Poemas chuscos de el gran poeta
Nicolás Olivari

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Canción con olor a tabaco,
a nuestra buena señora de la improvisación
 
I
Santa Señora absurda de linotipia
con un mono sabio cabe tu regazo,
el retruécano oye de mi melancolía
y como buena efigie no le hagas caso.
 
II
Como Titio Livio, santo catedrático,
empeñé mi día en la buena acción,
resultó señora, ¡caso matemático!,
he aquí señora, justa relación...
 
III
Nuestra tuerta musa, la que uso a diario
encontrose a sueldo en un diario serio,
¡qué triste es Señora, para el foliculario
ver crecer al hijo de sus adulterios!...
 
IV
Café de poetas con caras de perro.
-«Este es un necio, aquél un carcamal»,
-«Y de ese Olivari, ¿qué opinan?, me aferro
a la crítica, ese mocito es un informal...»
 
V
Me siento, un poco triste, para escuchar,
mientras dejo paso a mi hipocondría:
-«Ese muchacho va de yerro en yerro...»
-«¡Mozo! medio litro, pero bien frappé.»
-...«puesto que ni figura en la Antología
del Señor Doctor Don Julio Noé...»
 
VI
Esta noche vago como un alma en pena
y como siempre en busca de la buena acción
encontré un zaguán ¡oh! ¡tu luz de luna llena!
y resueltamente rebalsé el portón.
 
VII
La prostituta alzando su grupa
en la palangana se despatarra,
el pobre poeta se calza su chupa
y en la ceniza del amor esgarra...
 
VIII
Para la tristeza téjeme una cuerda,
téjeme una cuerda de humo sutil,
téjeme una cuerda con la frágil cerda
de tu voluta endeble, ¡ilusión de dril!...
 
IX
Entre la musa estéril y la camaradería
entre las Revistas y la corrección formal
me he quedado, hermanos, sin mercadería
y casi creo ser intelectual...
 
X
Humo de inconstancia ábreme tu anillo
para la pirueta del salto mortal,
mientras tú existas, rubio cigarrillo,
mi alma peregrina ensayará volar...
XI
(Menos mal que fumo
el árido tabaco del rencor en grumo...)
 
XII
Tiéndete en la cuerda del humo que fumo
-alma peregrina tu pena esfumina-
álzate el faldín montgolfiera de humo,
-alma peregrina puedes columpiarte-
o la cuerda floja, loca danzarina
puede que te sirva para extrangularte...
 
 
La dactilógrafa tuberculosa
 
Esta doncella tísica y asexuada,
esta mujer de senos inapetentes,
-rosicler en los huesos de su cara granulada,
y ganchuda su israelita nariz ya transparente...
 
Esta pobre yegua flaca y trabajada,
con los dedos espátulas de tanto teclear,
esta pobre mujer invertebrada,
tiene que trabajar...
 
Esta pobre nena descuajeringada,
con sus ancas sutiles de alfiler,
tiene el alma tumefacta y rezagada
¡y se empeña en comer!
 
Yo la amé cuatro meses con los ojos,
con mis ojos de perro triste y vagabundo;
cuando le miraba los pómulos rojos,
¡qué dolor profundo!
 
Un día juntamos hombro a hombro nuestra desdicha;
vivimos dos meses en un cuchitril;
en su beso salivoso naufragó la dicha
y el ansia de vivir...
 
Una tarde sin historia, una tarde cualquiera,
murió clásicamente en un hospital.
(Bella burguesita que a mi lado pasas, cambia de acera,
porque voy a putear...)
 
 
Extracto ecléctico de las partes más notables de la
larguísima carta a la amada que devolvió el correo
 
¡Oye!... pero, claro, las vías te impulsan,
¿cómo negarse a su fatalismo geométrico?
pero oye, ¿ves a la musa,
que compasiva se acopla
a la posterior silueta del poeta peripatético
con una tristeza cansina de copla
cribando la noche?
 
Amada, vos estás en estado de frío,
-¡Oh!, pero esto no es un reproche-
si en vos es estado de gracia,
como le cuadra a ella, ¡Dios mío!
su trashumancia lacia...
 
Tu condición amada mía,
era la de trotacalles,
pero mil pequeños detalles
te hacían una virgen de cerería.
 
Eras en tu infortunio, peligrosa,
porque tu condición lata
de económica «Traviata»
te hizo ser la musa tuberculosa
de mi mala pata...
 
Tu tos era un detalle,
-tu tos, tu bárbara tos-
y tu bárbara afición a la calle,
-... bueno, la calle nos seducía
infiel amada mía
por igual, a los dos...
 
Otro detalle: las ruidosas lacas
de los collares,
las cosas pobri-lujosas de los bazares,
que al abrazarte pinchaban como las púas...
Y tus ojeras violetas
y el amor a los que llamabas tus poetas
¡y eran payadores atacados de romanzas!...
Bueno, nada de chanzas...
Amabas en las tardes de garúa
los valses migratorios de Leo Fall,
y junto al mate, para tu mal,
te hubieras entregado, arrecida
de un frío brutal que nunca marra,
al que te lagrimease en la guitarra:
«Pobre mi madre querida».
 
(En mis huesos el frío me obliga a blasfemar,
pero el tuyo es el frío sentimental.)
 
¿Llevas siempre tu cuello desnudo?
¿y la nuca rapada?
¡Te vas a enfermar!
y ese será el suceso.
Tu cuello, ¡ah!, ¡tu cuello exprofeso
para el crimen pasional!
El organito callejero
concretaba tu pasión filarmónica
y en mi ansia de tu beso,
-a riesgo de entuertarme en tu sombrero-
columbraba tu perfil...
¿En qué lejana excavación hallaron el marfil
de tu carita a la Verónica?
 
Amabas los perfumes más violentos
con tendencia al grito
y preferencia al desmayo,
y por vía de ensayo
en la mohosa claridad de acuario
de los cines de extramuros,
mi mano modeló en tus razgos duros
la virgen de cerería
a que aludía
mi anterior hipocondría...
 
(No es hipocondría,
-¡Oh! novia dolorosa, ¡oh dulce amada infiel!
es melancolía...
...¡Ah!... ¡no volverte a ver...!)
 
Pero en la atmósfera viciada
de los cinematógrafos,
sólo podrán tus biógrafos
íntuirte amada,
porque en las salas de espectáculos
de la ciudad
comenzó tu enfermedad,
-prenuncio de mi suicidio en tinta-
la gran guignolesca cinta
de mi amor sentimental,
filmada en tu tabernáculo...
 
Detalles hay: Tu amor a la naturaleza
eminentemente urbana:
junto a la reja colonial
del conventillo de arrabal
había una maceta.
 
¡Oh! pobre flor que nunca florecerá,
no llegará el sol al inquilinato...
En un mismo sino la vida nos entierra:
la amada enferma por la ciudad,
la flor que nunca florecerá,
y mi taciturnidad...
¡ay dura tierra!...
 
Pero esto era antes, mucho, mucho antes...
pero ante estas vías
-las calles, ¡cuán distantes!-
presiento tu presencia
en las trashumancias mías...
Porque en nuestros sesgados paseos,
-que mi ironía silencia-
o bien era un charco que salvaba el salto
o bien era el espejismo del asfalto,
o bien era una plaza con árboles feos,
mas gozamos de raras voluptuosidades:
barrios nuevos con húmedas plazas
y perfiles vagos de incubadas razas
en el pozo cegado de las ciudades...
 
(¡Buenos Aires! cuna del mundo, cuna
de mi sensibilidad...
Ella era como una luna
pequeña
en mi vida,
y tú ofendida,
la mataste, ¡oh mi ciudad!)
 
Pero en venganza
tendré un frac flojo de charlatán de feria,
y seré hábil en las inútiles artes de los vagabundos,
con un clavo torcido violaré baúles-mundos
y he de tallar tu imagen en mi bastón sin contera:
Un perfil enfermizo a lo Willette
para apoyar la renguera
que le copié a Choulette.
 
Con mi viejo cortaplumas de cabo de cuerno
el amor perdido se fijará para in eternum:
He grabado tu nombre en las ventanillas
de todos los tranvías de mi ciudad
para entregarte al ludibrio de la popularidad.
El somnoliento pasajero en su recuerdo afásico
incorporará tu nombre al de las heroínas
populacheras de sus recuerdos clásicos:
Julieta, Juana de Arco, Mimí, Lady Macbech...
 
Te oigo toser en la noche como un llamado
y no podré alcanzarte... ¡no podré!
en la ciudad hay cenáculos, mujeres..., el pozo está
cegado
me atan, me atan con el hilo flojo de mi bambolla
sentimental
donde llorosa se hamaca esta criolla
suave pereza de mi ciudad...
 
¡Ah pero un día sollozaré
siguiendo tus huellas
que en sesgo suicida ya van!
 
...¡como marchan las estrellas
en la abandonada vía!...
 
Amada mía
si vives todavía
y no estás con ellas,
te tendré que matar...
 
 
La aventura de la pantalla
 
¡Claro!, ahora no vale la pena recordar...
Ahora tengo un alma aviesa de malandrín
-medio comerciante, medio grumete-
pero a veces conviene rascar el violín
del verbo amar
en pasado ya, grácil midinette.
Estoy en la ventana del recuerdo
-viejo lobo de mar-.
¿Qué añejo amargor enverdece el espejo
en la desolada taberna del arrabal?
Eran crepúsculos abiertos como heridas
que enconaba mi nostalgia de ver el mar
-yo fumaba un tabaco exótico de capitán-
y corría la aventura contigo por querida
por las huecas tabernas que a veces desfilan
en la solitaria sábana del cinema del arrabal...
La taberna, el mar y quizás tu carne eran de utilería-,
¿Y la melancolía?
¿Esa vieja provinciana,
beguina enana,
con la poesía pasadista por capuchón?
¿Y la embriaguez acre que agarré junto al depósito?
¡Cómo me emborrachaba el olor a pescado!
y te llevaba a propósito
por los muelles... por los muelles...
Mi corazón
-vieja barcaza que hace agua-
rolaba por el borde de tu enagua
que a veces era blanca como la espuma del mar.
¿Quién como yo gozó en poesía de la sinecura
de fumar en la pipa de la real aventura?
Y en su humo, países, países en toda la oscura
sentina musgosa del cinema del arrabal...
Después vino la lógica del pan
nuestro de cada día,
vos te fuiste al hospital,
yo iré algún día,
y mientras tanto
¿para qué el llanto
si me calafateo con la brea de la melancolía?
¡Ahora amo a las mujeres de ojos grises
como el acero que domina en la ciudad!
¡La ciudad!, ¡la ciudad!, la ciudad
tiene en sus calles a todos los países
de mi sensualidad.
 
 
En ómnibus de doble piso, voy en tu busca...
 
Frente al surco de nubes en el campo
del cielo triste de la gran ciudad,
la mortecina luz de mis ojos paso
desde el heroico techo de la imperial.
 
Desusada viñeta de la melancolía,
el paisaje lacio pende de los hilos
como un periódico ilustrado. Amada mía
aquellos versos, ¿recuerdas?, dilos
con tu voz recogida, tan blanca y tan fría...
 
Te busca mi mirada de piloto errabundo
desde el heroico techo de la imperial. ]
¿Dónde estarás ahora? ¿En qué lejano mundo
nuestras pequeñas almas unidas volarán?...
 
¿Almas?... la tuya era... ¡ah! enfermiza coqueta,
nervios atados por la sed sensual,
la mía era... ¡ah! pobre pantomima de poeta
encaramado en el techo de la imperial.
 
¡Oh! la cara ojerosa de esa casa vieja, y verde
por la tímida hiedra como una verde lepra,
cariátides de nariz rota que el frío muerde,
y mustio como el despertar un rosal trepa...
 
Todo desde el techo de la imperial
se ve; y a ti no te veo, y a ti no te hallo
y empero eres un producto de ciudad,
flor de trapo, y fue tu tallo
la cuerda donde saltabas en tu mocedad.
 
Pero no vengas, ¡oh, no!, ¡si vieras qué frío
hace en el destartalado techo de la imperial!,
si vieras las cabriolas de la luna sobre el río
no descenderías jamás...
 
Y, sin embargo, eres cual yo: «soñadora lunática»
carita de yeso pintada por la enfermedad,
yo te he desnudado, plateada y extática,
ante la luna enferma de la ciudad.
 
Pero no sabes, y tampoco sabes que voy de ti en pos,
eterno en tu búsqueda hacia la eternidad,
te encontraré un día cuando tu cavernosa tos
como un pájaro aciago su círculo haga,
-con algo del rito de una vieja maga,
sobre el destartalado techo de la imperial.
 
 
Canto de la dactilógrafa
 
Muchacha...
Abullónate los rizos delante del espejo,
-quizá ganes sesenta pesos al mes-
la miseria te obligará a mostrar la hilacha;
escucha este consejo:5
entrégate a un burgués.
 
¡Si será imbécil ese muchacho que te acompaña!
-Cuarenta cuadras a pie y además sus versos.-
¡No, no, nunca! ¿Pasar la vida por las lecherías,
sostener un amor sentimental con las manos frías
para nunca lucir un par de medias color champaña?
¡Sentir en tu nuca los suspiros diversos,
de los que te desean, te buscan, te quieren comprar!
Véndete lo antes posible y al mejor postor;
ya es hora de cambiar tus alhajas de similor;
¡a ese mozo lírico mándalo a pasear...!
-«Princesita de mis sueños azules
envuelta en los raros, joyantes tules
de mi querer...»
Música sentimental, amigo mío.
-«En la calle, ¡oh! mi amado, hace tanto frío
y tengo tantas ganas de comer...»
¿Qué? ¿Diez horas de trabajo en la oficina
no te han llenado de rabia todavía?
¿Qué esperas para entregarte? ¿Qué mezquina
puerilidad te ata al pálido poeta?
Sí; es un artista, un genio, un gran esteta.
Sí; es autor de un drama que nunca han de estrenar.
Lo sé, hace unos versos que te hacen llorar.
¿Qué más? ¡Te ama, te ronda, te exige, te cela
y sabe que la vida es una novela
que no se atreve a escribir...!
 
Tendrás que sucumbir: te lo dice la leyenda,
siempre así terminan las tragedias
del cómico vivir,
y si te detenías ante la mala senda
protestando de tu amor,
era porque tenías rotas las medias
y pensabas de las sendas elegir la mejor.
 
Y caíste. ¡Bien! ¡Hurra! ¡Aleluya!
Es muy lógica esa satisfacción tuya:
tu antigua vida es ya una lejanía...
Adiós el mostrador, la miserable faena,
el suplicio de la máquina, el sufrimiento mudo,
¡qué bella persona es tu burgués panzudo...!
¡Ah! el pálido poeta ilustra «Noticias de Policía»
se ha pegado un tiro... pero eso no vale la pena...
 
Empero (en toda tragedia hay un empero
que los modernos tiempos obligan a terminar ligero)
por más que a tu caída la elogie la razón,
por más que por la senda te empuje la miseria,
tu caso es cosa seria
y un vago sufrimiento me llega al corazón...
Es cierto, tu paso era obligado,
pero si no lo hubieras dado...
¡ah la incorregible manía de la ilusión...!
 
Cara ex-dactilógrafa, actualmente prostituta,
tu caso es un simple caso de permuta
en la bolsa social,
te hemos perdonado porque al cabo tú eres
idiota como lo son todas las mujeres,
menos mamá...
 
 
El piano solitario
 
Hay un piano en el restaurant,
hay un piano, viejo, asmático,
sirve el tema y nace el plan
para un poema lunático.
 
Han uncido un hombre al piano,
y él toca sin saber,
toca siempre pero en vano
pues no le ayuda a comer.
 
Parece que es alemán o suizo,
y sueña con una fábrica de cronómetros,
y tiene un aire mestizo
de Werther con ribetes metronómicos.
 
¿Tendrá mujer este hombre? o una hija
flaca y con granos y ojos blanquecinos,
cuando va hacia el conservatorio ella se fija
si su padre sigue uncido a su destino.
 
Yo abro un concurso internacional
para los tristes que la tierra apresa,
a ver, ¿cuál es el poeta sentimental
que al del piano le gane la tristeza?
 
Este hombre toca, toca y toca,
¡quién pudiera leer en su interior!,
debe tener tanta rabia loca
como para hacer definitivamente la revolución.
 
Más triste que el destino de este pianista
no debe haber destino. Trina, trina,
desde el piano con su música evangelista
mientras le inundan los malos olores de la letrina,
 
o de la cocina que está a su lado
-olor de gachas donde nadan tres fideos-,
que no alimentan y en hilachas un asado
que lleno de pimienta atasca los deseos.
 
El patrón de la venta le endilga su homilía,
y el pianista sonríe olvidado de su poca suerte,
¡ha tenido un sueño tan bello!, vio a Santa Cecilia
¡danzando!, ¡danzando! su inédito minuet de la muerte.
 
Este hombre se debría suicidar
antes que el hambre que ya lo amoja
con la filarmonía del ayunar
lo lleve a tocar
a la corte celestial
del Figón de la reina Patoja.
 
Pero este hombre se agarra a la vida
porque tiene un secreto a falta de sopa,
yo le oí decir con vez conmovida,
¡ah cuando se estrene por fin mi ópera!
 
Este hombre toca, toca y toca
y su hija viene a oírle sus absurdos trinos,
su hija es fea, tiene granos, pero cuando el padre toca,
¡ah! cuánta la dulzura de sus ojos blanquecinos.
 
 
Cuarteto de señoritas
 
Las cuatro son flacas, las cuatro son feas;
vestidas de rosa las cuatro muequean...
las cuatro muequean vestidas de rosa,
las cuatro tan flacas... las cuatro tan feas...
 
El poeta ha venido a beberse su copa,
-su aguada ración de ilusión-;
como siempre tiene raída la ropa,
y la angustia inquilina de su corazón.
 
Las cuatro comienzan
el shimmy «Tristeza de Honololú»,
se piensa
en aquella pianista viciosa
que fue la ilusión tosegosa
de Juan Pedro Calou.
 
Tra... la la... rilamolirina...
-con su carina en harina
la violinista se empina
en dos flatos
de can-can...
Tra... la la... rilamolirina...
con su carita transparente y fina
el púber lava-platos
sueña en Onam...
 
La una no tiene pechos,
y no tiene tampoco papá...
da la lá...
y no tiene tampoco mamá
da la lá...
El tenorio del barrio
comenta estos hechos
mientras el corolario
resuelve el jazz band.
 
La otra encandila los ojos
de los sesudos burgueses vecinos;
-ojos al aceite de ricino-
que se encandilan hiposos
a cada pausa
de la otra vestida de rosa...
¡Pobre la gorda de carne infructuosa
por la meno-pausa...!
 
¿Y la otra?... ¡ah! nena, ¡cómo te he encontrado!,
¿cómo pudiste llegar hasta aquí?
¿El camino del cielo está trascurado
para ti?
 
¡Pobre milonguita soplando, soplando...
en la pípa absurda de tu saxofón!,
soplando, soplando,
me llega volando
lo que te ha quedado de tu corazón.
 
Turris ebúrnea en el palco de humo,
virgo veneranda al poso de café,
¡sahúma tu efigie el humo que fumo
con tan mala fe!
 
María semper virgo para la mentira
que comulgo en la rima que se me escapa,
lira molirina,
del poeta que anda de capa
caída...
 
Stella matutina en la urbe grasienta,
cuando a la alborada taconea sin pan
tu enlodado escarpín de cenicienta...
la, la, ra, ta, tan...
 
Virgo sin virgo del café concierto,
hay vagorosas notas de Rabel
que tú no sabes...
definitivas claves
de tu tos...
la, la, ra, ta, tan...
cascabel..., cascabel...
¿dónde está Dios? ¡Dios!
...el café y el pecho desiertos...
 
Las cuatro son flacas, las cuatro son feas,
vestidas de rosa las cuatro muequean...
las cuatro muequean vestidas de rosa...
las cuatro tan flacas, las cuatro tan feas...
 
 
Tranvía a las dos de la mañana
 
Aburrido carro de hierros económicos,
diez centavos de ruidos a hierro viejo,
maderas nostalgiosas de bosques, lacónicos
edictos municipales y un higiénico consejo...
 
Un guarda metafísico que fuma
a espaldas de un espectro de inspector.
Larva retardada el tranvía se esfuma
dejando un parpadeante resplandor...
 
¡Oh! mi tristeza exacerbada,
mi cuantiosa tristeza,
como pesa
en esta carrindanga retrasada...
 
Nenas apabulladas por un frío reticente
-el inútil frío de las dos de la mañana-,
la pereza se da diente con diente
con la inminencia de la cama...
 
Son dos violinistas por la nota espigadas,
que aún las persigue, la nota del vals...
siempre a estas horas están desmadejadas
y en el pomo de la rabia solucionan su mal...
 
Tendrán hasta diez y seis años confesados,
y una tristeza efectiva de heroínas de opereta,
a estas horas sus espíritus son blandos estados
de conciencia, a ver, ¡qué hace este poeta!
 
Ensayo una mirada que es cómica a fuer de triste,
-pero una se ha dormido- mi corazón,
así como el deseo que antes la desviste,
presiente un gran agujero de pobreza en su talón.
 
¡Oh la miseria de tu media agujereada!
-la bella durmiente ha descalzado un pie-
silba suavemente un aria cansada
la otra compañera del Café Concert...
 
Miseria de pequeños burgueses
la nuestra, nenas violinistas...
y el tranvía sigue haciendo eses
como un progreso juerguista.
 
Miseria de burgueses pacatos
que no se deciden a definir sus vidas:
Ustedes, serían prostitutas ha rato,
y el que les canta sería un suicida...
 
¡Cómo es innoble la vida a las dos de la mañana!,
¡qué abulia escandalosa!, ¡qué ganas de acabar
para siempre!, ¡para siempre!
toca la campana
se acaba el viaje
y mañana
empezar...
empezar...
 
 
Insomnio
 
No mintamos más. Clávate en tu angustia,
no disimules tu opaco gesto,
tu tortura,
el otoño enrarecido en tu alma,
la inutilidad de tu juventud inicua,
tu criollismo sin sol...
El barrio es carne de tu carne,
y su misma absurda alma, esa, es tu alma.
No mientas más, ¿para qué?, aléjate
de los círculos literarios,
y llora, hombre, una vez en tu vida,
cuando no te ve nadie.
Ten el pudor de tu lágrima,
y tu lágrima sea
blasfemia,
caló arrabalero,
perífrasis de artista,
cualquier cosa que disimule
tu escepticismo,
tus amadas que tocan los órganos sexuales,
tus veinticinco años aburridos,
tu incapacidad de dar,
de crear, de amar, de orar...
No creas en nada y no lo digas,
muestra tu cinismo como una lápida
que te soterre en vida...
Pregusta la muerte
en tus chistes suicidas...
No salgas los domingos de tu cueva,
hazlo a la noche pegado a las paredes,
ocupando el menor sitio posible en el mundo,
para que la vida no te vea
y no te escupa.
No escuches el himno nacional,
ni menos la fácil polka del ensueño burgués,
ilumine tu pavés
-negra bandera del «qué me importa»-
un sólo verso de Baudelaire.
Todo está dicho ya.
No añadas palabras inútiles
a las de los periódicos...
Sé idiota o banal,
consérvate ausente de tu mal...
y no se lo digas a nadie, ni a tu mujer,
-ella es chismosa
y su carne infecunda
propalará tu abulia-...
 
Estás solo y estás en ti,
¿te ves el nauseabundo pozo de ti mismo
la carroña de tus instintos locos,
de tus quimeras tuertas
de tus siete amadas estranguladas
en la cámara oscura de tu original locura?...
Ponte tu orgullo como tu camisa
-tu plebeya camisa de zephir-,
odia mortalmente, odia a fondo,
con el odio untuoso de los malevos,
y el mismo odio de las prostitutas...
Haz el poema de tu animalidad
cuida estilizar tus podredumbres,
saca brillo a tus crímenes;
hay fiesta en la ciudad
de mis años muertos...
¡ah los gusanos tuertos
que buscan mis ojos en la oscuridad!...
Ciudadano, ciudadano,
y con veinte siglos de literatura en el pecho,
disimula... disimula...
Y ODIA, odia, ¡ah la hora del odio!
odia, odia, ¡ah! la espera del odio,
odia, odia, ¡ah! la voluptuosidad del calembourg
tendido en flecha hacia el que odias...
el epigrama... el epitafio, la sorna,
la bella calumnia infame que acogota
la sublime basura humana...
y luego tu tos...
siempre tu
tos...
 
 
Domingo burgués
 
Si mis amigos me vieran
en esta tarde de abril,
en verdad que no creyeran
lo que debía ocurrir
 
con tu hermana la casada
y tu cuñado que es sastre,
...(tu hermana ya está preñada,
y el paseo fue un desastre).
 
Este poeta con cara
de empleado nacional,
-su elegancia un poco rara
de premio Municipal-.
 
Vos, con tu carita fina
y tu pasito de alondra,
y la frágil serpentina
de tu risa un poco tonta.
 
El vientre bien empinado,
-orgullo de recién casada-
como diciendo: «Esto es nada,
lo hizo el tipo de mi lado».
 
Paseándonos por Palermo
con cara de bien comidos,
tu perfil un poco enfermo
estaba rejuvenecido.
 
¿Ves que mi amor es muy puro?,
¿ves que te quiero de veras?,
de otro modo, te lo juro,
¿cómo pasearme a tu vera?
 
Yo, el insumiso y el loco,
terror de ricos parientes,
con mi junquillo barroco,
sin nicotina los dientes...
 
Con la corbata rameada
que tú me cosiste, ufano,
-corbata que con la pomada
me hace héroe flaubertiano.
 
El vientre de la señora,
la cara lela del tipo,
la dulzura de la hora,
la fontana con su hipo.
 
Y esa onda que en mi frente
peiné con tanto cuidado,
y la décima doliente
que te hube dedicado.
 
Los dulces proyectos que
del casorio entretejemos,
proyectos con gusto de
la dicha usual de esos memos.
 
que nos vigilan despacio,
con su vientre la mujer,
y con su andar de batracio,
el sastre nos puede ver.
 
Subir a las calesitas
con alegre suficiencia,
escuchar las conferencias
todas plagadas de citas
de socialistas arteros,
mientras vos con tu cuñado
van al TIRO que está al lado
a perder unos dineros.
 
Imaginación de poeta
feliz en dicha serena,
dulcedumbre a la violeta
con que yo escondo mi pena.
 
Cuadrito burgués que tejo
en la tarde canserosa,
mientras retrata el espejo
macilenta mariposa
 
Mientras retrata el espejo
macilenta mariposa,
tu cara tuberculosa,
Rosa, veo de reflejo...
 
Felicidad que me niega
la vida triste e impiadada,
deseo humilde que alega
una dicha trascurada.
 
Porque la verdad se diga,
en esta tarde, sabrás:
estoy solo y no mitiga
mi pena el imaginar...
 
¡Estoy solo y más que nunca
estando solos los dos!
...me llega la risa trunca
de tu tos, de tu tos, de tu tos...
 
 
El musicante rengo
 
Tendrá treinta años el musicante rengo,
y acaso un principio de ataxia locomotriz,
a oír sus rapsodias a este café vengo
arrastrando mi pena como a una lombriz.
 
La mujer es aquella, la blanca, la loca
mujer que en todos restrega
su sexo. (A cambio de coca,
la pobre se entrega)...
 
El hombre para olvidar bebe,
y yo bebo para olvidar;
la mujer esa debe
cocainizarse para terminar...
 
Entre los tres sumaremos doce lustros,
¡y estamos tan cansados ya!
tengamos un gesto de decadencia augusto:
hagamos un menage a troi...
 
La ronda tan linda de descamisados:
un poeta enfermizo y desconocido,
un rengo con cuerda que ha terminado,
y la mujer borrosa que de todos ha sido...
 
El rengo me mira la piadosa mofa,
la mujer me sonríe con un gesto opaco,
yo bostezo y me río de mi perruna estofa,
mientras azul se arrepiente el tabaco...
 
 
La negra olvidada en la lechería
 
¡Ja, ja, una negra olvidada en una lechería!
¡Si será chusca esta ocurrencia mía:
la negra en la lechería!
 
Tenía dos ojos lacrimosos, borrosos, fastidiosos;
quizás hambre, frío y ganas de llorar...
el cráneo puntiagudo, el cuero motoso...
¿no serías, ¡oh! tú, Juana Durval?
 
(Putativo hermano Baudelaire, el de los cabellos
verdes y la boca tumular,
mi sitio te corresponde: viernes,
tu día, y este es tu lugar...)
 
Pobre cosita negruzca y exótica,
-bibelot de fango en mi gran ciudad-
púrpura en retazos de mi regia manía erótica,
amorosa insalubridad.
 
La lengua de mis ojos lame en tu mirada un reproche;
tu nebuloso mirar de antílope cegado
recoge la lengua de mis ojos. ¿A tu costado
sientes mi solidaridad de desplazado
y en sábado a la noche?
 
¿Vamos? ¿Vienes?... El festín será para los dos
la solitaria, muda, espantosa orgía,
del fondo de los días,
¿no oyes el reclamo del tambor?
 
Tu abuelo, bronce tenebroso, alza su clava
destrozando los huecos cráneos de las mesnadas;
tú tienes a una blanca, ¡tan bella!, como esclava
púnzale los ojos con tus uñas anilladas.
 
¿Oyes? Nos reclama el tambor
con insistencias de Historia:
...tum-turumtum-tum-turumtum...
civilizó a tu abuelo el Civilizador
con la elegante trayectoria
de la bala dum-dum...
 
 
Dame tu lengua ofídica y palpitante
-lanza del deseo entre el escudo
de tus dientes rutilantes...
¡ah tu negro cuerpo desnudo!
Mientras la flámula del primus dora
los muslos blancos de las bellas presas,
apréstate al festín, ya es la hora
de devorarnos la civilización burguesa...
 
Para desalar los hipogrifos de mi torturada sensibilidad
ha bastado tan sólo, ¡oh!, injerto del Congo en mi gran ciudad,
¡tu presencia en la lechería
donde mi hipocondría
entreabre el paraguas de mi enhiesta soledad de hongo!
de hongo de humedad...
 
Por diez minutos y a tu gran conjuro,
-negra miserable de mi ciudad-
fui dichoso ¡te lo juro!,
¡olvidé un instante a la realidad!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . .
Ha venido un ciudadano, alto, desgarbado,
y dejó caer en tu oreja la clásica palabra,
vete, negra, esto ha terminado,
la vida, negrita, no tiene abracadabra.
 
 
Valses nobles y sentimentales
 A Enrique  González Tuñón

Hermanito te dedico estos Valses que
tanto te gustan y que no tienen nada de noble ni de
sentimental como nuestras vidas aburridas y te los
dedico porque vos y yo somos una misma alma en un mismo
bolsillo pelado.
 
- I -
Wilkins (ilusionista)
 
Decadente payaso que vienes
a este cine que alberga tu paso
donde luces tu triste fracaso
que consterna a mi sucio arrabal.
Yo te he visto salir a la escena
con un raro turbante mugriento
y tu angustia de real fingimiento
falsifica tu mueca, ¡nabah!
 
Enmudeces y así das la nota
de algún príncipe en viaje de incógnito
-porte real que encanalla el acónito,
de ámbar, la caña, la grappa, el soñar...
Y así te contemplo en el ruin escenario
con fiebre sonámbula preñada de grippe
y rajah yo te nombro de Maragojipe
e hijo adoptivo del mismo arrabal.
 
Hacen falta ilusiones, ¡oh! Wilkins,
no dudar de que todo es un truco
y a pesar de tu aspecto kalmuco
apestas, ¡oh! Wilkins, a vil bric a brac...
Tu mujer suspendida en el aire
cumple el noble deber de coyunda
y ante ella, ¡oh! Wilkins, te inunda
el dolor de la unión conyugal...
 
Ilusión, Magnetismos, hipnosis,
lacónico rezas en cada programa
y mi barrio, ¡oh! Wilkins, te ama
porque haces soñar...
Poco importa que el juego se trunque,
nada vale que el truco no salga,
no interesa que salte la trampa.
¡Oh! Wilkins, si el juego es soñar...
 
¡Oh! Wilkins, caído y oscuro
en las fauces de los escenarios
que llenan los treinta denarios
de la vida: madrasta al tum-tum...
¡Salud! de potencia a potencia
iguales histriones de idéntica zona
nos da la tristeza la seca corona.
¡Oh! Wilkins, para nuestra fosa común...
 
 
- II -
Severín: pantomimo
 
Severín, pantomimo grotesco,
Rey Lear de la corte del sueño
es tu mueca macabro diseño
surgida de un cuadro de Thibón de Libián.
Has caído en mi cine de barrio
agitando tus manos de araña,
¡Severín! el hambre no engaña
y tú eres del hambre su seco galán.
 
Severín, espantoso relieve del crimen
de la Rue del Vizconde D'Estoche
tu amante no viene esta noche.
¡Oh! príncipe negro del negro bas fond...
Faltarán esta noche a la cita
tu señorita y mi Milonguita...
¡linda puñalada tendrá el corazón!
 
En el cine de barrio triunfa
tu arte manido de apache infecundo
tu mundo es mi mundo
grotesco arlequín,
rellena de estopa tu faz de magnesia
se agita en la vana epilepsia
que danza en la tripa del loco violín.
 
Severín, pantomimo grotesco,
ya cae la noche en la turbia cortada,
se acelera el burgués en la torpe celada
y una luna prestada
desaloja al farol.
¡Severín acabemos, ¡por Dios!, nuestra bárbara
farsa, y en el vil tobogán de la gárgara
compartamos, ¡oh mimo!, la ilusión del alcohol!
 
 
El tenor atónico
 
Pier María Giró della Valle
desafina su «arieta» constante
en la cual una luna menguante
le hace guiños a un paje de miel.
(Varietés de mi cine de barrio
donde el asco de vivir solitario
nos obliga a huir de la calle
y en el cine acampar nuestro bártulo infiel...)
 
El sensual propietario del cine
por dos pesos que afloja a despecho
le gestiona al tenor «do» de pecho
¡inhallable, infructuosa gestión!
Ya en la sala no zumba una mosca
Pier María tritura «La Tosca»
con la mano envarada sobre el corazón.
 
A la gente aburre el concierto,
Pier María se ahorca en un gallo
y un señor a quien pisan un callo
resopla un arpegio en tono mayor.
Pier María se esfuerza en su arieta
y a lo lejos su boca semeja la grieta
por donde se escabulle el espectador.
 
El pobre tenor desafina «a piacere»
su voz engolada resiste el esfuerzo
y con angustia ya ve que el almuerzo
de mañana es un mito irreal.
La gente bosteza y no aplaude
y alguno murmura del fraude.
¡Caramba! también si a eso lo llaman cantar...
 
Pier María se ahoga en su intento,
la canción en su escala de asma
raras muecas elásticas plasma,
Dios mío, ¡cuándo irá a terminar!
La sala murmura, la gente se enoja
se ve que no saben de la estría roja
que el pobre tenor dejó al salivar...
 
 
Nuestra vida en folletín
 
¡Claro! nos hemos pasado la
vida por los cinematógrafos,
tu amor tenía las dulzuras tortuosas de las heroínas
de Cecil B. de Mille,
y nos estremecimos juntos ante los revólveres de los
ínclitos cow-boys,
y cuando Perla White estaba a punto
de caer bajo las garras de aquel tipo de bigotito de
traidor
temblábamos en idéntica emoción...
Tu alma de estrella fracasada
y mis miméticos gestos de artista sin contrata,
trasvasaban la pantalla
a la platea suburbana.
Vivimos cien vidas misteriosas
en la encrucijada de las probabilidades,
en el ómnibus de doble piso de la casualidad,
y ardiendo en amores irreales
fuistes esclava, reina, gigolette y burguesa
y yo fui Hernani y boxeador...
Cómo hemos violado la naturaleza
-pues tú eras una muchachita de arrabal
y yo un muchacho haragán
escandalosamente sentimental-,
ella se vengó haciéndonos representar
el melodrama de nuestro mutuo amor
a menos de 0'50 la sección.
Todo se complica en la ficción
de nuestras tardes filmadas,
-matinée y sección Vermouth-
y en nuestras poses norteamericanas
cruza el caramelero,
el don Juan de la boletería,
que te daba entradas gratis
y aquel viejo huraño que nos miraba con risa de eunuco
o de jubilado de moralidad.
Y toda la triste tristeza de los arrabales porteños
cuando nuestro frío se refugiaba
en el cinematógrafo que era nuestro hogar.
Tus ancas quedaron infecundas
de tanto plegarse a las butacas
y el hijo se nos escabulló en la boletería.
Todo el argumento novelable
de tu beso en la oscuridad
no tenía originalidad,
plagio de una industria disfrazada de arte,
cuando el deseo nos sacudía
y por un momento el amor
de que hablan mis compañeros de redacción
llegaba a nuestras almas,
encendía la llamarada darwiniana
al compás del piano onanista
que se masturbaba siempre con el mismo vals,
nuestro espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Perdimos cinco años en las plateas,
-los cinco años que perdí
en el Colegio Nacional-
para amarnos con gusto de película
y atmósfera de ácido carbónico
enhebrada en el piano afónico.
Con todo te quería,
-muchachita enferma y tan flaca-
pese a Edison y a su dramaturgia,
pero las butacas
eran tan estrechas y nuestra sensualidad tan ancha
que el espasmo se perdía
en la electricidad del entreacto.
Rebalzamos las fronteras de la realidad
y nos encontraremos en las películas futuras
cuando el cinematógrafo
sea el arte del porvenir.
Yo, ¿por qué? leía libros en los entreactos
y tú no hacías más que soñar
y ya no nos pudimos encontrar.
Suelo pasar las tardes de mi melancolía
en aquel sucio cinema
que gastamos tanto
y me ilusiono vibrando en argumento
como esperando el momento
de oír tu tos:
acomodador
que me señala que ya llegaste
al cinematógrafo del recuerdo
donde el que pasa las cintas
se llama Dios.
 
 
Los amores albinos
 
¿Qué sol blanco cegó tus pupilas?
¿Qué absurda niebla pintaba tu faz?
¿Quién diablos te hizo los dientes lilas
y te recompuso ese antifaz?
 
¡Cómo te quiero, albina! Porque eres diferente;
porque el arco amarillo de tus cejas es tal,
que parece un paréntesis donde cabe la gente
que felizmente ya no es normal...
 
Tu cuerpo tiene el blanco de los muertos extraños
de los que se aburrieron de melancolía;
tu blancor es un filtro de quién sabe qué daños
y ciudadanos son los ritos de tu hechicería.
 
¡Cómo te quiero, albina! ¿Con qué letra de tango
celebraremos nuestros absurdos esponsales?
¡Eres la única musa de tan alto rango
y dignificas hasta los orinales!
 
¡Qué bello es pasear junto a tu flanco
y ver la cara de pasmo de los burgueses!
¡Ah! si no saben que eres el sol blanco
que, Josué borracho, detengo con mis eses...
 
Tus cabellos, con el color ámbar de mi boquilla,
son la cosa más triste de aqueste mundo;
tus cabellos me sirven de presilla
para que no se me caiga el dolor vagabundo...
 
Tu voz es amarilla como las cubiertas
de las novelas francesas «vient de paraitre»
tu voz es mi rabia que me tiene alerta
de la estupidez constitucional del medio ambiente.
 
Musa amarilla, barro de puertos
que vuelcan la angustia viajera,
la angustia de todos aquellos que han muerto
y no tienen más corona que tu pelambrera.
 
¡Eppa de los muertos anónimos y no hay caso!
de aquellos que tuvieron el lujo siniestro
de estirar en la Morgue sus cuatro retazos
de miembros simiescos...
 
Repliego en tu helada constancia postrera
-constancia que agría tu faz de rodaja-
el agrio limón de mi loca manera:
grotesco descarte de inútil baraja.
 
¿Verán mis hermanos, los líricos locos,
la mordaz preceptiva que ayunta
mis rizos rebeldes a tus pajisos copos
para seguir por la vida tirándola en yunta?
 
¡Albina! destiñe tu humor ceniciento,
agrupa tu aurora boreal en mi nuca,
yo soy el orgullo tenaz, macilento,
que de falsa modestia contigo se estuca.
 
¡Albina! acopla tus miembros helados al cuerpo,
que ha tiempo olvidaba el ingrato rescoldo
del bello ideal, el pobre está muerto
debajo de un toldo:
la roja bandera...
 
Cómo sube el frío de tu cuerpo en mi cuerpo, ¡oh! albina,
¡Oh vivir infeliz!
¡Qué frío!... Esto, amiga, termina...
dormir...  dormir...
 
 
¿Sabes compañero?
 
¿Sabes compañero lo que es no tener horizonte?,
¿y a los veinte y tantos años?
Las manos se crispan en el vacío de los ideales
y alargan las brazadas de tinieblas
para la apagada hoguera de la fe...
Tendido en el lecho miro el hilo de humo que consuela,
nuestra juventud es un hilo de humo que se agita
sin razón,
algún día se oirá una detonación
en la casa aburrida y el enorme bostezo de sus paredes
inhóspitas
te recogerá, arrugado y flácido
como un muñeco de comedia italiana.
Ya pasa la caravana del tedio por el Sahara del cráneo
hinchado de arena gris de hastío;
los largos albornoces de la inutilidad dan al
viento
su caricatura de alas...
Pasan por la linfa de mi cuerpo, arrugado y flácido,
la corte del hampa de los instintos neutralizados
en la comicidad de la cultura.
¿No oyes al niño que se muere al lado?,
su sofoco de angustia te da un martillazo en las sienes
y complica tu hastío ciudadano
el andar de oca de las mujeres
el paso de los transeúntes
y el perpetuo gotear de las canillas mal cerradas..
¡Allá! ¡allá!, es tu interjección eterna,
¡más allá!, ¡más allá! debe estar la verdadera vida.
Fuma tirado en el lecho, fuma,
y silba el tango sin fin
que comenzó en la esquina del arrabal del mundo...
Hay que justificar nuestra inutilidad de babosa
que se arrastra pegada a los sentimientos...
¡Adiós, poeta!, tu padre, el mío, el del otro,
ronca en la alcoba,
en la misma alcoba donde ronca sus cincuenta años de
costumbre
y su lumbre
agiganta tus ideas suicidas
en el pozo negruzco de tu vacilación,
vacilación
que llena al corazón
de ganas de morir
o dormir... o dormir...
Tu padre adelanta tu agonía,
día a día fallece un poco,
y sientes que el oscuro destino que te liga
a su ronquido igual
escarba tus entrañas
con la sensación más desgraciada: la de la
intolerancia...
Y tú falleces a ratos, a puchos, a retazos,
sin la parada de tirarte a muerto
como un fardo
en la vía pública
y al pasar la gente diga:
-Era feo y mísero el pobre poeta de la urbe...
-...más feo y más mísero que un caballo hinchado...
-...que una mosca verde...
-...que un perro sarnoso...
Y pase una mujer que te dé con el pie,
y pase una señora y te dé un centavo para las velas,
y pase un fariseo y te robe la cabellera,
y pase un amigo y te robe las metáforas,
y pase al fin una figura incierta y borracha,
-pálida y claudicante-
te mire implorante
y acaso diga:
-Cuán luminosa, Jesús, era su frente...
Pero mi cuerpo interrumpirá el tráfico
y licuará el asombro de su gesto decisivo
en la luminosa chorrera de puteadas
de los horteras
amenazados de llegar tarde a sus mostradores
ante el salto grotesco del poeta
que buscó vengarse de su ciudad
incrustando sus sesos en los adoquines
-adoquines sobados por dos millones de suelas
ciudadanas-
para fijar en la tradición arrabalera
-arrabal que es la placenta de la Pampa prometida-
el mismo gesto macho
de aquel otro versolari, de aquel otro payador,
de aquel otro hermanito en el Mester de Juglaría:
...«Entiérrenme en campo verde
donde me pise el ganao...»
 
 
 
La musa de la mala pata
Nicolás Olivari



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