Poemas de el gran poeta
Juan Sánchez Peláez

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Otra vez otro instante
Juan Sánchez Peláez


- I -


Por
desvarío entre mis sílabas
La noche me guía.

Por mi vigilia en la boca
El oro de vicios amuletos.

A gatas, de espaldas a una presa invisible,
El taciturno de hinojos en un abrazo hipotético.


- II -
Esta promesa hecha al azar y enfática: la línea del
corazón no merma la unidad.

El rayo de sangre no es fisura íntima, esquiva a los
jeroglíficos que teje la memoria.


- III -
En el paraje del fruto vano y el acíbar
Haga esto
Aquello
No atisbe al vecino
Cállese
No vaya por los azulejos
En los balcones no mire el sol
Y la lluvia
Cae lenta
Y me cubre con las dos manos el rostro.


- IV -


a Mateo Manaure


Sin la inhibición de paisajes nuevos,
en el augur el asentado en las cimas,
con diez luciérnagas como una mano,
en el gran día enfático, suelo que arraiga con altísimas flautas.


- V -


Cielo sin recorrido, tierra áspera, voz infusa, dilatoria,
Pueblo taciturno que aviva su fuego entre mis cejas,
madre de noche sanguínea,

En lo inamovible
Sobre dudas y certezas,
Franqueo la línea de mi desarrollo.

De salir y atravesar la ciudad
La perplejidad de las cosas en vigilia

A domeñar excesos, a impulso virginal en el polvo de origen
De salir y atravesar la ciudad
De subir y descender el muro
Sigue el tinte humano
A ras de estuerzo
Por dual unidad
La pupila con creces bajo misterio sin nombre.

En disertas endechas para evadirme sin sospechoso
acorde y arco
Hasta el sonido frío.


- VI -
El tiempo ceñudo y frío y no otro. El tiempo en carroza
fúnebre y sin ver mis girasoles.

Pongo la mano en el grito del árbol. Entrego al hambre
de crecer una herida abierta o una estrella.

El peso único de esa noche cae del fruto. Mientras con
señas fijas una vez ausentes, la piel de fósforo que hay
en mis nudillos discurre en las bahías.


- VII -
Hago estado de ser hago estado de nacer

La rosa trágica del muslo suelta al cautivo

El pillaje de formas salva ese espacio abierto

El habla tuya y mía en altísimos muros, en anchas
márgenes de reflexión.

Desapareces y advienes, imagen mía en el vidrio, susurro
alternativo y constante.

El verdor en lontananza: gusanos de seda, orugas, cerco
de umbelas.

El sol que recibe de frente la gran noche.

El íngrimo resbala lleno de mí, a estribillos de sangre
y música tenaz.


- VIII -
Híspido, pero con mil alambres; ¡qué tensión en la pólvora!
Mi altura de ceño y sello.
Mi cigarra en el crepúsculo, mi picaflor en los visillos.
Mi áspid en el tatuaje.
Mi desvelo en la casa de nadie.

IX


Soplo el grano, paso el dedo en la llama. Me envanece la
palabra que hallo, que busco en vilo, riberas arriba o
abajo, absorto, pleno (de mí, del rumor), ahíto y solo.


- X -
Yo voy por mi laúd, descalzo
El poeta se ausenta en el árbol de mi mudez.
Recoge a la zaga, en confines, mis fetiches vacíos.
La ciega de amor en su cima no ve mis girasoles.
Miseria en mis viajes por tan exiguo equipaje.
El ímpetu, la evidencia abrupta de mi ausencia.
Por el náufrago ruega mi bella de brazos cruzados.


- XI -


Y todas las chimeneas nostálgicas
Y todo el pajarillo de existir
Y todo el verde ribazo marítimo
(En las bahías el zumbido de una flor)
Y todo cómplice
Preciso
Creciente
Y uno exclama
Y se envanece
Al margen
De rodillas en el país.


- XII -


La memoria es una copa frágil, te han dicho, y
avizorabas (con todo lo que nutre el olvido) tu sombra
En el parloteo fugaz.


- XIII -


Oídme:
Qué barbaridad la de palmotear el caballo flaco.
Inquiere lo imprevisto, se demuda y oye caer granizo.
Apto en su abandono, estría de ceniza.
Atisba, hiende la rugosidad o el polvo.
Parte con pájaros y soles minúsculos
Hasta el camino recto.


- XIV -


A caza de un hilo fijo para sostener la tiniebla.
A causa de mi guardián bajo llave que suscita el libre albedrío.
Al margen de mi imagen.
Al margen de vuestros soles.
En la queja comunicable a tientas de no ser lastimados.
Al acecho de no ser en trunco día la perdida revelación.
En el amor irreductible a mi puño, el amor con aureola
de perfil y sibilino en mi sien,
En la siesta de la serpiente y el locuaz,
La gran araña del viento en mi pecho, la helada flor en
mis umbrales.



Otra vez otro instante
Sánchez Peláez, Juan



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