Poemas de el gran poeta
Bernardo López García

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Libertad
ODA
 
Sagrada libertad; a tus altares
llega el cantor; su fatigada frente
tímida no ambiciona
el sagrado laurel resplandeciente
que del genio feliz la sien corona:
a ti van mis cantares
siguiendo su destino
como rueda el torrente hacia los mares:
pues fiel a ti, sin que el poder me asombre,
bendigo a Dios al bendecir tu nombre.
Sagrada libertad, tuyo es mi canto;
feliz mi pensamiento, te adoraba
aun antes de nacer; que el alma mía
libre ya se llamaba
cuando del cielo al mundo descendía:
llegué a la tierra, al borde de mi cuna
tronó el cañón; la sangre de tus hijos
desde la guerra salpicó mi frente;
y al despotismo fiero
levantarse hacia ti, como la nube
se levanta hacia Dios, y arrebatado
lloré, porque aprendí trémulo al verte
en medio de la guerra,
que tu amor en la tierra
se paga con sepulcros a la muerte.
Hombre después, los anhelantes ojos
volví al pasado, y te miré dormida
de la nada en el seno,
esperando el momento de la vida.
Te vi elevarte al SEA,
padre de la creación; te vi con brío
revolverte en la idea
que llenaba de mundos el vacío;
te vi con raudo vuelo
cruzar los montes, agitar los mares,
cabalgar en los soles,
que rodaban hirvientes por el cielo;
te vi sobre la ola
levantarte y flotar, besar la nube,
y en raudo torbellino
cruzar por el espacio,
do la creación al tiempo aparecía,
dejando con amor santo y fecundo,
un beso en cada mundo
que del aliento del Creador nacía.
Después abrí la historia; vi a los siglos
cuan inmensos gigantes,
dejar sus tumbas, agitar sus mantos
y volver a la vida; ante mis ojos
libres aparecieron
las mil generaciones
que las olas del tiempo sumergieron;
vi razas y ciudades
aparecer, pasar; miré al pecado
sobre el trono del mundo, y a los hombres
sin conciencia de Dios, y escuché el grito
del ángel que lloraba,
al ver con duelo eterno
fija en la frente de la raza esclava
la sombra del infierno.
Volví a mirar, y con dolor y espanto
vi a la nube crecer, rugir el viento
al soplo de la cólera divina;
miré alzarse la ola en son de guerra
sobre el borde del mar; la vi lanzarse
con la muerte en el seno
rugiendo de furor sobre la tierra:
vi la última figura
sobre el último monte maldiciendo;
y el agua se elevaba
en remolinos rápidos hirviendo,
y al fin llegó; con cántico profundo
se extendió en el vacío;
a los ojos del sol se borró el mundo,
y aún la muerte buscaba,
y aún el terrible mar, ronco y bravío
por cima de los montes se empujaba.
Y vi después en el espacio errante
al silencio vagar; miré a las sombras
irse extendiendo en pabellón flotante;
vi la luna cual lámpara sombría,
dejar vagos reflejos
sobre los velos de la noche umbría,
y a su rayo de luz descolorido
miré al ángel llorando,
y al supremo Jehová triste mirando
el cadáver del mundo sumergido.
Después la luz del día
trémula apareció; nave valiente
agitaba su vela
sobre el Ponto magnífico y rugiente;
el árbol de la vida
volaba allí llevando la esperanza
sobre el mástil tendida;
y allí te vi flotar sobre las olas,
como una aparición de dulce nombre
que llevaba en su vuelo
la bendición del cielo
al nuevo mundo que esperaba al hombre.
Volvió a nacer la historia; vi a los pueblos
sin conciencia de sí; razas feroces
sobre la faz del mundo se empujaban;
el grito de la guerra
ocupaba el espacio; un mar de sangre
levantaba su faz sobre la tierra;
la barca funeral del despotismo,
agobiada de crímenes, flotaba
sobre el sangriento mar; el sacerdote
con la frente sombría,
en la sangre inocente
empapaba su manto; torpe y fría,
la plebe ante sus pies se prosternaba
sin comprender en su delirio ciego
aquella religión hija del fuego
que en sangre como el tigre se bañaba.
Vi al esclavo infeliz dejar la cuna,
y con frente serena
tender al viento las impuras manos
buscando una cadena;
lo vi sin pensamiento
agitarse y temblar al pie del trono
del iracundo déspota al aliento,
y comprendí sin calma
ante aquel cuadro de dolor y guerra,
que el esclavo es la tumba de su alma,
y el negro despotismo
la maldición de Dios sobre la tierra.
Y percibí tu acento
¡Hijos!... diciendo con amor doliente...
y vi al mundo agitado
seguir en su cadena indiferente
al duro pie del despotismo atado:
y la guerra seguía;
y las razas impuras atizaban
el fuego vil que sobre el ara ardía;
y pueblos y naciones
rodaban entre lágrimas y llanto:
las tumbas se apiñaban;
la muerte y el espanto
sobre el mundo sangriento cabalgaban;
y nadie a tus acentos respondía,
ni escuchaba la voz de tu cariño,
porque era el mundo niño,
y a su madre infeliz no conocía...
Y vinieron más siglos; en las tumbas
en ceniza quedaron
las míseras naciones; de tu lumbre
los rayos reflejaron
en la frente del hombre; alzó los ojos,
y con ardiente anhelo
al fin te divisó radiante y pura,
brindando al mundo con tu amor un cielo.
Y rodaron coronas
de libertad al sacrosanto grito;
y el déspota iracundo
por el Señor maldito
alzó sobre tu altar su brazo fiero,
sin comprender en su brutal violencia
que para herir tu nombre
es necesario arrebatar al hombre
en pedazos del alma la conciencia.
Mas tu nombre brilló; Grecia gigante,
lo fijó en su bandera; al Ganges frío
y al Nilo turbulento
llegó tu luz sagrada; el sacerdote
dejó el hacha terrible
sobre el impuro altar, y oyó espantado
los ayes que brotaban
al herirse los mundos que chocaban.
Y se alzaron los déspotas sombríos
otra vez contra ti; tu aliento puro
se refugió llorando
en el mundo del arte
que en las alas del genio se iba alzando,
y hasta allí el despotismo
llegó con el puñal; pero fue en vano;
que el brazo de Dios mismo
se lo arrancó sangriento de la mano.
Aquel tu mundo fue; tu lumbre pura
dio brillo a las creaciones
del artista inmortal; bañó los muros
del alto Partenón; tiñó en su lumbre
la frente del poeta
que cantaba los cielos y los mares,
osando arrebatar con mano inquieta
el fuego criminal de los altares.
A tu divino aliento
la roca endurecida
calló sobre los pórticos de Atenas,
guardando un pensamiento;
el genio alzó sus alas:
Píndaro hirió el laúd; agitó Apeles
su mágico pincel; Fidias divino
envolvió sus creaciones
en montes de laureles,
y Homero arrebatado
por el hirviente carro de la gloria
a tu carro magnífico enlazado,
cantó libre y profundo
con el arpa de Dios trovas al mundo.
Después Grecia cayó; blanca paloma,
tu genio peregrino
llevó el arma del arte
a los muros magníficos de Roma;
tu nombre se fijó en el estandarte
del pueblo Rey; al rayo de tu frente
dilató sus banderas,
imponiendo su ley a las esferas.
Y vinieron más reyes;
y la guerra extendió su brazo impío
por montes y por mares;
creció en el trono el despotismo frío
arrancando las hojas de tus leyes;
vi grupos de tiranos
estremecer la tierra
al ronco son de guerra;
vi al pueblo rey crecer sobre las tumbas
de los pueblos vencidos; lo vi grande
soñar tras sus victorias,
más esclavos, más tronos y más glorias;
y en vano te busqué: despedazada
por las ruedas veloces
del carro de los déspotas, apenas
respondiste a mis voces
con el doliente son de tus cadenas.
 
.........................
 
¡Cuántos, sagrada libertad, murieron
víctimas de tu amor; cuántos sepulcros
a tus plantas se abrieron!...
Por ti el héroe espartano
asombra al persa al levantar su tumba
por muro entre la patria y el tirano.
Por ti con arrogancia
en ceniza y en humo se convierten
los hijos de Numancia.
Por ti eleva Sagunto sus hogueras
hasta el trono del sol, dando en su gloria
orgullo a las esferas,
mártires al Señor, luz a la historia.
Por ti trémulo Bruto
levanta sobre el trono del guerrero
la muerte en el puñal; por ti valiente
el indómito ibero,
en el cántabro mar sepulta impío
de Roma la gigante el poderío.
Por ti el mártir cristiano
del circo en la ancha arena
bendice a Dios, entre el rumor salvaje
del tigre y de la hiena.
Por ti ruedan los Gracos
al pie del Capitolio; por ti nacen
para eterno blasón de las naciones,
Pompeyos y Espartacos,
Pelayos, Viriatos y Catones:
y por ti con amor cuan grande fuerte
Jesús desciende, se transforma en hombre,
y con sangre divina escribe un nombre
en el libro terrible de la muerte.
 .........................

¿Y ha de ser siempre así? ¿Será el martirio
la corona del libre? ¿Acaso el mundo
es el hacha terrible de la idea?
¿No es bastante la cruz, para que el río
que entre espumas de sangre va profundo
al insondable mar, ceda en su brío?
¿Será acaso la negra tiranía
el fruto de la tierra? ¿Será en vano
ese rojo Océano
que devora un sepulcro cada día?
No: lo dice Jesús; de polo a polo,
la humanidad entera
debe ser sobre el mundo un hombre solo.
¿Lo escuchasteis, tiranos?...
Lo manda Dios; el cetro de la tierra
por momentos se escapa a vuestras manos.
En vano las cadenas
apretáis con furor; el pensamiento
rebosa en el espacio; él está escrito
en el seno profundo de los mares;
en el sol, en el viento,
en la cruz, en la tumba, en los altares.
Él ocupa la gloria
bajo el manto del mártir; reverbera
en el libro gigante de la historia:
él flota en la bandera
del libre porvenir; llena el vacío,
y se dilata con pujante vuelo,
desde el hombre hasta Dios, del mundo al cielo.
Es la nube gigante
que recibió en sus alas
el llanto funeral de las naciones,
y que al romper su seno
levantará las olas poderosas
de cien y de otras cien revoluciones;
es la luz, es el aura, es el ambiente,
es el eco de Dios, que doquier zumba,
levantando clemente,
nuevo Lázaro, el mundo de su tumba.
 
.........................
 
Pasad, pasad; en vano
lucháis sobre el sepulcro; de la arena
en breve rodará el último grano,
y llegará ese día,
que el bueno espera, y que os arranca asombros,
en que todos los libres a porfía
al levantarse a Dios, del mundo en hombros,
dirán llorando: «A ti te lo debemos;
bendito siempre tu poder profundo;
libre, sin guerra ni ambición el mundo,
por pedestal, Señor, te lo ofrecemos.»
 
 
¡Stabat mater!
 
I
¡Pobre Madre! está llorando
al pie del santo madero;
el pueblo murmura fiero,
por la montaña girando,
y la luz muere en la sombra;
y el nublado se agiganta,
y la creación llora y canta
con voz que aturde y asombra.
¡Pobre Madre!... ante los sones
de sus dolientes afanes,
alzan truenos y volcanes
sus más terribles canciones.
Y el ángel llora... y se arredra,
rugen los mares inquietos,
y se alzan los esqueletos
sobre sus tumbas de piedra.
Porque es tan hondo el pesar
de la Madre del amor,
que llora el mismo dolor
al contemplarla llorar!
 
II
Ella vio al hijo nacer
su esperanza realizando;
ella le durmió cantando
las endechas del placer,
ella, con ansia divina
dejó sus plácidos lares;
cruzó de Judá los mares,
las cumbres de Palestina;
y siempre del Hijo en pos
le siguió amante y serena,
¡como sigue el alma buena
la sombra santa de Dios!...
Hoy... pobre Madre... lo mira
sobre el Gólgota sangriento,
suspiros lanzando al viento
que en torno del árbol gira.
Lo mira triste, llorando
por el pueblo su asesino;
oye su acento divino
¡perdón!... ¡perdón!... murmurando.
Ve sus sienes desgarradas
por las espinas crueles;
ve marcados los cordeles
en sus manos venerandas:
y si oye de su ansia en pos,
del pueblo el acento fijo,
ve... ¡que le matan al Hijo
por el crimen de ser Dios!...
 
III
Pura... mística azucena
del desierto de la vida;
lámpara siempre encendida
para templar nuestra pena:
¡celeste y eterno lirio
por los ángeles cuidado;
puro clavel perfumado
con la esencia del martirio!...
Yo vengo, Madre, a besar
las estrellas de tu manto:
vengo a regar con mi llanto
los mármoles del altar:
yo padezco a tu dolor;
lloro al mirar tu agonía;
yo tengo por ti, María,
rico manantial de amor.
 
.........................
 
Del relámpago a la luz
que la tormenta anunciaba,
yo vi a Dios que vacilaba
bajo el peso de la cruz.
Lo vi triste ante el desdén
del pueblo vil y asesino;
lo vi con llanto divino
llorar por Jerusalén.
Vi su cabeza sangrienta
tocar en la dura roca;
vi un insulto en cada boca,
y en cada grupo una afrenta.
Y al verte a su lado ir
dije con llanto de amor:
¡pobre Madre del dolor,
cuánto deberá sufrir...!
 
IV
Pueblo... con llanto profundo
ve a contemplar su agonía;
hoy es la fecha, es el día
de la redención del mundo.
Do quiera se oye el concierto
de la más honda tristeza;
hasta la naturaleza
parece que toca a muerto.
El templo, todo es dolor;
negra el ara, poca luz;
sobre el sacro altar, la Cruz
sosteniendo al Redentor.
Al pie de la Cruz, María...
cerca, el sacerdote implora;
allá en las tinieblas, llora
el órgano una armonía.
De las campanas el son
no se mezcla en el lamento,
por no turbar en el viento
los ecos de la oración;
y la luz que ante el altar,
mal a la sombra resiste,
está tan triste... tan triste,
que no se atreve a alumbrar...!
Todo es llanto, y es dolor;
mujeres, niños, ancianos,
venid, venid de las manos
a llorar al Redentor...!
Venid ante el que se inmola
por calmar vuestra alegría;
venid a ver a María
que está sollozando, y sola...!
Llegad de vuestros hogares
con ofrenda a sus dolores;
dejad los campos sin flores
para adornar sus altares,
y no deis al corazón
hoy consuelo a su quebranto,
porque será vuestro llanto
la segunda Redención...!
 

El día de difuntos
 
CANTO
I
Silencio... las campanas...
¡Ay del hombre mortal! ¡ay del doliente!
de la noche en el seno
sin pena dormirá sueño tirano,
y su entusiasmo ardiente,
como lienzo fecundo
que borra el tiempo con impura mano,
se borrará del mundo...
¡Ah! en el solemne día
en que los muertos abren sus ciudades
vacila la razón: ¡sombras humanas!
¡ilusión del placer! ¡santo delirio
de un amor inmortal...! ¡glorias del arte!
volad lejos de aquí... todo termina
al borde del sepulcro; loco empeño
formará de la vida la quimera,
por dejar una flor, una siquiera,
sobre la leve realidad de un sueño.
Mentira es el placer; mentira el fuerte
alto destino de la gloria humana;
mentira la ilusión; ¡verdad la muerte!...
 
.........................
 
¡Torpe dolor!... ¡estéril amargura!
¿por qué prensar al corazón que llora
del hombre la continua desventura?
Sorda la tierra al ruego,
mata la forma; despedaza fiera
la belleza del mundo sin sosiego:
agentes de su cólera indomable
son las materias que en tropel inmundo
la cruzan por do quier; su boca impura,
las tumbas nobles, míseras o extrañas,
que amenazando al ánima oprimida,
esperan los escombros de la vida
para nutrir con ellos sus entrañas:
el labio delicado;
la azul pupila inquieta;
el pecho de la hermosa, altar sagrado
donde ofició el amor; la del poeta
libre cabeza que con noble anhelo
sintió latir la inspiración gloriosa,
y se alzó poderosa,
Colón del arte a descubrir el cielo,
todo termina aquí. La madre tierra,
¡ay! es la sola madre
sin entrañas de amor; en vano un día
la cubrirá la primavera ufana
de flores y armonía;
en vano sus verdores
dará a los prados, a las huertas frutos,
purísimos colores
al pálido rosal; en vano, en vano,
dará gentil rumor a la corriente
y aroma y luz al céfiro liviano:
al pie de esa belleza,
vive la destrucción. Sordo usurero,
la tierra mata si a vivir empieza;
asienta en los despojos
su esfuerzo colosal; traga, devora,
y cuando altiva en su poder se engríe,
hipócrita y traidora,
¡con jugo de sus víctimas sonríe!...
Y la muerte también... ¿Quién ha parado
su carrera triunfal? Sobre ruinas
la ve el presente y la miró el pasado,
el inútil dolor no la contiene;
atleta destructor, fiel mensajero
con porte a las orillas del profundo,
continuamente se retira o viene,
secos sus ojos al dolor del mundo...
En lucha con la vida
trabaja sin cesar; el universo
es su circo gigante; espectadores
de sus rudas hazañas,
los que esperan morir: ¡madres! ¡hermanos!
no busquéis la piedad en sus entrañas,
ni tendáis a sus huesos vuestras manos;
esqueleto fatal, forma sin vida,
no escucha vuestra mísera tarea;
y si llora la madre al hijo bueno,
arrancando el cadáver de su seno,
el charco de sus lágrimas vadea...!
 
II
Mas, ¿por qué ese dolor? En otros días,
cuando el viento oreaba
la sangre de Jesús; cuando el Calvario
recordando divinas agonías
bajo la sombra de la Cruz temblaba,
yo vi al circo romano,
arcada colosal, timbre del arte,
vacilar en su altiva pesadumbre
al peso impuro del furor pagano:
miré a la muchedumbre
ebria de sangre; percibí en la altura
bajo el arco del César, al soberbio
Pontífice y señor, símbolo vivo
de aquel pueblo sin fe; lo vi arrogante
sobre varas de lictores altivo
despreciar a las turbas, y opulento
tender el cetro que aun el orbe doma,
sobre el circo sangriento
de la materia altar, templo de Roma,
patíbulo brutal del pensamiento.
Vi a la señal terrible
la arena retemblar; miré la puerta
moverse, vacilar, girar incierta,
y percibí espantado
la bárbara armonía
que en el espacio ardiente se enlazaba,
del tigre que a las turbas saludaba,
y del pueblo que al tigre respondía.
Y... allí, sola, en el seno
de la plebe romana;
alta la frente, el corazón sereno;
la túnica cristiana
sobre el hombro robusto, y en los brazos
la imagen de Jesús, noble y tranquila,
miré a la Fe: su santa cabellera
flotaba el aire vagorosa y pura
cual si el ala del ángel la moviera;
asidos a su blanca vestidura
los mártires cristianos,
¡Salem! gritaban en pujante coro,
esperando el dulcísimo tesoro
con la oliva de amor entre las manos:
y las turbas hirvientes
cantaban y rugían;
y Nerón, ostentando la corona
de PONTÍFICE y DIOS, la alta cabeza
levantaba en el circo; y vacilaba
la columnata ruda
del vasto coliseo
al continuo aplaudir; y en tanto humilde,
excitando del pueblo el ansia fiera,
la Virgen del Señor se arrodillaba,
se enclavaba en la cruz con alma entera,
y su pecho divino,
que la fiera mordía,
palpitaba de amor, moviendo el lino
que sus formas castísimas cubría...
¡Cuadro consolador! ¡lienzo sublime!
Detén, fantasma impío
de la duda fatal tu voz potente:
ya el espíritu gime
con tranquilo dolor, y el alma inquieta,
rompiendo la terrena vestidura,
se alza a Jesús con incansable vuelo;
desgarra la materia, al dolor doma,
y arrollando a Palmira y a Sodoma,
torna a Jerusalén, remonta el cielo.
La fe vuelve a lucir; su luz me ayuda.
¡Vírgenes del Señor...! ¡santos atletas,
columnas de la Cruz...! ¡dulces cantores...
indómitos profetas
cuyos plectros de oro
templó en sus manos Dios...! ¡legisladores
que disteis vuestras leyes
al pueblo ungido que cruzó el desierto
nutriendo con ilotas y con Reyes
la estirpe de David...! ¡Arpas sonoras
de Daniel e Isaías...!
¡Mártires sobrehumanos
que hicisteis, agitando las enseñas
de destinos fecundos,
rodar los muros, palpitar las peñas,
temblar las aras y oscilar los mundos...!
¡sustentar ya mi fe!... ¡Que yo la mire
romper en las conciencias
de la duda los bárbaros altares,
y asentar en fortísimos pilares
la santa catedral de las creencias!
¡que mi espíritu ciego
en claridad gloriosa se ilumine!
¡Que vacile la sombra al claro fuego,
timbre de la verdad! ¡Que monte y río
deponga su grandeza
del amor al inmenso poderío!
¡Que la luz inmortal deje su rayo
sobre la niebla inerte!
¡Que la divina idea
domine al universo! ¡Que la muerte,
Tabor glorioso de los hombres sea!
 
III
¿Qué es la materia ya? Con fe y sin pena
la destrucción admiro;
pasto seré de su brutal faena,
¡y por morir suspiro...!
Ni espigas ni colores
nutrirá con mi fe; de mi amor santo,
no brotarán ni líquenes ni flores.
Altivo en mi poder, ya la contemplo
romper la forma con augusta calma;
¡el sepulcro, es el templo
de donde nace el alma...!
¿Y la muerte, qué es ya? ¡Madre amorosa,
arca de libertad; fiel peregrino
de la Canaán dichosa,
donde la vid purísima, cargada
de racimos de amor, mece su tallo
de Dios enamorada;
mensajero del bien; pórtico augusto
de la eterna región; titán sombrío
de atlético poder, que audaz vadea
el piélago insondable
que hay entre Dios y el hombre; dulce aurora
de paz y de alegría;
límite del dolor que nos devora;
mañana del saber; puerta del día!
 
.........................
 
Pequeño el mundo, dilatado el cielo,
infinito el amor que tras la tumba
sube al Eterno con potente vuelo,
la muerte no es verdad; en otras horas
sus fúnebres regiones
decoraba el dolor; la negra duda
cruzaba sin piedad los panteones,
y con falaz violencia
las lágrimas del mundo
rebosando sin dique en la conciencia,
ocultaban a Dios. Mas desde el día
en que la cruz triunfal, sobre los hombros
de la colina agreste alzó sus brazos
por montes y por mares,
trasformando en pirámides de escombros
los ídolos de Roma y sus altares,
el dolor tiene fin; la tumba es foco
de claridad divina: Dios al yugo
de la muerte cedió; sufrió su imperio,
la aceptó por verdugo;
mas al alzarse del Eterno y Fuerte
sobre el cadáver santo,
para consuelo del amor y el llanto,
¡enclavada en la Cruz murió la muerte...!
 
IV
Dejad que las campanas
repitan su canción: ¡niños, ancianos,
huérfanos sin hogar, madres dolientes,
que del dolor en las terribles sañas
con lágrimas sin fin lloráis al hijo
que tuvo por altar vuestras entrañas...
¡empezad la oración!... ¡ese sonoro
rumor triste de bronce; esa armonía,
forma sentida del mundano lloro;
ese gemido que el espacio llena
y a Dios el eco que los mundos lanza,
no es acento de duda o de rencores,
que si llora en su voz nuestros dolores,
acompaña también nuestra esperanza...!
 
 
Arte
 
Arte, palabra divina
que gloria al talento augura;
plácida luz que fulgura
sobre una santa colina;
pura fuente cristalina;
águila de eterno vuelo;
ángel que canta en el suelo
melancólicos amores,
brindando al talento flores
de los jardines del cielo.
 
Por él, titán soberano
Miguel Ángel se agiganta,
y hasta los cielos levanta
la cruz del templo cristiano;
por él, arranca Ticiano
al cielo su luz hirviente,
y por él, Osián potente,
dando formas a la idea
como Dios, al gritar SEA
lanza un mundo de su frente.
 
Por él, el gran Cicerón,
águila de la elocuencia,
sube al templo de la ciencia
escalón por escalón:
por él, con mística unción
canta David sus creaciones;
y por ceñir sus blasones
le dan a su gloria fieles,
Cano y Van Dijk), sus pinceles;
Lope y Dante sus canciones.
 
Por él, el genio sediento
que eternos templos se labra,
da seres a la palabra
y a las rocas pensamiento;
ante su potente aliento,
la tierra cede sin tino;
pues el mar, el torbellino,
la luz, el monte, la aurora,
son una creación sonora
que hizo un Artista Divino.
 
Por él, la mente se agita;
por él, vive la esperanza;
por él, la dicha se alcanza;
por él, la conciencia grita;
su luz es siempre bendita,
y su poder tan profundo,
que un rey, Felipe segundo,
porque el Orbe no le viera,
arrojó el arte de Herrera
entre su tumba y el mundo.
 
A los ecos de su nombre
que aromas de gloria lleva,
el hombre hasta Dios se eleva,
y Dios desciende hasta el hombre;
a nadie su altura asombre
teniendo fuerza y aliento,
pues a ese alcázar que el viento
arrulla sobre alto muro,
se llega con pie seguro
por la escala del talento.
 
Genio que a la altiva cumbre
te vas alzando valiente,
ansiando ceñir tu frente
con un rayo de su lumbre;
sigue... y si en la muchedumbre
protesta algún ser artero
contra el arte que venero,
dile con desdén profundo,
que es la primera obra, el mundo,
Dios, el artista primero.
 
 
Napoleón y los héroes del 2 de mayo
 SONETO

Ellos murieron con la frente erguida;
también la tumba devoró al coloso
que humilló con su brazo poderoso
la cabeza de Europa enardecida.

Ellos cedieron con afán su vida
por el patrio blasón, noble y hermoso;
él, por regir con cetro belicoso
segundo Dios la humanidad vencida.

Una corona altiva y esplendente,
del tercer Bonaparte el culto abona
regia brillando en su blasón potente;

de ellos la tumba la virtud pregona;
¡héroes... dormid en paz...! para el que siente,
vuestra tumba es mejor que su corona...!
 
 
El poema de la vida
 
I
En brazos de la inocencia
cruzando voy candoroso
ese crepúsculo hermoso
preludio de la existencia.
Del valle la flor galana5
me da sus limpios colores;
el bosque sus ruiseñores,
y sus tintas la mañana:
y el astro consolador
que al mundo su luz envía,
me manda al nacer el día
la sonrisa del Señor.
Mi madre en dulce ansiedad
sencilla, pura y amante,
tras la bóveda gigante

me muestra la eternidad:
y escuchando su lección
lleno de dulce embeleso,
entre el murmullo de un beso
recibo su religión.
 
II
Ya llegó la juventud,
y el alma a sus resplandores
se duerme en otros amores
con dulcísima inquietud.
Mi adorada frenesí
en la esperanza se agita;
mundana gloria me grita
¡qué es el mundo para mí!
Y en mi ardiente corazón
que se consume anhelando,
gigante se va elevando
la hoguera de la ambición.
Cuanto miro, todo es mío;
la mar, la arboleda, el monte,
la nube y el horizonte
que se duerme en el vacío;
porque en su albor matinal
el alma ardiente ambiciona,
tener al sol por corona,
y al mundo por pedestal.
 
III
El sueño de mi ilusión
la realidad lo ha deshecho;
apenas hallo en el pecho
cenizas del corazón.
La mujer que tanto amé,
mató mi esperanza hermosa:
al pie de una misma losa
están mi madre, y mi fe;
tuve un hijo... y me olvidó;
la gloria mató mi encanto;
me arrojé en brazos del llanto
¡y hasta el llanto me dejó!...
Y corro sin ver jamás
el consuelo en lontananza;
porque sé que la esperanza
¡es una mentira más!
Toda ventura se aleja
por el árido desierto;
¡la humanidad es un muerto,
que en su sepulcro se queja!
 
IV
En la triste senectud
penetro con paso fijo,
en la mano el crucifijo
y a los pies el ataúd.
La fe me vuelve a alumbrar
en mi lóbrega carrera;
¡DIOS! murmura la pradera;
¡DIOS! el cielo; ¡DIOS! el mar.
Y de la esperanza en pos
corro al sepulcro llorando,
porque en él me está esperando
la sombra santa de Dios.
Del ánima dolorida
ya se acabó el desconsuelo;
sobre la tumba, está el cielo
que es más grande que la vida.
 
 
Polonia
 ODA

¿De quién es? ¿De quién es esa corona
que en la orilla del Vístula sangriento
rota se ve? ¿De quién esos gemidos
que lleva el ronco viento
por la inmensa región? ¿De quién la lira,
que entre secos manojos de laureles
ni canta, ni suspira?
 
.........................
 
Un pueblo fue lo que se ve en escombros;
del fondo sepulcral de esas ruinas
eterna maldición sobre la tierra,
gritos de amor y libertad brotaron;
y salieron cantores;
y el aura de la paz, besó las flores
que las hoces del déspota segaron.
Un pueblo fue; Polonia se llamaba...;
en venturosos días,
con la fuerza del simoun arrojaba
sus tercios a vencer; ellos hollaron
de Tiro las ruinas
que palacios y templos coronaron;
el turbio Niemen apartó sus olas
para verlos marchar; en los jardines
de la Persia abrasada,
desplegaron sus blancas banderolas
al grito de la lid arrebatada;
los vieron las riberas
del Éufrates y el Nilo turbulentos,
fieros herir; las frentes altaneras
del Cáucaso y el Atlas se doblaron
al peso de sus huestes, y temblaron
los árabes vencidos
bajo el ancho crespón de sus banderas.
Del Apenino azul por las vertientes
la sangre de sus hijos
al mar de Italia se lanzó en torrentes;
y sus águilas libres se extendieron
por los anchos espacios
y cruzaron los montes y los mares,
e indómitas se irguieron
de la torpe Estambul en los palacios,
y de Roma la vieja en los altares.
 
.........................
 
Un pueblo fue... y envilecido ahora,
mira expirantes a sus tercios bravos;
el águila señora
pendón de libres en gloriosos días,
arrastrada se ve por los esclavos;
altivo el extranjero
duerme en su hogar; las hojas de sus leyes
de escarnio sirven a menguados reyes;
sollozando sin paz, yerta de ira,
imagen del dolor al mundo mira;
y al verlo contemplando
con torpe duelo su dolor profundo,
sacude sus sepulcros, protestando
contra la inútil compasión del mundo...
¡Mísera humanidad!... desde su cuna
el crimen tiraniza su existencia;
del justo Abel la ensangrentada fosa
es el primer calvario
que levanta la saña a la inocencia:
de allí brota el pesar; de allí el encono,
y pasan luego razas y ciudades,
y un trono se hunde, y se levanta un trono,
y en lucha horrible y fuerte
se arrastran pueblos, razas y tiranos,
y ruedan por las puertas de la muerte
con el puñal sangriento entre las manos.
Y Dios se enoja; con furor profundo
a su placer levanta
el mar soberbio hasta su regia planta,
y el hombre muere, y se desquicia el mundo.
Y vienen otras razas y otros hombres;
y apenas en la tierra,
levantan a la voz de sus enconos
altares a la guerra,
templos al vicio, al despotismo tronos:
y pasan los señores
agitando a los pueblos espantados;
y van los pueblos viles,
lo mismo que reptiles
al carro de los CÉSARES atados.
El mundo tiembla; Dios desde su trono
siente a sus pies el crimen, y en su anhelo
porque su voz al pecador asombre
baja a la tierra; en su brutal encono
sigue la humanidad, y ardiendo en ira
en verdugo de Dios se trueca el hombre,
y hace al Calvario sanguinaria pira.
Desde entonces radiante centellea
sobre la cruz la libertad del mundo;
la sombra de Luzbel, siente en su seno
desgarrador puñal; entre el rugido
del pueblo que en el Circo clamorea
al latir el león, se oye el gemido
del cristiano expirante
que bendice a Jesús; y ante este ejemplo
de la fe vencedora de la muerte,
el Circo se convierte
de la doctrina de Jesús en templo.
A través de borrascas y Nerones
la barca hiende el mar; rompe la ola
pujante del error que la conmueve,
y vuela ansiosa al codiciado puerto
en alas de la fe; sus velas mueve
celeste brisa; el huracán furioso
del rudo fanatismo
la quiere detener... pero es en vano...
que el brazo de Dios mismo
la impulsa por el férvido Oceano.
La indómita corriente de las horas
su pujanza aumentó sobre la tierra...
Polonia desgraciada
despojo de la saña y de la guerra...
¿Quieres ser libre? Calma tu delirio;
desciñe de tu frente
la bárbara corona del martirio,
y coge con bravura
el caballo, la lanza y la armadura.
¿Oyes ese rumor? La nave llega;
la libertad sobre su mástil flota
y la empuja la fe; raudo navega
sobre mares de tumbas; ya se agita;
ya salva el Apenino,
y por medio de rocas y torrentes
cual indómito alud se precipita:
de sus velas blanquísimas el lino
sangriento va: su infatigable vuelo
aterra al crimen, y a la voz de guerra
fija una escala en la espantada tierra
por donde van los mártires al cielo:
los déspotas la ven, y en sus enconos
sus brazos tienden... pero esfuerzo vano:
que si a domarla se levantan tronos,
los arrastra bramando al Oceano.
¿Escuchas ese acento,
imagen bienhechora
de Kociusko infeliz? ¡Santas cenizas
de los héroes de ayer!... la patria entera
levanta ya la espada vengadora
ante el bélico altar de su bandera;
romped las urnas, sombras solitarias;
de ese recinto estrecho
al cielo levantad vuestras plegarias,
o sacudiendo los eternos lazos
que ligan a la tierra el tronco inerte,
venid desde los brazos de la muerte
a luchar por la patria en nuestros brazos.
¡Venid!... ¡Venid!... la lucha gigantesca
en breve va a empezar(26); ¡guerra! murmurarán
los derechos altísimos hollados;
¡guerra! los pueblos viles
al pie de los cadalsos amarrados;
¡guerra! con voz doliente
suspira el porvenir, clama el presente,
y rompiendo sus sábanas de tierra,
se abren las tumbas murmurando ¡guerra!
Y la guerra será... ¡ronca la lira
sobre las alas del delirio suena!...
El mundo ensangrentado
navega por el seno del vacío
como un sepulcro; sobre su ancha frente
la humanidad luchando arrebatada,
escribe con la espada
su epitafio sangriento y elocuente:
y el bueno llora; y la razón se aterra...
¿Cuándo, Señor, aunque a mi voz te asombres,
arrancarás del libro de los hombres
el sangriento vocablo de la guerra?
¿No basta el sacrificio
de cien razas y cien? ¿Aún no es bastante
para que el nublo del error sucumba,
ese doliente osario
que hace del globo dilatada tumba,
y a cada pueblo levantó un Calvario?
Aún no es bastante, no; mirad al mundo;
la altiva humanidad de polo a polo
por volar a la lucha se levanta
como un fantasma solo:
el grito de la lid do quier resuena...
¡alzad, generaciones,
y entre el polvo veréis de las naciones
del drama criminal la última escena!
Los pueblos se apresuran al combate
por la postrera vez; «Vamos», murmuran...
«la lid nos llama con sus ecos roncos;
a la lucha volemos; y mañana,
gigante se alzará de nuestros troncos
el árbol santo de la dicha humana.
Y daremos cumplida
nuestra hermosa misión»; ¡Corred, Naciones,
las que movéis con impotente saña
de la cadena vil los eslabones!
¡Apréstate a la lucha, pueblo bravo,
que en la orilla del Vístula sangriento
te arrastras de dolor; ¡despierta, Atenas,
tú que miras rodar entre cadenas
magníficos pedazos de tu solio...!
¡Alza la frente, Hungría...
y tú, Roma, que apuras la agonía
amarrada a los pies del Capitolio...!
A la lucha corred... la hora bendita
se va acercando; a su rumor profundo,
la santa libertad arma a los bravos;
¡corred, pueblos esclavos,
con vuestra sangre a redimir el Mundo!
Corred... para que un día
vuestros hijos llorando ante la fosa
a que os arrastra la corriente impía,
triste murmuren con dolor eterno...
«Luchar a nuestros padres fue preciso;
sus padres les legaron un infierno,
y nos dan por herencia un Paraíso.»
 
 
Al asesino de Abrahán Lincoln
 SONETO

De asombro y de dolor el alma llena,
severa juzga al que en el mal camina;
al bárbaro Nerón en la colina,
juez sin piedad la humanidad condena;

Lucrecia que el pudor desencadena;
Calígula, Tiberio, Mesalina,
cuantos hollaron la verdad divina,
afrenta son de la mundana escena.

Pero al llegar a Boot, los corazones
se estremecen y tiemblan; agitados
tiran la sonda, miden las pasiones,

y solo aprenden de dolor prensados,
que han de estar los Tiberios y Nerones
de tan vil criminal avergonzados.
 
 
 Poesías
Bernardo López García,



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