Poemas de el gran poeta:
José María Heredia


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Índice:

SONETO A MI ESPOSA
 
Cuando en mis venas férvidas ardía
la fiera juventud, en mis canciones
el tormentoso afán de las pasiones
con dolorosas lágrimas vertía.

Hoy a ti las dedico, esposa mía,
cuando el amor más libre de ilusiones
inflama nuestros puros corazones
y sereno y de paz nos hice el día.

Así perdido en turbulentos mares
mísero navegante al cielo implora,
cuando le aqueja la tormenta grave;

y del naufragio libre, en los altares
consagra fiel a la deidad que adora
las húmedas reliquias de su nave.
 

 
 SÁFICOS
A la prenda de la fidelidad
 
Dulce memoria de la prenda mía
tan grata un tiempo como triste ahora,
áureo cabello, misterioso nudo
Ven a mi labio.
¡Ay! ven, y enjugue su fervor el llanto
en que tus hebras inundó mi hermosa,
cuando te daba al infeliz Fileno
mísero amante.
Lágrimas dulces, de mi amor consuelo,
decidme siempre que mi Lesbia es firme;
decid que nunca romperá su voto
pérfida y falsa.
¡Oh! Cuánto el alma de dolor sentía
cuánto mi pecho la aflicción rasgaba, 
cuando la hermosa con dolientes ojos
Viéndome dijo:
«¡Siempre, Fileno, de mi amor te acuerdas!
Toma este rizo, que mi frente adorna...
Toma esta Prenda de constancia pura...
Guárdala fino.»
A donde quiera que la suerte cruda
me arrastre ¡Oh rizo! seguirame siempre,
y de mi Lesbia la divina imagen
pon a mis ojos.
Tú me recuerdas los felices días
de paz y amor que fugitivos fueron
cual débil humo de Aquilón al soplo
Tórnase nada.
¡Oh! Cuántas veces su cabello rubio,
al blando aliento de la fresca brisa,
velón ondeaba, y en feliz desorden
¡Vino a mi frente!
La luna amiga con su faz serena
mil y mil veces presidió mi dicha...
Memoria dulce de mi bien pasado,
¡Sé mi delicia!
 
(En 1819 a los 16 años de su edad).
 


LOS RECELOS

¿Por qué, adorada mía,
mudanza tan cruel? ¿Por qué afanosa
evitas encontrarme, y si te miro,
fijas en tierra lánguidos los ojos y
y triste amarillez nubla tu frente?
¡Ay! do volaron los felices días
En que risueña y plácida me vías,
y tus ardientes ojos me buscaban,
y de amor y placer me enajenaban?
¡Cuántas veces en medio de las fiestas,
de una fogosa juventud cercada,
me aseguró de tu cariño tierno
una veloz simpática mirada!
Mi bien, ¿por qué me ocultas
el dardo emponzoñado que desgarra
tu puro corazón?... Mira que llenas
mi existencia de horror y de amargura:
dime, dime el secreto que derrama
el cáliz de dolor en tu alma pura.
Mas, ¿aún callas? ¡Ingrata! Ya comprendo
la causa de tu afán: ya no me amas,
ya te cansa mi amor... No, no; ¡perdona!
¡Habla, y hazme feliz!... ¡Ay! yo te he visto,
la bella frente de dolor nublada,
alzar los ojos implorando al cielo.
Yo recogí las lágrimas que en vano
pretendiste ocultar; tu blanca mano
estreché al corazón llena de vida
que por tu amor palpita, y azorada
me apartaste de ti con crudo ceño:
volví a coger tu mano apetecida,
sollozando a mi ardor la abandonaste,
y mientras yo ferviente la besaba,
bajo mis labios áridos temblaba.
¿Te fingirás acaso
delito en mi pasión? Hermosa mía,
no temas al amor: un pecho helado,
al dulce fuego del sentir cerrado,
rechaza la virtud, a la manera
de la peña que en vano
riega a torrentes la afanosa lluvia,
sin que fecunde su fatal dureza;
y el amor nos impone
por ley universal Naturaleza.
Rosa de nuestros campos, ¡ah! no temas
que yo marchite con aliento impuro
tu virginal frenor. ¡Ah! ¡te idolatro!...
Eres mi encanto, mi deidad, mi todo.
¡Único amor de mi sencillo pecho!
Yo bajara al sepulcro silencioso
por hacerte feliz... Ven a mis brazos,
y abandónate a mí; ven, y no temas.
La enamorada tórtola tan solo
sabe aqueste lugar, lugar sagrado 
ya de hoy más para mí... ¿Su canto escuchas
que en dulce y melancólica ternura
baña mi corazón?... Déjame, amada,
sobre tu seno descansar... ¡Ay! vuelve...
tu rostro con el mío
une otra vez, y tus divinos labios
impriman a mi frente atormentada
el beso del amor... Ídolo mío,
tu beso abrasador me turba el alma:
toca mi corazón cual late ansioso
por volar hacia ti... deja, adorada,
que yo te estreche en mis amantes brazos
sobre este corazón que te idolatra
¿Le sientes palpitar? ¿Ves cual se agita
abrasado en tu amor? ¡Pluguiera al cielo
que a ti estrechado en sempiterno abrazo
pudiese yo espirar! ¡Gozo inefable!
aura de fuego y de placer respiro;
confuso me estremezco:
¡ay! mi beso recibe... yo fallezco...
Recibe, amada mi postrer suspiro.
 
 
A MI ESPOSA EN SUS DÍAS
 
¡Oh! Cuán puro y sereno
despunta el Sol en el dichoso día
que te miró nacer, ¡Esposa mía!
Heme de amor y de ventura lleno.
Puerto de las borrascas de mi vida,
objeto de mi amor y mi tesoro,
con qué afectuosa devoción te adoro,
¡y te consagro mi alma enternecida!
Si la inquietud ansiosa me atormenta,
al mirarte recobro
gozo, serenidad, luz y ventura;
y en apacibles lazos
feliz olvido en tus amantes brazos
de mi poder funesto la amargura.
Tú eres mi ángel de consuelo
y tu celestial mirada
tiene en mi alma enajenada
inexplicable poder.
Como el Iris en el cielo
la fiera tormenta calma
tus ojos bellos del alma
disipan el padecer.
Y ¿cómo no lo hicieron
cuando en sus rayos lánguidos respiran
inocencia y amor? Quieran los cielos
que tu día feliz siempre nos luzca
de ventura y de paz, y nunca turben
nuestra plácida unión los torpes celos.
Esposa la más fiel y más querida,
siempre nos amaremos,
y uno en otro apoyado, pasaremos
el áspero desierto de la vida.
Nos amaremos, esposa,
mientras nuestro pecho aliente
pasará la edad ardiente,
sin que pase nuestro amor.
Y si el infortunio vuelve
con su copa de amargura,
y en mí cargue su furor.
 
(En noviembre de 1827, a los 24 años de su edad).
 
 
A LA HERMOSURA
Oda
 
Dulce hermosura, de los cielos hija,
don que los dioses a la tierra hicieron,
oye benigna de mi tierno labio
cántico puro.
La grata risa de tu linda boca
es muy más dulce que la miel hiblea:
tu rostro tiñe con clavel y rosas
cándido lirio.
Bien cual se mueve nacarada espuma
del manso mar en los cerúleos campos,
así los orbes del nevado seno
leves agitas.
El universo cual deidad te adora;
el hombre duro a tu mirar se amansa,
y dicha juzga que sus ansias tiernas
blanda recibas.
De mil amantes el clamor fogoso,
y los suspiros y gemir doliente,
del viento leve las fugaces alas
rápidas llevan.
Y de tu frente al rededor volando
tus dulces gracias y poder publican:
clemencia piden; pero tú el oído
bárbara niegas. 
¿Por qué tu frente la dureza nubla?
¿El sentimiento la beldad afea?
No: vida, gracia y expresión divina
préstala siempre.
yo vi también tu seductor semblante,
y apasionado su alabanza dije
en dulces himnos, que rompiendo el aire
férvidos giran.
Mil y mil veces al tremendo carro
de amor me ataste, y con fatal perfidia
mil y mil veces derramar me hiciste
mísero llanto.
Y maldiciendo tu letal hechizo,
su amor abjuro delirante y ciego;
Mas, ¡ay! en vano que tu bella imagen
sígueme siempre.
Si al alto vuelvo la llorosa vista,
en la pureza del etéreo cielo
el bello azul de tus modestos ojos
lánguido miro.
Si miro acaso en su veloz carrera
al astro bello que la luz produce,
el fuego miro que en tus grandes ojos
mórbido brilla.
Es de la palma la gallarda copa
imagen viva de tu lindo talle;
y el juramento que el furor dictome
fácil abjuro.
Lo abjuro fácil, y en amor ardiendo,
caigo a tus plantas, y perdón te pido,
y a suplicar y dirigirte votos
tímido vuelvo.
¡Ay! de tus ojos el mirar sereno
y una sonrisa de tu boca pura,
son de mi pecho, que tu amor abrasa,
único voto.
¡Dulce hermosura! mi rogar humilde
oye benigna, y con afable rostro
tantos amores y tan fiel cariño
págame justa.
 
(En 1820, a los 17 años de su edad).
 
 
A LA ESTRELLA DE VENUS
Oda
 
Estrella de la tarde silenciosa,
luz apacible y pura
de esperanza y amor, salud te digo.
en el mar de Occidente ya reposa
la vasta frente el sol, y tú en la altura
del firmamento solitaria reinas.
ya la noche sombría
quiere tender en diamantado velo,
y con pálidas tiritas baña el suelo
la blanda luz del moribundo día.
¡Hora feliz y plácida, cual bella!
Tú la presides, vespertina estrella.
Yo te amo, astro de paz. Siempre tu aspecto
en la callada soledad me inspira
de virtud y de amor meditaciones.
¡Qué delicioso afecto
excita en los sensibles corazones
la dulce y melancólica memoria
de su perdido bien y de su gloria!
Tú me la inspiras. ¡Cuántas, cuántas horas
viste brillar serenas
sobre mi faz en Cuba!... Al asomarse
tu disco puro y tímido en el cielo,
a mi tierno delirio daba rienda
en el centro del bosque embalsamado,
y por tu tibio resplandor guiado
buscaba en él mi solitaria senda.
Bajo la copa de la palma amiga,
trémula, bella en su temor, velada
con el mágico manto del misterio,
de mi alma la señora me aguardaba.
En sus ojos afables me veían
ingenuidad y amor: yo la estrechaba
a mi pecho encendido,
y mi rostro feliz al suyo unido,
su balsámico aliento respiraba.
¡Oh goces fugitivos
de placer inefable! ¡Quién pudiera
del tiempo detener la rueda fiera
sobre tales instante!...
Yo la admiraba estático: a mi oído
muy más dulce que música sonaba
el eco de su voz, y su sonrisa
para mi alma era luz. Horas serenas,
cuya memoria cara
a mitigar bastara
de una existencia de dolor las penas!
¡Estrella de la tarde! ¡cuántas veces
junto a mi dulce amiga me mirabas
saludar tu venida, contemplarte,
y recibir en tu amorosa lumbre
paz y serenidad!... Ahora me miras
amar también, y amar desesperado.
Huir me ves el objeto desdichado
de una estéril pasión, que es mi tormento
con su belleza misma;
y al renunciar su amor, mi alma se abisma
en el solo y eterno pensamiento
de amarla, y de llorar la suerte impía
que por siempre separa
su alma bella y pura del alma mía.
 
 (En 1826).
 
 
A MI AMANTE
Oda
 
Es media noche: vaporosa calma
y silencio profundo
el sueño vierte al fatigado mundo,
y yo velo por ti, mi dulce amante.
¡En qué delicia el alma
enajena tu plácida memoria!
Único bien y gloria
del corazón más fino y más constante
¡Cuál te idolatro! De mi ansioso pecho
la agitación lanzaste y el martirio,
y en mi tierno delirio
lleno de ti contemplo el universo.
con tu amor inefable se embellece
de la vida el desierto,
que desolado y yerto
a mi tímida vista parecía,
y cubierto de espinas y dolores.
Ante mis pasos, adorada mía,
riégalo tú con inocentes flores.
¡Y tú me amas! ¡Oh Dios! ¡Cuánta dulzura
siento al pensarlo! de esperanza lleno,
miro lucir el sol puro y sereno,
y se anega mi ser en su ventura.
Con orgullo placer alzo la frente
antes nublada y triste, donde ahora
serenidad respira y alegría.
Adorada señora
de mi destino y de la vida mía,
cuando yo tu hermosura
en un silencio religioso admiro,
el aire que tú alientas y respiro
es delicia y ventura.
Si pueden envidiar los inmortales
de los hombres la suerte,
me envidiarán al verte
fijar en mí tus ojos celestiales
animados de amor, y con los míos
confundir su ternura.
O al escuchar cuando tu boca pura
y tímida confiesa
el inocente amor que yo te inspiro:
por mí exhalaste tu primer suspiro,
y a mí me diste tu primera promesa.
¡Oh! ¡luzca el bello día
que de mi amor corone la esperanza,
y ponga el colmo a la ventura mía!
¡Cómo de gozo lleno,
inseparable gozaré tu lado,
respiraré tu aliento regalado,
y posaré mi faz sobre tu seno!
Ahora duermes tal vez, y el sueño agita
sus tibias alas en tu calma frente,
mientras que blandamente
solo por mí tu corazón palpita.
Duerme, objeto divino
del afecto más fino,
del amor más constante;
descansa, dulce dueño,
y entre las ilusiones de tu sueño
levántese la imagen de tu amante.
 
(En abril de 1827).
 

 LA RESOLUCIÓN
Oda
 
¿Nunca de blanda paz y de consuelo
gozaré algunas horas? ¡O terrible
necesidad de amar!... Del Océano
las arenosas y desnudas playas
devoradas del sol de medio día
son imagen terrible, verdadera
de mi agitado corazón. En vano
a ellas el padre de la luz envía
su ardor vivificante, que orna y viste
de fresca sombra y flores el otero.
así el amor, del mundo la delicia,
es mi tormento fiero.
¿De qué me sirve amar sin ser amado?
¡Ángel consolador, a cuyo lado
breves instantes olvide mis penas!
Es fuerza huir de ti: tú misma diste
la causa... Me estremezco... Alma inocente,
¡Ay! Curar anhelabas las heridas
que yo desgarro con furor demente.
La furia del amor entró en mi seno,
y el amargo dulzor de tus palabras,
y el bálsamo feliz tornó veneno.
Me hablabas tierna: con afable rostro
y con trémulo acento
la causa de mi mal saber querías,
y la amargura de las penas mías
templar con tu amistad. ¡Cuánto mi pecho
palpitaba escuchándote!... Perdido
a feliz ilusión me abandonaba
y de mi amor el mísero secreto
entre mis labios trémulos erraba.
Alcé al oírte la abatida frente,
y te miré con ojos do brillaba
la más viva pasión... ¿No me entendiste?
¿No eran bastantes ¡ay! a revelarla
Mi turbación, de mi marchito rostro
la palidez mortal?... ¡Mujer ingrata,
mi delirio cruel te complacía!...
¡Ay! nunca salga de mi ansioso pecho
la fatal confesión: si no me amas,
moriré de dolor, y si me amases...
¡amarme tú!... Yo tiemblo... Alma divina,
¿Tú amar a este infeliz, que solo puede
ofrecerte su llanto y la tibieza
de un desecado corazón? ¿Tú, bella
más que la luna si en el mar se mira,
unirte a los peligros y pesares
de este triste mortal?... ¡Damas! -Huyamos
de su presencia, donde no me angustie
su injuriosa piedad... ¡A Dios! Yo quiero
ser inocente y no perderte... Amiga,
amiga deliciosa, nunca olvides
al mísero Fileno, que a tu dicha
sacrifica su amor: él en silencio
te adorará, gozándose al mirarte
tan feliz como hermosa
mas nunca ¡oh Dios! te llamará su esposa.
 
(En agosto de 1823)
 
 
AUSENCIAS Y RECUERDOS
Oda
 
¿Qué tristeza profunda, qué vacío
siente mi pecho? En vano
corro la margen del callado río
que la celeste Lola
al campo se partió. Mi dulce amiga,
por qué me dejas? ¡Ay! con tu partida
en triste soledad mi alma perdida
verá reabierta su profunda llaga,
que adormeció la magia de tu acento.
El cielo, a mi penar compadecido,
de mi dolor la fiel consoladora
en ti me deparó: la vez primera
(¿Te acuerdas, ola?) que los dos vagamos
del Yumurí tranquilo en la ribera y
me sentí renacer: el pecho mío
rasgaban los dolores.
una beldad amable, amante, amada
con ciego frenesí, puso en olvido
mi lamentable amor. Enfurecido,
torvo, insociable, en mi fatal tristeza
aún odiaba el vivir: desfigurose
a mis lánguidos ojos la natura,
pero vi tu beldad por mi ventura,
y ya del sol el esplendor sublime
volviome a parecer grandioso y bello:
volví a admirar de los paternos campos
el risueño verdor. Sí: mis dolores
se disiparon como el humo leve,
de tu sonrisa y tu mirar divino
al inefable encanto.
¡Ángel consolador! ya te bendigo
con tierna gratitud: ¡cuán halagüeña
mi afán calmaste! De las ansias mías
cuando serena y plácida me hablabas,
la agitación amarga serenabas,
y en tu blando mirar me embelecías.
¿Por qué tan bellos días
fenecieron? ¡Ay Dios! ¿Por qué te partes?
Ayer nos vio este río en su ribera
sentados a los dos, embebecidos
en habla dulce, y arrojando conchas
al líquido cristal, mientras la luna
a mi placer purísimo reía
y con su luz bañaba
tu rostro celestial. Hoy solitario,
melancólico y mustio errar me mira
en el mismo lugar quizá buscando
con tierna languidez tus breves huellas
horas de paz, más bellas
que las cavilaciones de un amante,
¿Dónde volasteis? -Lola, dulce amiga,
di, ¿por qué me abandonas,
y encanta otro lugar tu voz divina?
¿No hay aquí palmas, agua cristalina,
y verde sombra, y soledad?... Acaso
en vago pensamiento sepultada,
recuerdas ¡ay! a tu sensible amigo.
¡Alma pura y feliz! Jamás olvides
a un mortal desdichado que te adora,
y cifra en ti su gloria y su delicia.
Mas el afecto puro
que me hace amarte, y hacia ti me lleva,
no es el furioso amor que en otro tiempo
turbó mi pecho: es amistad. -Do quiera
me seguirá la seductora imagen
de tu beldad. En la callada luna
contemplaré la angelical modestia
que en tu serena frente resplandece:
veré en el sol tus refulgentes ojos;
en la gallarda palma la elegancia
de tu talle gentil veré en la rosa
el purpúreo color y la fragancia
de la boca dulcísima y graciosa,
do el beso del amor riendo reposa:
así do quiera miraré a mi dueño,
y hasta las ilusiones de mi sueño
halagará su imagen deliciosa.
 
(En mayo de 1822, a los 19 años de su edad)
 
 
LA INCONSTANCIA
Oda
A D. Domingo del Monte
 
En aqueste pacífico retiro,
lejos del mundo y su tumulto insano
doliente vaga tu sensible amigo.
Tú sabes mis tormentos, y conoces
a la mujer infiel... ¡Oh! si del alma
su bella imagen alejar pudiese,
¡cuál fuera yo feliz! ¡cómo tranquilo
de amistad en el seno
gozara paz y plácida ventura,
de todo mal y pesadumbre ajeno!
¡Amor ciego y fatal!... Ahora la tierra
encanta con su fresca lozanía.
por detrás de los montes enviscados
el almo sol en el sereno cielo
de azul, púrpura y oro arrebolado,
se alza con majestad: brilla su frente.
y la montaña, el bosque, el caserío,
relucen a la vez... Salud, ¡oh padre
del ser y del amor y de la vida!
¿Quién al mirar a ti no siente el alma
llena de inspiración?... ¡Salve! ¡Tu carro
lanza veloz por la celeste esfera,
y vida, fuerza y juventud lozana
vierta en el mundo tu inmortal carrera!
vuela, y muestra glorioso al universo
el almo Dios, que en tu fulgor velado,
sin principio ni fin... ¿Por qué mi frente
doblase mustia, y en mi rostro corre
esta lágrima ardiente? ¿Quién ha helado
el entusiasmo espléndido y sublime,
que a gozar y admirar me arrebataba?
¿Qué me importa ¡infeliz! el universo,
si me olvida la infiel? ¡Ay! en la noche
veré la tierra en esplendor bañada,
al vislumbrar de la fulgente luna,
y no seré feliz: no embebecida
el alma sentiré, cual otro tiempo,
en mil cavilaciones deliciosas
de ventura y amor: hoy afligido
solamente diré: «No mi adorada
en tal contemplación embelesada
a mí dirigirá sus pensamientos.»
De aquestas cañas a la blanda sombra
recuerdo triste mi placer pasado,
y me siento morir: lánguidamente
grabo en el tronco de la tersa caña
de Lesbia el nombre, y en delirio insano
gimo, y le cubren mis ardientes besos.
Su mano, ¡ay Dios! la mano que amorosa
mil y mil veces halagó la mía,
hundió el puñal en mi confiado pecho
con torpe engaño y con mudanza impía.
Heme juguete de la suerte fiera,
de una pasión tirana subyugado,
abatido, infeliz, desesperado,
el triste espectro de lo que antes era.
¡Oh pérfida mujer! ¡Cómo pagaste
el afecto más fino!
Bajo rostro tan cándido y divino
¿tan falso corazón pudo velarse?
Tú, mi loca pasión ¡ay! halagabas,
y feliz te dijiste en mis amores.
Aunque el hado tirano
en mi alma tierna y pura
verter quisiese cáliz de amargura,
¿Le debiste ¡infeliz! prestar tu mano?
Cuando el fatal prestigio con que ahora
la juventud y la beldad te cercan
haya la parca atroz desvanecido,
para salvar tu nombre del olvido
el triste amor de tu infeliz poeta
será el único timbre de tu gloria.
la mitad del laurel que orne mi tumba
entonces obtendrás; y de tus gracias
y de tu ingratitud y mi tormento
prolongará mi canto la memoria.
¡Hermosura fatal! tu disipaste
la brillante ilusión que me ocultaba
la corrupción universal del mundo,
y la vida y los hombres a mis ojos
presentaste cual son. ¿Dónde volaron
tanto y tanto placer? ¿Cómo pudiste
así olvidarte de tu amor primero?
¡Si así olvidase yo!... Mas ¡ay! el alma
que fina te adoró, falsa, te adora.
No vengativo anhelaré que el cielo
te condene al dolor: sé tan dichosa
cual yo soy infeliz: mas no mi oído
hiera jamás el nombre aborrecido
de mi rival, ni de tu voz el eco
torne a rasgar la ensangrentada herida
de aqueste corazón: no a mirar vuelva
tu celeste ademán, ni aquellos ojos,
ni aquellos labios do letal ponzoña
ciego bebí... ¡Jamás! -Y tú en secreto
un suspiro a lo menos me consagra,
un recuerdo... ¡Ah cruel! No te maldigo,
y mi mayor anhelo
es elevarte con mi canto al cielo,
y un eterno laurel partir contigo.
  
(En julio de 1821). [45]
 
 
LA CIFRA
Romance
 
¿Aún guardas, árbol querido
la cifra ingeniosa y bella
con que adornó mi adorada
tu solitaria corteza?
Bajo tu plácida sombra
me viste evitar con Lesbia
del fiero sol meridiano
el ardor y luz intensa.
Entonces ella sensible
pagaba mi fe sincera
y en ti enlazó nuestros nombres
de inmortal cariño en prenda
su amor pasó, ¡y ellos duran
cual dura mi amarga pena!...
Deja que borre el cuchillo
memorias ¡ay! tan funestas.
No me hables de amor: no juntes
mi nombre con el de Lesbia,
cuando la pérfida ríe
de sus mentidas promesas
y de un triste desengaño
al despecho me condena.
 
(En 1821)
 

 A LOLA EN SUS DÍAS
Oda
 
Vuelve a mis brazos, deliciosa Lira,
en que de la beldad y los amores
el hechizo canté. Sobrado tiempo
de angustias y dolores
el eco flébil fuera
mi quebrantada voz. ¿Cómo pudiera
no calmar mi agonía
este brillante día
que a Lola vio nacer? ¡Cuán deleitosa
despunta en oriente la luz pura
del natal de una hermosa!
Naciste, Lola, y Cuba
al contemplar en ti su bello adorno
aplaudió tu nacer. Tu dulce cuna
meció festivo amor: tu blanda risa
nació bajo su beso: complacido
la recibió, y en inefable encanto
y sin igual dulzura
tus labios inundó: tu lindo talle
de gallarda hermosura
Venus ornó con ceñidor divino,
y, tal vez envidiosa, contemplaba
tu celestial figura.
Nace bárbaro caudillo,
que con frenética guerra
debe desolar la tierra,
y gime la humanidad.
Naciste, Lola, y el mundo
celebró tu nacimiento,
y embelesado y contento
adoró amor tu beldad.
Feliz aquel a quien afable miras
que en tu hablar se embebece, y a tu lado
admira con tu talle delicado
a viva luz de tus benignos ojos.
¡Venturoso mortal! ¡en cuanta envidia
mi corazón enciendes!... Lola hermosa,
¿quién tanta beldad y a tantas gracias
pudiera resistir, ni qué alma fría
con la expresión divina de tus ojos
no se inflama de amor? El alma mía
se abrasó a tu mirar... Eres más bella
que la rosa lozana,
del Zéfiro mecida
al primer esplendor de la mañana.
Si en un tiempo más bello y felice
tantas gracias hubiera mirado,
¡Ah! tú fueras objeto adorado
de mi fina y ardiente pasión.
Mas la torpe doblez, la falsía,
que mi pecho sensible rasgaron,
en su ciego furor me robaron
del placer la dichosa ilusión.
¡Ángel consolador! Tu beldad sola
el bárbaro rigor de mis pesares
a mitigar alcanza,
y en tus ojos divinos
bebo rayos de luz y de esperanza.
Conviértelos a mí siempre serenos,
abra tus labios plácida sonrisa,
y embriágame de amor!... Acepta grata
por tu ventura mis ardientes votos.
¡Ah! tú serás feliz: ¿cómo pudiera
sumir el cielo en aflicción y luto
tanta y tanta beldad? Si despiadado
el feroz infortunio te oprimiere,
¡ay! ¡no lo mire yo! Baje a la tumba
sin mirarte infeliz; o bien reciba
los golpes de la suerte,
y de ellos quedes libre, y generoso
si eres dichosa tú, seré dichoso.
Me oyes, Lola, placentera,
llena de fuerza y de vida...
¡Ay! mi juventud florida
el dolor marchita ya.
Cuando la muerte me hiera,
y torne tu día sereno
acuérdate de Fileno,
di su nombre suspirando,
y en torno de ti volando
mi sombra se gozará.
  
(Marzo de 1822)
 
 
LA PARTIDA
Cantata
 
¡A Dios, amada, a Dios! llegó el momento
del pavoroso a Dios... mi sentimiento
dígate aqueste llanto... ¡ay! ¡el primero
que me arranca el dolor! ¡Oh, Lesbia mía!
No es tan solo el horror de abandonarte
lo que me agita, sino los temores
de perder tu cariño: sí; la ausencia
mi imagen borrará, que en vivo fuego
grabó en tu pecho amor... Eres hermosa,
y yo soy infeliz!... En mi destierro
viviré entre dolor, y tu cercada
en fiestas mil de juventud fogosa,
que abrasará de tu beldad el brillo,
me venderás perjura,
y en nuevo amor palpitará tu seno,
olvidando del mísero Fileno
la fe constante y el amor sencillo.
Sumido en pesares,
y triste y lloroso,
noticias ansioso
de ti pediré:
y acaso diranme
con voz dolorida:
«Tu Lesbia te olvida
tu Lesbia es infiel.»
Yo te ofendo, adorada: sí; perdona
a tu amante infeliz estos recelos.
¿Cuándo el que quiso bien no tuvo celos?
tú sabrás conservar con fiel cariño
de tu primer amante la memoria;
no perderás ese candor que te hace
del cielo amor, y de tu sexo gloria.
¡Lloras! ¡ay! ¡lloras!... ¡Oh fatal momento
de dicha y de dolor!. Aquese llanto,
que tu amor me asegura,
me rasga el corazón... Tu hermosa vida
anublan los pesares y amargura
por mi funesto ardor... ¡El cielo sabe
que con toda la sangre que me anima
comprar quisiera tu inmortal ventura!
Mas, desdichado soy... ¿por qué te uniste
a mi suerte cruel, que ha emponzoñado
de tus años la flor?... ¡A Dios, querida!...
¡A Dios!... ¡Ay! apuremos presurosos
el cáliz del dolor... Ese pañuelo
con tus preciosas lágrimas regado,
trueca por este mío.
Besándolo mil veces, y en sus hilos
mi llanto amargo uniendo con tu llanto,
daré a mi pena celestial consuelo.
«Lesbia me ama, diré, y en mi partida
este llanto vertió... Tal vez ahora
mi pañuelo feliz besa encendida,
y le estrecha a su seno
y un amor inmortal jura a Fileno.»
Piensa en mí, Lesbia divina;
y si algún amante osado
de tus hechizos prendado,
quiere robarme tu amor;
pon la vista en el pañuelo
prenda fiel de la fe mía,
y di: «cuando se partía,
¡Cuán grande fue su dolor!»
  
(En 1819).
 
 
RECUERDO
Soneto
 
Despunta apenas la rosada aurora:
plácida brisa nuestras velas llena;
callan el mar y el viento, y solo suena
el rudo hendir de la cortante prora.

Ya separado ¡ayme! de mi señora
gimo no más en noche tan serena:
dulce airecillo, mi profunda pena
lleva al objeto que mi pecho adora.

¡Oh! ¡cuántas veces, al rayar el día,
ledo y feliz de su amoroso lado
salir la luna pálida me vía!

¡Huye, memoria de mi bien pasado!
¿Qué sirves ya? Separación impía
la brillante ilusión ha disipado.
 

 PARA GRABARSE EN UN ÁRBOL
Soneto
 
Árbol, que de Fileno y su adorada
velaste con tu sombra los amores,
jamás del can ardiente los rigores
dejen tu hermosa pompa marchitada.

Al saludar tu copa embovedada,
palpiten de placer los amadores,
y celosos frenéticos furores
nunca profanen tu mansión sagrada.

A Dios, árbol feliz, árbol amado:
para anunciar mi dicha al caminante
guarde aquesta inscripción tu tronco añoso.

Aquí moró el placer: aquí premiado
miró Fileno al fin su amor constante:
sensible amó, le amaron, fue dichoso.
 

 LA MELANCOLÍA
Letrilla
 
Hoja solitaria y mustia,
que de tu árbol arrancada,
por el viento arrebatada
triste murmurando vas,
¿do te diriges? -Lo ignoro,
de la encina que adornaba
este prado, y me apoyaba,
los restos mirando estás.
Bajo su sombra felice
las zagalas y pastores
cantaban, y sus amores
contenta escuchaba yo,
Nise; la joven más bella
que jamás ornó éste prado
tal vez pensando en su amado,
en el tronco se apoyó.
Mas contrastada la encina
por huracán inclemente
abatió su altiva frente
dejándose despojar.
Desde entonces cada día
raudo el viento me arrebata,
y aunque feroz me maltrata
ni aun oso quejarme de él.
Voy, de su impulso llevado
del valle a la selva umbrosa,
do van las hojas de rosa
y las hojas de laurel.
 
 
EL AY DE MÍ
Letrilla
 
¡Cuán difícil es al hombre
hallar un objeto amable
con cuyo amor inefable
pueda llamarse feliz!
Y si este objeto resulta
frívolo, duro, inconstante
¿Qué resta al mísero amante
sino exclamar ¡ay de mí!
El amor es un desierto
sin límites, abrasado,
en que a muy pocos fue dado
pura delicia sentir.
Pero en sus mismos dolores
guarda mágica ternura,
y hay siempre cierta dulzura
en suspirar ¡ay de mí!

 
 AL SALTO DE NIÁGARA
Oda
 
Templad mi lira, dádmela, que siento
en mi alma estremecida y agitada
arder la inspiración. ¡Oh! ¡Cuánto tiempo
en tinieblas pasó, sin que mi frente
brillase con su luz!... Niágara undoso,
tu sublime terror solo podría
tornarme el don divino, que ensañada
me robó del dolor la mano impía.
Torrente prodigioso, calma, calla
tu trueno aterrador: disipa un tanto
las tinieblas que en torno te circundan,
déjame contemplar tu faz serena,
y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte: siempre
la común y mezquino desdeñando,
ansié por lo terrífico y sublime.
Al despeñarse el huracán furioso,
al retumbar sobre mi frente el rayo,
palpitando gocé: vi al Océano
azotado por austro proceloso,
combatir mi bajel, y ante mis plantas
vórtice hirviente abrir, y amé el peligro.
Mas del mar la fiereza
en mi alma no produjo
la profunda impresión que tu grandeza.
Sereno, corres, majestuoso; y luego
en ásperos peñascos quebrantado,
te abalanzas violento y arrebatado,
como el destino irresistible y ciego.
¿Qué voz humana describir podría
de la Sirte rugiente
la aterradora faz? El alma mía
en vago pensamiento se confunde
al mirar esa férvida corriente,
que en vano quiere la turbada vista
en su vuelo seguir al borde oscuro
del precipicio altísimo: mil olas
cual pensamiento rápidas pasando,
chocan y se enfurecen,
y otras mil y otras mil ya las alcanzan
y entre espuma y fragor desaparecen.
¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
devora los torrentes, despeñados:
crúzanse en él mil iris, y asomados
vuelven los bosques al fragor tremendo.
En las rígidas peñas
rómpese el agua: vaporosa nube
con elástica fuerza
llena el abismo en torbellino, sube,
gira en torno, y al éter
luminosa pirámide levanta,
y por sobre los montes que le cercan
al solitario cazador espanta.
Mas ¿qué en ti busca mi anhelante vista
con inútil afán? ¿Por qué no miro
alrededor de tu caverna inmensa
las palmas ¡ay! las palmas deliciosas
que en las llanuras de mi ardiente Patria
nacen del sol a la sonrisa y crecen,
y al soplo de las brisas del Océano
bajo un cielo purísimo se mecen?
Este recuerdo a mi pesar me viene...
Nada ¡oh Niágara! falta a tu destino,
ni otra corona que el aqueste pino
a tu terrible majestad conviene.
La palma, y mirto, y delicada Rosa,
muelle placer inspiran, y ocio blando
en frívolo jardín a ti la suerte
guardó más digno objeto, más sublime
el alma libre, generosa, fuerte
viene, te ve, se asombra,
el mezquino deleite menosprecia,
y aun se siente elevar cuando te nombra.
¡Omnipotente Dios! En otros climas
oí monstruos execrables
blasfemando tu nombre sacrosanto,
sembrar error y fanatismo impío,
los campos inundar en sangre y llanto,
de hermanos atizar la infanda guerra,
y desolar frenéticos la tierra.
Vilos, y el pecho se inflamó a su vista
en grave indignación. Por otra parte
vi mentidos filósofos que osaban
escrutar tus misterios, ultrajarte,
y de impiedad al lamentable abismo
a los míseros hombres arrastraban.
Por eso te buscó mi débil mente
en la sublime soledad: ahora
entera se abre a ti; tu mano siente
en esta inmensidad que me circunda,
y tu profunda voz hiere mi seno
de este raudal en el eterno trueno.
¡Asombroso torrente!
¡Cómo, tu vista el ánimo enajena,
y de terror y admiración me llena!
¿Do tu origen está? ¿Quién fertiliza
por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
hace que al recibirte
no rebose en la tierra el Océano?
Abrió el Señor su mano omnipotente;
cubrió tu faz de nubes agitadas,
dio su voz a tus aguas despeñadas,
y ornó con su arco tu terrible frente.
¡Ciego, profundo, infatigable corres,
como el torrente obscuro de los siglos
en insondable eternidad!... ¡Al hombre 
huyen así las ilusiones gratas,
los florecientes días,
y despierta al dolor! -¡Ay! agostada
yace mi juventud; mi faz marchita,
y la profunda pena que me agita
ruga mi frente de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
mi soledad y mísero abandono
y lamentable desamor... ¿Podría
en edad borrascosa
sin amor ser feliz? ¡Oh! si una hermosa
mi cariño fijase,
y de este abismo al borde turbulento
mi vago pensamiento
y ardiente admiración acompañase!
¡Cómo gozara, viéndola cubrirse
de leve palidez, y ser más bella
en su dulce terror, y sonreírse
al sostenerla mis amantes brazos!...
¡Delirios de virtud!... ¡Ay! desterrado,
sin patria, sin amores,
solo miro ante mí llanto y dolores.
¡Niágara poderoso!
¡A Dios! ¡A Dios! dentro de pocos años
ya devorado habrá la tumba fría
a tu débil cantor. ¡Duren mis versos
cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
viéndote algún viajero,
dar un suspiro a la memoria mía!
y al abismarse Febo en occidente
feliz yo vuele do el Señor me llama,
y al escuchar los ecos de mi fama
alce en las nubes la radiosa frente.
 
(En junio de 1824, cuando el poeta tenía 21 años: nació
en 1803).
 
 
EN UNA TEMPESTAD
Oda al huracán
 
Huracán, huracán, venir te siento
y en tu soplo abrasado
respiro entusiasmado
del Señor de los aires el aliento.
En las alas del viento suspendido
vedle rodar por el espacio inmenso,
silencioso, tremendo, irresistible
en su curso veloz. La tierra en calma
siniestra, misteriosa,
contempla con pavor su faz terrible.
¿Al toro no miráis? El suelo escarba
de insoportable ardor sus pies heridos,
la frente poderosa levantando,
y en la hinchada nariz fuego aspirando
llama la tempestad con sus bramidos!
¡Qué nubes! ¡qué furor! El sol temblando
vela en triste vapor su faz gloriosa,
y su disco nublado solo vierte
luz fúnebre y sombría,
que no es noche ni día
¡pavoroso color, velos de muerte!
Los pajarillos tiemblan y se esconden
al acercarse el huracán bramando,
y en los lejanos montes retumbando
le oyen los bosques, y a su voz responden.
Llega ya... ¿No le veis? ¡Cuál desenvuelve
su manto aterrador y majestuoso!...
¡Gigante de los aires, te saludo!...
En fiera confusión el viento agita
las orlas de tu parda vestidura...
¡Ved!... en el horizonte
los brazos rapidísimos enarca,
y con ellos abarca
cuanto alcanzo a mirar de monte a monte.
¡Oscuridad universal!... ¡Su soplo
levanta en torbellinos
el polvo de los campos agitados!...
En las nubes retumba despeñado
el carro del Señor, y de sus ruedas
brota el rayo veloz, se precipita,
hiere y aterra al suelo,
y su lívida luz inunda el cielo.
¿Qué rumor? ¿Es la lluvia?... Desatada
cae a torrentes, oscurece el mundo,
y todo es confusión, horror profundo.
Cielo, nubes, colinas, caro bosque,
¿Do estáis?... Os busco en vano:
desparecisteis... La tormenta umbría
en los aires revuelve un Océano
que todo lo sepulta...
Al fin, mundo fatal, nos se paramos:
el huracán y yo solos estamos.
¡Sublime tempestad! cómo en tu seno
de tu solemne inspiración henchido,
el mundo vil y miserable olvido
y alzo la frente, de delicia lleno!
¿Do está el alma cobarde
que teme tu rugir?... Yo en ti me elevo
al trono del Señor: oigo en las nubes
el eco de su voz: siento a la tierra
escucharle y temblar. Ferviente lloro
desciende por mis pálidas mejillas,
y su alta majestad trémulo adoro.
 
(En 1822 de los 19 años de su edad) 
 
 
HIMNO AL SOL, ESCRITO EN EL OCÉANO
 
En los yermos del mar, donde habitas,
Alza ¡oh Musa! tu voz elocuente:
lo infinito circunda tu frente,
lo infinito sostiene tus pies.
Ven: al bronco rugir de las ondas
une acento tan fiero y sublime,
que mi pecho entibiado reanime,
y mi frente ilumine, otra vez.
Las estrellas en torno se apagan,
se colora de rosa el Oriente,
y la sombra se acoge a Occidente,
y a las nubes lejanas del Sur:
y del Este en el vago horizonte,
que confuso mostrábase y denso,
se alza pórtico espléndido, inmenso
de oro, púrpura, fuego y azur.
¡Vedle ya!... Cuál gigante imperioso
alza el Sol su cabeza encendida...
¡Salve, padre de luz y de vida,
centro eterno de fuerza y calor!
¡Cómo lucen las olas serenas
de tu ardiente fulgor inundadas!
¡Cuál sonriendo las velas doradas
tu venida saludan, oh Sol!
De la vida eres padre: tu fuego
poderoso renueva este mundo:
aun del mar el abismo profundo
mueve, agita, serena tu ardor.
Al brillar la feliz primavera
dulce vida recobran los pechos,
y en dichosa ternura deshechos
reconocen la magia de amor.
Tuyas son las llanuras: tu fuego
de verdura las viste y de flores,
y sus brisas y blandos olores
feudo son a tu noble poder.
Aun el mar te obedece: sus campos
abandona huracán inclemente,
cuando en ellos reluce tu frente
y la calma se mira volver.
Tuyas son las montañas altivas
que saludan tu brillo primero,
y en la tarde tu rayo postrero
las corona de bello fulgor.
Tuyas son las cavernas profundas,
de la tierra insondable tesoro,
y en su seno el diamante y el oro
reconcentra tu plácido ardor.
Aun la mente obedece tu imperio,
y al poeta tus rayos animan;
su entusiasmo celeste subliman,
y te ciñen eterno laurel.
Cuando el éter dominas, y al mundo
con calor vivificas intenso,
que a mi seno desciendes yo pienso,
y alto Numen despiertas en él.
¡Sol! Mis votos humildes y puros
de tu luz en las alas envía
al Autor de tu vida y la mía,
al Señor de los cielos y el mar.
Calma eterna do quiera respira,
y velado en tu fuego le adoro:
si yo mismo, ¡mezquino! me ignoro,
¿cómo puedo su esencia explicar?
A su inmensa grandeza me humillo,
sé que vive, que reina y me ama,
y su aliento divino me inflama
de justicia y virtud en amor.
¡Ah! si acaso pudieron un día
vacilar de mi fe los cimientos,
fue al mirar sus altares sangrientos
circundados por crimen y error.
 
(En 1825 a los 22 años de su edad)
 


 ODA AL COMETA DE 1825
Que el autor supone ser el mismo que apareció en 1811
 
Planeta de terror, monstruo del cielo,
errante masa de perennes llamas
que iluminas e inflamas
los desiertos del Éter en tu vuelo;
¿Qué universo lejano
al sistema solar ora te envía?
¿Te lanza del Señor, la airada mano
a que destruyas en tu curso insano
del mundo la armonía?
¿Cuál es tu origen, astro pavoroso?
El sabio laborioso
para seguirte se fatiga en vano,
y más allá del invisible Urano
ve abismarse tu carro misterioso;
¿El influjo del sol allá te alcanza,
o una funesta rebelión te lanza
a ilimitada y férvida carrera?
Bandido inaquietable de la esfera,
¿Ningún sistema habitas,
y tan cerca del sol te precipitas
para insultar su majestad severa?
Huye su luz, y teme que indignado
a su vasta atracción ceder te ordene,
y entre Jove y Saturno te encadene,
de tu brillante ropa despojado.
Mas si tu curso con furor completas,
y le hiere tu disco de diamante,
arrojarás triunfante
al sistema solar nuevos planetas.
Astro de luz, yo te amo. Cuando mira
tu faz el vulgo con asombro y miedo,
yo, al contemplarte ledo,
elévome al Criador: mi mente admira
su alta grandeza, y tímida le adora.
y no tan solo ahora
en mi alma dejas impresión profunda:
ya de la noche en el brillante velo,
de mi niñez en los ardientes días,
a mi agitada mente parecías
un volcán en el cielo.
El ángel silencioso
que ora inocente dirección te inspira,
se armará del Señor con la palabra
cuando del libro del destino se abra
la página sangrienta de su ira.
¡Entonces furibundo
chocarás con los astros, que lanzados
volarán de sus órbitas, hundidos
en el éter profundo,
y escombros abrasados
de mundos destruidos
llevarán el terror a otro sistema!...
Tente, Musa: respeta el velo obscuro
con que de Dios la majestad suprema,
envuelve la región de lo futuro:
tú, cometa fugaz, ardiente vuela,
y a millones de mundos ignorados
al Hacedor magnífico revela.
 
 
ODA A LA NOCHE
 
Reina la noche: con silencio grave
gira los sueños en el aire vano;
cándida, pura, el silencioso llano
viste la luna de su luz suave.
¡Hora de paz!... Aquí, do a nadie miro,
en esta cumbre, alzado,
heme, Señor, del mundo abandonado.
¡Cómo embelesa la quietud augusta
de la natura, a la sensible alma
que oye su voz, y en deleitosa calma
de esta mansión y su silencio gusta!
Grato silencio, que interrumpe el río
distante murmurando,
o en las hojas el viento susurrando.
Ya de la noche con el fresco ambiente
gira en lánguidas alas el reposo,
que vela fiel bajo del cielo umbroso
y huye la luz del sol resplandeciente.
Invisible con él y misterioso
en llano y montes yace
el bello horror, que contristando place.
¡Cómo en el alma estática se imprime
el delicioso y triste pensamiento!
¡Cómo el cuadro feliz que miro atento
es a par melancólico y sublime!
¡Ah! su paz de la música prefiero
al eco poderoso
con que se anima el baile bullicioso.
Allí en salón soberbio, por do quiera
terso cristal duplica los semblantes:
de oro vestida y perlas y diamantes
hermosura gentil danza ligera,
y con sus gracias y afectado hechizo
de mil adoradores
lleva tras sí los votos y loores.
¡Admirable es aquesto! Yo algún día,
de la simple niñez salido apenas,
en los bailes magníficos y cenas
de mi amor al objeto perseguía;
y atesoré con mágica ventura
de la Joven amada
un suspiro fugaz, una mirada.
Mas ya por los pesares abatido,
y a languidez y enfermedad ligado,
muy más me place que salón dorado
Este llano en la noche oscurecido;
a la brillante danza prefiriendo
el meditar tranquilo
bajo este cielo, en inocente asilo.
¡Ah! bríllenme por siempre las estrellas
en un cielo tan puro como ahora,
y a la alta mano de mi ser Autora
puédame yo elevar, viéndola en ellas.
A ti, Dios de los cielos, en la noche
alzo en humilde canto
la dolorosa voz de mi quebranto.
Te saludo también, amiga luna:
siempre tierno te amé, reina del cielo:
siempre fuiste mi hechizo, mi consuelo,
en la adversa y la próspera fortuna.
Tú sabes cuantas veces anhelando
gozar tu compañía,
maldije el brillo del ardiente día.
Asentado tal vez a las orillas
del mar, cuyo cristal te retrataba
en cavilar dulcísimo pasaba
las leves horas en que leda brillas;
y recordando mi nublada gloria,
miré tu faz serena
y en tierno llanto desahogué mi pena.
¡Mas ay! el pecho con dolor palpita,
herido ya de consunción tirana,
y cual tú al esplendor de la mañana,
palidece mi rostro y se marchita.
Cuando caiga por fin, inunde al menos
esa luz calma y pura
de tu amigo la humilde sepultura...
...Mas, ¿qué canto suavísimo resuena
del inmediato bosque en la espesura?
Es tu voz, ruiseñor, que de ternura
en dulce soledad mi pecho llena.
Siempre te amé, porque debiste al cielo
genio triste y sombrío,
tierno y agreste, como el genio mío.
Perezca el que a tu nido te arrebata,
y porque gimas gusta de oprimirte:
¿Por qué no viene como yo a seguirte
del bosque espeso entre la sombra grata?
Salta libre y feliz de ramo en ramo
en torno de tu nido,
que a nadie quiero esclavo ni oprimido.
Noche, antigua deidad, que el caos profundo
produjo antes que al sol, y al sol postrero
has de sobrevivir, cuando severo
el brazo del Señor trastorne el mundo;
óyeme: tú serás mientras me dure
este soplo de vida
celebrada por mí, de mi querida.
Antes del primer tiempo, sepultada
del caos en el vértice yacías:
inspirada tal vez ya preveías
a tu beldad la gloria destinada;
y ociosa, triste, en el sombroso velo
tu frente rebozabas,
y en el futuro imperio meditabas.
A la voz del Criador, del Océano
reina saliste, el cetro levantando,
de estrellas coronada, desplegando
el manto rico por el éter vano;
y al mundo silencioso deleitaba
en tu frente severa
de la alma luna la argentada esfera.
¡Cuántas altas verdades he aprendido]
en tu solemne horror, sublime diosa!
En el silencio de la selva umbrosa
¡Cuántas inspiraciones te he debido!
En ti miro al Criador, y arrebatado
de fervoroso anhelo,
pulso mi lira y me levanto al cielo.
¡Salve, gran diosa! en tu apacible seno
déjame consolar y recrearme:
tu bálsamo feliz puede aliviarme
el triste pecho de dolores lleno.
¡Noche, de los poetas y almas tiernas
dulce, piadosa amiga,
en blanda paz convierte mi fatiga!
 
 
CALMA EN EL MAR
Letrilla
 
El cielo está puro,
la noche tranquila,
y plácida reina
la calma en el mar.
En su campo inmenso
el aire dormido
la flámula inmóvil
no puede agitar.
Ninguna brisa
llena las velas,
ni alza las ondas
viento vivaz.
En el Oriente
débil meteoro
brilla y disípase
leve, fugaz.
Su ebúrneo semblante
nos muestra la luna,
y en torno la ciñe
corona de luz.
El brillo sereno
argenta las nubes
quitando a la noche
su pardo capuz.
Y las estrellas,
cual puntos de oro,
en todo el cielo
vense brillar.
Como un espejo
terso, bruñido,
las luces trémulas
refleja el mar.
La calma profunda
de aire, mar y cielo
al ánimo inspira
dulce meditar.
Angustias y afanes
de la triste vida,
mi llagado pecho
quiere descansar.
Astros eternos
lámparas dignas
que ornáis el templo
del Hacedor.
Sedme la imagen
de su grandeza
que lleve al ánima
santo pavor.
¡Oh piloto! La nave prepara:
a seguir tu derrota disponte,
que en el puro, lejano horizonte
se levanta la brisa del sur:
y la zona que oscura lo ciñe
cual la luz presurosa se tiende,
y del mar, cuyo espejo se hiende,
muy más bello parece el azul.
 
 
Poesías
José María Heredia
 
 



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