Poesía de:
Lourdes Espínola

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A VINCENT IN MEMORIAM SOR JUANA
IN MEMORIAM SIMONE IN MEMORIAM CAMUS
a G. R. H. para C. R. C.,
a Ch. Mc C. y J. Mc C. IN MEMORIAM PICASSO


A VINCENT
 

Comprendes cómo te
nombro,
con mente quieta y silenciosa
me escucho
cuando no me escuchan,
escribo tu nombre
con el borde de la lengua,
rodando el filo vacío de los labios.
Y te extiendes luchando
en la humedad de mi deseo,
en la resonancia del silencio.
Te aíslo y separo de los otros
sucesivamente incierto,
tiemblas dentro en la garganta,
te atrapo y fortalezco;
como símbolo fresco
te hago mío.
Envuelvo tu nombre en mi contacto,
cuerda vocal que busca su instrumento.
Te estanco en el sonido de mi aliento,
te resistes,
te rindes:
te he nombrado.

De repente, te tropiezo,
te abres hacia mí
y desde el desván del alma
ese papel, esa escritura
indócil me avasalla
y me pierdo a mí misma
en el pequeño orbe de tu carta.
Suspendida en la hoja, gota a gota
salto hacia ti, escafandra en mano,
y me ciño la ropa de los tibios años.
Estoy en todas partes y en ninguna:
fantasmagórica y real,
me seduces y ahogas.
En el beso mortal
con olor a tus manos
me deshaces en caos.
Vuelvo a mi ordenado mundo,
cierro el sobre.

Pero cómo recobrar los gestos del amor,
las olvidadas trampas, las miradas
que se nutren en los ojos del otro.
Cómo despertar a mi dormido cuerpo,
despojado de noches,
amortajado en sueños,
en ardid de silencios.
Cual válvula escondida
hará correr la sangre
para entibiar rincones
e innombrables nostalgias.
Mis manos desperezan
la boca entumecida
que nutriéndose
va de tus palabras.
Apenas ya recuerdo
los ritos,
los gemidos.
Hilvanando memorias
antiguas, aprendidas,
empezará a girar
mi aliento entre tus manos.
Apenas recordando,
ensayando de nuevo las palabras.

Eres nube, eres mar,
eres olvido.
Eres también aquello
que has perdido
Jorge
Luis Borges

No estás al alba,
el diamante de la memoria
sella miradas
y mi silencio acuña tu silencio.
Espejos vienen reflejando
en mi pupila lo que fue
del amor atrevido,
del callado que respirando va
en nuestra garganta
y súbito y audaz ya nos atrapa.
El vino rojo de memorias
nos inunda y nos baña
este silencio, este tímpano sordo de tus cartas,
esas claves secretas en tus libros,
esa manzana roja que mordimos,
esos susurros,
esas noches.

Vamos a considerar todas las cosas:
tu mirada empapada de otras noches,
tus manos de semilla
a punto de plantarse en mi costado,
y sobre todo tu fuego, que crea tanto
y temo me destruya;
y también
la puntual muerte del amor,
como me hablaste.
Pero mejor, no consideremos nada
y
extiende
el ramillete de nervios de mi tacto,
sólo para que Dios
no me encuentre dormida.

Insomne en soledades,
las estaciones de mi cuerpo callan,
esperando dormidas en los fuegos.
Al regresar de conquistadas noches,
náutica en fábulas y abismos,
astro demente del amor.
Soy quemante espectro.
Frente a ti,
la piel brillante al aire,
desnuda de los pies hasta el alma
y tú ni te das cuenta,
todavía.

Extraño ritual al tacto,
reconocer el libro con tu nombre:
respiras entrelíneas
y muerdes,
en las marcas de los márgenes.
Las páginas leídas
tornadas grises por tus dedos
son palabras con olor a tus poros,
amoldados, tibios, a tus manos.
La azul tapa cosquillea
cada nervio extendido de mi mano,
al tropezar luego sorprendida
con la doblada página
elegida,
la que resume alientos
y me habla.


A veces en silencio
te nombro con la urgencia de mi desesperanza.
Mi ropa son mis ansias
y están atadas a mi piel,
con esa falta de todo lo que llenas.
Respiro en tus papeles,
al borde de tu cama,
cual desnudo invisible que la sombra acompaña.
Hoy sientes en la tarde
que espejos transparentes
te devuelven mi cara.
Mis pupilas cansadas
mecidas en tus manos
te muerden cada dedo,
vedados como abismos de frutos prohibidos.
Cierro la puerta,
grito,
llamando ese rincón
poblado de tu savia.

Manos abriéndose, como interrogación no terminada
en enigma de opaco crucigrama.
Mirar el rostro y luego...
tus pies nudosos y descalzos,
blancos en la espuma de un mar
que no nos permitió vernos.
Transparencia.
¿Cuál pupila reflejará el verde o el azul?
El antiguo cuervo de tu pelo
batirá sus alas,
sacudiendo mi punto de recuerdo
en el horizonte de la tarde.

Insomnes caminantes, ya caemos,
distraídos casi, en transparencias:
con prodigioso amor
y demoliendo duras cáscaras viejas, carcomidas.
Fulminante resurrección:
así clavada
sencillamente a éste tu costado,
vuelvo
salada de naufragios,
de fantasmas
implacables, tardíos desatinos.
(y me deslizo despacio
de esta isla,
alargándome apenas en tus alas).

Desvelado vives
en los nervios insomnes de mis noches
o en el libro que guardo con tu nombre.
(Redondo y suave tacto
como alas).
Ángel de fuego,
tocas y destrozas las angustias,
asfixias y temores,
enloqueciendo mi médula en secreto.
Inventaste la creación entera
y no existía;
ángel, arcángel, espuma, alas,
antes
de que tu lengua me tocara.
Terciopelo de labios,
caracola,
húmedo, caliente,
tu aliento entre mis manos.

Y cómo contestar
esa confidencia,
de amores enredados, de azoradas esquinas,
de tardes compartidas.
Diciéndote, mi amigo,
que antes te esperaba,
que te espero,
que quisiera enredarme en tus amores,
mantenerte despierto,
que me pienses al alba.
En tu lista de amores,
azares, confidencias,
estoy aquí esperando,
respiro entre tus sábanas
llamándote, mi amigo.



IN MEMORIAM
Sor Juana Inés de la Cruz

Y ser y no.
Ser mujer,
con manuscritos de internas visiones
nombrando la experiencia.
Traduces lenguas de tragedia,
mujer abriéndose
como ostra
que lleva
su cárcel por dentro.
El resto: soledad,
verbo y polvo
masticando los años.

Repetición de ademanes, miradas o palabras.
Con defensas en alto,
con mis viejas trampas
(acechos que creía ya dormidos).
Tus ojos, lengua de Eros,
con su llama verde apenas contenida.
Vienes rompiendo las murallas
de tímpanos vacíos
en las interminables venas del insomnio.

Estabas y no estás:
ni mis amores,
ni el feroz arañazo del recuerdo
te atrapó con tal fuerza y te retuvo.
Ni el hallazgo
de calladas memorias vegetales,
ni las piedras
calientes y redondas.
Ni el asombro del árbol orgulloso
mostrando
verdes frutos,
flores,
pistilos y raíces.
Nada.
Caminé avergonzada,
Casi como desnuda,
Con mejillas
con párpados,
Con pestañas,
con lágrimas.

Esclava de caprichos de tu verbo
mordiendo las arterias:
me penetras,
me curas,
me sojuzgas.
Fiel, triste, sombra a mi costado,
me cortas con tu filo;
me sangras
y modelas.
Sólo necesito tu venenoso beso, Poesía:
el aire está de más
cuando te tengo.

Como tierra maldita,
el centro de tu útero.
Como interminables esclavos
sin valor de mercado:
mujeres
pasan a otras manos,
pero nunca las suyas
aprisionarán su propio destino.

Tanto tiempo jugando a tus trampas,
tretas y vestiduras.
Te he mirado, Poesía, en ese instante,
justo antes de que tú me atrapes.
Despacio me seduces;
ni siquiera mi hombre se dio cuenta
que me envenenas
y me llevas traicionera
hasta el nunca más
de mi propio deseo.



IN MEMORIAM
Simone de Beavoir

Sojuzgar cada intento vital,
cubrirlo de modestia
como antiguo abanico
escondiendo la boca del deseo.
La palabra sofoca
el furor de la pupila.
Frente
a tanto silencio compartido,
en ardid bien conocido.
La piel, brillante iridiscencia,
en anticipado banquete de los cuerpos.

Desde el útero gritó
este sexo destinado
a morder el polvo de la tierra,
esta herida de futuro trunco.
Ser sometida.
Con pequeñas uñas traté
de rasgar el útero,
desbordar el agua protectora y tibia.
Aún viva
me pregunto:
¿Cuánto tiempo lleva
cada trozo en morir,
para que liberada pueda ser
por fin
yo misma, en mi potencia?

Fui la primera que aprendió
del respirar taciturno,
de la arcilla caliente de la vida.
Nacida de las sombras
fui, infinito delirio
arriesgando vagares siderales
en la callada vena de los tiempos.
Las cuencas de mis ojos ya supieron
de apaciguada quietud,
de futuros rencores, del silencio.
Fue mi cuerpo
huracanado manantial,
cueva pariendo siglos.
Eva, yo cumplo
el destino inmortal,
incertidumbre,
anhelo de los hombres.

Romper la realidad,
desplumarla en desconocidos trozos,
y esperar
el tiempo exacto:
igualdad escondida desde siglos.
Conocerse en los otros,
estar amoratada, atada a los silencios,
fibra nutrida sólo
por su propia savia.
Mujer amortajada, germinal,
ahogada sin término
en pensamiento quieto;
quisieron (hoy y tantos)
que olvidemos.



a G. R. H.

Para llegar al fondo,
(donde la célula,
médula del universo,
está dormida para ser desgarrada),
ayer mordí tantas amargas voces.
Resquebrajada veo
ahogar los ríos,
perpetuar
esta dicha falseada.
A fin de juego,
mi antiguo yo
en dos,
en tres,
en cuatro,
bajo ahogados puños.
Hoy, insomne, pongo de nuevo los pedazos
de este rompecabezas de mi espera.

En mi revés de dicha,
dubitativa soledad,
llegas, como tramposa hazaña.
Tu deliberado signo
es advertencia
de mis pesadillas,
de mis ambiguos monstruos.
Vierto tantas angustias
en la mirada del otro:
universo casual
de imagen y tumulto
que abarca la humanidad
y determina.
Con placer invisible
imagino
remotos territorios
y en ellos me diluyo.

Salto al espejo del otro,
lentamente me fundo
hasta llegar a ti
con el lastimero ramillete de recuerdos,
con el incomprensible hoy
que me amortaja.
Me rodeo
me toco
me meto hasta la isla
explorándome toda...
y me salgo despacio.
Lentamente enumero mis gemidos,
frágiles agonías,
desperezo memorias,
amordazo y sojuzgo mi silencio.

El eco singular recoge el pensamiento
envolviendo el olvido
que hoy estreno.
Me ejercito en silencios
para no descubrir que, enmascarada,
tengo necesidad de un tiempo
indefinidamente abierto y esperado.
Obstinada, descanso el peso de mi vida
sobre mi propio yo,
satisfago mi soledad, pobreza y desesperanza,
orden en el desorden apoyado.
Sin resistencia entrego el tiempo a mis quehaceres,
aprendiendo, ensayando
esta exigencia nueva:
esta soledad con que amordazas.

Dualidades vitales.
Tal vez desesperanza.
Dedicar la vida
a extrañas metas.
Frente a la ternura postergada,
los logros ríen
en ritual cansado,
cuando sólo quisiera
un conocido puerto agudo y silencioso
y respirar de veras
en tu desnudo aliento.

Levantarse
como en la mañana primera,
desperezar el caos, la tristeza,
planchar el optimismo
para verte.
Algo siempre me aguarda,
regalo de la mente,
envoltura de manos pegada a tu costado.
Desenvuelvo tus dedos
y bebo la sorpresa de tus palmas.
Recibo tantas cosas:
lenguas en punta, lanza y fuego.
Regreso,
visitante de la pequeña roca,
y te veo partir
hacia otras noches.

¿Dónde el lugar para el hombre
y su desconcertado descontento
frente al caos errante
de esta tierra?
Tanta muerte sin sangre,
tanto silencio provocado.
Angeles desesperanzados,
buscamos
en noches de caída
la madrugada de la vida.

IN MEMORIAM
Albert Camus

Meursault con el sol en los ojos,
y la humanidad.
Confrontación,
dicotomía,
todo desde el lejano prisma:
el suicidio y el resto.
Imposibilidad,
indiferencia,
mutilación de miedos, culpa, sueños:
rito
diario y preciso.
El mismo final, pero no más allá,
y el día tan radiante.

Y de nuevo siento vivir
los dormidos nervios
muertos por antiguas manos.
¿Cuándo aprenderán los hombres
a no...? El corazón despellejado
y la espera.

¿Cuándo
la marcada cita?
Hundirme en el maduro
fresco nudo de tu boca
y nacer bajo
demoradas ternuras.



Para C. R. C.,

en Trafalgar Square


La música del agua:
vienen las palomas,
ritual de la tarde.
Baten alas casi enloquecidas,
suben brazos, torso, nuca
de transeúnte ausente
o acaso confundido.
Turistas, forasteros sorprendidos,
son el amigo casual,
por una tarde.
A las ocho se alejan las palomas
dejando solo a Nelson
y sus leones.

La pequeña ciudad
se despereza, boca arriba, al sol,
las columnas extendidas
como catedral rusa con plaza al fondo.
Viejitos aldeanos con pasos diminutos,
o tal vez un granjero sonriendo
entre sandías gigantescas.
Codiciosos arbustos extienden
sus miembros a la brisa,
y tu pelo oliendo a lana dormida,
con semáforos amarillos hacia la felicidad.



A Ch. Mc C. y J. Mc C.

Y aquella tarde de música,
colores y palabras,
preparamos el festín
y fue el regreso.
Recorrer los lugares, los sonidos-
algunas cosas ayer,
otras ahora-
y la blancura dentro,
a pesar del frío.
Manos grandes, extendidas
como alfombra diciendo bienvenido,
mirada rota por almenas,
el tiempo detenido
cubriendo todo Gales.


In memoriam
Picasso
a S. G. S.

Las Damas de Avignon
bailan sobre el puente
en inquebrantable libertad.
(El arte no es verdad,
sino mentira que nos hace ver la verdad).
Formas sin peso, espacio eternizado,
tus mujeres tan vivas y brillantes
en sus celestes carnes,
mientras Dora Maar llora,
tus damiselas con sus vientres verdes
hacen así,
así me gusta a mí.

Empire State,
ciénaga del tiempo,
círculo del ponzoñoso eco.
Rito penitencial
de tal estirpe.
Cronología de quien tuvo que morir
para crearte.
Nos atrapas,
despojas
de bélicas hazañas y eróticos torneos
y en cambio exhalas
patriarcas colosales en invisible costumbre,
mito de centenarias estructuras
procreando fantasmas.

Morder
de las maduras frutas
de tu mano,
la perfecta,
rotunda, la anhelada.
Explorando
tu voz amanecida,
tus gemidos:
tibios deseos
despertando, dormidos,
los corceles antiguos,
los sedientos.

Buscar tu brújula,
ser copa, fruto, receptáculo,
sonido del amor
que se reúne en el agua y la tierra.
Tardías madrugadas
de tejer tu boca en mi almohada
(entre la madeja que recuerdo
y la que olvido).
Tersa despierto,
fecunda hélice perenne:
esta espiral acuática
que siempre posterga tu llamada.
Juego de tímpano y sonido
cargado de humedad y de colinas,
de lengua de deseo
o tensa honda.
Soy la tibia humedad
que no regresa,
soy el deseo que callado espera,
soy la otra que despierta al alba.

Extiendo la memoria
hasta tocar tu lengua,
donde otra boca
borra ya mi tacto.
En la soledad
que cae vertical en esta cama
espero, en callada humedad,
esa llamada, que fue
que no será,
pero que espero.
Me arrepiento del olvidado banquete
de tu cuerpo extendido
en esa cama blanca
que quedó intacta
a pesar del deseo,
a pesar de la noche,
del beso,
de tus manos.

Más profundo que la roja médula,
tu nombre grabado.
El resto, soledad.
El polvo masticado de los años,
clave para descifrar la vida,
oscurece la pupila.
Y comprenderme
sólo rompiendo relojes, calendarios.
Veo tu azulada voz
mirándome,
esperando.

Unas manos certeras
que detienen
el alocado jinete de mis senos,
y en las calladas nupcias
presenciamos tu cuerpo alargándose en el mío.
Brazaletes y párpados te ciernen,
quisieran retenerte
rompiendo noches en gritos y gemidos,
esperando del alocado néctar,
la cita diferida del minuto
para poder, tal vez,
vencer la muerte.

Qué pena que apenas.
Los salados huecos de tus manos
tocaron cuello, senos, corazón y alas,
pero faltaba tanto.
Cada geografía de abandonada isla
por descubrir,
penetrar, marcar el territorio,
que pudo
ser tuyo y mío,
que no fue,
que apenas.
Conocer, adivinar tus dientes, labios
demoradas ternuras
presentidas.
La redondez de cada dedo
hundido en boca melancólica
y a veces alejada.
Imaginar apenas
los murmullos, gemidos,
el secreto lenguaje del momento
que no fue,
que pudo ser.
Hoy te nombro:
qué pena,
apenas.

Y dame una amarilla siesta
de nervios encendidos,
de bocas desatadas,
de pasión taciturna
de hambre que despacio...
Para mí
ni la noche, y menos la mañana:
sólo tu isla y mi sediento mar
citando rompe la tarde.
La secreta nostalgia de la siesta,
la complicidad de las palabras
siempre, a media voz
cuando avanzan las horas.
Tus manos y tu boca
pueden navegar húmedas
cada oculto rincón sin conocer de prisas.
Y después las palabras:
qué tal, cómo te sientes
¿te acuerdas cuando éramos niños,
esa tarde?


¿Cómo atrapar este momento?
La dulce compañía de tu ausencia
lánguida se instala en mi pasado
y a veces se revela en el presente.
Cómo absorber la esencia del momento
en la desnuda isla que me aprieta,
en esta soledad que me acorrala.
Por momentos, a veces me acostumbro.
Sola, salgo de mí,
y a mí regreso
en multiplicidades de persona.
No escapo a mi presencia
en la unidad cerrada del silencio.
Me absorbo y dulce me enveneno,
reduciendo palabras, pensamientos,
a esta hora absurda, dilatada,
crecida de infinito.

Hoy hablamos.
No importan las palabras ni los gestos,
pero sí los espacios de silencio.
Azorada te escucho,
extendiendo mis comas y adjetivos,
acariciándote en puntos suspensivos,
anudándote, con un punto final
en cada frase.
Para que no escapes cuando espero,
tocando casi
ese silencio tuyo.

Cada árbol una flauta
y cada flauta una lanza.
Cada ruido sinfonía
y la sinfonía un grito de batalla.
(Quien quiera comprender
que comprenda).
En silencio y sola,
el bosque se enbandera de luna,
el corazón humano
se despoja de temblores y desmesuras.
En memoria de los malos días
-estoy segura-
saldré airosa del Juicio Final:
me lo han prometido
los antiguos dioses.







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