Poemas de el gran poeta
Leandro Fernández de Moratín

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(parte 4)
 
 
Oda
Al nuevo plantío que mandó hacer en la alameda de Valencia el
Mariscal Suchet. Año de 1812

Ya la feliz ribera del edetano río
a gozar vuelve su beldad primera,
y los que devastó furor impío
de Gradivo sangriento,
feraces campos gratos a Pomona,
la amiga paz corona
con árboles umbrosos,
y ya en su nueva pompa bulle el viento.
 
¡Oh! ¡Prosperen dichosos!
Una edad y otra acrecentar los vea
tronco robusto y ramas tembladoras;
y cuando el rayo de la luz febea
en las estivas horas
el aire enciende, asilo den suaves
y tálamo fecundo
al coro lisonjero de las aves.
 
Amor, el dulce Amor, alma del mundo,
aquí tendrá su imperio y monarquía,
y los pensiles dejará de Gnido,
la mansión del Olimpo y sus centellas,
por gozar atrevido,
en la que va a crecer floresta umbría,
los verdes ojos de sus ninfas bellas.
 
¿Quién de sus flechas pudo
el pecho defender? Aquí el gemido
del amador escuchará la hermosa;
el corazón herido,
y el labio honesto a la respuesta mudo:
aquí de su celosa
pasión las iras breves,
(que breves han de ser de amor las iras)
tal vez exhalará con tiernas voces;
y en tanto el son de las acordes liras,
llevado de los céfiros veloces,
al canto y danza animará festivo
mientras alta Dictina rompe el velo
nocturno, en carro de luciente plata,
y con él arrebata
el curso de las horas fugitivo.
 
Y tú, que viste de tu fértil suelo
alzarse inútil muro,
abatir la segur antiguos troncos,
de tu corba ribera honor sagrado,
alcázares arder y humildes techos,
tronar los bronces de Mavorte roncos,
envuelta en humo obscuro
tu ciudad bella, y rotos y deshechos
ejércitos, y en sangre amancillado
tu raudal cristalino,
¡Oh! ¡Padre Turia! Si difunde el cielo
sobre tus campos su favor divino,
de guirnaldas ornándote la frente;
corre soberbio al mar. En raudo vuelo
dilatará la fama
el nombre, que veneras reverente,
del que hoy añade a tu región decoro
y de apolínea rama
ciñe el bastón y la balanza de oro.
Digno adalid del dueño de la tierra,
de el de Vivar trasunto:
que en paz te guarda, amenazando guerra,
y el rayo enciende que vibro en Sagunto.
 
  
Epigrama
A Pedancio
Autor de una obra en que le ayudaban varios amigos

Pedancio, a los botarates
que te ayudan en tus obras,
no los mimes ni los trates
tú te bastas y te sobras
para escribir disparates.
  
 
 
Inscripción
Para un retrato del autor remitiendosele a una señora valenciana
A la Ninfa del Turia ilustre y bella, mi imagen doy, y el corazón con ella.
 
Oda
A la marquesa de Villafranca
Con motivo de la muerte de su hijo el Conde de Niebla
 
No siempre de las nubes abundante
lluvia baña, los prados,
ni siempre altera el piélago sonante
boreas, ni mueve los robustos pinos
sobre los montes de Pirene helados.
A los acerbos días
otros siguen de paz: la luz de Apolo
cede a las sombras frías,
a el mal sucede el bien; y en esto solo,
los aciertos divinos
el hombre ve de aquella mano eterna
que en orden admirable,
todo lo muda y todo lo gobierna.
 
Y tú, rendida a la aflicción y el llanto,
¿Durar podrás en luto miserable,
sensible madre, enamorada esposa?
¿Pudo en tu pecho tanto
la pérdida cruel, que a la preciosa
víctima por la muerte arrebatada,
otra añadir intentes?
Y no será que de tu ruego instada,
la prenda que llevó te restituya,
no, que la esconde en el sepulcro frío.
 
Esa vida fugaz no toda es tuya
es de un esposo, que el afán que sientes
sufre, y el caso impío
que de su bien le priva y su esperanza:
es de tu prole hermosa,
que mitigar intenta
con oficioso ardor tu amargo lloro;
si tanto premio su fatiga alcanza.
 
Sube doliente a las techumbres de oro
el gemido materno,
y en la callada noche se acrecienta.
La indócil fantasía
te muestra al hijo tierno,
como a tu lado le admiraste un día,
sensible a la amistad, y al heredado
honor: modesto en su moral austera:
al ruego de los míseros piadoso:
de obediencia filial, de amor fraterno,
de virtud verdadera
ejemplo no común. Negó al reposo
las fugitivas horas,
y al estudio las dio: sufrió constante
las iras de la suerte,
cuando no usada a tolerar cadena,
la patria alzó sus cruces vencedoras.
¡Oh! Si en edad más fuerte
se hubiese visto, y del arnés armado
en la sangrienta arena:
¡Oh, como hubiera dado
castigo a la soberbia confianza
del invasor injusto,
a su nación laureles,
gloria a su estirpe y a su rey venganza!
 
Tanto anunciaba el ánimo robusto,
con que en el lecho de dolor postrado,
le viste padecer ansias crueles;
cuando inútil el arte
cedió y confuso, y le cubrió funesta
sombra de muerte en torno. El arco duro
armó la inexorable, al tiro presta,
y por el viento resonando parte
la nunca incierta vira.
Él, de valor, de alta esperanza lleno,
preciando en nada el mundo que abandona,
reclinado en el seno
de la inefable religión, espira.
 
Ya no es mortal: entre los suyos vive:
espléndida corona
le circunda la frente.
El premio de sus méritos recibe
ante el solio del Padre omnipotente,
de espíritus angélicos cercado,
que difunden fragancias y armonía
por el inmenso Olimpo, luminoso.
Debajo de sus pies parece obscuro
el gran planeta que preside al día,
ve el giro dilatado
que dan los orbes por el éter puro,
en rápidos o tardos movimientos,
verá los siglos sucederse lentos;
y él, en quietud segura,
gozará venturoso
del sumo bien, que para siempre dura.
 
 
 
Alocución
Con que anunció su beneficio Francisco Chiner, primer galán de la
compañía cómica de Barcelona, en el año de 1814

Público ilustre, que benigno siempre
sabes suplir la insuficiencia mía;
perdonas el error por el deseo,
y al más cobarde generoso animas:
 
Si el don que te presento no es bastante
a igualar los afectos que le dictan,
sé que mereces más; pero no alcanzo
la perfección a que mi celo aspira.
 
Tiempo será que en esta escena admires
a quien más docto y más feliz te sirva:
que la suerte reparte desiguales
las gracias, los talentos, y la dicha.
 
A mí me dio humildad: con esta solo
esperar debo tu atención benigna.
Danzas hermosas, de vosotras fío
que mi esperanza se verá cumplida.
 
¡Hechiceras de amor! En cuyos ojos
la libertad del corazón peligra;
pues el don celestial de hacer felices
es vuestra principal prerrogativa:
 
¿Qué harán los hombres si aplaudís piadosas?
Las leyes que dictáis, ellos confirman,
y el orbe entero, en voluntarios nudos,
adora vuestra dulce urania.
 
 
 
Soneto
Para el retrato de Felipe Blanco
Primer Gracioso del teatro de Barcelona

¿Me veis que serio estoy? Pues no os espante
la adusta gravedad de mi persona,
que adentro tengo el alma juguetona:
diverso de mi genio es mi semblante.
 
Prosa o verso me dicten elegante
los que suben al cerro de Helicona,
mis gracias aseguran su corona
cuando animo la sátira picante.
 
Los que quieren gemir y dar suspiros,
y sus lágrimas compran con dinero,
lloren, oyendo heroicidades tristes;
 
Mas si queréis vosotros divertiros,
venid a mí: que el amargor severo
de la verdad os disimulo en chistes.
 
 
 
Epigrama
A Pedancio

Tu crítica majadera
de los dramas que escribí,
Pedancio, poco me altera;
mas pesadumbre tuviera
si te gustaran a ti.
 
 
 
Soneto
A la memoria de D. Juan Meléndez Valdés

Ninfas, la lira es ésta que algún día
pulsó Batilo en la ribera umbrosa
del Tormes, cuya voz armoniosa
el curso de las ondas detenía.
 
Quede pendiente en esta selva fría,
del lauro mismo que la cipria diosa
mil veces desnudó, cuando amorosa
la docta frente a su cantor ceñía.
 
Intacta y muda entre la pompa verde,
(solo en sus fibras resonando el viento)
el claro nombre de su dueño acuerde.
 
Ya que la patria, en el común lamento,
feroz ignora la opinión que pierde,
negando a sus cenizas monumento.
  
 
Oda
Traducción de Horacio

¡Ay, como fugitivos se deslizan,
póstumo, caro Póstumo, los años!
Ni la santa virtud el paso estorba
de la vejez rugosa que se acerca,
ni de la dura, inevitable muerte.
Y aunque a su templo des tres hecatombes
en cada aurora, sacrificio y ruego
Plutón desprecia; a tu lamento sordo.
Él al triforme Gerion y a Ticio
guarda, y los ciñe con estigias ondas;
que han de pasar cuantos la tierra habitan,
pobres y reyes. Y es en vano el crudo
trance evitar de Marte sanguinoso,
y las olas que en Adria el viento rompe
con sordo estruendo, y vano, en el maligno
otoño, el cuerpo defender del Austro;
que al fin las torpes aguas del obscuro
Cocyto hemos de ver, y las infames
Bélides, y de Sísifo infelice
el tormento sin mi que le castiga.
Tu habitación, tus campos, tu amorosa
consorte dejarás. ¡Ay!, y de cuantos
árboles hoy cultivas, para breve
tiempo gozarlos, el ciprés funesto
solo te ha de seguir. Otro más digno
sucesor, brindará del que guardaste
con cien candados cécubo oloroso:
Bañando el suelo de licor, que nunca
otro igual los Pontífices gustaron,
en áureas tazas de opulenta cena.
 
  
Epigrama

A un mal bicho ¿Veis esa
repugnante criatura,
chato, pelón, sin dientes, estevado,
gangoso, y sucio, y tuerto, y jorobado?
Pues lo peor que tiene es la figura.
 
 
 
Soneto
La despedida

Nací de honesta madre: diome el cielo
fácil ingenio en gracias afluente:
dirigir supo el animo inocente
a la virtud, el paternal desvelo.
 
Con sabio estudio, infatigable anhelo,
pude adquirir coronas a mi frente
la corva escena resonó en frecuente
aplauso, alzando de mi nombre el vuelo.
 
Dócil, veraz: de muchos ofendido,
de ninguno ofensor, las Musas bellas
mi pasión fueron, el honor mi guía.
 
Pero si así las leyes atropellas,
si para ti los méritos han sido
culpas; adiós, ingrata patria mía.
 
 
 
Cántico
A nombre de unas niñas españolas, de familia refugiada en Francia.
Con motivo de una peligrosa enfermedad de la Marquesa de Ariza.

CORO
Suban al cerco de Olimpo luciente,
eco doliente, lamentos y voces:
lleguen veloces al trono de Dios.
 
VOZ 1ª
Oye, señor, el ruego fervoroso
que humildes dirigimos
en aflicción y llanto,
con alma pura y manos inocentes.
Ante tus aras a implorar venimos
favor piedad. ¡Oh! ¡Numen poderoso!
Si súplica mortal merece tanto.
Por ti los orbes giran refulgentes,
por ti naturaleza
existe, y a tu voz la muerte dura
contiene su fiereza.
¡Ay! No perezca la estimable vida
de la que fue nuestro común consuelos,
en la no merecida,
constante desventura,
que a nuestros padres a morir condena
en peregrino suelo;
y a nosotras con ellos, desdichadas.
Ella fue nuestro amparo: ella serena
benigna, generosa,
lágrimas, tantas veces derramadas:
en su favor nuestra niñez reposa.
Si la virtud nos guía,
si las tinieblas del error desvía,
y aclara nuestra mente
la lumbre del saber, dádiva es suya...
Viva, ¡oh, gran Dios! Tu diestra omnipotente,
al mundo, a nuestro amor la restituya.
 
CORO
Si la que fiel se ajusta
a tu ley soberana,
en leve sombra y vana
se debe disipar:
 
Antes la parca adusta,
que la amenaza tenaza fiera,
de crímenes pudiera
la tierra libertar.
 
 
 
Soneto
A la exposición de los productos de industria y artes, hecha en el
Palacio del Louvre, en el año de 1819

Hoy que cerrado el templo de Belona,
abre el suyo benéfica Minerva,
y a sublimes artífices reserva
de esplendor inmortal áurea corona:
 
Méritos más ilustres ambiciona
Galia, en el ocio de la paz que observa,
que cuando para hacer a Europa sierva,
al ímpetu de Marte se abandona.
 
Con tales artes, opulenta, fuerte,
y docta, su poder verá temido
en este y el antártico hemisferio.
 
Mientra su claro príncipe convierte
las leyes santas, pues su don han sido,
a la estabilidad de tanto imperio.
 
 
 
Oda
En nombre de unas niñas. A los días de la Duquesa de Wervick y Alba
Admite benigna,
 
Duquesa excelente,
ofrenda que ausente
Tus siervos te dan.
Hoy alzan humildes
sus ojos al cielo:
su amor y su celo
no vanos serán.
 
La voz inocente
al numen agrada;
que vuela inspirada
de puro candor.
 
¡Oh! Llegue a su oído
la súplica nuestra:
prodigue su diestra
en ti su favor.
 
Dilate tu vida
en prósperos años:
ni sienta los daños
del tiempo cruel.
 
Cual árbol robusto
que dura creciendo.
El aura moviendo
las flores en él.
 
Amante y esposo,
ocupe tu lado
aquel fortunado
mancebo gentil.
 
Coronen su frente
laureles de gloria:
fatigue a la historia
mil años y mil.
 
Cercada te mires
de prole fecunda:
en ella se funda
la dicha de amor.
 
En ella hermanarse
verás fortaleza,
cordura, belleza,
virtud y valor
 
Que al nombre heredado
de ilustres abuelos,
conceden los cielos
honor inmortal.
 
Conceden, que al mundo
viviendo famosos,
tus hijos dichosos
le adquieran igual.
 
Por ellos un día
intrépida España,
sabrá en la campaña
lidiar y vencer.
 
Y alzando, ofendida,
cruzados pendones,
de osadas naciones
domar el poder.
 
 
 
Soneto
A la muerte del excelente actor Isidoro Maiquez

Tú solo el arte adivinar supiste
que los afectos acalora y calma:
tú la virtud robustecer del alma,
que al oro, al hierro, a la opresión resiste.
 
Inimitable actor, que mereciste
entre los tuyos la primera palma,
y amigo, alumno, y émulo de Talma,
la admiración del mundo dividiste.
 
¿A quién dejaste sucesor muriendo?
¿De quién ha de esperar igual decoro
la escena, que te pierde, y abandonas?
 
Así dijo Melpóneme, y vertiendo
lágrimas, en la tumba de Isidoro
cetros depone y púrpura y coronas.
  
 
 
Oda
Traducción de Horacio

¿De cual varón o semidiós el canto
previenes, alma Clio,
en corva lira o flauta resonante?
¿De cual deidad? A cuyo nombre santo
eco responda alegre, en el umbrío
Helicona, o el Pindo, o en la altura
del Hemo helada, en que se vio vagante
selva seguir del tracio la dulzura;
que el curso detenía
de los torrentes rápidos, usando
maternas artes, y al sonoro acento
de sus cuerdas, los árboles movía,
y el ímpetu veloz paró del viento.
 
¿A quién primero ensalzaré cantando,
si no al gran padre, que la estire humana
y la celeste rige, el mar, la tierra,
y al variar contino
del tiempo, anima cuanto el orbe encierra?
Él es primero y solo, igual no tiene
su esencia soberana;
si bien segunda en el honor divino,
inmediato lugar Palas obtiene.
Ni a ti, Baco, en batallas animoso
callaré, ni a la virgen cazadora,
ni a Febo luminoso;
diestro en herir con flecha voladora.
 
También los triunfos cantaré de Alcides,
y a los hijos de Leda, celebrado
jinete el uno, y en dudosas lides
el otro vencedor: cuya luz clara,
luego que al navegante resplandece,
precipita del risco levantado
la espuma resonante,
el raudo viento para,
la negra tempestad desaparece,
y a su influjo, del mar, en breve instante
calma el furor terrible.
 
Dudo si aplauda al fundador Quirino
después de aquellos, del prudente Numa
el gobierno apacible,
las haces justicieras de Tarquino,
o de Catón la muerte generosa,
los Escauros, y Régulo constante;
o si de Emilio cante,
pródigo de la vida,
la palma sobre Aníbal obtenida.
Curio, la cabellera mal compuesta:
Fabricio, el gran Camilo, victorioso
adalid a quien dieron sus abuelos
hacienda escasa, y parco, la molesta
pobreza toleró. Crece frondoso
con una y otra edad árbol robusto,
así la fama crece de Marcelo;
y vemos ya en el cielo
brillar de Julio la divina estrella:
cual suele entre menores
lumbres Dictina aparecerse bella.
 
Jove saturnio: tú de los mortales
amparo y padre, a quien cedió el destino
la protección de Augusto;
tú reina, y él a ti segundo sea.
O ya sobre los Partos desleales,
que amenazan el término latino,
adquiera triunfo justo,
o en las últimas playas de oriente
Indos y Seres humillados vea;
él, inferior a ti, dé soberano
leyes al mundo. Tú, de Olimpo ardiente
en grave carro oprime las alturas;
y el rayo vengador tu fuerte mano
vibres las selvas abrasando impuras.
  
 
 
Epigrama
A una señorita francesa

La bella que prendó, con gracioso reír,
mi tierno corazón, alterando su paz:
enemiga de amor, inconstante, fugaz,
me inspira una pasión, que no quiere sentir.
 
 
 
Soneto
Copia de un célebre cuadro de M. Guerin, que se conserva en París,
en la galería de Luxembourg

Insta Dido otra vez, Ana presente,
al huésped frigio que en silencio adora,
a que la fuga de Sinón traidora,
y el incendio de Pérgamo la cuente.
 
Él, otra vez, de la enemiga gente
el falso voto y los ardides llora,
la cólera de Aquiles vengadora,
Héctor sin vida, y Hécuba doliente.
 
Pinta el horror de aquella última y triste
noche, y en la sidonia, alta princesa,
admiración, temor, piedad excita.
 
Y en tanto Amor, que a su regazo asiste,
de el dedo ebúrneo que anhelante besa,
el anillo nupcial sagaz la quita.
 
 
 
Oda
A la muerte de D. Josef Antonio Conde
Docto anticuario, historiador y humanista.

¡Te vas, mi dulce amigo,
la luz huyendo al día!
¡Te vas, y no conmigo!
¡Y de la tumba fría
en el estrecho límite,
mudo tu cuerpo está!
 
Y a mí, que débil siento
el peso de los años,
y al cielo me lamento
de ingratitud y engaños;
para llorarte, mísero
largo vivir me da.
 
O fuéramos unidos
al seno delicioso,
que en sus bosques floridos
guarda eterno reposo,
a aquellas almas ínclitas,
del mundo admiración:
 
O a mí sólo llevara
la muerte presurosa,
y tu virtud gozara
modesta, ruborosa,
y tan ilustres méritos
ufana tu nación.
 
Al estudio ofreciste
los años fugitivos;
y joven conociste
cuanto le son nocivos
al generoso espíritu
el ocio y el placer.
 
Veloz en la carrera,
al templo te adelantas
donde Temis severa
dicta sus leyes santas;
y en ellas digno intérprete
llegaste a florecer.
 
Ciñéronte corona
de lauros inmortales
las nueve de Helicona:
sus diáfanos cristales
te dieron, y benévolas
su lira de marfil.
 
Con ella, renovando
la voz de Anacreonte,
eco amoroso y blando
sonó de Pindo el monte
y te cedió Teócrito
la cala pastoril.
 
Febo te dio la ciencia
de idiomas diferentes.
El ritmo y afluencia
que usaron elocuentes,
Arabia, Roma y Ática,
supiste declarar.
 
Y el cántico festivo,
que en bélica armonía
el pueblo fugitivo
al numen dirigía:
cuando al feroz ejército
hundió en su centro el mar.
 
La historia, alzando el velo
que lo pasado oculta,
entregó a tu desvelo
bronces que el arte abulta,
y códices y mármoles
amiga te mostró.
 
Y allí, de las que han sido
ciudades poderosas,
de cuantas dio al olvido
acciones generosas
la edad que vuela rápida,
memorias te dictó.
 
Desde que el cielo airado
llevó a Jerez su saña,
y al suelo derribado
cayó el poder de España;
subiendo al trono gótico
la prole de Ismael:
 
Hasta que rotas fueron
las últimas cadenas,
y tremoladas vieron
de Alhambra en las almenas
los ya vencidos árabes,
las cruces de Isabel.
 
A ti fue concedido
eternizar la gloria
de los que ha distinguido
la paz o la victoria,
en dilatadas épocas
que el mundo vio pasar.
 
Y a ti, de dos naciones
ilustres enemigas,
referir los blasones,
hazañas y fatigas,
y de candor histórico
dignos ejemplos dar.
 
Europa, que anhelaba
de tu saber el fruto,
y ofrecerle esperaba
en aplausos tributo;
la nueva de tu pérdida
debe primero oír.
 
La parca inexorable
te arrebató a la tumba.
En eco lamentable
la bóveda retumba,
y allá en su centro lóbrego
sonó ronco gemir.
 
¡Ay!, perdona, ofendido
espíritu, perdona.
Si en la región de olvido
ciñes áurea corona,
y tus virtudes sólidas
tienen ya galardón:
 
No de una madre ingrata
el duro ceño acuerdes;
que nunca se dilata
la existencia que pierdes,
sin que la turben pérfidas
envidia y ambición.
 
 
 
 
Soneto
A D. Luis de Silva, Moziño de Albuquerque
Autor de las Geórgicas portuguesas

Canto el de Mantua con sonoro acento
la cultura del campo y los pastores:
después empresas celebró mayores,
y a Roma alzó durable monumento.
 
Tú así, que en el bucólico instrumento
ensayaste del arte los primores;
desdeñando las selvas y las flores,
épica trompa harás sonar al viento.
 
Sí, que en los fuertes lusitanos dura
el mismo aliento que les dio victoria
en los opuestos límites del mundo.
 
Y si al valor y a la virtud procura,
Silva, tu verso, inextinguible gloria;
de tu patria serás Marón segundo.
 
 
 
Oda
Traducción de Horacio

Llevando por el mar el fementido
pastor a Helena en sus idalias naves,
Nereo de los aires la violenta
furia contuvo apenas, y anunciando
hados terribles: en mal hora, exclama,
llevas a tu ciudad, a la que un día
ha de buscar con numerosas huestes
Grecia; obstinada en deshacer tus bodas,
y de tus padres el antiguo imperio.
¡Cuánto al caballo y caballero espera
sudor y afán! ¡Oh, cuanto a la dardania
gente vas a causar estrago y luto!
Ya, ya previene Palas iracunda
el almete y el égida sonante,
y el carro volador; y aunque soberbio
con el favor de Venus, la olorosa
melena trences, y en acorde lira,
grato a las damas, cantes amoroso
verso, nunca será que las agudas
flechas de Creta y las herradas lanzas,
funestas a tu amor, huyendo evites;
ni el militar estrépito, ni al duro
Ayax, ligero en el alcance. Tarde
será tal vez; pero ha de ser: que en polvo
tu cabello gentil todo se cubra.
¡Ay! ¿No miras al hijo de Laertes
y Néstor el de Pilos, a los tuyos
uno y otro fatal? ¿No ves qué osados
ya te persiguen, Teucro en Salamina
príncipe, y el que vence las batallas
y diestro auriga a su placer gobierna
los caballos, lidiando, Steneleo?
Tiempo será que a Merión conozcas
y a Diomedes, más fuerte que su padre.
¿Le ves, que ardiendo en cólera, te busca,
te sigue ya? Tú, como el ciervo suele,
si al lobo advierte en la vecina cumbre,
el pasto abandonar; así cobarde
y sin aliento, evitarás su golpe:
y no, no fueron tales las promesas
que a tu señora hiciste. La indignada
gente que lleva Aquiles, el funesto
hado de Troya y sus matronas puede
un tiempo dilatar; pero cumplidos
breves inviernos, las soberbias torres
arderá de Ilion la llama argiva.
 
 
 
Soneto
A Doña L. G. C.
Premiada en Madrid con una corona de flores por sus
adelantamientos en la botánica

Esa guirnalda que enlazó a tu frente,
premio de docto afán, la linda Flora;
de aplauso no mortal merecedora
te anuncia, a la futura hispana gente.
 
Lauros le den al adalid valiente,
que al golpe de su espada vengadora
triunfa; y su esfuerzo y sus hazañas llora
la humanidad, si el lloro se consiente.
 
En tanto que a merced de la fortuna,
cercados de amenazas y temores,
los reyes ciñen sus coronas de oro.
 
No la que obtienes hoy cede a ninguna:
preciala en mucho, y tus humildes flores
al suelo patrio añadirán decoro.
 
 
 
 
Cántico
La Anunciación

VOZ 1ª
¿Qué nuncio divino
desciende veloz,
moviendo las plumas
de vario color?
 
VOZ 2ª
El bello semblante
en risa bañó:
que inspira alegría,
disipa temor.
 
VOZ 1ª
El rubio cabello
al hombro esparció:
diadema le ciñe,
de extremo valor.
 
VOZ 2ª
Ropajes sutiles
adorno le son,
y en ellos duplica
sus luces el sol.
 
VOZ 1ª
¡Feliz habitante
de la alta región!
 
VOZ 2ª
¡Alado ministro
del sumo Hacedor!
 
VOZ 1ª
¡En hora bendita
la tierra te vio!
 
VOZ 2ª
Su dicha pendiente
está de tu voz.
 
VOZ 1ª y 2ª
Que tú solo anuncias
favores de Dios.
 
VOZ 3ª
Lleva a la santa Nazaret su vuelo
el ángel del Señor, y resplandece
la estancia de María:
de fragantes aromas se enriquece
el aire en torno, y suena melodía
igual a la del cielo.
La honesta virgen, ruborosa y muda,
se postra absorta al paraninfo hermoso:
ve tanto bien, y merecerle duda.
Él, con acento grave y amoroso,
no temas, no, la dice,
de las hijas de Adán la más felice.
Llena de gracia estás: está contigo
el Dios que adoras inefable, eterno,
y el fruto santo que de ti se espera
se ha de llamar Jesús. Dijo, y la esfera
que en luces arde y arreboles de oro,
vuelve a romper con ímpetu sonoro;
y se estremece el enemigo infierno.
 
VOZ 4ª
¡Oh! ¡Instante dichoso
de amor y consuelo,
que la tierra al cielo
para siempre unió!
 
Y al Dios poderoso,
que truena indignado,
piadoso, humanado,
sumiso le vio.
 
CORO
Virgen, madre, casta esposa:
sola tú la venturosa,
la escogida sola fuiste,
que en tu seno recibiste
el tesoro celestial.
 
Sola tú, con tierna planta,
oprimiste la garganta
de la sierpe aborrecida,
que en la humana, frágil vida
esparció dolor mortal.
 
 
 
 
Diálogo
Traducción de Pablo Rolli

¿Quieres decirme, zagal garrido,
si en este valle naciendo el sol,
viste a la hermosa Dórida mía;
que fatigado buscando voy?
-Sí, que la he visto pasar el puente,
y a los alcores se encaminó
un corderito la precedía,
atado al cuello verde listón.
-¿Sólo el cordero la acompañaba?
-También con ella iba un pastor.
-¿Lícidas? -Ése: Lícidas era;
más que te asusta ¿Qué mal te dio?
-¡Ay! Vaquerillo, ¡qué feliz eres!
Pues aun ignoras lo que es amor.
 
 
 
Oda
Traducción de Horacio

No de mi casa en altos artesones
brilla el marfil ni el oro,
ni columnas, que corta en sus regiones
apartadas el moro,
sostienen trabes áticas. Ni intruso
sucesor, el alcázar opulento
de Pérgamo, ocupé. Nunca labraron
púrpuras de Laconia, para el uso
de su señor, mis siervas;
pero vivo contento
de que jamás faltaron
en mí, virtud y numen afluente:
soy pobre; pero el rico a mí se inclina.
Ni pido más a la bondad divina,
ni para que mis fondos acreciente
importuno el amigo generoso:
harto soy venturoso
con mis campos sabinos.
Una y otra después arrebatadas
huyen las horas y de igual manera
las nuevas Junas a morir caminan.
Tú, cercano a la muerte,
de mármol edificas levantadas
fábricas; olvidado de la tumba:
y estrecho en la ribera
de Bayas, donde el piélago retumba,
buscas en él cimiento.
¡Qué mucho! Si los términos vecinos
alteras avariento,
usurpando a tus súbditos la tierra:
por ásperos caminos
tímidos huyen la mujer y esposo,
ambos al serio puestos
sus dioses, y sus hijos mal compuestos.
Pues no, no tiene el hombre poderoso
palacio más seguro,
que la mansión del Aqueronte avara:
Ella le espera habitador futuro.
¿Para qué anhelas más? Si al que mendiga,
hambriento y desvalido,
y al sucesor del trono, igual prepara
la tierra sepultura.
Ni el audaz Prometeo el aura pura
volvió a gozar, con dádivas vencido
el que guarda las puertas del Averno.
Él aprisiona a Tántalo, y la estirpe
de Tántalo famosa:
él de quien sufre angustia dolorosa,
(invocado tal vez, o aborrecido)
el llanto acalla en el horror eterno.
 
 
 
Soneto
A la Señora M. D., bailarina del Teatro de Burdeos
Haciendo la figura d Cupido, en el baile intitulado: Amor en la Aldea

No es el Amor esa deidad hermosa
que veis, como los céfiros, alada,
con puntas de oro y dócil arco armada,
y ceñida la sien de mirto y rosa.
 
O en breve sueño su inquietud reposa,
o el aire hiende, la prisión burlada;
dulces afectos inspirar la agrada:
triunfa, y castiga o premia generosa.
 
Esa es la Ninfa, por quien hoy ufano
Garona, ilustra su feliz ribera,
de pámpanos ornándose el cabello.
 
No es aquel ciego flechador tirano,
que el mundo turba y la celeste esfera,
no es el Amor; que no es Amor tan bello.
 
 
 
Silva
A D. Francisco Goya, insigne pintor

Quise aspirar a la segunda vida,
que agradecido el mundo
al eminente mérito reserva
de pocos adquirida,
entre los que siguieron
la inspiración de Apolo y de Minerva.
Vanos mis votos fueron,
vano el estudio, y siempre deseada
la perfección, siempre la vi distante.
Mas la amistad sagrada
quiso dar premio a mi tesón constante,
y a ti, sublime artífice destina
a ilustrar mi memoria,
dándola duración en tus pinceles:
émulos de la fama y de la historia.
A tanto la divina
arte que sales poderosa alcanza,
a la muerte quitándola trofeos.
Si en dudosa esperanza
culpé de temerarios mis deseos,
tú me los cumples, y en la edad futura,
al mirar de tu mano dos primores
y en ellos mi semblante,
voz sonará que al cielo te levante
con debidos honores;
venciendo de los años el desvío,
y asociando a tu gloria el nombre mío.
 
 
 
Elegía
A las musas

Esta corona adorno de mi frente,
esta sonante lira, y flautas de oro,
y máscaras alegres; que algún día
me disteis, sacras Musas, de mis manos
trémulas recibid, y el canto acabe:
que fuera osado intento repetirle.
He visto ya como la edad ligera,
apresurando a no volver las horas,
robó con ellas su vigor al numen.
Sé que negáis vuestro favor divino
a la cansada senectud, y en vano
huera implorarle; pero en tanto, bellas
ninfas, del verde Pindo habitadoras,
no me neguéis que os agradezca humildes
los bienes que os debí. Si pude un día,
no indigno sucesor de nombre ilustre,
dilatarle famoso; a vos fue dado
llevar al fin mi atrevimiento. Solo
pudo bastas vuestro amoroso anhelo,
a prestarme constancia en los afanes
que turbaron mi paz, cuando insolente,
vano saber, enconos y venganzas,
codicia y ambición, la patria mía
abandonaron a civil discordia.
 
Yo vi del polvo levantarse audaces
a dominar y perecer, tiranos:
atropellarse efímeras las leyes,
y llamarse virtudes los delitos.
Vi las fraternas armas nuestros muros
bañar en sangre nuestra, combatirse,
vencido y vencedor, hijos de España,
y el trono desplomándose, al vendido
ímpetu popular. De las arenas
que el mar sacude en la fenicia Gades,
a las que el Tajo lusitano envuelve
en oro y conchas; uno y otro imperio,
iras, desorden esparciendo y luto,
comunicarse el funeral estrago.
Así cuando en Sicilia el Etna ronco
revienta incendios, su bifronte cima
cubre el Vesubio en humo censo y llamas,
turba el Averno sus calladas ondas;
y alla del Tibre en la ribera etrusca
se estremece la cúpula soberbia,
que da sepulcro al sucesor de Cristo.
 
¿Quién pudo en tanto horror mover el plectro?
¿Quien dar al versa acordes armonías;
oyendo resonar grita de muerte?
Tronó la tempestad: bramó inacundo
el huracán, y arrebató a los campos
sus frutos, su matiz: la rica pompa
destrozó de los árboles sombríos:
todas huyeron tímidas las aves
del blando nido, en el espanto mudas;
no más trinos de amor. Así agitaron
los tardos años mi existencia; y pudo
solo en región extraña, el oprimido
ánimo hallar dulce descanso y vida.
 
Breve será, que ya la tumba aguarda
y sus mármoles abre a recibirme;
ya los voy a ocupar... Si no es eterno
el rigor de los hados, y reservan
a mi patria infeliz mayor ventura;
dénsela presto, y mi postrer suspiro
será por ella... Prevenid en tanto
flébiles tonos, enlazad coronas
de ciprés funeral, Musas celestes;
y donde a las del mar sus aguas mezcla
el Garona opulento, en silencioso
bosque de lauros y menudos mirtos,
ocultad entre flores mis cenizas.

 


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