Poemas de:
Joaquín Pasos

ÍNDICE  
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TORMENTA  PEQUEÑO CANTO PARA BIEN PARIR 
CEMENTERIO  EL INDIO ECHADO 
LOS INDIOS CIEGOS  LOS INDIOS VIEJOS 
INDIA CAÍDA EN EL MERCADO  DÍA 
GRANDE POEMA DEL AMOR FUERTE  CANCIÓN DE CAMA 
POEMA INMENSO  CUATRO 
POEMA A PIE  CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS 

 

TORMENTA 

Nuestro viento furioso grita a través de palmas gigantes 
sordos bramidos bajan del cielo incendiados con lenguas de leopardos 
nuestro viento furioso cae de lo alto. 
El golpe de su cuerpo sacude las raíces de los grandes 
árboles salen del suelo los escarabajos 
las serpientes machos. 
Nuestro viento furioso sigue su camino mojado 
es el jugo oscuro de la tarde que beben los toros salvajes 
es el castigador del campo. 
Los hombres oyen en silencio los gemidos del aire 
con el alma quebrada, el cuerpo en alto 
los pies y la cara de barro. 
Las indias jóvenes salen al patio, rompen sus camisas 
ofrecen al viento sus senos desnudos, que él se encarga de 
afilar como volcanes. 


PEQUEÑO CANTO PARA BIEN PARIR 

Como la Virgen del Carmen 
vas a parir, 
en una cama de nardos. 
En medio de la montaña 
vas a parir 
mañana por la mañana. 
Cuando el sol está naciendo 
el cielo está carmesí, 
estás teñida de sangre, 
vas a parir. 
Nardos teñidos de sangre, 
vas a parir, 
sangre teñida de nardos. 
Como la Virgen del Carmen 
vas a parir, 
un muchachito moreno. 
Alrededor de tu cama 
baila todo Nindirí, 
en tu vientre baila el niño 
vas a parir. 
En una cama de nardos 
vas a parir. 
Como la Virgen del Carmen. 



CEMENTERIO 

La tierra aburrida de los hombres que roncan 
es aquella que habitan los pájaros pobres, 
las gallinas que comen las piedras 
las lechuzas que braman de noche. 
Una jaula de arena, una urna de lodo 
es la tierra aburrida de los hombres que roncan. 
Una jícara negra, una seca tinaja, 
un carbón, una mierda, una cáscara. 
En la tierra aburrida de los hombres que roncan 
donde viven los pájaros tristes, los pájaros sordos, 
los cultivos de piedras, los sembrados de escobas. 
Protejan los escarabajos, cuiden los sapos 
el tesoro de estiércol de los pájaros pobres. 
Los pájaros enfermos, los vestidos de sombra, 
los que habitan la tierra de los hombres que roncan. 
Tengo un triste recuerdo de esa tierra sin horas, 
la picada de pájaros, la que se desmorona. 
Con murciélagos me persigue de noche 
su horizonte de barro y su luna de broza. 
En la tierra aburrida de los hombres que roncan 
se hizo piedra mi sueño, y después se hizo polvo. 


EL INDIO ECHADO 

Bien pueden decir que es tarde, 
que pronto será de noche. 
Que llamen a Pedro, y a Juan, 
para encender las luces. 
Que llamen también a mis hijos 
y les muestren con ira mi modorra... 
¡Mi bella modorra, y mis lindos hijos 
que no he tenido tiempo de procrear todavía! 
Pero pronto dirán que es tarde, 
mas yo diré que pronto será de noche 
y entonces procrearé un hijo, o dos. 
Me siento sobre mi propio cuerpo; 
inmóvil, a contemplar a mi sombra que hace gestos de pereza. 
Llévenme sin tocarme bajo el árbol más inactivo 
desde donde se divisa el molino que no gira, 
el recodo de aguas estancadas, 
el cementerio de los pájaros... 
Que llamen a otros para que les cuenten cómo es esto. 
Que llamen a mis hijos, a mis lindos hijos 
a quien dejo, antes de morir, mi más cariñoso bostezo. 


LOS INDIOS CIEGOS 

Abramos un camino en el aire, 
para mirarnos, 
busquemos un rincón en el aire 
para acostarnos. 
Sin luz en el cuerpo 
sólo con fuego. 
Este color de sombra tiene tu cara. 
Este color de sombra es la sombra de tu alma. 
Abramos un camino en el aire 
con tu brazo. 
Si no te ven mis ojos, que te vea 
mi carne. 
¡Ah! No tenemos luz en el cuerpo 
Tenemos fuego. 


LOS INDIOS VIEJOS 

Los hombres viejos, muy viejos, están sentados 
junto a sus cabras, junto a sus pequeños animales mansos. 
Los hombres viejos están sentados junto a un río 
que siempre va despacio. 
Ante ellos el aire detiene su marcha, 
el viento pasa, contemplándolos, 
los toca con cuidado 
para no desbaratarles sus corazones de ceniza. 
Los hombres viejos sacan al campo sus pecados, 
éste en su único trabajo. 
Los sueltan durante el día, pasan el día olvidando, 
y en el tarde salen a lazarlos 
para dormir con ellos calentándose. 


INDIA CAÍDA EN EL MERCADO 

Pobre india doblada por el ataque 
todo su cuerpo flaco ha quedado quieto 
todo su cuerpo sufrido está pequeño, pequeño 
todo su cuerpo tronchado es un pajarito muerto. 
Su corazón --¡ah corazón despierto!-- pájaro libre, pájaro 
suelto, 
Carlos, ha dormido un momento. 
Ella se desmayó, la desmayaron. 
Al lavarle el estómago los médicos 
lo encontraron vacío, lleno de hambre, 
de hambre y de misterio. 
Muy doloroso cuadro, Carlos. 
Muy doloroso y sumamente amado. 
Han volteado su cara --¡ah oscura palidez!--. Con el derrame 
las yugulares están secas y la sangre 
huyó secretamente, ¡ah, 
la viera su madre! 
Cerca, Carlos, cerca del occipucio 
una moña chiquita se desgaja 
y deja ver en la nuca una cruz blanca. 
Tan cerca de la muerte y tan lejana, 
su vida vale mucho, vale nada. 
Los lustradores esperaban 
obscenidades al levantar la falda 
pero ella tiene una desnudez muy médica, 
un lunar en la espalda, 
y da la impresión de un ave herida 
cuando cae su brazo como un ala. 
Abran, abran 
todas las gentes malas sus entrañas 
y no encontrarán nada. 
Ella tiene un ataque 
que no lo sabe nadie. 
Un ataque malo, 
Carlos. 


DÍA 

Para hacer un día tan lleno de raíces 
bastó un árbol. 
Para empaparlo en miel dorada y embriagante 
bastó una abeja. 
Vengo acumulando piedras por si acaso 
falta una en la construcción de la torre, 
vengo guardando cántaros para cuando 
logre derramarse el líquido. 
Para hacer un vuelo de nidos viajeros 
hoy basta un solo pájaro, 
para fabricar un pez 
hoy basta el agua. 
Gran día de edificios y de montaje de puentes, 
de fecundo mugir de vacas 
y señales de lluvia. 
Día moreno y brillante que me recuerda 
mi obligación de cantar. 


GRANDE POEMA DEL AMOR FUERTE 

Mi amor está con las alas abiertas sobre el mar. 
--Costas, aguas y espumas. 
Mi amor brilla como las aguas sobre las aguas. 
El mar es redondo. 
El mar es pequeño. 
Mi amor es un alga marina. 
Mi amor es como un pájaro. 
Mi amor es una perla de luz que crece con 
la mañana. 
Quiero sembrar un árbol con esta ilusión que tengo. 
Yo quiero un cielo grande como un patio para dejar 
resbalar mi amor. 
Sobre rieles de viento. 
Mi amor es azul y claro. 
Quiero hacer florecer esta rosa en capullo. 
Que tengo sembrada en el bolsillo. 
Sol, ¡sol!, ¡sol! 
Y agua. 
Mi amor es un muchacho esbelto dentro de una chaqueta. 
Yo lo agarro y lo pongo sobre la mesa como un muñeco 
y él vive con sus ojos inmensos. 
Mi amor es un niño que imita el pito del automóvil. 
Por la calle, yo llevo mi amor como una culebra faldera, 
amarrada del pescuezo por un hilo, 
y ella se abraza a la calle 
y dibuja la silueta del terreno. 
Crece, crece, pompita de jabón. 
Jocote en la punta de una rama madura, 
botella del vidriero, 
chimbomba de hule en la boca de un niño. 
Todo. Porque es esférico completamente 
y se envuelve todo. 
Y porque está cerrado sin juntura. 
Deja que la pelota de mi amor, 
brinque en los peldaños de la escalera 
y caiga en el agua de tu estanque. 
(Mi amor, es fresco y suave como la languidez de tus 
cabellos.) 
Mi amor, mujer, es como tú misma. 
¿Por qué ha estallado esta flor? 
Mi amor está con las alas abiertas sobre el mundo.
Mi amor brilla como el mundo sobre el mundo. 
Mi mundo es redondo. 
¿El mundo es pequeño? 
--Mi amor es un mundo. 


CANCIÓN DE CAMA 

Este gozo de alcoba, tan de lino, lleno de sábanas, 
este palpitar de almohadas bajo las sienes dormidas, 
este nuevo llegar hasta el corazón de la cama 
y luego saber que el pie, la mano, lo que a uno le queda de 
pecho, busca, dice, escribe, grita tu nombre, 
y cualquiera siente el momento que se aproxima de morir 
acostado. 
¿Qué es esto sino la ausencia de tu sueño, 
la pérdida de tu respiración a mi lado? 
Se ha perdido ya el hueco de tu cuerpo 
que era la voz de tu carne desnuda hablándole 
íntimamente a la ropa planchada, 
diciéndole a qué horas el brazo serviría de almohada 
y cómo el tibio vientre palpitaría como otra almohada viva, 
funda de seda de nervios y de sangre. 


POEMA INMENSO 

En estas tardes tu perfil no tiene línea precisa 
pues no hay un límite en tu gesto para el principio de 
tu sonrisa 
pero de repente está en tu boca y no se sabe cómo se filtra 
y cuando se va nunca se puede decir si está allí todavía 
lo mismo que tu palabra de la cual jamás oímos la primera 
sílaba 
y nunca terminamos de escuchar lo que decías 
porque estás tan cercana en esta lejanía 
que es inútil preguntar cuándo vino tu venida 
pues entonces nos parece que has estado aquí toda la vida 
con esa voz eterna, con esa mirada continua, 
con ese contorno inmarcable de tu mejilla, 
sin que podamos decir aquí comienza el aire y aquí la carne 
viva, 
sin conocer aún dónde fuiste verdad y no fuiste mentira, 
ni cuándo principiaste a vivir en estas líneas, 
detrás de la luz de estas tardes perdidas, 
detrás de estos versos a los cuales estás tan unida, 
que en ellos tu perfume no se sabe ni dónde comienza ni 
dónde termina. 


CUATRO 

Cerrando estoy mi cuerpo con las cuatro paredes, 
en las cuatro ventanas que tu cuerpo me abrió. 
Estoy quedando solo con mis cuatro silencios: 
el tuyo, el mío, el del aire, el de Dios. 
Voy bajando tranquilo por mis cuatro escaleras, 
voy bajando por dentro, muy adentro de yo, 
donde están cuatro veces cuatro campos muy grandes. 
Por adentro, muy adentro, ¡qué ancho que soy! 
Y qué pequeña que eres con tus cuatro reales, 
con tus cuatro vestidos hechos en Nueva York. 
Vas quedando desnuda y pobre ante mis ojos; 
cuatro veces te quise; cuatro veces ya no. 
Estoy cerrando mi alma, ya no me asomo a verte, 
ya no te veo el aire que te diera mi amor; 
voy bajando tranquilo con mis cuatro cariños: 
el otro, el mío, el del aire, el de Dios. 


POEMA A PIE 

Qué actitud, qué gallarda pose original se puede tomar 
ante la proximidad de este poema? 
Te lo pregunto a ti, oh hábil diseñadora de nuevas 
sonrisas!, la única 
que puede ofrecerme en un plan de cinco munutos la más 
conveniente arquitectura de mi genio actual 
Decían los maestros chinos de la dulce poesía 
que el poeta quedaba enfermo y ojeroso después del 
(trance amargo; 
pero yo te suplico, bondadosa musilla de ojos ingenuos, 
que no hagas que mi miel sea elaborada a costa de mi 
(sangre, 
porque mucha sangre se ha desperdiciado últimamente y 
(andan 
escasos de leche los pechos de las madres. 
Un poema que sale a pie, y como está inédito, yo le digo: 
Hasta que te vea te creo, 
pretendo primero, sacudirme de encima estas alas de ángel 
que me agobian, 
a ver si botando toda esa pluma quedo con la ternura 
virginal del pollo 
o siquiera con algo de ese equilibrio inestable de lo que 
(da risa, 
tan lleno de emoción y de lágrimas como el cristal que ya 
(va a caer 
y no cae, pero que sabe que ya va a caer. 


CANTO DE GUERRA DE LAS COSAS 

Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra, 
si es que llegáis a viejos, 
si es que entonces quedó alguna piedra. 
Vuestros hijos amarán al viejo cobre, 
al hierro fiel. 
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras 
familias, 
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su 
carácter dulce; 
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre; 
con el bronce considerándolo como hermano del oro, 
porque el oro no fue a la guerra por vosotros, 
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño 
mimado, 
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido 
acero... 
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis al oro, 
si es que llegáis a viejos, 
si es que entonces quedó algún oro. 
El agua es la única eternidad de la sangre. 
Su fuerza, hecha sangre. Su inquietud, hecha sangre. 
Su violento anhelo de viento y cielo, 
hecho sangre. 
Mañana dirán que la sangre se hizo polvo, 
mañana estará seca la sangre. 
Ni sudor, ni lágrimas, ni orina 
podrán llenar el hueco del corazón vacío. 
Mañana envidiarán la bomba hidráulica de un inodoro 
palpitante, 
la constancia viva de un grifo, 
el grueso líquido. 
El río se encargará de los riñones destrozados 
y en medio del desierto los huesos en cruz pedirán en vano 
que regrese el agua a los cuerpos de los hombres. 
Dadme un motor más fuerte que un corazón de hombre. 
Dadme un cerebro de máquina que pueda ser agujereado sin 
dolor. 
Dadme por fuera un cuerpo de metal y por dentro otro 
cuerpo de metal 
igual al del soldado de plomo que no muere, 
que no te pide, Señor, la gracia de no ser humillado por 
tus obras, 
como el soldado de carne blanducha, nuestro débil orgullo, 
que por tu día ofrecerá la luz de sus ojos, 
que por tu metal admitirá una bala en su pecho, 
que por tu agua devolverá su sangre. 
Y que quiere ser como un cuchillo, al que no puede herir 
otro cuchillo. 
Esta cal de mi sangre incorporada a mi vida 
será la cal de mi tumba incorporada a mi muerte, 
porque aquí está el futuro envuelto en papel de estaño, 
aquí está la ración humana en forma de pequeños ataúdes, 
y la ametralladora sigue ardiendo de deseos 
y a través de los siglos sigue fiel el amor del cuchillo a la 
carne. 
Y luego, decid si no ha sido abundante la cosecha de balas, 
si los campos no están sembrados de bayonetas, 
si no han reventado a su tiempo las granadas... 
Decid si hay algún pozo, un hueco, un escondrijo 
que no sea un fecundo nido de bombas robustas; 
decid si este diluvio de fuego líquido 
no es más hermoso y más terrible que el de Noé, 
¡sin que haya un arca de acero que resista 
ni un avión que regrese con la rama de olivo! 
Vosotros, dominadores del cristal, he ahí vuestros vidrios 
fundidos. 
Vuestras casas de porcelana, vuestros trenes de mica, 
vuestras lágrimas envueltas en celofán, vuestros corazones 
de bakelita, 
vuestros risibles y hediondos pies de hule, 
todo se funde y corre al llamado de guerra de las cosas, 
como se funde y se escapa con rencor el acero que ha 
sostenido una estatua. 
Los marineros están un poco excitados. Algo les turba 
su viaje. 
Se asoman a la borda y escudriñan el agua, 
se asoman a la torre y escudriñan el aire. 
Pero no hay nada. 
No hay peces, ni olas, ni estrellas, ni pájaros. 
Señor capitán, ¿a dónde vamos? 
Lo sabremos más tarde. 
Cuando hayamos llegado. 
Los marineros quieren lanzar el ancla, 
los marineros quieren saber qué pasa. 
Pero no es nada. Están un poco excitados. 
El agua del mar tiene un sabor más amargo, 
el viento del mar es demasiado pesado. 
Y no camina el barco. Se quedó quieto en medio del viaje. 
Los marineros se preguntan ¿qué pasa? con las manos, 
han perdido el habla. 
No ha pasado nada. Están un poco excitados. 
Nunca volverá a pasar nada. Nunca lanzarán el ancla. 
No había que buscarla en las cartas del naipe ni en los juegos 
de la cábala. 
En todas las cartas estaba, hasta en las de amor y en las 
de navegar. 
Todas los signos llevaban su signo. 
Izaba su bandera sin color, fantasmas de bandera para ser 
pintada con colores de sangre de fantasma, 
bandera que cuando flotaba al viento parecía que flotaba el 
viento. 
Iba y venía, iba en el venir, venía en el yendo, como que si 
fuera viniendo. 
Subía, y luego bajaba hasta en medio de la multitud y 
besaba a cada hombre. 
Acariciaba cada cosa con sus dedos suaves de sobadora 
de marfil. 
Cuando pasaba un tranvía, ella pasaba en el tranvía; 
cuando pasaba una locomotora, ella iba sentada en la trompa. 
Pasaba ante el vidrio de todas las vitrinas, 
Sobre el río de todos los puentes, 
por el cielo de todas las ventanas. 
Era la misma vida que flota ciega en las calles como una 
niebla borracha. 
Estaba de pie junto a todas las paredes como un ejército de 
mendigos, 
era un diluvio en el aire. 
Era tenaz, y también dulce, como el tiempo. 
Con la opaca voz de un destrozado amor sin remedio, 
con el hueco de un corazón fugitivo, 
con la sombra del cuerpo 
con la sombra del alma, apenas sombra de vidrio, 
con el espacio vacío de una mano sin dueño, 
con los labios heridos 
con los párpados sin sueño, 
con el pedazo de pecho donde está sembrado el musgo del 
resentimiento 
y el narciso, 
con el hombro izquierdo 
con el hombro que carga las flores y el vino, 
con las uñas que aún están adentro 
y no han salido, 
con el porvenir sin premio con el pasado sin castigo, 
con el aliento, 
con el silbido, 
con el último bocado de tiempo, con el último sorbo de 
líquido 
con el último verso del último libro. 
Y con lo que será ajeno. Y con lo que fue mío. 
Somos la orquídea de acero, 
florecimos en la trinchera como el moho sobre el filo de la 
espada, 
somos una vegetación de sangre, 
somos flores de carne que chorrean sangre, 
somos la muerte recién podada 
que florecerá muertes y más muertes hasta hacer un 
inmenso jardín de muertes. 
Como la enredadera púrpura de filosa raíz, 
que corta el corazón y se siembra en la fangosa sangre 
y sube y baja según su peligrosa marea. 
Así hemos inundado el pecho de los vivos, 
somos la selva que avanza. 
Somos la tierra presente. Vegetal y podrida. 
Pantano corrompido que burbujea mariposas y arco-iris. 
Donde tu cáscara se levanta están nuestros huesos llorosos, 
nuestro dolor brillante en carne viva, 
oh santa y hedionda tierra nuestra, 
humus humanos. 
Desde mi gris sube mi ávida mirada, 
mi ojo viejo y tardo, ya encanecido, 
desde el fondo de un vértigo lamoso 
sin negro y sin color completamente ciego. 
Asciendo como topo hacia el aire 
que huele mi vista, 
el ojo de mi olfato, y el murciélago 
todo hecho de sonido. 
Aqui la piedra es piedra, pero ni el tacto sordo 
puede imaginar si vamos o venimos, 
pero venimos, sí, desde mi fondo espeso, 
pero vamos, ya lo sentimos, en los dedos podridos 
y en esta cruel mudez que quiere cantar. 
Como un súbito amanecer que la sangre dibuja 
irrumpe el violento deseo de sufrir, 
y luego el llanto fluyendo como la uña de la carne 
y el rabioso corazón ladrando en la puerta. 
Y en la puerta un cubo que se palpa 
y un camino verde bajo los pies hasta el pozo, 
hasta más hondo aún, hasta el agua, 
y en el agua una palabra samaritana 
hasta más hondo aún, hasta el beso, 
Del mar opaco que me empuja 
llevo en mi sangre el hueco de su ola, 
el hueco de su huida, 
un precipicio de sal aposentada. 
Si algo traigo para decir, dispensadme, 
em el bello camino lo he olvidado. 
Por un descuido me comí la espuma, 
perdonadme, que vengo enamorado. 
Detrás de ti quedan ahora cosas despreocupadas, dulces. 
Pájaros muertos, árboles sin riego. 
Una hiedra marchita. Un olor de recuerdo. 
No hay nada exacto, no hay nada malo ni bueno, 
y parece que la vida se ha marchado hacia el país del trueno. 
Tú, que vista en un jarrón de flores el golpe de esta fuerza, 
tú, la invitada al viento en fiesta. 
tu, la dueña de una cotorra y un coche de ágiles ruedas, sobre 
la verja 
tú que miraste a un caballo del tiovivo 
y quedar sobre la grama como esperando que lo montasen 
los niños de la escuela, 
asiste ahora, con ojos pálidos, a esta naturaleza muerta. 
Los frutos no maduran en este aire dormido 
sino lentamente, de tal suerte que parecen marchitos, 
y hasta los insectos se equivocan en esta primavera 
sonámbula, sin sentido. 
La naturaleza tiene ausente a su marido. 
No tienen ni fuerzas suficientes para morir las semillas del 
cultivo 
y su muerte se oye como el hilito de sangre que sale de 
la boca del hombre herido. 
Rosas solteronas, flores que parecen usadas en la fiesta del olvido, 
débil olor de tumbas, de hierbas que mueren sobre mármoles 
inscritos. 
Ni un solo grito. Ni siquiera la voz de un pájaro o de un niño 
o el ruido de un bravo asesino con su cuchillo. 
¡Qué dieras hoy por tener manchado de sangre el vestido! 
¡Qué dieras por encontrar habitado algún nido! 
¡Qué dieras porque sembraran en tu carne un hijo! 
Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo. 
He aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos, 
el dolor verdadero. 
Por fin, Señor, he aquí frente a nosotros el dolor parado 
en seco. 
No es un dolor por los heridos ni por los muertos, 
ni por la sangre derramada ni por la tierra llena de lamentos 
ni por las ciudades vacías de casas ni por los campos llenos de 
huérfanos. 
Es el dolor entero. 
No pueden haber lágrimas ni duelo 
ni palabras ni recuerdos, 
pues nada cabe ya dentro del pecho. 
Todos los ruidos del mundo forman un gran silencio. 
Todos los hombres del mundo forman un solo espectro. 
En medio de este dolor, ¡soldado!, queda tu puesto 
vacío o lleno. 
Las vidas de los que quedan están con huecos, 
tienen vacíos completos, 
como si se hubieran sacado bocados de carne de sus cuerpos. 
Asómate a este boquete, a éste que tengo en el pecho, 
para ver cielos e infiernos. 
Mira mi cabeza hendida por millares de agujeros: 
a través brilla un sol blanco, a través un astro negro. 
Toca mi mano, esta mano que ayer sostuvo un acero: 
¡puedes pasar en el aire, a través de ella, tus dedos! 
He aquí la ausencia del hombre, fuga de carne, de miedo, 
días, cosas, almas, fuego. 
Todo se quedó en el tiempo. Todo se quemó allá lejos. 

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