Poemas de el gran poeta
José Joaquín de Mora I

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La muerte del impío

¿Qué espera el que ultrajando
la ley que lleva en la razón escrita,
con designio nefando,
Por la senda maldita,
desbocado en su error se precipita?
 
¿Puede el protervo halago
de la suerte, cubrir de aleves rosas
el funeral estrago
que hicieron sanguinosas
sus manos contra el justo poderosas?
 
Y la nube de incienso
que ante su trono quema la falsía
¿acallará el intenso
dolor que noche y día
la calma turba a la conciencia impía?
 
Dóciles a su acento
llegarán los placeres, y afanosos,
suave aturdimiento
deleites amorosos,
verterán en banquetes abundosos.
 
De sus pérfidos lazos
víctima infausta la doncella pura,
pierde en sus torpes brazos
la flor de la hermosura,
tornando su solaz en desventura.
 
Mas ¡ah! que fría y lenta
la dolencia mortífera aletarga
su vigor, y atormenta
con turbación amarga
su recuerdo, y la voz hiela y embarga.
 
Y entonces el sendero
que le ofreciera sonriendo el vicio,
desgarrado el ligero
velo de hado propicio,
es a sus ojos hondo precipicio.
 
De donde se levanta
grito amenazador del que oprimiera
con orgullosa planta,
cuando en pompa altanera
creyó que el mundo su dominio fuera.
 
Volver quiere los ojos
que las visiones tétricas oprimen;
mas do quier los despojos
que fueran de su crimen
mira que ansiosos por venganza gimen.
 
Y el eco de venganza
a sus oídos retumbando llega;
la dulce confianza
su bálsamo le niega,
y en despecho sacrílego lo anega.
 
Feroce desvarío
su mente agita en el dolor extremo
con porvenir sombrío,
y del labio blasfemo
despide execración contra el Supremo.
 
En convulsión penosa
luchan sus miembros: su mirada gira
turbada, vagarosa;
del pecho se retira
calor vital, y maldiciendo espira.
 

El desterrado

En abandono sumido
mis pesares entretengo
con este refrán sentido:
Tuve hogar y lo he perdido,
tuve patria y no la tengo.
 
Miro en redor y no encuentro
quien me halague y me sonría:
vivo fuera de mi centro,
y el alma me dice adentro
que esta no es la patria mía.
 
Al bosque voy aburrido,
y cuando del bosque vengo
canto mi refrán sabido:
Tuve hogar y lo he perdido,
tuve patria y no la tengo.
 
Con tenacidad extraña
me aqueja esta pesadumbre;
y la ilusión no me engaña,
que en desventura tamaña
no hace mella la costumbre.
 
Meditando en lo que he sido,
mi triste vida mantengo,
y nunca esta letra olvido:
Tuve hogar y lo he perdido,
tuve patria y no la tengo.
 


La puerta de la choza

De mi choza a la puerta recostado,
lejos de la ciudad y su ruido,
te dirijo estos versos, Delio amado:
que tu recuerdo, precio más subido
pone a la holgura y perenal contento,
do yazgo hace dos meses sumergido.
Solo, libre, sin otro pensamiento
que vivir y gozar; sordo a pesares,
y de ambición y de codicia exento.
Sombrean mi mansión verdes pinares,
de olmos interrumpidos y maleza
que abrigan ruiseñores a millares.
Y allí su virginal, pura belleza,
sin afectado esmero ni artificio,
luce en toda estación naturaleza.
Ante el modesto, frágil edificio,
se juntan los muchachos de la aldea
que aún no contaminó pasión ni vicio.
Turba ruidosa que el jugar recrea,
y a quien da la inocencia más ventura,
que al grande el esplendor que lo rodea.
Yo contemplo sus gracias, y la holgura
de sus triscas alegres, envidiando
su robustez, su fuerza, su soltura.
Con gacha oreja y rostro venerando,
la bestia amiga del jovial Sileno
la espalda presta, dócil a su mando.
Símil de la nación que al yugo ajeno
sin murmurar se dobla, y muy sumisa
lo sufre aun sin tener el pancho lleno.
Mis ojos no ven más que blanda risa,
calma y serenidad; florida grama.
Mi pie, no alfombras orientales, pisa.
Y ella me sirve de mullida cama
mientras el Sol en la callada siesta
las altas cumbres del cenit inflama.
¡Oh cuán dichosa y dulce vida es ésta!
¡Cuán segura del tiro malicioso
que infatigable la calumnia asesta!
¡Cuán profundo es el sueño! ¡Cuán sabroso
manjar que no transforma diestro artista,
y que no envidia parásito ansioso!
Ni fraile, ni doctor, ni oficinista
ni hidalgo, ni soplón, ni novelero,
mi quietud interrumpen con su vista.
Ni al malvado que puso en candelero
algún bondoso protector Juan Lanas,
con forzada humildad quito el sombrero.
Ni en mis oídos zumban las campanas,
que anunciando al mortal fiestas divinas,
le revelan también miras profanas.
Ni tengo que asistir a sabatinas,
para escuchar imbéciles doctores
en frases disputar turco-latinas.
Fueron de mi niñez perseguidores
estas sociales pestes, y hoy respiro
lejos de tanto cúmulo de errores.
De la creación el insondable giro,
y el perenal concierto que lo mueve,
desde la puerta de mi choza admiro.
Con prestas alas el ingenio leve
tal vez osa subir a tanta altura,
y sus prodigios a cantar se atreve.
Y en la apacible soledad oscura
no temo que el pedante satirice
de mis versos la fácil estructura.
Quien en las aulas trabajó infelice
de duras reglas bajo el torpe yugo,
mis audaces conceptos martirice.
Por la corteza menosprecie el jugo,
menosprecie el sentido por las voces,
que así a Renjifo y a Cascales plugo.
El genio va con pasos más veloces
de la inmortalidad a la alta cumbre,
donde se anega en inefables goces.
Mas ya del cielo la argentada lumbre
del lejano horizonte se retira,
sin dar al hombre recto pesadumbre.
Del estivo calor libre respira
Naturaleza, y en silencio goza.
Tiempo es, oh Delio, de colgar la lira,
y de cerrar la puerta de la choza.
 
 

Epigrama

Trajes de moda y muy finos
tiene Juana la elegante,
pero nada es semejante,
al pañolón de merinos.
 
Gil, que celebrarlo oyó,
dijo con tono sincero:
pues, señores, el carnero
que da la lana, soy yo.
 
 
 
Recuerdos
What fairies haunt this ground!
                             Shakespeare.

Cerca de los repechos,
 a cuya sombra Bornos
alza sus pardos techos,
ensancha sus contornos
el claro Guadalete,
cuya margen sombría,
fue de la infancia mía
sosegado retrete.
 
La adelfa y el suspiro,
y el mirto y el taraje,
cubren su ameno giro,
como nupcial ropaje:
mientras la vid enreda
sus colgantes vistosos,
en los ramos pomposos
de la inculta alameda.
 
Más lejos, altos riscos
se elevan como muros,
que adornan los lentiscos
con sus ramos oscuros.
De entonces escasean
los risueños adornos
que del modesto Bornos
la mansión hermosean.
 
Barreras eminentes,
con aspecto sombrío,
sujetan las corrientes
del celebrado río:
no ya verde follaje
cubre el árido giro;
ni adelfa ni suspiro,
ni mirto ni taraje.
 
Sino la aguda laja,
y la guija escabrosa,
por do rugiendo baja
la lluvia tormentosa,
y el desgajado risco
de la nativa piedra,
que cubre escasa yedra,
cual añoso obelisco.
 
Domina estas regiones
Arcos de la Frontera,
con altos torreones
do tremoló guerrera
la osada media-luna,
cuando al brío esforzado
del árabe tostado
sonrió la fortuna.
 
Allí pasó mi infancia,
ceñida de altos dones,
en feliz ignorancia
de sangrientas pasiones.
La maternal terneza
abrió allí a mis miradas
las páginas sagradas
de la naturaleza.
 
Y este tierno recuerdo
postra al alma afligida,
ora que inútil pierdo
el raudal de la vida
lejos del Guadalete,
cuya margen sombría
fue de la infancia mía
sosegado retrete.
 
 
 
Imitación de Lord Byron
Plus mme une vaine ombre.
                        Victor Hugo.

Nadie sonríe en torno; nadie enjuga
si trabajo, el sudor; si gimo, el llanto;
si el enojo la frente acaso arruga,
nadie tiembla de espanto.
 
Ni muelle brazo que mi sien apoyo.
Tras las faenas del penoso día;
nadie los ecos de mis rimas oye
con blanda simpatía.
 
Nadie a la puerta, exánime, si tardo,
cuenta las horas, implorando al cielo;
y yo de nadie la venida aguardo
para calmar mi anhelo.
 
No hay ser viviente, si el dolor me abruma,
que vigorice el abatido pecho.
Una huella no más dobla la pluma
del solitario lecho.
 
Pues ora, huelgue el corazón, ya rotos
los vínculos están; y ya pareces,
Fortuna, blanda a los ardientes votos,
frustrados tantas veces.
 
Sepa quien puso en la turbada frente,
mezclada con el mirto la amapola,
cuanto placer sin ella el alma siente;
y sépalo ella sola.
 
Gocemos ambos; ella en el tumulto
de pasiones que excita su belleza;
yo, consagrado al misterioso culto
de la Naturaleza.
 
 

La caza

De la torre
de Segura
sale y corre
con premura
muy festiva
fiera y viva
tropa activa
de aventura.
 
Son hidalgos,
y escuderos
con sus galgos,
y troteros,
con sus pajes,
y equipajes,
ricos trajes
y monteros.
 
Los barones
con capuces,
y espontones
y arcabuces,
van ligeros,
caballeros
en troteros
andaluces.
 
Van corambres
atestadas
de fiambres
y empanadas;
van pichones
y jamones,
provisiones
delicadas.
 
Ya la trompa
los inflama.
¡Con qué pompa
se derrama
la cuadrilla
sin mancilla!
No más brilla
febea llama.
 
Descubriendo
res segura,
van ciñendo
la espesura;
y al retrete
do se mete,
ya el jinete
se apresura.
 
Y un venado
corpulento,
bien chapado,
nada lento,
se abalanza
sin tardanza,
y se lanza
como el viento.
 
Por los cerros
escarpados,
van los perros
fatigados.
Los más fíeles
son lebreles,
en tropeles
afanados.
 
Mide el suelo
Blas Reinoso,
rapazuelo
bullicioso.
Le hizo daño
su castaño,
que es huraño
receloso.
 
Luego tumba
Cosme Hermida.
¡Cuál retumba
su caída!
Y él se para,
¡suerte avara!
con la cara
mal herida.
 
Las costillas
de Alvarado
en astillas
han quedado.
De una breña
se despeña
Gil de Peña,
descrismado.
 
Ya los canes
más no pueden,
y haraganes
retroceden:
no hay silbidos,
ni alaridos.
¡Qué abatidos
los que ceden!
 
De la bestia
perseguida,
la molestia
concluida,
diz: ¡qué alarde!
Dios los guarde,
fue la tarde
divertida.
 
 
 
El tiempo y la amistad

Al Tiempo dijo Amistad:
hazme un lugarcito, hermano.
Alargándole la mano,
el Tiempo responde: entrad.
 
Al Dios ciego dije, no;
porque fijarlo no sé.
A vos digo, sí; porque
duráis tanto como yo.
 
Convite para ir al campo
Lisi ¿por qué no bajas a la aldea?
¿Qué hechizo tiene el tráfago anheloso
de la ciudad potente
para el alma inocente?
 
¿Por qué condenas al pesado yugo,
y a la escena de míseras pasiones,
y de acechanzas viles
tus años juveniles?
 
¿Por qué sumir en ese abismo oscuro
de rumoroso aturdimiento al alma,
para gozar nacida,
y en hierros oprimida?
 
¿Puede aspirar, en la pesada niebla
que a la opulencia y al poder circunda
los perfumes del aura
que sus fuerzas restaura?
 
¿Ni de Natura el cándido lenguaje
oír entre la turba vagarosa
que al audaz que la guía
ciega y dócil se fía?
 
¿Ni conservar el natural instinto
que a la virtud y a la bondad la lleva,
do verdad se estremece,
y tímida enmudece?
 
Ven, Lisi, al campo, ven; del almo cielo
la inmensidad verás, no interrumpida
por altos torreones
de lóbregas prisiones.
 
Y el blando césped hollarás, cubierto
de rocío oloroso, no teñido
con sangre del humano,
que vertiera su hermano.
 
Ecos oirás confusos de balidos
y lejanos cencerros, y de arroyos;
y el viento que murmura
por la verde espesura.
 
Gratos muy más que el atambor guerrero,
y que el himno sacrílego que entona
al Dios del universo,
hipócrita perverso.
 
Mansión de holgura y perenal deleite
los campos son. En ellos sin estorbo,
la libertad divina,
triunfa, goza y domina.
 
 
  
La irresolución
 Wether'tis better.
                                  Shakespeare

En la soledad umbrosa
de un bosque, al anochecer,
pensativa y afanosa,
batallando está una hermosa
entre el amor y el deber.
 
Si va donde amor la llama,
sus pasos deber reprime;
el deseo que la inflama
con acerba voz comprime
temor de perder la fama.
 
Sabe que ansioso la espera
quien fe eterna le ha jurado;
mas la obligación severa,
de su pecho atormentado
la inclinación exaspera.
 
Venció amor, no hay más temer
lo que diga la opinión.
Echa a andar...; mas sin querer
deja hablar a la razón
y cede amor al deber.
 
Otra vez amor insiste,
y otra deber reconviene.
Turbada, anhelosa, triste,
se adelanta, y se detiene,
y ora cede, ora resiste.
 
En pensar lo que ha de hacer
pasa el tiempo sin sentir,
aunque es sentir padecer:
ya es tarde para acudir,
y tarde para volver.
 
Después, de amargo rigor
entre esperar y temer,
reflexiona con dolor
que está ofendido el deber,
y descontento el amor.
 


A mi amigo don Felipe Pardo Lima...

Cual en callado bosque de repente
si el ruiseñor en la flexible rama
la leve garra fija, prontamente
la turba de los pájaros lo aclama,
y en cada cual emulación excita,
y en estímulo armónico se inflama;
tal mi callada inspiración se incita,
Pardo, desde el momento venturoso
de tu llegada, y nuevo son medita.
Lanzárame un impulso fragoroso
de la región poética, cual trueno
que del valle feliz turba el reposo.
Y aquel espacio cándido y sereno
donde en placer bañé la fantasía,
y en sensaciones plácidas el seno,
disipose veloz, y el albo día
tornose en sombra, cuyo peso grave
ciñera en opresión el alma mía.
Cual masa inerte en la ligera nave
crucé el tranquilo mar; sorda la mente
al habla de las musas tan suave.
Si bien al respirar el dulce ambiente
del Perú, sentí el pecho conmovido,
y más al lado de benigna gente,
empero, tú lo sabes, escondido
guarda el pensar el alma del poeta,
cual diamante de peñas revestido.
Y allí se oculta en la mansión secreta,
esquivando lanzar extraños sones
que no entiende quizás turba indiscreta.
Tu loor escuché... fuerza es perdones
la pueril vanidad; pensé al momento
ceñirme a ti con fuertes eslabones.
Cumpliose el voto, y amistoso acento
sonó en tu labio, y ya en vigor activo
se cambia el perezoso abatimiento.
Sale de su prisión, no ya cautivo,
el impulso vital: raudo circula
por las venas, ardor plácido y vivo.
En vano la razón lo disimula;
a la imaginación su vez no alcanza,
ni del genio los trámites calcula.
¿Por qué si la comprimen se abalanza
frenética a las auras; si la aguijan
inmóvil queda y tímida no avanza?
Por más que la atormenten y la aflijan,
ella ríe: si ríen, se entristece...
¿Quién hallará preceptos que la rijan?
Ora por largos días enmudece,
y en tarda frase de rastrera prosa
sus ímpetus osados envilece.
Mas súbito estallando rumorosa
la inspiración se anima y se dilata,
como al rayo solar la tierna rosa;
y sus tesoros rítmicos desata,
y en torrente continuo de armonía
la muchedumbre atónita arrebata.
¡Arcano celestial! ¡dulce poesía!
¡Solaz del alma noble! De la tierra
nunca desaparezca tu ambrosía.
Harta calamidad al mundo aterra,
hartos males derraman de consuno
codicia, desamor, engaño y guerra.
Sobradamente triunfan uno a uno
tan execrables monstruos, espantando
los orbes con estrépito importuno.
Y ya que seducido el necio bando
ante sus aras dobla la rodilla,
¿todos han de imitar el yerro infando?
Pueda libre quien huye tal mancilla
por el campo de aéreas ilusiones
soltar el vuelo al ánima sencilla.
Y combinar los agradables sones,
de modo que en simétrica medida
ablande los sencillos corazones.
Así las amarguras de la vida
en goce inocentísimo convierte
fuerza potente al genio sometida.
Tú, amigo, los mandatos de la suerte
cumple dócil, pues ella te señala
región alta, do el ánimo despierte.
Allí en dulce rimar el fuego exhala
que arde en tu pecho; los conceptos viste
con grave pompa y esplendente gala.
De la elegía la cadencia triste
ya hermoseaste un tiempo; y en la escena
lauro perene cultivar supiste.
Sigue luchando en tan ilustre arena.
Ora en lírica estrofa el entusiasmo
del corazón ardiente desenfrena;
o ya la admiración pinta y el pasmo
de la creación magnífica, o del vicio
hiere el poder con rígido sarcasmo.
Enlaza cauteloso el artificio
con el concepto; la razón y el gusto;
la atrevida ficción con el juicio.
Huye todo lector del vate adusto
en cuyo estilo es regla necesaria
que todo sea excelso, grande, augusto.
Naturaleza es bella porque es varia:
la sensación con que ora nos seduce
borra con otra sensación contraria.
No siempre el sol a nuestros ojos luce
también la niebla que tras él se extiende
a pensamientos gratos nos induce.
El vulgo de versistas no comprende
más que la ley severa de la moda,
y a efímeros aplausos sólo atiende.
A la opinión presente se acomoda,
siéndole igual que triunfe opinión griega,
turca, africana, escandinava o goda.
La dramática musa abraza ciega
línea uniforme de eternal fastidio,
que mis sentidos en sopor anega.
Aquellos tiempos francamente envidio
en que usaba el fingido personaje
ya el tono de Marón o ya el de Ovidio.
¿Vestirán por ventura igual ropaje
Agamenón y el Cid? Pues por lo mismo
no debe ser idéntico el lenguaje.
Mas hoy con pedantesco rigorismo
monótono romance nos aqueja,
copia infiel de ensalzado extranjerismo.
Sólo en romance Andrómaca se queja;
Orestes infeliz grita en romance,
y el romance también Dido maneja.
Y para mi consuela en tal percance,
me citas el francés Alejandrino,
que es forzoso seguir a todo trance.
Si es segura esta regla, no adivino
donde nos llevará paso entre paso
de imitadores el tropel mezquino.
Mandemos a Paris por un Parnaso
que allí no faltará sublime artista,
rico en ingenio y en moneda escaso.
¿No vienen el pintor y el tramoyista
de luengas tierras? Pues allá se encargue
también un Apolon que nos asista.
Bueno es que el genio hispano se aletargue,
y pues la traba clásica sacude,
que más áspero yugo lo recargue.
Con tal de que la escena no se mude,
y el telón sólo indique el entreacto,
no importa que bostece el patio y sude.
Lo primero en el día es ser exacto;
si faltan novedad y lozanía,
se suplen con la regla y con el tacto.
Celos, amor, persecución, falsía,
matrimonio, suicidio, paz y guerra,
todo ha de suceder dentro de un día.
Un día solo medio siglo encierra:
apriétese la historia en tal espacio
como en barril los higos de mi tierra.
No haya más que una sala en el palacio,
centro común de mil y mil sucesos,
que así, nos dicen, lo aconseja Horacio.
Charlen allí los libres y los presos;
allí enamore el héroe, allí se mate,
allí de la ira estallen los excesos.
Y cuando Ofelia, loca de remate,
enternezca al Briton con sus endechas,
burlémonos de tanto disparate.
Natura sus facciones contrahechas
debe ostentar: no es ella quien nos rige,
son las reglas artísticas estrechas.
Si se recrea el hombre o si se aflige,
ha de ser con las reglas en la mano;
traba a la inspiración la regla fije.
Perdona, amigo; rústico profano,
me burlo del rigor de la Academia;
¿ha de haber en las letras soberano?
Habrá quien llame mi opinión blasfemia;
¿y qué me importa, si un amigo sabio
con su opinión mi pobre esfuerzo premia?
Ante el iluso vulgo sello el labio.
Si lo escucho aplaudir un desatino,
sin pronunciar un solo acento, rabio.
Ya sé que nunca grabará el destino
mi nombre en jaspe: poco me interesa:
a lo presente mi ambición inclino.
Y pues goce poético embelesa
mi alma atrevida, quiero que a sus anchas
vague la musa rápida y traviesa.
Nunca la historia consagró en sus planchas
obra humana perfecta en todo punto.
Hasta en el Sol se han descubierto manchas.
La admiración se fija en el conjunto;
criticar pequeñeces es manía
de un censor bilioso Y cejijunto.
El autor inmortal de la Atalía,
¿no requiebra cien veces a Hermione
con la más parisién galantería?
Pues si es preciso que algo se perdone,
¿por qué un yugo severo a1 genio humilla?
Libre a su audaz impulso se abandone.
¿No has visto en el Alcázar de Sevilla
aquellos recortados arrayanes,
donde el acero más que el gusto brilla,
figurando ridículos jayanes,
pórticos nivelados y derechos,
a fuerza de violencias y de afanes?
Compara esos adornos contrahechos
con la grandeza y el aspecto noble
del bosque y su espesura y sus repechos;
donde con pompa altiva se alza el roble,
y el álamo desplega libremente
su tronco liso y su follaje doble.
Vaga no vista tímida corriente
protegida de bóveda frondosa
que impregna de perfumes el ambiente.
Y más allá la yedra caprichosa
con sus colgantes amistosos, viste
de áspero tejo la corteza añosa.
Allí se inclina al suelo el sauce triste,
y aquí rugosa agigantada peña
al desenfreno de huracán resiste.
¿Y el orgullo escolástico desdeña
la sublime lección con que natura
las sendas de lo hermoso nos enseña?
Censuramos la gótica estructura
del silogismo, en que la mente humana
encajonar su operación procura,
y en simetría rigorosa y vana
corta los pensamientos, y construye
inútil armazón, pueril, liviana.
Y cuando a la verdad se restituye
su derecho, la pobre fantasía
de la anchurosa atmósfera se excluye.
¿A quién tu corazón se entregaría?
¿A una hermosura tiesa, encotillada,
peinada con esmero y simetría;
o a robusta doncella, aunque tostada,
mórbida, esbelta, cuyas carnes duras
no atormentó jamás cinta apretada?
Cargáronme de argenteas bordaduras
allá en mi juventud; calzón estrecho
mortificó mis blandas coyunturas.
Chupa de raso esclavizó mi pecho,
y cuando me llevaban a visita,
decía mi mamá: niño, derecho.
¡Cuántas veces clamé: ropa maldita,
quiera el destino que Harpagón hebreo
en encendidas ascuas te derrita!
¡Cuántas y cuántas me llevó el deseo
a la holgura del campo, que no exige
casaca, ni espadín, ni contoneo!
Tal es el genio humano, que se aflige,
se encoje, se aturrulla, se amilana,
si áspero dogma sus labores rige.
En París admiré la pompa vana
del templo de las leyes, que fue cuna
de una nación presunta soberana.
Y vi a Constant subir a la tribuna
cargado del precioso manuscrito,
y relatar sus hojas una a una.
¡Qué pomposo, qué grave, qué erudito!
¡Qué armonía, qué gracia, qué cadencia!
Y el bordado uniforme ¡qué bonito!
De cuando en cuando airosa reverencia,
trago de l'eau sucrée , pañuelo fino,
luciendo peregrina transparencia.
¡Con cuanta urbanidad, con cuanto tino,
al fundador augusto de la Carta
hace ver que es más déspota que un chino!
Y mientras sus periodos ensarta,
la mayoría vota, y acribilla
a la pobre nación, de frases harta.
De Londres en la gótica capilla,
sin tantos embelecos recodos
el torpe abuso del poder se humilla.
Diez miembros, sans façon, roncan beodos
mas al rugido de León Britano,
ya observarás como despiertan todos.
Con el sombrero puesto y fusta en mano
Burdett al opresor audaz confunde,
aplaude sus esfuerzos el britano.
Grave terror al ministerio infunde;
triunfa la libertad, y el sacro fuego
por la agitada masa se difunde.
Que allí no es moda el patriotismo, o juego;
con los puños se explica, no con voces
medio impregnadas de latín o griego.
Marchamos empeñados y veloces
por el camino del saber; no hay duda:
ya no hay usos salvajes ni feroces.
De la generación antigua y ruda
huyeron los errores y prestigios.
El genio de las ciencias nos escuda.
Debemos al saber nobles prodigios;
mas de natura cándida, inocente,
me temo que no queden ni vestigios.
Cede lo original a lo esplendente;
ya no hay sinceridad, sino decoro,
y lo elegante es más que lo elocuente.
Desde que abrió la ciencia su tesoro
mezcláronse confusas sus doctrinas,
y el estiércol se junta con el oro.
Tierno garzón estudia las Ruinas;
lo que llaman moral en los folletos;
se explotan las pasiones cual las minas.
Los vicios y virtudes son objetos
del análisis, como el gas o el jugo
que encierra de natura los secretos.
A las leyes también se impone el yugo
de imitación servil. ¿Qué son mociones?
¿Qué es honorable? Lo que a Francia plugo.
La finanza se explica en clausulones
de oscura metafísica, y en tanto
se va el pueblo quedando sin calzones.
Todo derecho es ora sacrosanto:
soez canalla pide garantías
en ronco vocejón que causa espanto.
¿Quién es el que no tiene simpatías?
¿O quién osa tocar la eterna base
en que se apoyan sendas picardías?
Así se ligan en absurda frase
nuestros arlequinados pensamientos...
Quiera el buen gusto que esta moda pase.
¡Pues qué! ¿fueron acaso unos jumentos
nuestros antepasados cuyo idioma
nunca sirvió de organizar talentos?
Si ropa ajena algún desnudo toma,
preciso es que la arregle a su estatura,
como de Grecia se adornaba Roma.
¿Y no será pueril caricatura,
donde se parla lengua castellana,
que se confundan formas con hechuras?
En esto de suprema y soberana,
Blanco y otros dirán sus pareceres,
y disputen si quier hasta mañana.
Si las autoridades son poderes,
cada clase es una jerarquía,
si las obligaciones son deberes;
si a la regla llamamos teoría,
local al sitio, y propiedad al huerto,
¿quién entiende tan rara algarabía?
En deplorar tan craso desconcierto,
de tu paciencia sin piedad abuso.
Larga es esta misiva; ya lo advierto.
Siempre el lenguaje de amistad difuso
en redundancia estéril se dilata
fuera del linde que ha trazado el uso.
El cumplimiento a la franqueza mata;
la cortesía con charlar discreto
la mente ahoga, y su soltura innata.
Yo, cual vate andaluz, no la respeto:
si inspiración fugace me alborota,
dejo salir terceto tras terceto.
De pronto paro si el furor se agota,
cual padre Betis en la mar profunda,
que embravecida el suelo hercúleo azota,
termina su carrera vagabunda.
 
 
 
La del humo

Vuestra merced este año
 ha tenido mil partidas
parecidas
al engaño.
 
Con extraña sutileza
mis deseos ha frustrado,
y ha burlado
mi simpleza.
 
Nuestra merced ha querido,
aburrirme, sofocarme,
y dejarme
sin sentido.
 
Viéndome amante sencillo,
me estrujó con arrogancia
la sustancia
del bolsillo.
 
Vuestra merced dice a gritos
que divido mis afanes
con afanes
infinitos.
 
Que es para ellos el halago
que ellos mis bienes destrozan,
que ellos gozan
y yo pago.
 
Si empiezo con arrebatos,
uesarced sólo me deja,
o se queja
de los flatos.
 
Y si le toco a las faldas,
como un tigre se revuelve,
y me vuelve
las espaldas.
 
Cuando vamos a paseo,
tanto amiguito se ofrece,
que parece
jubileo.
 
Soy en el baile estafermo,
a usted todos se abalanzan;
ellos danzan
y yo duermo.
 
Todos marchan de puntillas,
y os andan con secreteos,
y meneos,
y cosquillas.
 
Os escapáis allá dentro,
dándole el brazo a algún chusco,
y si os busco
no os encuentro.
 
Y pues me aburre esta fiesta,
(que sostenéis con descaro)
por lo caro
que me cuesta,
 
aunque de dolor estalle,
voy a salir sin reyerta
por la puerta
de la calle.
 

A Manuel

Manuel, nunca turbados
son del sabio los días
por vanas alegrías
ni enfadosos cuidados.
La envidia no envenena
ni turba su reposo,
ni el poder lo encadena
con yugo vergonzoso.
La suerte no lo engríe,
si blanda te sonríe,
ni su cerviz abate,
si dura lo combate.
El principal asiento
de su rural abrigo,
lo ocupa un buen amigo.
Sin envanecimiento
recibe la alabanza,
sin cólera la injuria,
sin error la esperanza.
Cuando rompe con furia
el popular estruendo,
él huye sonriendo.
Nunca a su puerta en vano
llamó el mísero humano.
Jamás negó inclemente
Consuelo al desvalido,
ni indulgencia al rendido,
ni aviso al imprudente.
El orden de las cosas,
mudables y dudosas,
mira con faz serena,
sabiendo que a la pena
sucede la alegría,
como al euro, la calma;
como a la noche, el día.
Amor es de su alma
ley augusta y primera:
a él cede, por él vive,
de él su fuerza recibe,
por él goza y espera.
 
 

 
Poesías
José Joaquín de Mora


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