Poemas de el gran poeta
José Joaquín de Mora II

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(parte 2)


Himno del judío en la adversidad

Cuando Israel salía
del cautiverio que sufrió humillado,
el Señor dirigía
al pueblo bienamado,
de llama, y humo, y esplendor bañado.
 
Y de día se alzaba
como gigante el día nebuloso;
y de noche doraba
su fulgor glorioso
el desierto callado y arenoso.
 
Y el pontífice santo,
y el guerrero, y la virgen, y el levita,
con armonioso canto,
loaban la infinita
bondad del Padre que en el Cielo habita.
 
No admira el gran portento,
cual en era pasada el enemigo;
que libre de tormento,
camina sin testigo
el pueblo de quien fuera Dios amigo.
 
Mas ora, aquí presente,
Dios de eterna bondad, aunque invisible,
tu blando influjo siente
el ánima apacible,
solaz vertiendo y júbilo indecible.
 
Y aunque silva tremendo
presagio de huracán, y velo oscuro
va los aires cubriendo,
cual en sólido muro,
el inocente en ti vive seguro.
 
De Babel en los ríos
nuestras arpas dejamos, y suspenso
tu loor. Los impíos
triunfan ya, que el incienso
no humea en tus altares, Dios inmenso.
 
Empero tú desprecias
carne de oveja y sangre de cabrito,
y el homenaje precias
del ánimo contrito;
y mucho más la caridad que el rito.
 
 
 
Don Opas
Stultitiane erret, nihilum distabit, an
ira. Hor.
                            Satir.

Pensativo está Don Opas,
doctor en ambos derechos,
catedrático de prima,
en el mismo claustro y gremio.
Pensativo y cabizbajo,
al ver como van cundiendo
con las doctrinas de Estrangis,
el abandono del Ergo:
y dando a puño cerrado,
sobre un sillón reverendo
de vaqueta de Moscovia,
que heredó de sus abuelos,
¡o tempora, o mores! Dice,
¡oh desventurados tiempos!
¡Oh abandono de las aulas!
¡Oh triunfo de los mozuelos!
Pierden las ciencias su lustre,
y olvídanse, en polvo envueltos,
las perlas de Peripato,
flores del entendimiento.
Al ácido, al gas, al tubo,
vilipendiados cedieron,
la agudeza del Distingo,
la gracia de Darii, Ferio.
Por las retortas dejamos
aquel retorqueo argumentum,
que en las aúlicas batallas,
daba los golpes postreros.
¡Oh Sorites! ¡oh afamados
silogismos en Fapesmo!
Torna a ilustrar el mundo;
volved a aturdir los techos.
Y vosotros, inmortales
comentadores amenos,
que al veros en pergamino,
hay quien os quite el pellejo;
hoy risa excitan (¡oh nefas!)
vuestros sublimes conceptos,
y vuestras doctas columnas
sirven a envolver ungüentos.
¿Quién hay que estudie de Sánchez
los donosos himeneos?
¿Tus teses, oh Villalpando?
¿Tus cuestiones, oh Acevedo?
¿Quien hay que escriba alegatos
con citas de Tolomeo,
y en un pleito de tenuta
describa el Peloponeso?
De nuestro latín se burlan.
¿Qué tiene que ver, camuesos,
el arma virumque cano,
con el per accidens nego?
Dijo, y calando el embozo
del clarísimo manteo,
se marchó a unas sabatinas,
a rebuznar argumentos.
 

El ermitaño

¡Oh que vida placentera
la del humilde ermitaño
penitente!
Que ni la ambición lo altera,
ni aquel sinsabor extraño
del potente.
Ni interior desasosiego
que en enamorados fija
fiera lucha.
¡Oh cuán poco sabe el lego
las venturas que cobija
la capucha!
 
A sus santas oraciones,
se encomienda la viuda,
y la casada;
y él con pías bendiciones,
a la caterva saluda
prosternada.
¡Cuán humilde lo respeta!
¡Cuánto en devoción se exhala
quién lo escucha!
Y él, si la risa le aprieta,
con gran magestad se cala
la capucha.
 
Contentamiento mundano,
solaz, placer o deleite,
no lo incita.
Tan sólo pide a su hermano
limosna para el aceite
de la ermita.
Cada cual compadecido,
limosna le da sin pena,
poca o mucha,
y cuando el saco está henchido,
las dos mangas se rellena,
y la capucha.
 
Salud rebozan y holgura
sus mejillas, y alegría
sobrehumana.
Ni lo ahoga la amargura
de como pasar el día
de mañana.
Cuanto embucha le aprovecha;
y es, cierto, cosa que admira
cuanto embucha.
Y cuando en la paja se echa,
¡cuán gratos sueños le inspira
la capucha!
 


Amor

¿No dicen que es bien amar,
y que no amar es error?
Quien lo quiera averiguar
que se venga a mi lugar:
y sabrá lo que es amor.
 
Que en mi lugar no hay pastor
que no tenga su pesar:
el verlos causa dolor,
y si vais a averiguar
qué tienen dirán: amor.
 
Ya no se les ve bailar
al caramillo y tambor,
ni, cual antes, al hogar,
reír, beber y triscar,
sin acordarse de amor.
 
Que no hay más que sinsabor,
y gemir, y sollozar,
y reyertas, y furor,
y tristeza en mi lugar,
desde que en él reina amor.
 
Predominio singular
ejerce allí, cual señor,
Amor; ni se puede hallar,
quien no muera por amar,
y quien no viva de amor.
 
Y yo, que alegre cantor
siempre he sido del lugar,
tan otro tengo el humor,
que cuando voy a cantar,
sólo sé cantar de amor.
 
Don Mendo y Don Hernando
¿Cómo ha ganado Don Mendo
tal fama de hombre de honor,
que no hay en Madrid señor
que no lo estime?- Mintiendo.
¿Cómo pudo Don Hernando
dar a luz, malos o buenos,
diez volúmenes, al menos,
en cuarto mayor?- Copiando.
 

A la flor
Llamada en inglés «forget me not»
(No me olvides)
 
Flor modesta y delicada,
que ocultas tus hojas leves
y sencillas,
cual huyendo la mirada
de peligrosas y aleves
avecillas;
flor, consuelo del ausente,
que nunca adornas la frente
de los Cides,
sino el seno de las damas,
dime, flor, ¿cómo te llamas?
No me olvides.
 
Flor, que al cariñoso seno
recuerdas el dulce amigo
desgraciado,
mientras gime en suelo ajeno,
viéndose del patrio abrigo
desechado;
flor, que tímida consumes
los delicados perfumes
que despides
entre las selvosas ramas,
dime, flor, ¿cómo te llamas?
No me olvides.
 
Flor, recuerdo misterioso
de esperanza lisonjera
malograda;
con cuyo aspecto gracioso
torna la dicha que fuera
ya pasada;
y tornan llorados bienes,
risas, amores, desdenes,
blandas lides,
cenizas de antiguas llamas,
dime, flor, ¿cómo te llamas?
No me olvides.
 
 
 
El milano y el palomo

Suelen tener los malos el capricho
de apoyar con pretextos
sus designios funestos.
Un célebre filósofo lo ha dicho.
Echándole las uñas un milano
a un infeliz palomo, le decía:
«Ya de tu raza impía,
en ti se venga Jove, por mi mano.»
«Si hay un Dios vengador...» (dice el palomo)
«¡Si hay un Dios! ¡Y lo dudas! ¡Cielos! ¡Cómo!
sobre tanto delito,
¿blasfemo eres también? Muere, maldito.»
 
  
El rey que rabió
 Let us sit upon the ground,
and tell sad stories upon the death of Kings.

                                              Shakespeare.

El rey que rabió fue un hombre
torpemente calumniado;
yo quiero lavar su nombre,
del borrón que le han echado.
De sus prendas convencido,
hoy quiero escribir su historia,
para sacar del olvido
su memoria.
 
Como en su reino los jueces
eran la pura ignorancia,
el emprendió hacer las veces
de juez de primera instancia;
mas vio de los pedimentos
la jerga tan revesada,
que no dio en sus juzgamientos
palotada.
 
Para reprimir el lujo:
dio en una manía rara:
hizo vida de cartujo,
con pan seco y agua clara;
y en tanto sus marmitones,
riéndose de su hazaña,
vivían de pastelones,
y Champaña.
 
Contra ilícitos amores,
dio una severa ordenanza,
y en amantes seductores
ejerció fiera venganza.
Mas sufrió el horrible ultraje
de que su augusta consorte
se enamorase de un paje
de la corte.
 
Quiso proteger las ciencias,
objeto de sus conatos,
pagó raras experiencias,
enriqueció a literatos,
y viendo de estas labores
los productos lisonjeros,
se metieron a escritores
los barberos.
 
Dijo a cierto sabio: «amigo,
pues tus ideas son grandes,
sólo tus consejos sigo;
siempre haré lo que me mandes.»
Y en pago de este cariño,
tanto el sabio se desvela,
que lo trató como a niño
de la escuela.
 
Fue por fin tan bondadoso,
tan indulgente y humano,
que el pueblo se alzó furioso
y gritó: «muera el tirano.»
«¡Y qué! clamó, ¿este destino
se da a mi conducta sabia?»
Por esto le dio al mezquino
mal de rabia.
 
Mi ruego
¡Ay! Ampara, Señor, al marinero:
que yo, aunque en fuertes muros guarecido,
del soplo asolador del noto fiero,
al oír el horrísono estampido,
a ti, Vengador Santo,
trémulo el pecho de pavor levanto.
 
¿Qué es de ese malhadado que, en lo inmenso
del furibundo Océano, camina,
de perdición en perdición, suspenso
entre el ser y la nada? ¡Oh Dios! inclina
al suspiro que lanza,
tu paternal amor, dale esperanza.
 
Mas tu cólera aumenta. Opaca nube
rabia anunciando, en el cenit parece;
con profundo mugir hínchase, y sube
del seno del abismo, y rauda crece
reventando de saña,
la amenazante líquida montaña.
 
Ora en su cima, ora en su falda, y ora
dentro del hondo espacio que descubre,
la quilla vaga; espuma mugidora
los destrozados mástiles encubre,
y en fragmentos los raja,
y el casco agita como leve paja.
 
Y otra montaña en pos, cual si natura
contra el mísero humano su infinita
venganza conjurase, de su altura
la infanda nave empuja y precipita.
Ten el golpe severo...
¡Ay! Ampara, Señor, al marinero.
 
 
El infortunio

Cuando de la ventura
tanto al humano el soplo favorece,
que en su letal dulzura,
sin cuita se adormece,
y en ilusiones plácidas se mece;
 
entonces se levanta
el infortunio, cual ladrón que acecha,
con silenciosa planta,
y el letargo aprovecha,
y fuertes nudos enredor estrecha.
 
Y ya desembargada
de la dañosa pérfida mentira,
el ánima atristada,
los nuevos hierros mira,
y a destrozarlos con furor aspira.
 
Mas vario es su combate,
que no hay potencia humana tan forzuda,
que aquel yugo desate,
ni ha de haber quien acuda,
ni del tejido aleve lo sacuda.
 
Cual se desgaja y quiebra
la gigantesca roca de do pende,
y a la móvil culebra
en su fuga sorprende,
y en puntas asperísimas la prende;
 
y al agudo tormento,
la mísera se vuelve, se alza, gira,
y el pintado ornamento
con nuevo esfuerzo estira,
y cien veces se enrosca, y luego espira;
 
así la envanecida
mente del hombre, al infortunio cede
tras lucha empedernida,
que sus fuerzas excede,
y en que sólo rendirse humilde puede.
 
Y al espíritu manso,
que en celestial contemplación se emplea,
jamás turba el descanso
la bárbara pelea,
mas en los infortunios se recrea,
 
viendo que, terminado
su tránsito en el reino del delito,
subirá coronado,
al alcázar bendito,
donde fijó su gloria el Infinito.
 
 
 
A Don José Antolín Rodulfo

Si ofreciera al mortal naturaleza
su vasto plan, abismo de belleza,
trazado con perfecta simetría,
de modo que al romper la luz del día,
sólo viesen sus ojos aburridos,
en montañas, en bosques, en ejidos,
en aves, en cuadrúpedos e insectos,
eterna imitación de ángulos rectos,
cortando donde quiera sus adornos
en uniformes líneas y contornos,
y nunca de estos límites saliera;
dime, caro Rodulfo, si tal fuera
de nuestra madre toda la pericia,
¿no se muriera un hombre de ictericia?
¿Te ríes? pues en este fiel retrato
de todo el que se llama literato,
de todo el que compone prosa o verso,
miras el símil propio. El universo,
como siervo infeliz que come y calla,
trémulo al yugo ajeno se avasalla;
los turcos al Sultán, al Czar los rusos,
y a dogmas arbitrarios y confusos,
el genio, vasto origen de placeres:
el más libre, el más noble de los seres,
¿no es un dolor que en insensato orgullo,
trueque por un aplauso y un murmullo,
su excelsa independencia y energía?
¿Que lo amansen con torpe algarabía,
bajo una masa enorme de preceptos,
profesores exóticos e ineptos?
Tú dirás que esta guerra es algo brusca,
y que por cierto mi opinión ofusca
con alagüeños ímpetus la moda.
¡Esta respuesta acaso se acomoda,
también al que nutrido en ciencias graves,
enterró los preceptos con seis llaves,
y dando a su país glorias opimas,
sedujo al orbe entero con sus rimas?
 
A cien autoridades, otras ciento,
y otras mil opondrás: vano argumento.
Y el que su pabellón audaz tremola,
no cede al peso de afamados nombres:
los preceptos son obra de los hombres.
Naturaleza, en su mandato augusto,
no nos ha dado reglas, sino gusto.
Ora do quier, en su expresión divina,
grabada mirarás esta doctrina:
Naturaleza es bella, porque es varia.
Tal es la ley del genio. Temeraria,
la mano del saber rompió su hechizo
con vana pompa y relumbrón postizo.
Mas ya recobra la razón sus fueros,
y pues abre la fama dos senderos,
libre en su decisión la fantasía,
falle entre Desdémona y Atalía.
 
De la patria infeliz ¿quién no deplora
los destinos? Allí cayó en buen hora
la gótica armazón del gongorismo;
cayó sumido en mofa, y en su abismo
se alzó con impertérrita arrogancia,
mestiza inspiración nacida en Francia.
cunde veloce el apestado germen,
las gracias callan, y las musas duermen,
mientras Tomás, en verso y relamido,
mide y combina el tiempo y el sonido.
Mas donde descargó con mayor rabia
todo su empeño la caterva sabia,
fue en la móvil escena del teatro,
pues allí consiguieron tres o cuatro
regodearse en usurpado solio,
convirtiendo el talento en monopolio.
Las jornadas murieron. Mas exactos,
nos condujeron de París los actos.
Calderón hizo tres, mas ellos cinco,
y como en Francia siguen con ahínco,
desde el principio al fin el mismo metro,
ya que el gusto francés empuña el cetro,
toda pasión, toda persona y lance,
se explicaba en monótono romance.
Esto no es más que un rápido compendio
de nuestra esclavitud y vilipendio.
Calló el sonoro genio de Castilla:
su lozano vigor, su habla sencilla,
degradados en vínculos protervos,
se rastreaban como torpes siervos.
 
Descolló en tanto un hombre cuyo ensayo,
como tras larga noche puro rayo,
la senda rompe al luminar augusto,
vaticinó el reinado del buen gusto.
Sal, artificio, corrección, pureza,
dio blanda a Moratín naturaleza.
Sonriole el poder; feliz obtuvo
bienestar, opinión: mas se detuvo
temeroso, al hollar el sacro templo,
pagando su tributo al mal ejemplo.
Él en nuestros magníficos anales,
henchidos de proezas inmortales,
de nobles y poéticos despojos,
ni aun quiso iluso recrear los ojos.
De la comedia histórica no quiso
pisar la entrada. ¡Y qué! ¿Será preciso
cerrar la escena a tantos nombres grandes,
a la gran Isabel, al gran Fernández,
porque no hay en su historia un majadero,
que con talante desquiciado y fiero
se dé una puñalada al acto quinto?
¿Sólo han de parecer en el recinto
de la comedia el vicio y el enredo?
Moratín a su siglo tuvo miedo,
y refrenó su alcance ilimitado,
para dar gusto a un club engalicado.
¡Tres años cada pieza! Y en tres años,
¿qué nos da Moratín? ¿hechos extraños,
hombres nuevos, pinturas nunca vistas?
No por cierto: cual otros mil copistas,
saca a lucir el perseguido amante,
y un fanático viejo, y un pedante,
y una de esas mujeres infelices,
que cubren con el rezo sus deslices.
¿No tiene el corazón otros dobleces
más profundos? ¿Con esas pequeñeces
se pone el sello al siglo, y se destruye
la mancha que lo afea y prostituye?
 
Mas osado al pulsar la hispana lira
la musa de León su musa inspira,
y él y Meléndez, en cantar sonoro,
restituyen a España su decoro.
Nueva región de anchura noble y alta,
nos abren juntos. La razón se exalta,
la rima se ennoblece, y de Sofía
resuenan en correcta melodía
las santas leyes. Callan los maestros,
y retoñan en pos vates siniestros
a millares: tropel servil e insulso,
todo movido por igual impulso.
Los versos blancos y las negras odas
inundan raudas las imprentas todas.
Una es la locución y la pintura,
y el ¡salud! y el do quier, y la natura.
Las mismas rimas, y las mismas frases.
Tiemblan las bibliotecas en sus bases,
al recibir el desmedido acopio,
y, cual si el aire se tornara en opio,
la sociedad bosteza y se amodorra.
Falta un genio atrevido que socorra
nuestras letras hundidas en miseria:
falta un Byron a la abatida Hesperia.
Uno que busque en sí, y halle en sí solo,
lo que otros piden al vetusto Apolo.
 
Mente nutrida en abandono amargo;
libre, soberbia, exenta del letargo
que empaña y turba los nativos fuegos
con charla culta y humos palaciegos.
Hombre que cara a cara al infortunio
sepa afrontar, y que el ardor de Junio,
y de Diciembre el huracán arrostre;
que al caprichoso público no postre
la rodilla, ni silbo o burla tema;
que desprecie los grillos de un sistema,
ni otro sistema en escribir admita
que el entusiasmo ardiente que lo agita;
que temeroso de que el humo espeso
de la ciudad, con lánguido embeleso
su pecho ablande y su pesar ofusque,
lejos del hombre sus modelos busque.
Verás cual a su voz se desmorona
la estructura trivial y monotona
del lenguaje poético; la rima,
más dócil al ingenio que a la lima,
desechando el adverbio y participio
no admitirá en sus sílabas el ripio,
que hoy de la inspiración ocupa el puesto.
Se acabará el somnífero repuesto,
que produce al lector náuseas y bilis,
de Lauras, y Filenas, y Amarilis.
Será espejo del ímpetu sublime
fiel la expresión, sin que a su lado arrime
torpe escritor que los conceptos masca,
voces de relumbrón y de hojarasca.
Lo diré con rubor: creyó sencilla
mi osada musa traspasar la orilla
del Rubicón poético, y en breve,
cual se remonta por el aire leve,
de gas henchida, barnizada esfera,
súbito para la veloz carrera,
vacila, retroce, y luego floja
desde la altura espléndida se arroja;
tales, después de inútiles conatos,
se abatieron mis fuegos insensatos.
Pido a Horacio perdón de tanto exceso;
torno al hondo nivel, y bajo el peso
de la mediocridad que al alma abruma,
deshecha la ilusión, suelto la pluma.
 


El gato legista

Primer año de leyes estudiaba
Micisuf, y aspiraba
con todos sus conatos
a ser el Cisalpino de los gatos.
Examinando acaso las Partidas,
halló aquellas palabras tan sabidas;
 
«Judgador non semeye á las garduñas,
ca manso et non de garras es su oficio;
et faga el sacrificio
de cortarse las uñas.»
¡Las uñas! dijo el gato, bueno es esto;
qué hace sin uñas un curial, ignoro.
¿No vemos que en el foro
trabajan más las uñas que el Digesto?
 
Consejos en la enemistad
Lanza, amigo, del seno exasperado
la rencorosa agitación que altera
su antigua y apacible mansedumbre.
¿No te duele pasar en tal estado,
sin reposo, infeliz, la noche entera,
y ves la clara lumbre,
que anuncia gozo y paz a los mortales
con ojos que humedece
mortífera pasión? ¿No se estremece,
ceñido en pensamientos infernales,
tu corazón, donde abrigar solía
su aliento generoso,
virtud celeste y pía,
antes que, del averno tormentoso,
la discordia saliera encarnizada
y exhalase ponzoña en tu morada?
 
Provocola en su ayuda
maligno amor, riendo, y la sañuda
proterva virgen, trémula de gozo,
jamás harta de llanto y de destrozo,
con que los reinos afligidos puebla,
rompiendo la espesísima tiniebla
que su caverna lóbrega circunda,
la cabeza fecunda
en horrorosos crímenes agita,
y tu temprana perdición medita.
Diestra en maldades susurró primero
leve inquietud, cual presto vientecillo
que del tranquilo mar empana el brillo,
para anunciar del bóreas altanero
el rugir furibundo.
después, en lo profundo
de la mente, labró torpe apetito
de recriminación y de venganza.
Con inicua esperanza
de bárbaro delito
lisonjeó tu mente, y satisfecha
viendo rota y deshecha
la inocencia en el alma, te abandona
rugiendo, a la impaciencia y el delirio.
¿Quien calmará el martirio
que te consume? Escucha y reflexiona.
¿Vences acaso al hombre que te ofende
cediendo a tu rencor? ¿No reconoces
su triunfo sobre ti? ¿De él no depende
que penes o que goces,
que el desvelo te agite,
o que tu seno de furor palpite?
¿Sus miradas, sus gestos, sus palabras
no estudias, no examinas, no comentas?
Tú mismo, pues, el férreo yugo labras
en que iluso y perdido te atormentas.
¿Quieres vencerlo? Olvida
y olvida sin reserva;
que el cielo no conserva
la vacilante llama de la vida,
para que el soplo de pasión la apague.
Ley es de su bondad que se propague
cuanto a gozar nos mueve, y el instinto,
dentro a breve recinto,
la pena encierre y su vigor sofoque.
Quien el benigno documento huella,
con llanto y muerte su destino sella.
 
Deja que alucinada se desboque
por la senda del mal, la insana furia
de la ambición potente, rama espuria
de nuestro ser; que cautelosa afile
la traición su puñal; que el ansia ciega
de oro letal, los pueblos aniquile,
cual torrente que anega
crecidos bosques y elevados muros:
deja que exhale en hálitos impuros
la calumnia, torrentes de injusticia;
que la torpe codicia,
con la sangre inocente
sañuda se alimente.
¿Quieres precipitarte en ese abismo
de crímenes y males,
que oprime y emponzoña a los mortales?
 
Alívialos y empieza por ti mismo.
Tu seno abre al amor, y de él arroja
la envidia que lo hiela y lo despoja
de candoroso afecto;
la envidia, a cuyo aspecto
pálida y fría, la virtud desmaya.
Respira erguido con holgura; explaya
tu mirada indecisa
por la creación. Con plácida sonrisa
sus prodigios saluda.
Ora amenace lóbrega y sañuda
borrasca altiva, y ora
serena anuncie júbilo la aurora.
Busca al hombre infeliz, y en él derrama
el bálsamo suave del consuelo,
y el abatido espíritu le inflama
con plática bondosa;
y si entonces al cielo
diriges la mirada afectuosa,
verterá sobre ti puros raudales
de goces inmortales.
De entonces, nuevo brío
sentirás en el alma, cual viola
tímida y mustia, eleva la corola
si la restaura matinal rocío.
Vigor extraño sentirás, que impela
tus pasos por la senda abandonada
de la virtud, y esa visión malvada
que el seno martiriza y desconsuela,
será como horrorosa perspectiva,
que escollo activo al navegante ofrece,
y rauda desparece
luego que toca la anhelada rica.
 
Sátira
Contra los métodos de estudios que se siguen en las
universidades de España
«Manent vestigia ruris!»
 
Sempronio, no te canses. Hombre lego
sólo sirve a dar vueltas a una noria,
o a llevar en los hombros un talego.
A los sabios se debe fama y gloria,
lumbreras de los cursos y las aulas,
ornamentos del templo de memoria.
Es verdad que se ocultan muchas maulas
bajo el nombre de sabios, y que algunos
no merecen mucetas, sino jaulas.
Declamadores necios e importunos
que atribuyen el ergo y el sorites
al siglo de los godos y los hunos.
Y más azucarados que confites,
ostentan lo sutil de su cerebro
en fondas, en tertulias y convites.
A éstos, por vida mía, no celebro:
verlos quiero más bien arrebatados
por las aguas del Tajo o las del Ebro.
Aquellos profesores, enseñados
a manejar volúmenes en folio,
de cuestiones sutiles atestados,
son los que ocupan del saber el solio,
y es justo que su nombre se repita
del barrio del Perchel al Capitolio.
No es verdad que murieron, como grita
el tropel de pedantes disoluto
que la extranjera jerigonza imita.
Hablen sino las aulas de Compluto,
do retumba el sonoro Epicherema,
dando a las ciencias abundoso fruto.
Viven y beben: sus furores tema
la química con todo su aparato,
la física con todo su sistema.
Vive y triunfa el sublime peripato;
la forma silogística prospera,
ni hay fuerza que detenga su conato.
Vuelve a ser frecuentada la carrera
en que la sabatina y el certamen
ganaron una fama duradera.
Siguen los ejercicios y el examen,
lo mismo que en los siglos doce y trece:
item más, el refresco y el vejamen.
Aquel latín que en nada se parece
al de Marón, de nuevo predomina
adonde el claustro y gremio resplandece.
En bayetas se envuelve la doctrina:
la lengua de Castilla no se aprende,
que no parece de la ciencia digna.
En diez años de cursos (bien se entiende,
contando la mitad de vacaciones)
el círculo de estudios se comprende.
Así se forman ínclitos varones,
de que la patria saca tanto jugo
en las más apuradas ocasiones.
Muchos pretenden sacudir el yugo
de esta noble enseñanza, y atrevidos
al más grave doctor llama Tarugo.
Y los verás triunfar envanecidos
con párrafos vacíos y pomposos,
en folletos de extranjis aprendidos.
¿Quieres dejarlos mudos y penosos?
Háblales de la esencia y la existencia,
de los predicamentos ingeniosos.
Diles que te definan la potencia,
y el ente de razón, y que combatan
el formidable: nulla est consequencia.
Si en Súmulas discurren, disparatan;
en el secundum quid, no saben jota,
y por eso a Goudin ciegos maltratan.
Lo que a estos calaveras alborota,
es una ciencia nueva y peregrina
en que la moda de innovar se agota.
Ideología es su nombre, y de la China
vino sin duda tan extraño invento,
de que no hablaron Gómez ni Molina.
Con solo la ideología, en un momento
te explicarán la cosa más oscura.
Vaya, que la ideología es un portento.
¡Pues qué es ver a un muchacho criatura
hacer anatomía del lenguaje,
y responder con la-mayor frescura!
¡Oh de la ciencia vergonzoso ultraje!
¡Qué ya no es monopolio la doctrina,
y no distingue dignidad ni traje!
Mientras un mozalbete se reclina
sobre el muelle sofá, mientras devora
una pierna de pavo en jaletina,
demostrará que es ciencia embaucadora,
la que en los pergaminos abultados
de tanta biblioteca se atesora.
Hablará de los hombres ilustrados,
contará del oxígeno primores,
y dejará a los necios embobados.
Dirá que hay machos y hembras en las flores,
y probará (repara que simpleza)
que es la luz la que forma los colores.
Sus palabrotas son: naturaleza,
germen, vitalidad, desarrollo;
tipo, organismo, formas y belleza.
Hará ver lo sutil de su meollo
abriéndole a una rata una cisura,
o asesinando a un miserable pollo;
y con un trozo viejo de herradura
temblarán los sangrientos intestinos:
galvanismo se llama esta diablura.
Si de estos miserables desatinos
pasas a cosas de mayor esfera,
verás como desbarran los mezquinos.
Ya la jurisprudencia no es carrera
digna de presidir los tribunales:
es la legislación la que prospera.
Las Pandectas son libros mazorrales:
usucapion, tenuta, lenocinio,
no es idioma de gentes racionales.
Vaya a tomar el fresco Arnoldo Vinio:
para hilvanar en culto un pedimento,
no habemos menester su patrocinio.
Sobrado enardecido ya me siento,
no quiero tomar un tabardillo
por fruslerías que se lleva el viento.
Empero tú, Sempronio, hombre sencillo,
en tantas engañifas no te cebes,
ni te deslumbre su aparente brillo.
En latín, el latín aprender debes:
estudia bien las Súmulas. ¡Dichoso
si en fuentes puras sus raudales bebes!
Este camino es blando y provechoso:
síguelo dócil; ríete del necio
que pierde su salud y su reposo
por conseguir universal aprecio.
 
 
 
Epigrama

Administrador exacto
nunca entrega si no cobra,
y nunca empieza la obra
sí no ha precedido el pacto.
 
Ni la ocasión desperdicia,
si es ocasión de ganar:
así es como en mi lugar
se administra la justicia.
 
 
La esfinge

La mutilada esfinge enseñorea
su faz diforme y giganteo busto
sobre el desierto. Su reposo augusto
su inmóvil magestad, fácil idea
de la infinita duración que el hombre
llamara eternidad, la mente oprimen,
cual sueño aterrador. ¿Dónde está el nombre
del que alzó los fragmentos colosales
que al monstruo apoyan? Fatigados gimen
los resortes vitales
del pensamiento. Un siglo, y otro, y miles
pasan como vislumbres vacilantes
de engañoso cristal. ¿Qué fueron antes,
y qué serán después esos perfiles
que la arena refleja cada día,
y cada noche la tiniebla oculta?
¿Y por qué, en este abismo sepulta
la mente con dañosa simpatía
por sí misma se lanza
sin que haya una barrera a su esperanza?
No sé que irresistible y duro imperio
la región del misterio
sobre el mortal ejerce ni le basta
la superficie vasta
que ante sus ojos tiene. La llanura
cubierta de violas, ni el arroyo,
que apacigua su sed; la peña dura
que le sirve de apoyo;
los veneros fecundos que en su entraña
le abre la tierra. Su inquietud extraña
lo impulsa más allá; más allá extiende
su afanoso anhelar. Los aires hiende,
vaga en la esfera, busca en sus regiones,
lo que le falta, sin saber qué sea.
Forma de vaporosas ilusiones
vasto conjunto, y su mirar recrea
por un instante en la confusa masa,
y la armazón fantástica destruye;
y otra armazón construye,
y así la vida pasa,
cual rápido turbión, que de la loma,
rugiendo se desploma,
los llanos cruza, y no conservan ellos,
de tránsito fugaz leve vestigio.
 
Y clamará el filósofo: prodigio
de la humana razón, que almos destellos
guarda en su ser del Ser eterno y grande.
¡Y qué! ¡su imagen trasladó a mi mente,
para que se desmande,
ciega en torcido giro, y levemente
de un error a otro error salte afanada!
¡Y éste es el decantado privilegio
que ha dado al hombre! ¡y con orgullo regio
se alza el mezquino, y fija la mirada,
cual jefe augusto en la región extensa,
gritando audace: la creación es mía!
Verdad: es tuya la creación inmensa.
Tu incansable energía
la amolda a su placer, y cambia el sello
de sus tipos vitales. Ora humilla
dócil la roca el empinado cuello,
para que flote la afanada quilla,
sobre el lugar donde fijó natura
la base peñascosa, y ora arrancas
de la honda mina la centella pura,
cuya ráfaga cándida hermosea
la opulenta metrópoli. Tú vuelas
por las espumas blancas
de la irritada mar, sin que te ayuden
las indóciles velas,
sin que los remos afinados suden.
Del invisible gas en vaso estrecho
los leves elementos aprisionas.
liga a tu voz el Rin su vasto lecho
con el remoto Caspio, y eslabonas
con las excelsas olas del Atlante,
las olas del Danubio. ¡Qué arrogante
sube tu genio a la órbita infinita
de Urano y sus satélites! Y en ella,
de la atracción medita
la regla inalterable
y el conjunto inefable
que liga cada estrella,
en plan sublime, exacto, armonioso.
La furia arrostras con tenaz empeño.
clavas el frágil leño,
riendo acaso, en sus llanuras frías,
y sus soplos helados desafías.
Prosigue triunfador, si esto no sacia
tu sed de mando. El orbe entero espacia
para ti su opulencia,
y te jura obediencia.
Mas la vida exterior ¿es, hombre, el centro
de tu ser? no, tu ser vive allá dentro
y allí no alcanza tu dominio. Ensayas
tus fuerzas en el hondo laberinto
de afectos y pasiones, y desmayas
con lánguido abandono.
Otro poder más alto, en su recinto
fijó el oculto trono
que en vano aspiras a romper sañudo.
Rebelde a tu mandato,
la orgullosa razón suelta el escudo,
y huye despavorida al aparato
de engañoso peligro, o bien se ofusca.
Se eclipsa y muere, si en la copa brilla
la espuma seductora;
la audaz razón, que en las esferas busca
la ley de la encumbrada maravilla,
que en torrentes de luz sus cimas dora.
¿Por qué no indaga el código secreto
del pensar, del sentir? ¿Por qué sujeto
vive y atado al caprichoso yugo
de la externa impresión? Si al cielo plugo
cubrir de opaca niebla la alba lumbre,
cíñese de angustiada pesadumbre
la móvil fantasía, y si del aura
preludian en el valle los gorjeos,
vigor desconocido la restaura,
y a lúbricos deseos,
con impulso frenético se arroja.
Entusiasmo, placer, miedo, congoja,
resortes poderosos que aniquilan
la existencia mental; esos terrores
que en el alma se asilan,
y la empañan con tétricos horrores,
y el amor que la turba, y la esperanza,
que con blandas quimeras la seduce,
y la ambición que al crimen la conduce,
y el error de la propia confianza,
¿no son más imperiosos, más potentes,
que la meditación y el raciocinio?
Sus manos inclementes,
¿en destrucción no envuelven y exterminio
al rey de la creación? ¿Y es más entonces
ese monarca que la bestia ruda?
 
¡Con qué entusiasmo ¡oh Sócrates! saluda
tu gloria excelsa en mármoles y bronces
atónita la plebe! Gloria al sabio,
clama, loor al vencedor sublime
del fanatismo; y con inmundo labio
allí el sofista corruptor deprime
de un hombre justo la importuna fama.
Muera, grita, el perverso, el que atesora
la sangre de los pobres; y se inflama.
Rabiosa furia, y corre destructora
la masa imbécil, y en el santo asilo
penetra audaz, y con sangriento filo
la víctima infeliz risueña inmola.
 
En hondo abrigo concentrada y sola,
la inspiración se goza y saborea
sus frutos exquisitos,
hollando los groseros apetitos
que atosigan al hombre; y cual ondea
manso cristal en apacible calma,
así se mece el alma,
de una creación en otra, revistiendo
su conjunto, de aéreo colorido,
no la perturba el belicoso estruendo,
ni el feroz alarido
de la persecución. Pero, si suena
loado el nombre de un rival odioso,
ya en ímpetu furioso
la enemistad atroz, desencadena
mortífero torrente
de baldón y de injuria; y en la mente
que nadaba en placer y en bienandanza,
sólo reinan el odio y la venganza.
 
No se envanezca pues, en necio orgullo,
quien ora de lisonja al blando arrullo,
y ora de la pasión al torpe aliento,
cual indefenso niño, cede, y postra
la humillada cerviz. En vano arrostra
del huracán el soplo turbulento,
si no resiste a la pasión, y en vano
penetra del empíreo el hondo arcano,
y del volcán el tenebroso abismo,
si se ignora a sí mismo.
 
  
 
Al Jarama

Noble orilla del Jarama,
¡quien te viera,
cuando el sol su luz derrama,
por tu mansión placentera!
¡Cuándo tu corriente riega,
velada en pompa sencilla,
la ancha vega
de Castilla!
 
Blando raudal del Jarama,
¿quién te oyera
bajo la copuda rama
que te da sombra ligera?
Repasando en la memoria
cual pasmosa maravilla,
la alta gloria
de Castilla!
 
Nombre ilustre del Jarama,
¿quién pudiera
dar más bríos a la fama,
cuando tus timbres pondera?
Junto a ti, bravos y ardientes,
esgrimieron su cuchilla
los valientes
de Castilla.
 
El petimetre
Entrando en la tertulia
anoche un petimetre,
el ámbar y el almizcle
llenaron el ambiente.
Diez pañuelos de Holanda
fueron sin detenerse
a tapar diez narices,
sensibles al pebete.
Corina, la nerviosa,
dijo con voz doliente:
el espasmo me ataca,
Don Celedonio, el éter.
Y a todos respondía,
riendo el mequetrefe
pues yo nada percibo
de lo que ustedes sienten.
 
Lo mismo con las faltas
de los hombres sucede,
que todos las conocen,
menos el que las tiene.
 
 
 
Poesías
José Joaquín de Mora



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