Poemas de el gran poeta:
Juan Arolas


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Índice:


LAS ARMONÍAS

Los pinos son las arpas del desierto
que, entregando a los euros su ramaje,
dan a la soledad largo concierto
con un eco monótono y salvaje.
  
 Que allí donde sin flores se ostentaba
naturaleza triste, inculta, fiera,
de ese arrullo feroz necesitaba
para que entre peñascos se durmiera.
 
Y a la voz general de todo el mundo
que alaba al Hacedor con sus cantares
debía responder eco profundo
de pinos y de abetos seculares.
 
Del mar que cruza el hombre en su osadía
escuchemos la voz atronadora;
¿conocéis de las olas la armonía?
¿Ruge el mar o suspira? ¿canta o llora?
 
Esa tremenda voz es la primera
que dio cuando el gran Ser lo refrenara,
y una valla de arena le pusiera,
que, sin poder salvarla, la besara.
 
Suspira, pues, besando las arenas,
como esclavo infeliz de sangre hirviente
que mira con tristura sus cadenas
teniendo un corazón libre y valiente.
 
Y una vez las rompió: fue cuando el hombre
quiso pasar su vida en una orgía,
y olvidando de Dios el santo nombre
ídolos de metales se fundía.
 
Y adoraba becerros y serpientes,
asquerosas harpías y dragones,
que esos eran los dioses indecentes
que alzó en el muladar de sus pasiones.
 
Y llevó a la mujer a que los viera
manchada con los besos del delito,
con el Pecho desnudo cual ramera,
próxima a dar a luz fruto maldito.
 
Dijo Dios: «Pruebe el mundo mis rigores»,
saltó el mar, y sorbiose los jardines,
y mujeres desnudas y amadores,
y las galas de orgías y festines.
 
Rujió entonces con furia y con encono,
y acordándose a veces de aquel día,
se agita en tempestad, y vuelve al tono
del bramido infernal que despedía.
 
¡Voz del agua que riega el fértil suelo,
tú tienes armonías puras, leves,
cuando cubre el invierno tierra y cielo
con perezoso manto de sus nieves!
 
Tú aconsejas quietud tan recogida,
que al murmullo que formas sobre el techo
del sueño majestuoso de la vida
goza el mortal en abrigado lecho,
 
Si llega a dispertar, con tu sonido, 
la halagas otra vez, le das contento,
sabrosamente encantas el oído,
y el párpado se cierra soñoliento,
 
esa voz funeral de la campana,
que resuena en el alto monasterio,
da sinfonía tétrica y lejana
con los más graves tonos del misterio.
 
Cantora de sepulcros y desiertos,
marca el instante mismo de agonía,
es la plegaria triste de los muertos
y el suspiro que el mundo les envía:
 
Sarcasmo del placer que hemos buscado,
nos indica del tiempo el raudo vuelo,
y hundidos en la sima del pecado
nos obliga a mirar el alto cielo.
 
Sonido de la brisa que traviesa
va jugando entre lirios y espadaña,
susurro del insecto que los besa,
murmullo del arroyo que los baña,
 
gorjeo de avecilla que enamora,
canto del ruiseñor que penas calma,
vosotros sois la música sonora,
que extasia el corazón y es dulce al alma.
 
Mas cuando airado Dios omnipotente
nubla ese, cielo de zafir sereno,
y le presta la luz del rayo ardiente,
por el espacio retumbando el trueno,
 
esa voz de terrible fortaleza,
es un grito de enojo al hombre reo,
para el justo una de grandeza,
y una lección de fe para el ateo. 
 
 
 
Canto Religioso
I
¡Señor! pasar veo mis días de luto
tal como escuadrones de armados guerreros,
que sueltan las bridas al rápido bruto,
clavando en mi pecho sus duros aceros.
 
¡Oh! ¡cuando me llames al lecho de arcilla
envuelvas mi rostro con frío sudario,
y en breves minutos derrumbes la silla
que ocupo en el cieno del mundo nefario;
 
Será que allí cierre mi párpado seco
que vela comido de infausta carcoma,
cual ave nocturna que gime en el hueco
de torre gastada, pared que desploma!
 
Ni al viento que silva se escuche mi nombre
ni al sol que ilumina mi sombra se vea,
ni a par de la mía la sombra del hombre
me hiele las venas, de espanto me sea.
 
Yo tiemblo a tus iras, cual grímpola leve
que azotan los vientos en golfo profundo:
Si truenas, me escondo; mi pie no se mueve,
cual si desquiciases los ejes del mundo.
 
Yo al rayo que lanzas, distingo tu ceño
rasgando los lutos que esconden la esfera
que entonces el hombre recuerda del sueño,
y el bronce del pecho se ablanda cual cera.
 
Si escucho a los euros rugir tempestades,
conozco que agitas las orlas del manto,
y el soplo produces que arranca ciudades
y allana los montes, Dios fuerte, Dios santo.
 
¿Quién libra estas cañas que suenan vacías
de jugo y de flores, cantando en el suelo,
si al fuerte castigo señalas los días,
cansado de ingratos que escupen al Cielo?
 
Si envías el hambre, los reyes más vanos
que pisan el oro, llorando sus yerros,
serán como furias que muerdan sus manos,
y el pan se disputen que comen los perros:
 
Y a nobles infantes que ensalza su cuna
colgados de un seno sin fuentes de vida,
famélicas madres darán por fortuna
las últimas gotas de sangre perdida.
 
Si envías la guerra, la aurora que hiciste
verá hervir el mundo con bélico alarde;
verá ser el mundo sarcófago triste
la luz amarilla del sol de la tarde.
 
Y el ancho Danubio lamiendo las rocas
con lengua rojiza que anuncie escarmiento,
raudales de sangre dará en cinco bocas
que corren al fondo del mar turbulento.
 
Si viertes la copa de airados furores
do el rey de los astros sus vuelos encumbra,
será mancha enorme de opacos colores,
final esqueleto del sol que hoy alumbra.
 
Sin hombres la tierra sus ámbitos solos 
verá, si te olvida con ciego idolismo;
si miras con ceño, vacilan los polos,
si el brazo levantas, ya todo es abismo.
 
II
Cargado de penas pasé mi camino:
Vi al malo en orgías do el júbilo estalla,
la sangre del justo bebiendo por vino,
cantando unos himnos beodos... Dios calla.
 
Volviendo mis ojos tras breve momento,
volcadas las mesas, vi al malo que muero
leproso y exangüe, pasando tormento
de vómitos, llagas y pestes... Dios hiere.
 
Vi al margen de un río ciudad deleitosa,
ramera gastada, que estupros respira,
sus hijos desnudos, ceñidos de rosa,
danzaban con hijas desnudas... Dios mira.
 
Vi sobre sus torres la nube que ardiente
con flancos de llamas, con furia postrema
revienta y abrasa las casas y gente,
cual leves aristas del campo... Dios quema.
 
Vi en solio sublime purpúreo tirano,
que vastos dominios y estados anhela,
uncir a los hombres con yugo villano,
diciendo «sois siervos, sois bestias»... Dios vela.
 
Vi alzarse los siervos rompiendo sus grillos,
y hundiendo aquel solio de púrpura y plata
herir al tirano con fuertes cuchillos,
y el cuerpo ser pasto de buitres... Dios mata.
 
Nacido en Ajaccio, león sin segundo,
vi al héroe del siglo correr todo clima;
que pone a sus plantas los reyes del mundo,
que llega, ve y vence... Dios es quien sublima.
 
Vi al héroe que busca por lecho una peña
que el mar con sus olas y espumas combate:
ya solo en un barco sin gloria ni enseña,
corriendo al sepulcro... Dios es quien abate.
 
III
¡Señor! si adormeces al ángel de muerte,
si cortas sus alas y embotas su espada,
¿será que por grande, por santo, por fuerte,
te rinda sus himnos la tierra cansada?
 
Da paz a los mares: tu aliento divino
les rice las ondas con gratas. bonanzas;
da paz a la tierra por donde camino,
y el bálsamo dulce de tus esperanzas.
 
Da paz a las penas y afanes del hombre
que gime en los valles de tétrica hondura,
y en siglos eternos bendiga tu nombre
volando a las tiendas que están en tu altura:
 
Y mientras te vistes de luz esplendente
y mientras te elevas en alas del Austro,
las súplicas oye benigno y clemente
de un cisne que canta tu gloria en el claustro.
 
 
 
La Creación
Himno al supremo ser

De tinieblas y sombras rodeada
con un cetro de fúnebre tristura,
domina sobre el reino de la nada
una noche larguísima y oscura, 
 
Sin ningún ser, color, ni movimiento,
sin voz, sin ningún eco ni sonido,
sin un soplo de vida ni un aliento
por el estéril ámbito de olvido.
 
Es un caos de horrores y de espanto
y solo vagar puede en ese abismo
aquel tres veces justo y también santo,
que fue en la eternidad, y será el mismo.
 
Lanza sobre esa noche soñolienta
su mirada de plácidos amores,
que toda la ilumina y trasparenta,
convirtiendo en cristales sus vapores;
 
y con velocidad la errante sombra
pasmada de una ley desconocida,
se oprime al replegarse, como alfombra
que en largo funeral se vio extendida.
 
Nace la virgen luz, reina brillante,
que ocupa un éter límpido y sereno,
con cetro y con diadema de diamante,
y abrocha con un sol su casto seno.
 
Y ese sol es gigante de grandeza,
es un joyel de amor y de alegría,
con que tu grande autor, Naturaleza,
marca de creación el primer día.
 
No gastarán tu joya inestimable
los siglos con el roce de sus alas,
su eterna juventud infatigable
será el mejor adorno de tus galas.
 
Solo cuando, tu término llegado,
quiera Dios que desmayes y sucumbas,
esqueleto de un sol todo eclipsado
te debe acompañar entre las tumbas.
 
Sobre tus vastos túmulos desiertos
será final antorcha, que apagada
dará un humo a tus sombras y a tus, muertos,
el humo primitivo de tu nada.
 
Reinan por el zafir de los espacios
mil globos y otros mil con un fin solo,
fanales de los célicos palacios,
que encienden doble llama en doble polo;
 
y aquel que los adorna y los produce
les marca su distancia y armonía,
y a todos con el dedo los conduce
puestos en escuadrón, siéndoles guía.
 
Mas del gran luminar corriendo el coche 
los rayos va entibiándoles su dueño,
y en tus horas balsámicas ¡oh noche!
serán brillante auréola del sueño.
 
¡Oh luz pura que has nacido
del fulgor de su mirada,
como virgen preparada
para espléndido festín,
que disipas de ese caos
las nieblas y horror profundo,
fijando la edad del mundo,
bendice al Señor sin fin!
 
¡Oh sol, cuna de diamantes,
rey de nítidos destellos,
sin rival entre astros bellos,
que apaga tu hermosa sien
joyel del Omnipotente
sacado de su tesoro,
minero fecundo de oro,
bendice al Señor también!
 
¡Oh Cielos, morada y templo
del artífice que os ama,
cuyas obras son de llama
coronadas de esplendor:
Páginas donde su nombre
se halla escrito con estrellas
que son polvo de sus huellas,
bendecid al Criador.
 
Del sol de topacio
la luz se dilata
por todo el espacio
con rayo de plata:
la bóveda toda
reviste su giro
con traje de boda,
color de zafiro:
su seno que crece
revela la nube,
la brisa la mece,
la brisa la sube;
o en tiendas flotantes
de rojo amaranto
con varios cambiantes
divide su manto;
o al sol se evapora
su espuma delgada,
del astro que adora
de amor abrasada;
o es leve cortina
que cubre la cuna
dó un ángel reclina
su rostro de luna;
o es nave ligera
que altiva se ufana,
flotando en la esfera
con velas de grana.
De un astro pretende
saber otro luego,
quien es el que enciende
sus piras de fuego;
quien es causa eterna,
quien reina y en donde,
quien rige y gobierna;
y el otro responde:
Que es Dios, que es la vida,
principio y autor,
virtud escogida,
la gracia cumplida,
luz, dicha y amor.
 
Sentado sobre, el trono de la aurora
extiende por los ámbitos profundo,
el Eterno su vista criadora
de soles, y de cielos, y de mundos.
 
Y aparece la tierra suspendida,
como por atracción, de su mirada;
de mares, como fajas, circuida,
y en sus polos muy bien anivelada
 
aparecen sus montes cual gigantes
que guardan sus recónditos mineros
de precioso metal y de diamantes,
en cárcel de peñascos altaneros.
 
Unos su pico elevan orgulloso,
y otros visten sus cumbres y su falda,
do bulle el arroyuelo sonoroso,
del nítido color de la esmeralda.
 
Y algunos cual tiranos inclementes
que han de burlar los soplos de huracanes,
muestran con arrogancia duras frentes
ceñidas con diadema de volcanes.
 
Tiende el valle su alfombra de verdura,
la colina su término le sella,
y dó nace una brisa que murmura
nace una leve flor que es hija de ella.
 
El remanso que forma fuente fría
remeda sombras trémulas, vergeles;
miente nubes de hermosa pedrería,
y sauces que desmayan en doseles,
 
aves que se columpian en las ramas,
insectos que festejan a las rosas,
de celajes de púrpura las llamas,
y ornatos de elegantes mariposas.
 
El espumoso mar ocupa un centro,
y aunque amaga su furia turbulenta
con la tierra chocar en rudo encuentro,
sobre linde arenosa desalienta.
 
Y es como ardiente esclavo, que nacido 
para lucha feroz y bramadora.
Con un lazo de flores detenido
besa el nevado pie de su señora.
 
Se duerme en las bahías y desmaya.
Se despierta en los golfos peligrosos,
y tumbos bullidores en la playa
levanta con mil juegos ingeniosos.
 
Lame risueños ismos y arenales,
y es rey que de mil islas se enamora,
y les rinde tributo de corales
y de perlas y de ámbar que atesora.
 
Le pagan claros ríos homenaje,
y algunos tan subidos en orgullo,
que sienten el humilde vasallaje
y mueren con un hórrido murmullo.
 
Mil aves que se visten del tesoro
que tiene abierto Dios para sus galas,
émulos de la púrpura y el oro
revelan los matices de sus alas;
 
entonan dulces cantos a porfía,
y celebran del mundo el nacimiento
con el primer ensayo de armonía
que, por llegar a Dios, penetró el viento.
 
Bebiendo luz, el águila pasea
del éter el Océano extendido.
Ocupada tal vez de altiva idea
de morar en el sol y de hacer nido.
 
Se espacian los cuadrúpedos veloces;
ruje el fiero león de noble raza,
y el mundo no distingue entre mil voces
otra de mayor brío y amenaza.
 
El río que dormía sosegado
llena el caimán de espuma vacilante, 
y tiembla el árbol duro que ha tocado
con Mole ponderosa el elefante.
 
Extendiendo el pavón sus plumas bella,
copia con delicada miniatura
un cielo de simétricas estrellas,
único en elegancia y hermosura.
 
Son los cedros y palma, altaneras
colosos de las auras que los mecen
los cipreses, pirámides ligeras,
que todas las distancias embellecen
 
y las plantas acuáticas nacidas
en medio de las fuentes y las olas,
enseñan con pudor, medio escondidas,
en urnas de cristales sus corolas.
 
¡Oh tierra de luz vestida,
con su aliento fecundada
por su mano regalada
con un Cielo y un Edén;
que de vida y hermosura
tantos gérmenes contienes,
y gozas de tantos bienes,
bendice al supremo bien!
 
¡Oh mar de onda fugitiva,
sonrosada, azul y verde,
que en tu inmensidad se pierde,
y otra toma su color;
que como a risueña virgen
que destinas a. tu boda,
abrazas la tierra toda,
bendice al supremo autor!
 
Circula y se eleva
por todo paraje
la savia, que lleva
frescura y ramaje. 
Y el céfiro leve
que vaga y murmura
con alas de nieve
por toda espesura
derrama rocío,
que es llanto de aurora.
Y hermoso atavío
de rama sonora.
Con galas distintas
ostentan las llores
penachos y cintas
de vivos colores;
coronas radiantes.
Y gasas delgadas,
festones, turbantes
y tazas doradas;
capullos cubiertos
con gran simetría,
y senos abiertos
al aura y al día.
Las unas se afanan
por ser solas ellas,
las otras hermanan
corimbos de estrellas;
desmayan algunas,
las otras asoman,
y brillan las unas,
las otras asoman.
Y en fin leve nube
de esencias combinan,
que al Cielo se sube,
que a Dios la encaminan.
En fuentes hermosas
que en lluvias de perlas
inundan las rosas,
que nacen por verlas,
contempla el insecto,
zumbando en la rama, 
su talle perfecto
su cuerpo de llama;
y el bosque y el prado,
vergel y montaña,
y arroyo cercado
de verde espadaña,
mar, ríos y suelo
con voz de alegría,
dan himnos al Cielo,
formando armonía.
Y al ave que canta
preguntan las aves,
quien dio a su garganta
los trinos suaves;
quien es causa eterna,
quien reina, y en donde,
quien rige y gobierna;
y el ave responde:
Que es Dios, que es la vida,
principio y autor,
virtud escogida,
la gracia cumplida,
luz, dicha y amor.
 
A dominio tan vasto y halagüeño
con trono de magnífica grandeza,
no quiso el Hacedor, el sumo dueño,
que faltase tu rey, Naturaleza.
 
Y el hombre, el soberano de tus seres,
compendio de ti misma y tu portento,
en medio del Edén de los placeres
fue criado por Dios, y de su aliento.
 
Diole un alma profunda que midiera
toda la creación que era reciente,
y para que su patria conociera,
al Sol y a su cenit le alzó la frente; 
 
y habiendo puesto el mundo por santuario
dó brillase la gloria de su nombre,
destinó para místico sagrario
el corazón magnánimo del hombre.
 
Mas deja separar, hombre criado,
mis ojos del Edén de ruiseñores,
no sea que tropiece en tu pecado,
que es un áspid oculto entre las flores,
 
y el himno que dirijo al que te cría
se interrumpa con ayes de quebranto,
y venga a concluir en elegía
toda mi inspiración, todo mi canto. 
 
 
 
 
 
Flores del alma
Al buen entendedor salud.
 
Si en la margen de arroyo que camina.
Suspende bello pájaro sus vuelos,
cuando bebe una gota cristalina,
levanta el pico de ámbar a los Cielos.
 
Suenan en el festín del potentado
los brindis a la suerte veleidosa,
al ciego amor y al rostro delicado
de las bellas que ciñen fresca rosa;
 
y mientras que retumban los salones
con cánticos de faustos parabienes,
no suben a dorados artesones
las gracias al dador de tantos bienes.
 
De injusticia cruel en un tormento,
de súbito peligro en un espanto,
se marca en nuestro ser un movimiento,
que es levantar la vista al Cielo santo.
 
Si no hubiese metal de acero duro,
nunca la piedra imán lo buscaría 
para: estrechar un lazo tan seguro
con fuerza, recóndita que envía:
 
Si después de la tumba misteriosa
entre reinos de luz, gloria y recreo,
no existiese otra vida venturosa,
nunca la invocaría mi deseo.
 
Bajo la planta rústica oprimida
rinde olor la violeta, y embalsama,
y es como la virtud, que perseguida,
como no tiene hiel, perdona y ama.
 
Dominarse a si mismo es noble empeño,
sufrir la ingratitud es trance amargo
la vida del placer huye cual sueño,
pero un día sin pan es el más largo.
 
En el fuego se prueba la fragancia
del incienso de Arabia delicioso,
y en las tribulaciones la constancia
del varón esforzado y animoso.
 
Más grande que los mares extendidos
es el alma del hombre en sus arcanos
y el polvo de sus restos consumidos
no llenaría el hueco de dos manos.
 
De los grandes caudillos vi los nombres
en ciudades, y villas y desiertos
escritos con la sangre de los hombres,
que la guerra es la fiesta de los muertos.
 
Y del cielo en los ámbitos dorados,
con buril de diamante y rayos vivos
de los sabios los nombres vi gravados,
que su vida es la fama de los vivos.
 
Al impulso del aura procelosa
se desprende la nuez del cocotero
de su palma elevada y orgullosa...
Dios le señalará su derrotero:
 
Cayó en la inmensidad del Océano
y flota en los cristales errabunda;
la sublima y abate el mar insano,
la esconde entre sus senos y la inunda:
 
Tras agitadas noches con sus días
encalla en arena, en un paraje
do no hay vegetación ni sombras frías...
Dios señaló su término al viaje. 

El sol la fecundó: ya va naciendo
la palmera feraz; crece y asombra,
y sus gigantes ramas extendiendo,
a mil renuevos suyos hace sombra.
 
El desierto es un carmen aromoso,
con toldos coronados de rocío,
y el ave tiene nido delicioso,
y el hombre tiene sombras en estío.
 
Así se desarrolla el germen puro
de civilización y de cultura,
que en el pueblo más bárbaro y más duro
pone esplendor, riquezas y ventura;
 
pues todo lo anivela y lo concilia,
y arrancando del mundo las murallas,
hará de todo el mundo una familia,
sin linderos, ni términos, ni vallas.
 
La virginal belleza candorosa
tiene la propiedad de sensitiva,
que si un dorado insecto en ella posa,
lo desdeña, y se cierra fugitiva.
  
Hay una Nación fuerte y aguerrida
y un sabio ha escrito en ella en dos renglones
que la pena de muerte irá abolida,
según el giro actual de las Naciones.
 
 
 
 
Meditación

Yo te veo, Señor, en las montañas
que soberbias se miran en su altura,
dó reciben la luz con que las bañas,
antes que este hondo valle de tristura; 
 
y en el último y lánguido reflejo,
que recogen del día moribundo,
cuando su altiva cumbre es el espejo
de las sombras que caen en el mundo;
 
y en su color azul y nieve fría
que oculta la preñez de los volcanes,
como encubre falaz hipocresía
de infame corazón pérfidos planes.
 
Que tú les das la niebla matutina
que se pierde por leve y vaporosa,
tú les enciendes llama que ilumina,
tú su cráter entibias y reposa.
 
Desataste en sus cimas y pendientes,
para calmar la sed de los mortales,
las cristalinas venas de las fuentes
y escondiste en su seno los metales.
 
Mas ellos ambicionan el tesoro
que previsión de un padre les encierra,
no pueden apagar la sed del oro
y rompen las entrañas de la tierra.
 
¡Metal de execración! ¡metal maldito,
cuya pálida luz cegó los ojos,
doró deformidades del delito
y alumbró los desórdenes y enojos!
 
Yo te veo, Señor, en los breñares
poblados de malezas muy bravías,
en los altos, difíciles lugares,
dó el águila renueva largos días,
 
el águila que es hija de los vientos,
con su nido que es campo de batalla,
lleno de los despojos más sangrientos
del vulgo de las aves que avasalla,
 
sombría como el sitio donde habita,
de furibundos ojos y de garras
duras como las peñas que visita,
corvas como moriscas cimitarras.
 
Que tú para cortar los aquilones
la fuerza muscular le diste en prenda;
te busca por las célicas regiones,
por eso mira al sol como a tu tienda.
 
Tú contaste sus plumas más ligeras,
como cuentas los árboles y frutos,
los átomos que cruzan las esferas,
y hasta la eternidad por sus minutos.
 
Yo te veo en el mar: en la ola verde,
azul, o sonrosada que camina,
que con orla de aljófares se pierde,
mientras otra más alta se avecina.
 
También cuando lo tienes en bonanza
para el pequeño alción que a sus cristales
fía su hermosa prole y su esperanza,
mientras atas furiosos vendavales.
 
Y en el cetáceo enorme que entre hielos,
que muros de cristal pueden decirse,
alza dos ríos de agua hasta los cielos,
y agita el mar del norte al rebullirse;
 
que herido del arpón, iras alienta,
con su sangre las aguas enrojece,
y las pone agitadas en tormenta...
¡Tanto puede su mole que padece!
 
Tú le diste los mares por presea
donde tenga por lecho las bahías
el boreal y antártico pasea;
por abismos de espuma tú le guías.
 
Yo te veo, Señor, en el insecto
que busca en la camelia nido y casa,
con las galas de adorno tan perfecto
que unas púrpura son, otras son gasa;
 
y en el que enamorado de su pompa
se contempla en la fuente bulliciosa,
y en el que chupa almíbar con su trompa,
y en el que se adormece en una rosa;
 
y el que queda suspenso ante las ovas
mecido en equilibrio con las alas,
y al parecer les canta dulces trovas
que solo entiendes tú que a ti te igualas;
 
y en el reptil que turba linfas puras,
que por su cauce nítido se alegra,
y el que por las musgosas hendiduras
asoma su cabeza verdinegra.
 
Tú has vestido de flores las colinas
cual nunca Salomón se engalanara, 
cuando a ruego de hermosas concubinas
ídolos en los bosques adorara.
 
Tú has dado los aromas y canelas,
papagayos hermosos y parleros,
búfalos, elefantes y gacelas,
cedros, palmas, acacias, bananeros.
 
Que tú eres el principio de ti mismo,
sin contar el origen de tus días,
grande en la inmensidad y en el abismo,
dios de eternas venturas y alegrías.  
 
 
 
Himno de la noche
Súplica al Criador

¡Oh Sol! ¡noble gigante de hermosura,
y astro rey en un trono de volcanes!
¡Guerrero cuya nítida armadura
deslumbró en feroz lid a los Titanes! 
 
Las águilas del Líbano altaneras,
cuando dorabas hoy la antigua Tiro,
te admiraron subiendo a las esferas,
yo que pierdo tu luz, también te admiro
 
Su pupila tenaz osadamente
se fijó en tu cenit esplendoroso;
yo al morir en los mares de Occidente,
te saludo no mas, rey luminoso:
 
Faro inmortal del mundo a quien das vida,
eterno en juventud y en el encanto
sombra del Hacedor, piedra caída
de, la esmaltada fimbria de su manto! 
 
De la muerte del día plañideras
le siguen al sepulcro largas sombras,
que borran la esmeralda en las praderas,
desatando sus tétricas alfombras.
 
Su tapiz vaporoso sin colores
enluta en fuente azul blancas espumas,
los pétalos de nácar en las flores,
y en las aves el iris de las plumas.
 
En el tronco de un árbol carcomido
no duerme enteramente el aura leve,
pero lánguida vaga sin sonido,
temiendo desplegar alas de nieve.
 
Tal vez el bardo así, cuando es de hielo
sin juventud ni amor, triste suspira,
y teme levantar su canto al Cielo,
recorriendo las cuerdas de la lira.
 
Roto el prisma falaz de las pasiones,
que me presenta un mundo de placeres,
y sobre pedestales de ilusiones
ídolos de jazmín en las mujeres;
 
Cuando el Edén de mágico contento,
como insecto de un día vaga y zumba,
se vista de color amarillento,
mostrando en vez de flor, mármol de tumba;
 
deme el Cielo en la choza solitaria
del arpa de Sion la melodía,
y escríbase en mi losa funeraria:
«Dios Amor, y la dulce Poesía.»
 
¡Mas sombras sobre el mundo cada instante!
pero avanza un lucero a las estrellas
mientras detrás del eje rutilante
en lejanos cohortes siguen ellas.
 
Dime, luz bienhechora, ¿dó caminas?
¿Velas sobre los sueños, les asistes,
y con el resplandor los iluminas,
repartiéndolos tú blandos o tristes?
 
¿Eres cuna dó el ángel se adormece?
¿O estás cual atalaya prevenida
que avisas al amante que anochece,
para que vuele a ver a su querida?
 
¡Delicioso jardín...! en una rosa
se duerme una cantárida dorada,
mientras una nocturna mariposa
turba el sueño y le roba la morada.
 
En la hierba fosfórico gusano
enciende su fanal, o su lumbrera
émula del cocuyo americano,
que si marcha, le sigue compañera;
 
y las plantas acuáticas que solas
aman perenne humor, sacan aprisa
del cristal adormido sus corolas,
para gozar los besos de la brisa.
 
Un insecto de púrpura y topacio
sobre, flexible tallo se asegura,
y a una cerrada flor que es su palacio
estas quejas tristísimas murmura.
 
«Ábreme hermana mía, el blanco seno,
que vengo fatigado del camino;
por extraño pensil de lilas lleno
me perdí susurrante peregrino.
 
Me persiguió un rapaz de ojos azules
y por huir su mano codiciosa,
escondido entre ramas de abedules.
Me sorprendió la noche tenebrosa.
 
Al tiempo de besarse dos amantes
crucé por una gótica ventana, 
y sus ósculos tiernos y constantes
empañaron mis alas de oro y grana.
 
Gozaba en su balcón auras amenas
una bella de formas celestiales;
quise entrar en su pecho de azucenas,
y huyó de allí cerrando sus cristales.
 
Errante voy, y encuentro poseído
todo cáliz, dó bebo la ambrosía,
de sonoro amador que está dormido:
Ábreme tu capullo, hermana mía.»
 
Poco a poco la flor va desplegando
su seno virginal al que la llama
y ofrece a su cariño lecho blando...
¡Delicioso jardín!... esa flor ama.
 
¿Dó camináis vosotras, bellas nubes
flotando sobre brisas regaladas?
¿Vais a servir de tienda a los querubes?
¿Vais a servir de tálamo a las hadas?
 
¿Vais a llevar los sueños a otras zonas?
¿O a mentir a mis ojos soñolientos,
con la luz de la luna hinchadas lonas
de bájeles, en mares turbulentos?
 
Si al ocultarse el sol, según sus leyes,
flotabais como ricos pabellones,
que en las solemnes fiestas de sus reyes
enarbolan los pueblos y naciones;
 
si vestíais de azul y de escarlata,
¿quién os ha concedido blanco velo
con profusión de aljófares y plata,
vestales de la bóveda del Cielo?...
 
Huid, y el rayo hermoso de la luna
brille sobre mi rostro tibiamente, 
que le profeso amor desde la cuna,
y es única corona de mi frente.
 
¡Arrecia con furor el raudo viento!
¿Qué suspiráis, sonoros vendavales,
en las torres de alcázar opulento?
¿Qué gemís en sus largos espirales?
 
Murmuráis del magnate: cien bugías
en un ambiente de ámbares y rosa
sus noches aclarecen como días,
al estruendo de orquesta sonorosa.
 
Vense tras de los vidrios, entre sedas
cruzar nobles y duques y barones,
y danzar a compás vírgenes ledas,
ninfas de flor, con alas de ilusiones.
 
Y mientras el palacio se alboroza
duerme el pobre en las piedras de la esquina
lo desvela la rápida carroza,
y otra vez en el polvo se reclina.
 
¡Ricos!... en los banquetes abundosos
si disfrutáis placeres, dad al menos;
si dais de lo sobrante, sois piadosos,
si de lo necesario, seréis buenos.
 
Debajo del suntuoso artesonado
no habitaran tristezas que os devoran,
y el ángel del reposo regalado
de noche os dará sueños que enamoran.
 
Dios de la luz, de noches y de días,
que pintas el celaje de la aurora,
dios de mis esperanzas y alegrías,
oye mi voz: mi corazón te adora.
 
Concede tu esperanza a mi tormento,
a mi duda tu fe y tus resplandores,
y el bálsamo feliz del sufrimiento,
cuando se multipliquen mis dolores.
 
Tenga tranquilo hogar, pecho sin hieles,
palabras de tu amor, rostro sin ceño
el pan de mi trabajo, amigos fieles,
y de tu santa paz el dulce sueño. 
 
 
 
El hombre

El ángel bueno, y el ángel malo
Es el hombre sin penas ni reveses,
antes de ver la luz que el mundo dora,
fruto amargo que agrava nueve meses
el seno maternal en donde mora. 
 
Fruto de la mujer que poseída
de la fiebre de amor, que abrasa tanto,
lo compra con placer de corta vida,
que redime después con largo llanto.
 
Fruto, que al árbol mismo que lo cría
suele siempre abrumar de extraño modo;
sobre pensil muy breve de alegría,
de las dichas en flor fruto de lodo.
 
Cuando nace, deslústrase su rama,
pues se arranca de allí con pena dura:
¿Para tan triste afán la mujer ama?...
¡Oh maldición que arrastra la hermosura!
 
Nace, y apenas sale de su encierro,
da muestras de dolor con el vagido...
¿Conoce que este mundo es su destierro?
¿Teme cieno pisar, Ángel caído?
 
¿O le muerde tal vez fatiga interna,
que con voz de suspiro el labio nombra?
¿Serán quejas del alma que es eterna,
contra el cuerpo que pasa como sombra?
 
¿O será que aquel aire que respira,
mientras corre la sangre por sus venas,
lo corrompe del mundo la mentira,
y vaga por atmósfera de penas?
 
¿Será que desvalido, sin fortuna,
ya sabe su destino funerario,
y contempla un sepulcro tras la cuna,
y al lado de las fajas el sudario?
 
Por esto de su madre en el regazo
parece esconder quiera el alma toda,
y estrecha el blanco cuello con el brazo,
cual si huyese un fantasma que incomoda.
 
Llora porque es mortal: mientras levanta
la frente y corazón al alto cielo,
lastimado de espinas en la planta,
vuelve a bajar los ojos a este suelo.
 
La muerte, cuya idea martiriza,
tiende a sus pies alfombra de tristura,
y pisando una tierra movediza,
viene a caer en honda sepultura.
 
En mis sueños de amor y poesía,
(Dios sabe tales sueños lo que halagan,
como llenan el alma de ambrosía,
y con cáliz de néctar la embriagan)
 
yo vi fresco vergel: pieles de armiño 
formaban una cuna de reposo
festonada de flores, donde un niño,
gozaba de suavísimo reposo.
 
Así llegando el tiempo apetecido
que libra al marinero de pesares,
duerme el pequeño alción en leve nido,
sobre la blanca espuma de los mares.
 
Así, llegando el héspero, reposa
el cisne sobre un lago de aguas bellas,
con bordes de alelíes y de rosa,
que las nubes retrata y las estrellas.
 
Sobre tranquilo pecho de jazmines
ambas manos plegaba el tierno infante,
cual plegaban hermosos serafines
sobre el arca sus alas de diamante.
 
Sueño de oro de aquella edad dichosa
destilaba en su labio la sonrisa,
y era sueño de ciclo y mariposa,
de gruta y de pensil, de flor y brisa.
 
Otro sueño de dichas y embelesos
de su madre feliz se apoderaba,
y era sueño de abrazos y de besos,
que el fruto de su amor le regalaba.
 
De las nubes del plácido occidente
que son tiendas del sol, do se engalano,
sirven de colgadura trasparente,
y le bordan un lecho de oro y grana,
 
vi descender, dejando eternas salas,
un ángel entre coros escogido,
que con oscilacion de iguales alas
posó junto a la cuna del dormido.
 
¡Largo perfil!... Su vista penetrante
mezclada con halago de ternura, 
borraba de mi mente vacilante
todo mirar de humana criatura.
 
Revelaba un origen soberano,
un principio de luz inextinguible,
en misterio de Dios, profundo arcano,
y expresión de un amor indefinible.
 
En sus ojos midió mi pensamiento
la distancia entre el polvo de mis huellas
y la bóveda azul del firmamento,
que por faros se alumbra con estrellas.
 
Sus cabellos que heria el aura leve,
como el ébano negros y bruñidos,
eran gasa de luto sobre nieve,
por los hombros y espalda desprendidos.
 
Su túnica bordada de luceros,
desmayándose en pliegues por la falda,
dejaba en libertad los pies ligeros,
que calzaban coturnos de esmeralda.
 
En su rostro la luz resplandecía
como el primer albor, cuando amanece;
era luz nacarada, y no ofendía,
como rayo de luna que adormece.
 
Brotó el vergel al punto nuevas flores,
transformose en Edén con su llegada,
que al sitio de deleite y ruiseñores,
para que fuese Edén, no faltó nada.
 
Mientras esta visión sin pena alguna
absorto en su placer me entretenía,
vi alzarse al otro lado de la cuna
sulfúrico vapor, niebla sombría.
 
Abiertas de la tierra las entrañas
produjeron un monstruo sin segundo,
de conjunción de torpes alimañas
producción infernal, aborto inmundo. 
 
Reconocí a Luzbel; a la serpiente,
que arrastró del Edén entre las flores,
y en la dicha de Adán, que era inocente,
fijó los ojos tristes y traidores.
 
Silbó un engaño torpe y amañado
de la débil mujer en los oídos,
y así, causó la muerte y el pecado
de Adán y de sus hijos maldecidos.
 
Reconocí a Luzbel... ¡Cuán diferente
de aquel que se sentaba entre las nubes,
que pisaba el volcán del sol ardiente
entre beatos coros de Querubes!
 
Ya en las negras cavernas del abismo,
al llanto del precito siempre sordas,
es a más de verdugo de sí mismo,
torvo adalid de las tartáreas hordas.
 
Monstruo entre, fiera sátiro y arpía
conjunto abominable de torpeza,
oprobio de la luz, baldón del día,
alzaba como escollo su cabeza.
 
La ensortijaban sierpes por cabellos,
que en sus sienes surcadas rebullían;
eran de tigre en furia sus resuellos,
en tanto que las sierpes le mordían.
 
Cual de cerda que cría en selva brava
jabalí montaraz, áspero bruto,
era su luenga barba, y le tapaba
con feo desaliño pecho hirsuto.
 
Negra sangre, salía de su boca,
de tan amarga hiel, de tal ponzoña,
que las piedras abrasa si las toca
y do cae, la hierba no retoña.
 
Carbones encendidos son sus ojos,
ata en nudos su cola serpentina,
que se agita al rigor de sus enojos;
tiene rostro infernal, forma ferina,
 
apenas vio el Monarca tenebroso
a la tranquila madre y al infante,
y al ángel que alumbraba su reposo
con un rayo de luz de su semblante,
 
suspiró como el mar en la tormenta,
recordó su caída vergonzosa
y de su rebelión la vil afrenta,
renovando la llaga dolorosa.
 
Meditó su pasado poderío,
su alteza, su esplendor y antigua gloria,
penetró sus medulas dolor frío,
sudó sangre también con tal memoria.
 
Y el pensil no fue Edén... bajaron nieblas
que intentaban mudarlo en cementerio,
y entre el ángel de luz y el de tinieblas
vieron pasar mis ojos un misterio.
 
ÁNGEL DE LUZ
¡Mira el fruto del hombre! Su destino
será llenar la silla que perdiste,
cuando con el furor de un torbellino
a la región más alta te subiste,
 
y te llamaste Dios... ¡locura vana!
Tu orgullo se deshizo como espuma!
¿Lucero fuiste tú de la mañana?
¿Quien al ver tu torpeza lo presuma?
 
LUZBEL
¡No nombres mi desgracia! Ya es sabida
mi empresa que por ti fue contrariada: 
tú no puedes negármela atrevida,
mientras yo la concedo desgracia.
 
Tú sirve a tu Señor: ya que ni anhelo
no consiguió con glorias siempre eternas
avasallar los ámbitos del Cielo,
avasalló del Orco las cavernas.
 
Tú sirve a tu Señor: contrario extremo
me plugo a mi seguir, y en negra pompa
proclamarme entre llamas Rey supremo,
al ronco son de la tartárea trompa.
 
¡Guarda el sueño de un niño! ¡Yo haré guerra
contra el usurpador de mi corona!
Yo vi formar al hombre de la tierra
de un barro que se pisa y se abandona.
 
¡Nace para morir!... ¡Sombra mentida
de existencia fugaz!... tiene por suerte
ser pasto de pesares en la vida,
ser pasto de gusanos en la muerte!
 
Es torre sin cimiento, que derrumba
con soplo de huracán; su polvo vano
consumido en el hueco de la tumba,
no llenaría el hueco de mi mano.
 
ÁNGEL DE LUZ
Vituperas la carne que es esclava,
y te olvidas del alma que es señora,
que no conoce tumba, que no acaba,
y que en la eternidad a Dios adora.
 
El barro que abominas piensa y siente,
y midiendo el Océano se avanza,
sin que arrugue el pavor su heroica frente,
sirviéndole los astros de esperanza.
 
¿Si la idea del Dios que tú ofendiste
llena toda su vida transitoria,
si mide las estrellas que perdiste,
quieres tú más afán que ver su gloria?
 
Yo he dejado las nubes de Occidente
y reflejé en los mares mi hermosura
por la vida de flor de este inocente,
que reclama mi amparo y mi ternura.
 
Yo doraré su infancia de ilusiones:
La tela de sus noches y sus días
recamaré de rosas en festones,
bordándola de dulces alegrías.
 
LUZBEL
Yo del materno pecho regalado
le secaré las fuentes abundosas;
a beber le dará seno comprado
la hiel de enfermedades dolorosas.
 
Vivirá suspiroso, entumecida
con el germen letal todas sus venas;
y de tus ilusiones deslucidas
¿que piensas quedará? luto de penas.
 
ÁNGEL DE LUZ
¿Quien te igualó en maldad?... La perla pura
tiene lecho de nácar, donde crece,
que defienda su nítida hermosura,
cuando el mar más altivo se embravece.
 
Y el Seno maternal contra tus males
tiene su talismán: ¿de que te admiras?
Tiene una cruz hermosa de corales,
y al lado de la cruz ¿que son tus iras?
 
No ofenderán al niño tus encantos:
Cual se para festiva mariposa 
sobre los rubicundos amarantos,
para libar su esencia deliciosa,
 
suspenderá sus risas y sus juegos,
y poniendo en la tierra su rodilla,
respirará el aroma de los ruegos
y dirá su oración pura y sencilla.
 
Yo subiré al Olimpo su plegaria
como queja de amor y desconsuelo,
como arrullo del ave solitaria,
que desea volar al alto Cielo.
 
LUZBEL
Yo acreceré sus miedos y temores
con horrendas visiones de tortura,
que le turben la paz y los amores
y la santa plegaria que murmura.
 
O bien verá un fantasma que se pierde
con un rastro de luz amarillenta,
o huyendo de una lamia que le muerde,
dará con un vestiglo que atormenta.
 
Le mentirán los vientos inclementes
del precito los ayes más aciagos;
le mentirá la voz de los torrentes
congresos de hechiceras y de magos.
 
De su cuerpo infantil la leve sombra
le mentirá en los hórridos desiertos
el paño funeral, la negra alfombra,
que los vivos extienden a los muertos.
 
El eco fingirá rumor extraño,
las noches esqueletos que caminan,
y verá en las bugías con engaño
las antorchas que el féretro iluminan.
 
ÁNGEL DE LUZ
Espíritu falaz, usa tus artes
de fantástico error, usa tus lazos;
pero mi protegido en todas partes
por escudo tendrá maternos brazos.
 
Defenderá mi celo cariñoso
su juventud, edad de convulsiones,
que se alumbra al reflejo peligroso
del volcán destructor de las pasiones.
 
LUZBEL
Yo encenderé en su pecho llama impura;
la seducción vestida de placeres,
que disfraza su tétrica figura
con mimos y caricias de mujeres,
 
por vergel de fantásticos hechizos,
le brindará su copa de tal suerte
que apure los nefandos bebedizos,
que enloquecen el alma y dan la muerte.
 
Los celos con sus furias espantosas,
aguzando puñales del despecho,
amagarán su tálamo de rosas,
como fieras voraces en acecho.
 
Le haré sentir un áspid venenoso,
que muerde el mismo seno donde anida,
y es la falsa amistad, áspid doloso,
que miente con lisonja fementida.
 
Yo no tengo otra furia más ingrata
la guardo entre las sierpes, cuya boca
mi sien de maldición hiere y maltrata,
y a furor contra el hombre me provoca. 
 
De fortuna los bienes y contentos
convertiré en dolores y castigos,
y hambriento ante sus hijos más hambrientos
comerá negro pan de los mendigos.
 
Para agravar sus ansias y su pena,
cuando más le consuman los enojos,
todo el ajeno bien y dicha ajena
haré pasar delante de sus ojos.
 
Y si sucumbe al peso de los males,
si perdida la fe, no espera gloria,
si maldice la luz de los mortales,
si blasfema de Dios... he mi victoria.
 
ÁNGEL DE LUZ
En vano a tu maldad pones el sello...
¿Quién tu impotencia ignora? ¿quién tu pena?
No tocarás del justo ni un cabello,
sin permiso del Dios que te condena...
........................................
Nada más escuché, y al punto mismo,
dejando espesa niebla en este mundo,
hundiose el fiero monstruo en el abismo,
que retumbó con eco muy profundo.
 
Volvieron de su sueño madre y niño,
ella con la plegaria y él con lloro,
y el ángel de la luz y del cariño
les formó con las alas dosel de oro. 
 
 
 
Armonía Religiosa
El Alma
I
¿Quién eres, huésped noble y generoso,
cerrado en esta cárcel o aposento
caduco, deleznable y arcilloso,
que seca un sol y polvoriza un viento? 
 
¡Don eterno y espíritu profundo
prisionero en un vaso cinerario,
que cuando tú lo llenas, tiene un mundo,
cuando tú lo abandonas, un osario!
 
¡Emanación celeste y escogida
que desciendes de climas superiores!
¿Cuándo te uniste a mí sin ser sentida,
para correr la senda de dolores?
 
En el valle infeliz de las tristezas,
si la muerte cruel mi paso ataja, 
¿porqué me dejarás entre malezas,
cubierto con la fúnebre mortaja?
 
¿Y la lazada fiel que nos unía,
dulce conformidad en gozo y duelo
de tanta negra noche y claro día,
no podrá detener tu pronto vuelo?
 
¿Y el diente del gusano codicioso
que bullirá en mi carne abandonada,
minando mis entrañas sin reposo,
dará tristes despojos a la nada?
 
¿Porqué te has escondido en este encierro
que tiene los pesares por carcoma?
¡Cuán apartado gimes tu destierro
de tu patria feliz, fénix de aroma!
 
Águila que apeteces tus regiones,
águila que suspiras tus esferas,
tus plumas van rozando tus prisiones,
miras la inmensa bóveda, y esperas.
 
Tú clavas en la luz pupila ardiente,
ves las nubes y mides su camino,
y lánguido su vuelo es a tu mente,
que es mal alto tu origen y destino.
 
Obra del hacedor, eres su aliento,
no desmientes tu cuna soberana;
tú naciste en el claro firmamento,
más sublime que el sol que lo engalana.
 
Que ese sol coronado de topacio,
que del orbe los ámbitos asombra,
rey del cenit y vida del espacio,
ha de morir a manos de la sombra.
 
Cesará de alumbrar al triste mundo
con su carro de ardiente pedrería, 
y arrastrará su disco moribundo
con luto universal por su agonía.
 
Pero tú vivirás en el fracaso
de los polos hundidos de repente,
que la inmortalidad no tiene ocaso,
y tú respirarás su eterno ambiente.
 
Y al Señor volarás de cuyo seno
según su beneplácito saliste,
como esencia sutil de un cáliz lleno,
desterrada por tiempo al mundo triste.
 
Bien tu origen demuestras soberano
mientras lloras esclava en tu cadena,
y todo el bien terreno un humo vano
es para tu ansiedad que nada llena.
 
Un átomo es el mundo contemplado
desde tu hermosa patria y sus regiones,
un punto que del caos desatado
se agita en nueva caos de opiniones.
 
Los hombres son gusanos siempre llenos
de codicia y de error que con alarde
se disputan las hojas de los henos,
que arrebatan las brisas de la tarde;
 
simulacros vacíos de grandeza,
sedientos de una gloria que derrumba,
cuyos ojos avaros de torpeza
ha de cegar el polvo de la tumba.
 
Esa inquietud, el ávido suspiro
que en días intranquilos te devora
de una felicidad, que en vario giro
sigues alucinada, y se evapora,
 
que sueñas sin cesar y huye tu encuentro
cual fantasma que avanza y se retira, 
revelan que apartada de tu centro
te encierras en un pozo de mentira.
 
Que del festín en vasos cristalinos,
coronados de flor los borcellares,
con fondo de rubí brillen, los vinos
que de Shivaz producen los lagares;
 
que resuenen en anchas galerías
las notas fugitivas de almo coro,
derramando raudales de armonías,
como perlas cayendo en planchas de oro.
 
Que las nubes de orobias blandamente
se exhalen de las urnas cinceladas,
y embalsamen de aromas el ambiente
como si lo habitasen bellas Hadas;
 
que en cerrado pensil ninfas ufanas
te brinden con su plácida terneza;
que excedan a las mágicas sultanas
de las mil y una noches en belleza;
 
tú sacas del delirio de los gustos
hastío y sinsabor, sierpes dolosas;
y la sombra más negra de los sustos
te enluta vaso y flor, festín y hermosas.
 
No es dicha que a tu origen corresponda;
tu vista perspicaz mira cual barro
las minas de diamante de Golconda,
y el oro de Cortés y de Pizarro.
 
¿Vuelas tras la ambición? ¿alientas gloria?
¿Tiemblan todos los Reyes que dominas,
los unces a tu carro de victoria
y, pisando sus púrpuras, caminas?
 
¿De las ondas al ímpetu bravío
quieres imponer leyes singulares,
y superior a Xerxes y Darío,
domar como Calígula los mares?
 
Alzase la Piedad que te condena,
ves teñidos de sangre los laureles,
labras con la del mundo tu cadena,
y caen los mentidos oropeles.
 
¿Qué ha sido el esplendor que te ceñía?
Fuego fatuo, fosfórico y errante,
que alagando el dintel de tumba fría
es nocturna irrisión del caminante.
 
¿Qué ha sido aquella fama vagabunda?
Sirvió para dar bulto a la ruina,
fue aluvión que destruye y no fecunda,
rayo que da fulgores y calcina.
 
¿Cómo apagar tu sed? Busca las aguas
que manan de las fuentes de la vida,
ya que abrasan los hornos y las fraguas,
que enciende Babilonia maldecida.
 
¿No ves este pantano cenagoso,
y el vértigo del siglo, y su locura?
En estos senticares no hay reposo,
más y más altos vuelos apresura.
 
El instinto que alientas noche y día
de la inmortalidad que te enamora.
Es prueba de elevada jerarquía,
es un sello feliz que te decora.
 
Del éter al océano espacioso
te llaman las estrellas, cual fanales
que te indican el término dichoso
de tus padecimientos y tus males.
 
¡O patria siempre leda y venturosa!
¡Campos de luz y climas de ambrosía!
¡Pensil de beatitud! ¡Edén de rosa!
¡Cuándo recibirás el alma mía!...
 
¡Cuándo saldrás del mundo y de su abismo,
oh dulce compañera, fiel amiga,
parte noble y sublime de mí mismo,
paloma de mi seno que te abriga!
 
¡O mitad de mi vida pesarosa!
Hasta que se rasgare el denso velo
que te roba la patria venturosa,
que entre ti se interpone y entre el cielo,
 
antes que tú me dejes con dolores
en mi lecho de arcilla abandonado,
túmulo todo tétrico y sin flores,
porque nunca mi sien han coronado;
 
nutre tus deliciosas esperanzas
y mis días con ellas acompaña,
cantando las divinas alabanzas
con tira de dolor en tierra extraña.
 
Himno al Criador

II
Ni el sol puede apagar su ardiente llama,
ni la tierra, que guardas suspendida,
el grito universal con que te aclama,
señor del sol, del mundo y de la vida.
 
Las esparcidas razas de los hombres
diversas en color, rito y costumbre, 
te llaman sin cesar con varios nombres,
gran ser, Rey y salud, principio y lumbre.
 
Esta voz que dirige sin flaqueza
todo siglo y lugar a tu sagrario,
es un perfume vivo a tu grandeza,
lo quema el corazón que es, incensario.
 
Cuando al silencio amigo de la luna
mecido en un ramaje tembloroso
do tiene su esperanza, patria y cuna,
suspira el ruiseñor armonioso,
 
pájaro solitario en su desvelo,
que viste humilde cuna sin colores,
siendo dulce laúd y arpa del Cielo,
intérprete del alma en sus amores;
 
que al desterrado bardo representa,
peregrino en un mundo de agonía,
que de hieles y absintio se alimenta,
mientras vierte raudales de ambrosía;
 
cuando en éxtasis plácido y sonoro
enlaza los sonidos su garganta,
cual cadena tenaz de eslabón de oro,
llenando el bosque de ilusión... él canta...
 
Canta, Señor, tu gloria en el reposo,
que aunque dormida está naturaleza,
no duerme su cantor más delicioso,
y aunque acabó la luz, tu gloria empieza.
 
Cuando el hombre miró sus esperanzas
caer cual hojas secas y perdidas,
que al fin ya del otoño en mil mudanzas
agitaran las auras atrevidas;
 
cuando cada pesar impertinente
de que la humanidad nunca se libra,
un surco de dolor aró en su frente,
y de su corazón gastó una fibra,
 
y el amor deslustró la gasa pura
y aquel brillante polvo de sus alas,
cual insecto que pierde sin ventura
en las manos de un rústico sus galas,
 
es fría la amistad, pierde su baño
de dorados barnices la mentira,
desnudo se presenta el desengaño
y la varía quimera se retira;
 
cuando el hombre su triste pensamiento
separa de este todo y lo levanta
a la mansión eterna del contento
que embellecen los ángeles... él canta...
 
Canta, Señor, tu dicha que no cesa,
suspira por un bien que no se acaba,
y vagando en tu luz que le embelesa,
por gozarte sin fin, sin fin te alaba.
 
Cuando el genio se eleva en su destino,
sigue su inspiración sublime y rara,
y da formas al bronce florentino,
quiere arruinar el mármol de Carrara;
 
cuando pinta en los lienzos preparados
angeles melancólicos y bellos
de contornos aéreos, delicados,
largo perfil y nítidos cabellos,
 
O vírgenes de flor, velado el seno
más puro que el aliento de un Querube,
cuyo semblante oval, de gracias lleno,
salta de leves gasas de una nube;
 
cuando con vena rica y abundante
que ha de dar a sus ansias lauro eterno, 
describe como Milton, o cual Dante,
el Edén de delicias, o el infierno,
 
o derrama en sus notas cadenciosas,
que el corazón en éxtasis arroben
lluvia de vibraciones sonorosas,
como el cisne de Pésaro y Beethoven:
 
Cuando suspende el alma y el sentido,
excita los afectos, los encanta,
y por el entusiasmo sostenido
domina los espíritus... él canta...
 
Canta, Señor, los dones que tú envías,
que el genio es hijo tuyo, si derrama
en mármoles y lienzos y armonías
esa expresión feliz que el mortal ama.
 
Cuando con el rumor de bronco trueno
preñado como el mar de espuma hirviente,
que rebosa en los diques de su seno
y corona su salto sorprendente,
 
se desprende el Niagara, de su asiento,
émulo del diluvio proceloso,
rey de las cataratas turbulento,
de masas de cristal turbio coloso;
 
cuando con gran sorpresa de sí mismo,
desde el aire azotado que domina,
derrumba a las entrañas del abismo
que le sirve de tumba cristalina;
 
cuando el iris magnífico retrata
en medio de brillantes surtidores
de menudos aljofares y plata,
que saltan con murmullos hervidores;
 
cuando ruge feroz como tormenta,
y al que mira embelesa o bien espanta, 
pues vierte los furores que alimenta
en sus raudales líquidos... él canta...
 
Canta, Señor, tus glorias y portentos,
canta tus alabanzas noche y día,
y los siglos escuchan siempre atentos
su monótona y tosca sinfonía.
 
Amad al Hacedor los que le amasteis,
y el que nunca le amó, que le ame luego,
implorad su favor los que implorasteis,
y el que nunca imploró, comience el ruego.
 
En torno de su trono se reúna
suspiro general de todo el mundo
que empiece en el vagido de la cuna
y acabe con el ¡ay! del moribundo.
 
Que Dios formó la lluvia y el rocío,
pintó también la aurora nacarada,
y llenó los espacios del vacío
con globos que ha sacado de la nada.
 
Él ha dado a los justos por sustento
el maná de su amor que vivifica,
y al malvado el atroz remordimiento
que no duerme jamás, áspid que pica.
 
Él las alas al céfiro engalana
templadas en sus fuentes de frescura,
lo enmarida también con la mañana
para que nazcan flores de ventura.
 
Amad al Hacedor los que le amasteis,
y el que nunca le amó, que le ame luego,
implorad su favor los que implorasteis,
y el que nunca imploró. comience el ruego.
 
 
 
Poesías
Juan Arolas
 




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