Poemas de el gran poeta
Leandro Fernández de Moratín

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(parte 2)


Oda
A D. Gaspar de Jovellanos

Id en las alas del raudo céfiro,
humildes versos, de las floridas
vegas que diáfano fecunda el Arlas,
adonde lento mi patrio río
ve los alcázares de Mantua excelsa,
id, y al ilustre Jovino, tanto
de vos amigo, caro a las Musas,
para mí siempre numen benévolo,
id, rudos versos, y veneradle;
que nunca, o rápidas las horas vuelen,
o en larga ausencia viva remoto,
olvida méritos suyos Inarco.
No, que mil veces su nombre presta
voz a mi cítara, materia al verso,
y al numen tímido llama celeste.
Yo le celebro, y al son armónico
toda enmudece la selva umbría,
por donde el Tajo plácidas ondas
vierte, del árbol sacro a Minerva
la sien ceñida, flores y pámpanos.
Tal vez sus Ninfas girando en torno
sonora espuma cándida rompen,
del cuello apartan las hebras húmidas,
y el pecho alzando de formas bellas,
conmigo al ínclito varón aplauden;
dando a los aires coros alegres,
que el eco en grutas repite cóncavas.
 
 
 
 
Soneto
Las musas

Sabia Polimnia en razonar sonoro,
verdades dicta, disipando errores
mide Urania los cercos superiores
de los planetas y el luciente coro.
 
Une en la historia al interés decoro
Clio, y Euterpe canta los pastores
mudanzas de la suerte y sus rigores,
Melpómene feroz, bañada en lloro.
 
Caliope victorias: danzas guía
Terpsícore gentil. Erato en rosas
cubre las flechas del Amor y el arco.
 
Pinta vicios ridículos Tala,
en fábulas que anima, deleitosas;
y ésta le inspira al español Inarco.
 
 
 
Oda
A los colegiales de S. Clemente de Bolonia

¿Por qué con falsa risa
me preguntáis, amigos,
El número de lustros que cumplí?
Y en la duda indecisa
citáis para testigos,
los que huyeron aprisa
crespos cabellos que en mi frente vi.
 
Pues no los años fueron
los que con mano dura
Me los llevaron, ni doliente ardor;
parte al afán cedieron
que el estudio procura,
parte despojos dieron
a tus victorias, ceguezuelo Amor.
 
¿Veis que en mi rostro imprima
el tiempo sus pisadas,
la lengua turbe, o debilite el pie?
¿Veis que mi espalda oprima?
¿O de brillar cansadas,
la actividad reprima
de entrambas luces con que siempre hablé?
Pues si el ardiente brío,
que la edad deteriora
con su fuga veloz, existe en mí:
¿No es vano desvarío
vuestra demanda ahora?
Si alegre canto y río,
soy joven fuerte, como joven fui.
 
Lo soy, y vigoroso
siento que late y vive,
propenso a la virtud, mi corazón;
y en placer delicioso
afectos mil recibe
movimiento dichoso
del alma, si los templa la razón.
 
Tal vez Febo me envía
entusiasmo divino,
que a la helada vejez repugna dar;
y la nueva armonía
de idioma peregrino,
las Náyades que cría
el Reno humilde, salen a escuchar.
 
Seguidme, y al umbroso
bosque, mansión de Flora,
que el templo cerca del Amor, venid.
Dadme, dadme oloroso
incienso y la sonora
cítara, y de frondoso
mirto mis sienes cándidas ceñid.
 
Mancebos y doncellas
cantan el himno sacro,
y la pompa solemne comenzó.
¿Veis que llegaron ellas,
y en torno al simulacro
esparcen flores bellas,
y el coro de los jóvenes siguió?
 
Yo con estos unido
presentaré mis dones,
cuando postrados ante el ara estén.
Del certero Cupido
sintieron los arpones...
¡Ay!, que en vano he querido
burlar sus tiros, y me hirió también.
 
 
 
Inscripción

Grabada, según refieren los autores árabes, en el sepulcro de
Almanzor Alhagib, de Córdoba

No existe ya; pero dejó en el orbe
tanta memoria de sus altos hechos,
que podrás admirado conocerle,
cual si le vieras hoy presente y vivo.
Tal fue, que nunca en sucesión eterna
darán los siglos adalid segundo,
que así, venciendo en lides, el temido
Imperio de Ismael acrezca y guarde.
 
 
 
 
Cántico
Los padres del limbo

CORO
¡Oh! cuanto padece
de afanes cercada,
merced al engaño de fiero enemigo,
en largo castigo la prole de Adán.
 
¡Oh!, vuelva a nosotros la luz deseada,
y dé sus promesas el cielo cumplidas,
que ya repetidas en sombras están.
 
VOZ 1ª
¿Cuando, señor, la esclavitud y el llanto
cesará de Israel? Llegando el día
en que aparezca el vencedor, el santo,
el que rompa la barbara cadena
que en servidumbre impía
lleva tu pueblo. El hombre inobediente
perdió de Edén la habitación serena:
Espada refulgente
vibró en sus puertas Serafín airado,
y a la inocencia sucedió el pecado
mas no de tus piedades
pudo la culpa humana
el raudal extinguir, que es infinito,
y tú, señor, el numen poderoso
que goza en perdonar. Tu soberana
diestra sepulta montes y ciudades,
en abismo profundo
de universal diluvio proceloso,
que de los hombres castigó el delito;
pero diste a la tierra Adán segundo,
grato admitiste su obediente celo
y sus ofrendas puras,
y el iris de la paz brilló en el cielo.
Si en el Egipto ardiente
padece servidumbre
la estirpe de Jacob, tú la aseguras
en la fuga que intenta portentosa,
tú disipas la fiera muchedumbre
que la persigue en vano.
Abre su centro el mar, y en espumosa
tumba sepulta al pertinaz tirano,
sus carros y caballos precipita:
das a tu pueblo, sin lidiar, victoria,
y al estruendo del tímpano sonante
himnos te canta de alabanza y gloria.
 
VOZ 2ª
Mucho, señor, hiciste;
y prometiste más. Debe la tierra
ver un caudillo, en venturoso día,
que los furores de discordia y guerra
calme, y en alegría
de amor y dulce paz domine eterno.
Las puertas del Averno
cederán a su voz omnipotente:
quebrantará las bóvedas obscuras,
huyendo el monstruo que se esconde en ellas,
abrasada la frente
con rayo vengador. El poderoso,
el grande, el hijo de David, las puras
auras rompiendo, llevará sus huellas
adonde el astro de la luz preside,
y mas allá del sol: acompañado
de la turba de justos numerosa,
que los caminos de virtud siguieron,
Y del primer pecado
sufren la pena en cárcel pavorosa.
 
CORO
Huyan los años en rápido vuelo,
goce la tierra durable consuelo,
mire a los hombres piadoso el señor.
 
VOZ 3ª
Ven, prometido
jefe temido.
Ven, y triunfante
lleva delante
paz y victoria:
llene tu gloria
de dicha el mundo,
llega, segundo
Legislador.
 
CORO
Huyan los años con rápido vuelo,
goce la tierra durable consuelo,
mire, a los hombres piadoso el señor.
 
 
 
Soneto
Junio Bruto

Suena confuso y misero lamento
por la ciudad: corre la plebe al foro,
y entre las haces que le dan decoro
ve al gran senado en el sublime asiento.
 
Los cónsules allí. Ya el instrumento
de Marte llama la atención sonoro
arde el incienso en los altares de oro,
y leve el humo se difunde al viento.
 
Valerio alza la diestra: en ese instante
al uno y otro joven infelice
hiere el lictor, y sus cabezas toma.
 
Mudo terror al vulgo circunstante
ocupa. Bruto se levanta y dice:
«Gracias, Jove inmortal: ya es libre Roma.»
 
 
 
Oda
Traducción de Horacio

Rumbo mejor, Licino,
seguirás no engolfándote en la altura,
ni aproximando el piro
a playa mal segura,
por evitar la tempestad obscura.
 
El que la medianía
preciosa amó, del techo quebrantado
y pobre se desvía
como del envidiado
Alcázar, de oro y pórfidos labrado.
 
Muchas veces el viento
árboles altos rompe: levantadas
torres, con mas violento
golpe caen arruinadas
hiere el rayo las cumbres elevadas.
 
No en la dicha confía
El varón fuerte, en la aflicción espera
más favorable día:
Jove la estación fiera
del hielo vuelve en grata primavera.
 
Si mal sucede ahora,
no siempre mal será. Tal vez no excusa
con cítara sonora
Febo, animar la Musa;
Tal vez el arco por los bosques usa.
 
En la desgracia sabe
mostrar al riesgo el corazón valiente;
y si el viento tu nave
sopla serenamente,
la hinchada vela cogerás prudente.
 
 
 
Epístola
A D. Simón Rodríguez Laso, rector del colegio de S. Clemente de
Bolonia

Laso, el instante que llamamos vida,
¿Es poco breve, di, que el hombre deba
su fin apresurar? O los que al mundo
naturaleza dio males crueles,
¿Tan pocos fueron, que el error disculpe
con que aspiramos a crecer la suma?
 
¿Ves afanarse en modos mil, buscando
riquezas, fama, autoridad y honores,
la humana multitud ciega y perdida?
Oye el lamento universal. Ninguno
verás que a la deidad con atrevidos
votos no canse, y otra suerte envidie.
Todos, desde la choza mal cubierta
de rudos troncos, al robusto alcázar
de los tiranos donde truena el bronce,
infelices se llaman. ¡Ay!, y acaso
todos lo son: que de un afecto en otro,
de una esperanza, y otra, y mil, creídos;
hallan, huyendo el bien, fatiga y muerte.
Así buscando el navegante asturo
la playa austral, que en vano solicita,
si ve, muriendo el sol, nube distante,
allá dirige las hinchadas lonas.
Su error conoce al fin; pero distingue
monte de hielo entre la niebla obscura,
y a esperar vuelve, y otra vez se engaña:
hasta que horrible tempestad le cerca,
braman las ondas, y aquilón sañudo
el frágil leño en remolinos hunde,
o yerto escollo de coral le rompe.
 
La paz del corazón, única y sola
delicia del mortal; no la consigue
sin que el furor de su ambición reprima,
sin que del vicio la coyunda logre
intrépido romper. Ni hallarle espere
en la estrechez de sórdida pobreza,
que las pálidas fiebres acompañan
la desesperación y los delitos,
ni los metales que a mi rey tributa.
Lima opulenta poseyendo. El vulgo
vano, sin luz, de la fortuna adora
el ídolo engañoso; la prudente
moderación es la virtud del sabio.
 
Feliz aquel que en áurea medianía,
ambos extremos evitando, abraza
ignorada quietud. Ni el bien ajeno
su paz turbó, ni de insolente orgullo
las iras teme, ni el favor procura:
suena en su labio la verdad, detesta
al vicio; aunque del orbe el cetro empuñe
y envilecida multitud le adore,
libre, inocente, obscuro, alegre vive:
a nadie superior, de nadie esclavo.
 
¿Pero cual frenesí la mente ocupa
del hombre, y llena su existencia breve
de angustias y dolor? Tú, si en las horas
de largo estudio el corazón humano
supiste conocer, o en los famosos
palacios, donde la opulencia habita,
la astucia y corrupción; ¿hallaste alguno
de los que el aura del favor sustenta,
y martiriza áspera sed de imperio,
que un placer guste, que una vez descanse?
¡Y cómo burla su esperanza, y postra
la suerte su ambición! Los sube en alto,
para que al suelo con mayor ruina
se precipiten. Como en noche oscura
centella artificial los aires rompe.
La plebe admira el esplendor mentido
de su rápida luz; retumba y muere.
 
¿Ves, adornado con diamantes y oro,
de vestiduras séricas cubierto
y púrpuras del sur, que arrastra y pisa,
al poderoso audaz? ¿La numerosa
turba no ves, que le saluda humilde?
Ocupando los pórticos sonoros
de la fábrica inmensa, que olvidado
de morir, ya decrépito, levanta.
¡Ay!, no le envidies; que en su pecho anidan
tristes afanes. La brillante pompa,
esclavitud magnífica, los humos
de adulación servil, las militares
puntas que entorno a defenderle asisten,
ni los tesoros que avariento oculta,
ni cien provincias a su ley sujetas,
alivio le darán. Y en vano al sueño
invoca en pavorosa y luenga noche;
busca reposo en vano, y por las altas
bóvedas de marfil vuela el suspiro.
 
¡Oh, tú del Arlas vagaroso, humilde
orilla, rica de la mies de Ceres,
de pámpanos y olivos! ¡Verde prado
que pasta mudo el ganadillo errante,
áspero monte, opaca selva y fría!
¿Cuándo será que habitador dichoso
de cómodo, rural, pequeño albergue,
templo de la Amistad y de las Musas,
al cielo grato y a los hombres, vea
en deliciosa paz los años míos
volar fugaces? Parca mesa, ameno
jardín, de frutos abundante y flores,
que yo cultivaré, sonoras aguas
que de la altura al valle se deslicen,
y lentas formen transparente lago
a los cisnes de Venus, escondida
gruta de musgo y de laurel cubierta,
aves canoras, revolando alegres,
y libres como yo, rumor suave
que en torno zumbe del panal hibleo,
y leves auras espirando olores;
esto a mi corazón le basta... Y cuando
llegue el silencio de la noche eterna,
descansaré, sombra feliz, si algunas
lágrimas tristes mi sepulcro bañan.
 
 
 
Inscripción
Para la cortina de un teatro

Vicios corrige la vivaz Talia,
con risa y canto y máscara engañosa,
y el nacional adorno que se viste.
Melpómene, la faz majestuosa
bañada en lloro, al corazón envía
piedad, terror, cuando declama triste.
 
 
 
Oda
Con motivo de la fiesta secular celebrada en Lendinara (estado
veneciano) a honor de la Virgen nuestra señora. Año de 1795.

Ya los felices
campos que corona
profundo el Po, y el Atesis fecunda,
oigo sonar con voces de alegría
que repiten los ecos.
 
Llena de pueblo, Lendinara humilde,
hoy los altares religiosa adorna
de la tierna doncella, a cuya planta
yace el dragón temido.
 
Mármoles y oro que su templo visten
fúlgidos brillan, y a los corvos techos,
que el pincel abultó de formas bellas,
sube el incienso en humo.
 
Al venerado simulacro en torno
votos ofrecen: dulce melodía
hiere los aires, y en acordes himnos
alto numen adoran.
 
Madre piadosa que el lamento humano
calma, y el brazo vengador suspende,
cuando al castigo se levanta y tiembla
de su amago el Olimpo.
 
Ella su pueblo cariñosa guarda
ella disipa los acerbos males
que al mundo cercan, y a su imperio prontos
los elementos ceden.
 
Basta su voz a conturbar los senos
donde, cercado de tiniebla eterna,
reina el tirano aborrecido: origen
de la primera culpa.
 
Basta su voz a serenar del hondo
mar, que los vientos rápidos agitan,
las crespas olas, y romper las nubes
donde retumba el trueno.
 
O ya la tierra con rumor confuso
suene, y el fuego que su centro oculta
haga los montes vacilar, cayendo
los alcázares altos.
 
O ya, sus alas sacudiendo negras,
el austro aliento venenoso esparza,
y a las naciones populosas lleve
desolación horrible:
 
Ella invocada, de el sublime asiento
desde donde a sus pies ve las estrellas,
quietud impone al mundo, y los estragos
cesan, y huye la muerte.
 
¡Oh!, celebradla: y el dichoso día,
que nos detuvo perezoso el tiempo,
de fe, de gratitud, ejemplo sea
a los futuros siglos.
 
Y si no es dado que mi lengua alterne
en ritmo ausonio y sus elogios cante;
ella comprehende, aunque de voz carezca,
el idioma del alma.
 
Sí, tú me inspira, y en amor divino
arda por ti mi corazón, y anhele
solo adorarte, como los eternos
espíritus te adoran
 
Que nada estorba para serte grato,
Virgen hermosa, que en hispano verso
rudo, sin arte, humilde te celebre;
si religión le dicta.
 
En él te invoca de esperanza llena,
mi madre España: que a tu culto santo,
hasta el vencido antípoda remoto,
aras dedica y templos.
 

Soneto
Rodrigo

Cesa en la octava noche el ronco estruendo
de la sangrienta, militar porfía:
el campo godo destrozado ardía
con llama, que descubre estrago horrendo.
 
Rodrigo en tanto, su peligro viendo,
por ignorada senda se desvía,
y muerto Orelia, entre la sombra fría,
herido y débil se acelera huyendo.
 
En vano el Lete con raudal undoso
el paso estorba al príncipe, a quien ciega
de cadena o suplicio el justo espanto.
 
Surca las aguas. Cede al poderoso
ímpetu, espira el infeliz; y entrega
el cuerpo al fondo, a la corriente el manto.
 
 
 
 
Epístola
A D. Gaspar de Jovellanos

Sí, la pura amistad, que en dulce nudo
nuestras almas unió, durable existe,
Jovino ilustre; y ni la ausencia larga,
ni la distancia, ni interpuestos montes,
y proceloso mar que suena ronco,
de mi memoria apartarán tu idea.
 
Duro silencio a mi cariño impuso
el son de Marte; que suspende ahora
la paz, la dulce paz. Sé que en obscura,
deliciosa quietud, contento vives:
siempre animado de incansable celo
por el público bien, de las virtudes
y del talento protector y amigo.
 
Estos que formo de primor desnudos,
no castigados de tu docta lima,
fáciles versos, la verdad te anuncien
de mi constante fe; y el cielo en tanto
vuélvame presto la ocasión de verte
y renovar en familiar discurso,
cuanto a mi vista presentó del orbe
la varia escena. De mi patria orilla
a las que el Sena turbulento baña,
teñido en sangre, del audaz britano
 
Dueño del mar, al aterido belga,
del Rhin profundo, a las nevadas cumbres
del Apenino, y la que en humo ardiente
cubre y ceniza a Nápoles canora;
pueblos, naciones visité distintas,
útil ciencia adquirí, que nunca enseña
docta lección en retirada estancia;
que allí no ves la diferencia suma
que el clima, el culto, la opinión, las artes,
las leyes causan. Hallarásla solo,
si al hombre estudias en el hombre mismo.
 
Ya el crudo invierno que aumentó las ondas
del Tibre, en sus orillas me detiene,
de Roma habitador. ¡Fuéseme dado
vagar por ella, y de su gloria antigua,
contigo examinar los admirables
restos que el tiempo, a cuya fuerza nada
resiste, quiso perdonar! Alumno
tú de las Musas y las artes bellas,
oráculo veraz de la alma historia;
¡Cuánta doctrina al afluente labio
dieras, y cuántas, inflamado el numen,
imágenes sublimes hallarías
en los destrozos del mayor imperio!
 
Cayó la gran ciudad que las naciones
más belicosas dominó, y con ella
acabó el nombre y el valor latino;
y la que osada, desde el Nilo al Betis,
sus águilas llevó, prole de Marte,
adornando de bárbaros trofeos
el Capitolio, conduciendo atados
al carro de marfil reyes adustos,
entre el sonido de torcidas trompas
y el ronco aplauso de los anchos foros,
la que dio leyes a la tierra; horrible
noche la cubre, pereció. Ni esperes
en la que existe descendencia obscura,
torpe, abatida, del honor primero,
de la antigua virtud hallar señales.
 
Estos desmoronados edificios,
informes masas que el arado rompe,
circos un tiempo, alcázares, teatros,
termas, soberbios arcos y sepulcros;
donde (fama es común ) tal vez se escucha
en el silencio de la sombra triste,
lamento funeral, la gloria acuerdan
del pueblo ilustre de Quirino, y solo
esto conserva a las futuras gentes,
la señora del mundo, ínclita Roma.
¿Esto y no más, de su poder temido,
de sus artes quedo? ¡Que no pudieron
ni su virtud, ni su saber, ni unida
tanta opulencia, mitigar del hado
la ley tremenda o dilatar el golpe!
 
¡Ay!, si todo es mortal, si al tiempo ceden
como la débil flor los fuertes muros,
si los bronces y pórfidos quebranta,
y los destruye, y los sepulta en polvo;
¿Para quién guarda su tesoro intacto
el avaro infeliz? ¿A quien promete
nombre inmortal la adulación traidora,
que la violencia ensalza y los delitos?
¿Por qué a la tumba presurosa corre
la humana estirpe, vengativa, airada,
envidiosa...? ¿De qué? Si cuanto existe,
y cuanto el hombre ve, todo es ruinas.
 
Todo, que a no volver huyen las horas
precipitadas, y a su fin conducen
de los altos imperios de la tierra
el caduco esplendor. Solo el oculto
numen, que anima el universo, eterno
vive, y él solo es poderoso y grande.
 
  
 
Soneto
Cuentas de Eliodora, saltatriz

Siete duros al mes de peluquero:
para calzarme nueve: las criadas,
que necesito dos, no están pagadas,
si no les doy cien reales en dinero.
 
Diez duros al bribón de mi casero:
telas, plumas, caireles, arracadas,
blondas, medias; hechuras y puntadas
de madama Burlet, y del platero,
 
noventa duros, poco más. -Noventa,
diez, siete, nueve, cinco... ¿Y la comida?
-Yo la quiero pagar, y somos cuatro.
 
-¿Y esto en un mes?-Si a usted no le contenta...
-Sí, calla. -Bien. ¡Hermosa de mi vida!...
¡Ay! del que tiene amor en el teatro!
 
 
 
Canto
En lenguaje y verso antiguo
Al príncipe de la Paz

A vos el apuesto complido garzón
asmándovos grato la péñola mía,
vos faz omildosa la su cortesía
con metros polidos vulgares en son;
ca non era suyo latino sermón
trobar, e con ese decirvos loores
calonges e prestes, que son sabidores,
la parla vos fablen de Tulio y Marón.
 
Por ende, si tanto la suerte me da,
maguer que vos diga roman paladino,
fiducia me viene que lueñe e vecino
la gen acuciosa mi carta verá:
e vuesas faciendas que luego dirá
gravedosa estoria por modo sotil,
serán de Castilla mil eras e mil
membranza placiente que non finirá.
 
E tanto merece falagos e amor
aquel que alegroso nos dio bienandanza,
e al común conorte la mucha amistanza
ovo de Don Carlos, el nueso señor.
Sepades, le dijo, buen alcanzador
que en todo el mi regno vos fago imperante
a tal que del sceptro dorado, pesante,
la grave fadiga semege menor.
 
Catad que mis fijos demandan de mí
de ser aducidos en sancta equidad:
a non acuitallos las mientes parad:
en algos abonden e pan otrosí;
e cuando mis tierras (que tal non creí)
mesnadas de allende osaren correr,
faced a los amos punar e vencer,
ca siempre ganosos de liza los vi.
 
E ved non fallezcan a tal ocasión
lorigas, paveses, e todo lo al,
e mucho trotero ardido e leal
de los más preciados que en Córdoba son,
e fustas, con luengo ferrado espolón,
guarnidas de tiros que lancen pelotas:
non cuide aviltarnos, mandando sus flotas
al nueso lindero, la escora Albión.
 
E guay, non aduzga mintrosa la paz
al valor nativo dañinos placeres,
nin seyan sofridos los vanos saberes
que al mundo mancillas le dieron asaz
allí do pregonan olganza e solaz,
allí rudo vulgo e sandio declina,
divaga sañoso, virtud abomina;
que tanto en él vale locuela sagaz.
 
Empero non yaga de error circuido;
la sciencia le amuestre su puro claror,
non cure atristado ventura mayor,
en buen regimiento guardado e punido:
ansi el caballero ruando lucido,
acucia o detiene la alfana que monta,
e parte, al agudo estímulo pronta,
o párase dócil el freno sentido.
 
A tal platicaba la su señoría,
e cedo el magnate respuso a Don Rey:
non fuera nascido de alcuña de ley
se al vueso talante non obedescia.
Solene omenaje falto e pleitesía,
(e dijol tomando la cruz del espada)
que finque la vuesa merced acatada,
e España recabde su prez e valía.
 
De entonce colmalla de bienes cuidó:
la paz se posara a su lado yocunda,
la cuita fenesce, de frutos abunda
el suelo que en sangre la guerra alagó,
la su dulcedumbre temores quitó
del home entorpido que yaz en tristura,
e quisto de buenos la su derechura
le fiz, é al mico sañoso aterró.
 
E vímosle a guisa de diestro adalid,
faciendo reseña la hueste real,
mandar sus hileras, e a son de atabal
poner a los ojos la marcha e la lid:
ansi de los muros miró de Madrid
la plebe agarena venir a cercalla,
desnuda tizona, en tren de batalla,
al bravo cabdillo que digeron Cid.
 
¡Oh, fuérale dado seguir el pendón
que bordan castillos, cruces e leones,
romper azañoso por los escuadrones
bárbaros, de sangre teñido el trotón!
Tímidos fuyeran jinete e peón,85
en llama apurando sus tiendas caídas
e a la funérea matanza e feridas,
cuidaran que fuese Jacobo el patrón.
 
Devélalo empero la pro comunal,
e del alto alcázar do tiene su silla.
Segundo en potencia le acata Castilla;
sotil palaciano, sirviente leal:
largosa, por ende, la mano real
quisiera abastalle de dones subidos;
cual nunca de alguno non fueron habidos,
siquier home bueno, siquier principal.
 
E ved de cual arte ser quito pensó
el rey, que sesudo catara sus fechos:
ayúntale dende con nudos estrechos
al mesmo avolorio de donde nasció;
e luego e si voceros mandó
que cedo a la rica Toledo se vayan,
e aquesa manceba garrida le trayan,
fija del Infante que Dios perdonó.
 
La flor de lindeza, donaire e mesura,
en ella se adunan, la bien paresciente:
de rojos corales su boca riente,
sobrando a la nieve su tez en albura,
la luz de sus ojos espléndida e pura,
la voz falagosa, gentil su ademán;
Florinda, la causa del nueso desmán,
non ovo tal gesto, nin tal apostura.
 
¡Oh!, vivan entrarnos en plácida unión,
no nunca empescida de fado siniestro,
seyendo en el silo criminoso nuestro
de virtud ecelsa dechado e blasón
la fama, do quiera, con alto pregón,
su prole ventura perínclita cante,
e aquisten ilustre memoria durante
su nome, sus fechos, su clara nación.
  
 
 
Epigrama
A un niño llorando en los brazos de su madre
Traducción del inglés

Tú que gimes doliente,
bañando en lloro de tu madre el seno,
mientras que todo en torno es alegrías;
¡Oh!, vive a la virtud; niño inocente:
porque al venir la noche eterna, lleno
lo dejes todo de dolor vehemente,
y tú contento rías.
 
 
 
 
Epístola
A la marquesa de Villafranca
Con motivo del nacimiento de su hijo primogénito, Conde
de Niebla

Faltó mi anuncio, y generoso el cielo,
más que yo pude prevenir, destina
felicidades a tu casa ilustre,
cuando de tu cariño el digno fruto,
señora, al mundo das. Juzgué que vieras
tu sexo y gracias repetirse, y toda
tu hermosura gentil, en la querida
prenda que ya dulce te mira y ríe.
¡Oh, vana predicción! Mayor cuidado
merece al Numen que sustenta el orbe
de los Toledos la prosapia excelsa
premios más altos la virtud merece,
el tierno y casto amor, la no manchada
pureza conyugal. Mira cumplidos
los votos ya de tu feliz esposo,
y los tuyos también, y los de tantos
pueblos que en ti ven su señora y madre.
 
Ése que duermes en ebúrnea cuna
pequeño infante, es un Guzmán; de aquella
estirpe clara sucesor que un día
fue de la patria impenetrable escudo,
y en su defensa derramó inflexible
la propia sangre. De Tarifa el alto
muro, sitiado de agarenas huestes,
supo guardar su generoso abuelo.
Vio de cadenas sin piedad ceñido
el joven infeliz, oyó sus voces,
y el ruego y llanto de doliente esposa,
y supo ser leal. Le ofrece el moro
pactos indignos, y amenaza al cuello
del inocente, si Guzmán resiste;
él se desciñe la temida espada,
la tira al campo y, si no quieres, dijo,
la tuya ensangrentar, ésa es la mía.
 
¡Oh constancia! ¡Oh valor! Vive precioso
niño, y el claro ejemplo que los tuyos,
Te dan, imita. Vive, si de tanta
ilustre acción te ha de inflamar la gloria.
Que ya del vicio y corrupción infame
harto el estrago se difunde y crece.
La disciplina militar, el celo
por el público bien, costumbres puras
faltaron... Vive: que la patria nuestra,
honor, virtud, Guzmanes necesita.
 
 
 
 
Romance
Más vale callar

¿Qué será que habiendo sido
la Musa que tanto honráis,
en obedeceros pronta,
con sumisa voluntad;
 
hoy tan perezosa esté,
que no me quiere inspirar
los versos que me pedís,
si cuando pedís, mandáis?
 
¿Acaso pudo el deseo
de complaceros faltar,
o acabaron los calores
con su vena perenal?
 
¿O, fatigada tal vez,
de traducir y firmar,
tiempo la falta y humor
para ser original?
 
Y en tanto, a mí se me acusa
de indolente y holgazán;
ella se abanica y ríe,
yo me apuro, y vos instáis.
 
¿Que la cuesta en libres versos
maldecir y murmurar,
sátiras dictando alegres,
llenas de pimienta y sal?
 
¿Acaso la edad presente
tan corta materia da?
¿Tan leves son nuestros vicios?
¿Tan pocas locuras hay?
 
Si la mandaran fingir,
y con astucia falaz,
aplaudir los desaciertos,
los delitos adorar
 
Yo el primero disculpara
su silencio pertinaz:
que es mejor cuando el asunto
obliga a mentir, callar;
 
Pero si queréis que sólo
dicte sátira mordaz:
¿No es decirla claramente,
musa, dinos la verdad?
 
¿Pues porque de la ocasión
no se debe aprovechar,
y dar una felpa a tanto
literato charlatán?
 
Tantos eruditos hueros,
curo talento venal
nos da en menudos las ciencias,
que no supieron jamás.
 
Tanto insípido hablador,
tanto traductor audaz,
novelistas indecentes,
políticos de desván.
 
Disertadores eternos
de virtud y de moral,
que por no tenerla en casa
la venden a los demás.
 
¿Y por qué tantos copleros,
que en su discorde cantar
ranas parecen, que habitan
cenagoso charquetal;
 
ha de tolerar mi Musa
que metrifiquen en paz,
y se metan a escribir
por no querer estudiar?
 
¿Ella no fue la que un día
dio lección tan magistral,
(haciendo el ancho teatro
púlpito de la verdad)
 
que a todo autorcilloso astroso
lleno de terrible afán;
creyendo cercano el punto
de su exterminio final?
 
¡Oh!, estúpidos, escribid,
imprimid, representad;
que el siglo de la ignorancia
largos años durará.
 
Y mientras al rudo vulgo
embobéis y corrompáis,
con farsas, que Apolo al verlas,
padece gota coral;
 
ni faltará quien os dé
para vestir y mascar,
ni habrá un cristiano que os diga:
vencejos, no chilléis más.
 
Seguid, y lluevan abates,
moros, pillos de arrabal,
arrieros, trongas y diablos,
con su rabillo detrás.
 
Y si el público se hastía
de ver tanta necedad;
váyase a dormir tres horas
a los Caños del Peral.
 
Pero, señor, si la Musa
se llega a determinar,
se anima y os obedece,
y tras todos ellos da:
 
y en justa sátira y docta
los tonos quiere imitar,
del siempre festivo Horacio,
o el cáustico Juvenal;
 
¿No será de tanto monstruo
las cóleras provocar,
y exponer a mil estragos
su decoro virginal?
 
¿No veis que yace el Parnaso
en triste cautividad,
y en él bárbaras catervas
atrincheradas están?
 
No señor: pues siempre ha sido
para vos fina y leal
mi pobre Musa, y os debe
lo que no os puede pagar;
 
no la mandéis que de tanto
necio se burle jamás,
ni les riña en castellano;
porque no la entenderán.
 
Sátiras no: que producen
odio y encono mortal;
y entre los tontos, padece
martirio la ingenuidad.



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