francisco, circunstancia que aprovecha para salpicar al poema con los sitios y personas locales en su quehacer cotidiano.

Estoy persuadido de que si el autor hubiera vivido unos meses más y de haber compuesto su Duquesa Job a fínales de 1895, en sus estrofas hubiera incluido también el Salón Rojo, primera sala cinematográfica que se estableció precisamente en México en una de dichas calles en ese año.

Como quiera que sea, La Duquesa Job es, también según José Emilio Pacheco "el primer poema hispanoamericano en el que frívolamente aparece lo que entonces era el mundo moderno". Este poema se ha hecho sumamente popular por la juguetona y pegajosa quinteta:

Desde las puertas de "La Sorpresa”
hasta la esquina del Jockey Club
no hay española, yanqui o francesa
Ni más bonita ni más traviesa
que la duquesa del Duque Job.

Ahora bien, durante mucho tiempo me pregunté, al igual que lo habrán hecho muchas otras personas, ¿qué cosa es La Sorpresa que remata el primer verso? Tardé mucho tiempo en comprender que tenía que tratarse de un establecimiento de alguna de las citadas calles que servía de referencia al poeta para indicar el predominio de la Duquesa de un extremo a otro de aquellas y que, puesto que el Jockey Club ocupaba la Casa de los Azulejos en San Francisco y el callejón de la Condesa, La Sorpresa tenía que encontrarse en el extremo opuesto.

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Tuve la suerte de localizar un grabado publicitario de hace un siglo, mismo que reproduje en mi libro México 1900 ya publicado. En él aparece el gran edificio del almacén de ropa y novedades La Sorpresa que pertenecía a la firma francesa A. Forcaude y Compañía, y se ubicaba en la esquina sureste de la Primera Calle de Plateros (ahora sexta de Madero) con la de La Palma. Un mapa con directorio comercial del centro de la capital, editado en 1883, lo confirma.

“Desde la esquina de La Sorpresa (sic) hasta las puertas del Jockey Club… "

“Así demarcó el ilustre Duque Job una zona de la geografía metropolitana donde, a la manera de los mapamundis antiguos podría inscribirse como título genérico Hic est vanitas (“aquí se halla la vanidad”)

"Pero en unos cuantos años que mirando hacia atrás me parecen otros tantos días, las cosas han cambiado tanto que no sólo esa zona urbana ha dejado de ser lo que fue, sino que aún los lugares que la demarcaban han desaparecido."

"Puede decirse que, con excepción hecha de los templos y uno que otro edificio del trayecto, todos los demás han cambiado, y aún dejado de ser. "

De esta manera se expresaba en sus Memorias José Juan Tablada, otro grande y polifacético escritor, refiriéndose al Duque Job y a las calles de Plateros y de San Francisco en los tiempos del refinado poeta modernista, hacia 1890, cuando el veinteañero Tablada acababa de conocerlo.

Este comparaba el aspecto que tenían entonces las dichas aristocráticas calles con el que presentaban un cuarto de siglo después, ya rebautizadas con el único nombre de Avenida Madero,una de cuyas placas identificadoras fue colocada personalmente por Pancho Villa.

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Por una singular coincidencia, el año de 1995, el del centenario de la muerte de Manuel Gutiérrez Nájera, lo fue también del cincuentenario de la de José Juan Tablada quien, en su mencionado libro, más adelante anota: "Conocí a Gutiérrez Nájera cuando vivía en el archimexicano rumbo de la calle de las Rejas de Balvanera, donde pude visitarlo gracias a nuestras relaciones de familia, pues la esposa del poeta, Cecilia Maillefert, era sobrina de mi hermano político, Manuel de Olaguíbel... "

"Dos o tres veces a la semana, mientras mis ocupaciones me lo permitieron, lo acompañé ... atravesando la Plaza de Armas... por Plateros en camino hasta la redacción de El Partido Liberal

Para la segunda fecha a que hace referencia en sus Memorias, José Juan Tablada dice que "...el Jockey Club ha cambiado y dejado de ser..." y, efectivamente, en 1915 ya funcionaba en la Casa de los Azulejos un conocido y favorecido café restaurante y tienda de regalos.

Empero, no menciona el escritor que para entonces La Sorpresa había cambiado su nombre por el de La Ciudad de Londres, si bien seguía siendo "un almacén francés" de ropa y novedades.

Con la primera de las razones sociales, y fundada por A. Fourcade hacia 1880, se mantuvo hasta principios de 1910 cuando la adquirió la firma J. Ollivier y Compañía mismo que la llamó La Ciudad de Londres unos meses después nombre que conservaría hasta su extinción en 1930 como una consecuencia del reflejo de la crisis desatada por la Gran Depresión.

Ahora que, si bien se extinguió como giro mercantil, el viejo inmueble de La Sorpresa no se destruyó sino parcialmente, y la fracción de la esquina suroriental de Madero y Palma, que es la que sobrevive, permanece con prestancia en nuestros días por sus valores intrínsecos, como edificio destinado a comercios y oficinas.

Resulta así muy satisfactorio el comprobar que, tras una supervivencia de por lo menos 125 años, todavía se tiene un buen edificio del Centro Histórico ubicado en el área que antaño se designaba como Primer Cuadro. Sin duda reemplazó, y esto es lamentable, a una casa virreinal, pero por lo menos estuvo dignamente construido.

El que ya existía hacia 1870, aunque con una fachada más sencilla en sus acabados exteriores, lo demuestra una vieja fotografía de esa época que corresponde al paramento sur de la primera calle de Plateros, foto que reproduce Guillermo Tovar de Teresa en su revelador y concientizador libro Historia de un Patrimonio Perdido.

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Fue posiblemente en 1880 cuando el señor A. Fourcade adquirió el inmueble, entonces lo remodeló interior y exteriormente y le añadió un cuarto nivel con el frontil redondeado, el cual se interrumpía con los vanos verticales de varias ventanas características de una mansarda.

Toda la fachada fue revestida de hermosa y bien trabajada cantera de chiluca, se la cortó en pancupé, y en éste se abrieron elegantes balcones en cada nivel. A lo largo de las cornisas del tercero de estos niveles se instaló un vistoso rótulo con la inscripción Sorpresa y Primavera, nombre que mantuvo hasta principios de 1910, la citada empresa J. Ollivier y Compañía adquirió los almacenes para llamarlo meses después La Ciudad de Londres.

La mapoteca Orozco y Berra cuenta con un magnífico plano del Primer Cuadro de la Ciudad de México elaborado en 1883 por la benemérita imprenta de Víctor Debray instalada, por cierto, a pocas calles de La Sorpresa, en la que ahora es la tercera de 16 de Septiembre.

Este curioso y útil mapa tiene como novedosas características. por un lado, que presenta muy bien delimitados todos los lotes de cada una de las manzanas con el nombre del propietario o el de la razón social que ostentaban, y por otro en el que en sus márgenes aparecen enlistados unos y otras por orden alfabético.

Es así como pueden verse en el lote de la esquina sureste del vértice de las calles de Plateros y La Palma y en el directorio marginal las inscripciones de Almacenes La Sorpresa.

En 1910, durante las fiestas del Centenario de la  independencia el edificio de La Sorpresa, al igual que otros inmuebles notables de la ciudad capital, lucieron una novedosa iluminación nocturna a base de e series de bombillas eléctricas. Con motivo de tales festejos, el almacén en cuestión ostentaba su nueva razón social: La Ciudad de Londres.

Los anuncios publicitarios y los hermosos membretes de papel impreso para la correspondencia de la casa comercial de principios de siglo muestran la bella y sólida arquitectura de La Sorpresa, que tanto atrajo la atención y movió la sensibilidad de Manuel Gutiérrez Nájera, al grado que la utilizó como punto de referencia en la calle de Plateros inmortalizándole por medio de la famosa quinteta que le resultó tan traviesa como su propia amada: la Duquesa Job.

LUIS EVERAERT DUBERNARD


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